Alianzas de una Alianza

“El futuro deviene su esperanza: la isla
espera de él su salvación; pero también es su temor.
Puede saltar sobre ella como un ladrón”.

Jean-Paul Sartre

El nacimiento de la Alianza Francesa y su llegada al Caribe

La Alianza Francesa en Cuba forma parte de una amplísima red conformada por ochocientos cincuenta establecimientos, repartidos en un total de ciento treinta seis países. Se expande cada año, siendo la primera ONG cultural fundada en el mundo, en el lejano 1883, y ratificada bajo rúbrica presidencial, en 1886, a cargo de Jules Grévy, entonces presidente de Francia.

Cuba fue uno de los primeros países donde echó raíces la Alianza Francesa. Radicada en el contexto de la Tercera República Francesa, que se extendiera hasta 1940, hizo parte de la política cultural de la nación europea. Para ese tiempo, finales del siglo XIX y primeros años del XX, hasta al menos el inicio de la Segunda Guerra Mundial, Francia era precisamente el segundo imperio colonial más grande del orbe, solo superada por los británicos.



Una de las sedes de la Alianza Francesa en La Habana. Imagen: Facebook.


Esta institución nace producto de esa condensación de lo nacional, posterior a la Guerra de Crimea, que le permitiera a Francia emerger, además, como potencia cultural. Todo ello unido a los bríos coloniales de la Tercera República en un tiempo frágil de cambios en la arena internacional. Por lo tanto, es dentro de esta estabilidad política interna que emergen mecanismos de control de diferentes tipos a los ejercidos hasta el momento. La vía implementada por los franceses se ancló en la esfera de la cultura, una vez París devenida epicentro del arte y los movimientos culturales definitorios del arribo de la modernidad. Fue el tiempo del crecimiento y la modernización, aparejados al despliegue de la antropología y los estudios culturales, estableciendo paradigmas teóricos que con el tiempo también serían identificados como acepción de la violencia simbólica.

En Cuba, la Alianza Francesa se estableció paulatinamente desde el siglo XIX, a medida que fuera perdiendo poder el Imperio español, aunque no es hasta el año 1951 que se oficializa su presencia. Es para ese tiempo que se estabiliza su accionar en función del cumplimiento de sus tres principales objetivos o misiones: enseñanza del idioma francés, animación cultural y documentación. Por ello, “La Alianza”, como todos la conocen, no se ha quedado únicamente con sus dos primeras sedes en el capitalino Vedado, sino que se expandió hacia la oriental Santiago de Cuba, y, más recientemente, a La Habana Vieja. Por su parte, la Casa Víctor Hugo, centro que también está dedicado a la potenciación de la enseñanza del idioma francés y de la cultura de ese país, ha crecido en importancia. De modo que el conjunto de todos los establecimientos deviene “un espacio abierto a la diversidad de pensamiento y creación, un lugar de reflexión que promueve el diálogo intercultural”.[1]



Sede de la Alianza Francesa en Santiago de Cuba (2025). Foto: Cortesía del autor.


El parteaguas: la Revolución

La Alianza Francesa arribó así a la Revolución, con excelente salud en cuanto al propósito de ser foco cultural. Sin embargo, no olvidemos que sus orígenes van cimentados en un proceso de colonización cultural, por lo que siempre va a alinearse con las estructuras del poder. No es de extrañar que se volviera núcleo del intenso vínculo del naciente Gobierno con diversas instituciones francesas, transformándose en vía para la concreción de otros lazos más allá de “lo cultural”, un vórtice de influencias políticas dignas de tenerse en cuenta.

Y es que “la pasión” que desde enero del 59 despertara la Revolución cubana en los miembros del Partido Comunista francés, al que se sumaron numerosas personas progresistas y agrupaciones con marcado acento izquierdista, creó vínculos entre el nuevo poder político de la isla y el Estado francés. Fue así como, desde los inicios del periodo, llegaron a La Habana intelectuales, artistas y políticos que tendieron puentes “de libertad”. Adicionalmente, la entrada de la Quinta República Francesa, casi en el justo momento del triunfo de la Revolución cubana, abrió senderos entre los galos a toda una serie de cambios constitucionales y civiles que convirtieron, sobre todo a París, en un hervidero de ideas nuevas. Y Cuba se puso de moda.



Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir conversa con el Che Guevara, La Habana (1960). Imagen: @arqueolog.


