En la tradición japonesa, la kareobana (cortaderas, carrizos o “plumeros de la pampa”, como se les llama en España) remite al wabizumai, la vida de retiro, semisalvaje, centrada en la soledad y la simplicidad. Se asocia a la vejez resistente, por ese efecto plateado de sus plumosas inflorescencias, que recuerdan una cabeza canosa. En el Libro de la almohada, Sei Shōnagon escribe: “Sin darse cuenta de que su cabeza se ha vuelto gris y demacrada, un mazo de cortaderas sigue en pie hasta el final del invierno, tambaleándose dócilmente, y hasta parece como si pudiera recordar el pasado. Se parece mucho a un anciano”.
De todo eso se hace eco Matsuo Bashō en este haiku, precedido por la siguiente nota: “Se me hacía difícil vivir una vida asentada, así que he pasado los últimos seis o siete años en camino. Sobreviví a dolorosas enfermedades, y al ser incapaz de olvidar a mis viejos amigos y discípulos de tantos años finalmente he regresado a Edo. Pronto vendrán a visitarme de nuevo a mi cabaña cada día”.
Sobrevivió:
mazo de cortaderas
entre la nieve.
Tomokakumo
narade ya yuki no
kareobana
ともかくもならでや雪の枯尾花
(Más versiones mías de Bashō pueden leerse en este tomo, Hoguera y abanico, publicado no hace mucho por la editorial Pre-textos).