Un poema de Ida Travi

Con celo de urraca, Sir James George Frazer recopiló en The Golden Bough ejemplos que demostraran los elementos comunes a las distintas creencias religiosas. Acabó por encontrarlos en los cultos de fertilidad que ocurrían alrededor del sacrificio periódico de un rey sagrado. Este rey era la reencarnación de un dios que moría y revivía, una deidad solar que llevaba a cabo un matrimonio místico con la diosa de la Tierra, la cual también moría (en la cosecha) y se reencarnaba (en la primavera). 

Frazer aseguraba que esta leyenda predomina en casi todas las mitologías mundiales, donde la primavera tiene siempre una función renovadora. La idea de que en la naturaleza no puede haber renovación sin muerte, de que también allí acecha el Mal, parece estar en la base de toda religión; es, por así decirlo, nuestro permanente reclamo al Cielo.

Me topé el otro día con este poema de Ida Travi, una poeta italiana lamentablemente poco conocida, y lo leí como la certeza de que allá fuera, en ese mundo que a menudo idealizamos o suponemos apacible, también habita el germen (nunca mejor dicho) del cainismo. El poema está incluido en Tasàr (Moretti&Vitali, Bérgamo, 2018).

El perro está celoso del mulo
el mulo está celoso del cordero
también el cuervo está celoso del cordero

Y la brizna de hierba, quién sabe
y el copo de nieve, el copo
quién sabe

y el cielo está celoso de la tierra
porque el cielo no es la tierra

Y así comenzaba la historia
sobre la hoja ondulante
sobre la gran rama
toda vibrante, de oro. 


Il cane è geloso del mulo
il mulo è geloso dell’agnello
anche il corvo è geloso dell’agnello

e il filo d’erba, chi lo sa
e il fiocco di neve, il fiocco
chi lo sa

e il cielo è geloso della terra
perché il cielo non è la terra

E così cominciava la storia
sopra la foglia ondeggiante
sul grande ramo
tutto vibrante, d’oro.