Para ilustrar una famosa frase del prefacio de Ki no Tsurayuki al Kokinshū («la poesía calma el espíritu de los fieros guerreros») y argumentando lo raro que nos resulta a los lectores modernos el auge de la poesía entre los samurais, Donald Keene cuenta una historia que aparece en el Heike monogatari, la gran gesta literaria del siglo XIII.
Tiene como protagonista a un célebre guerrero, Taira no Tadanori (1144-1184), que en plena guerra de clanes, al enterarse de que su maestro de poesía Fujiwara no Shunzei iba a compilar una nueva antología imperial, arriesgó su vida para viajar a la capital, por entonces repleta de soldados enemigos, y pedirle a Shunzei que incluyera uno de sus poemas en el libro (el Senzaishū). Shunzei finalmente lo incluyó, pero como anónimo, para no ofender a los nuevos soberanos, enemigos jurados de los Taira.
El poema por el que Tadanori arriesgó su vida es un elogio a los cerezos de la montaña (yamazakura), que florecen en Japón por estos días:
さざなみや 滋賀の都は 荒れにしを 昔ながらの 山桜かな
Sazanami ya
Shiga no miyako wa
arenishi wo
mukashi nagara no
yamazakura kana
Que es más o menos esto:
Shiga, la antigua
capital, está en ruinas.
Pero las flores
del cerezo allí siguen,
bellas, igual que siempre.