A la usanza de los círculos intelectuales del momento, en 1960 arribó a Cuba Jean-Paul Sartre. No obstante su obnubilación por la nueva revolución, que él calificó de humanismo, y su casi idilio con la figura del Che, terminó rompiendo definitivamente con el proceso político cubano años después, luego de una sumatoria de eventos que negarían el carácter progresista de la nueva autocracia encabezada por Fidel Castro. Junto a Sartre, otros intelectuales, tanto franceses como extranjeros radicados en París (capital intelectual de la vanguardia en aquel momento), comenzaron a apartarse de la ya no tan rozagante revolución de barbudos con melenas y collares. El punto final lo ubicó el caso Padilla, que confirmó lo que todos sabían: Cuba estaba cerrada ya a todo diálogo con la libertad. Ni siquiera los aires renovadores del Mayo francés pudieron ablandar los barrotes que enclaustraban a la sociedad civil de la Isla.

Pero, como los poderes necesitan legitimarse constantemente, Fidel siguió encontrando apoyo en muchos intelectuales, medios de comunicación y agrupaciones de la izquierda francesa. Tan es así que, en 1974, visitó Cuba una importante delegación encabezada por Francois Mitterrand y su esposa.



Fidel Castro, Mitterrand y Ramón Castro, Valle de Picadura (1974). Imagen: Granma.


Danielle, esposa de Mitterrand, cultivó estrecha amistad con Fidel Castro, lo que derivó en regresos constantes. Paradójicamente, su admiración por la llamada entonces “Isla de la Libertad” la hizo convertirse en embajadora de buena voluntad, presidiendo la Fundación Francia Libertades. La institución, encargada de “reforzar el auge y la intensificación de la lucha por las libertades individuales y colectivas en el mundo”, contradictoriamente percibió en Cuba y en su Revolución el alter ego de su propio ideal.


Una cuestión de intercambio de influencias desde el poder

Desde Cuba, con altas y bajas, las relaciones con intelectuales y organizaciones francesas, sobre todo de las autonombradas de izquierda, se han mantenido a lo largo de estos sesenta y seis años. De un lado, las instituciones oficiales francesas tratan de estrechar vínculos con sus homólogas cubanas en un afán de aumentar su influencia en la Isla y ganar en otros aspectos. El país, aún en su densa y profunda crisis sistémica, puede representarles una plaza que garantiza privilegios para diversos fines. Ello incluye, tanto la esfera cultural, como otras bien relevantes en el orden económico. Sin lugar a duda, la Alianza Francesa contribuye a desbrozar el sendero a estos empresarios de su patio. Tal es el caso de Pernod Ricard, quien opera en la fabricación del Ron Havana Club Internacional desde 1993. No solo se encarga de la comercialización de uno de los principales rubros de exportación cubanos, sujeto a querella legal por derechos sobre la propiedad, sino que permite la evasión del embargo estadounidense a través de la relación con Francia.  Obviamente, las conexiones económicas se han visto afectadas por el precedente del impago con el Club de París, que, aunque no agrupa únicamente a entidades francesas, ha tenido un peso relevante en cuanto a posibles nuevos mercados comerciales.

En tales circunstancias, múltiples son las estrategias direccionadas a mantener la imagen de “Isla de la Libertad” en Europa. A través de la Alianza Francesa, estos esfuerzos encuentran un puente sólido sobre el que el estamento político isleño avanza en el Viejo Continente, enmascarando política con cultura. En el empeño, organizan eventos desatinados como el que nos ocupa, esta vez en contubernio con la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, una empresa devenida negocio familiar que trafica con presupuestos conceptuales en boga como el ecologismo y la acción sociocultural, muchas veces sin bases científicas fundamentadas ni la observancia de un modelo de transparencia institucional.



Cartel promocional del evento (2025). Imagen: Facebook.


A este eventismo, carente de incidencia social constatable, han contribuido intelectuales como Nancy Morejón, quien ha tenido que vérselas varias veces, justo en la nación fundadora del credo ciudadano moderno, con activistas cubanos que claman por derechos civiles básicos para Cuba. Debido a ello, los organizadores del Mercado de la Poesía en París la retiraron como presidenta de honor del prestigioso cónclave, acto que equilibró, al menos por un momento, la balanza entre los ideales propugnados por la Constitución y la historia y cultura francesas respecto a las relaciones con artistas e intelectuales oficialistas al servicio de la decana de las autocracias latinoamericanas.

En aquel suceso, acaecido en junio de 2023, Jacobo Machover[2] señaló:

Otra de las cartas que la poetisa rubricó hace veinte años (…) fue la que justificó la detención y condena de 75 disidentes, varios de ellos escritores, durante la Primavera Negra de 2003. (…) además, el documento destinado a “los pueblos del mundo” validaba el fusilamiento de tres jóvenes que habían intentado escapar de Cuba secuestrando “la lanchita” del poblado de Regla.[3]

Es indudable el estrecho vínculo de la Alianza Francesa de Cuba con el comisariado cultural del patio, unidos en la pretensión de exportar una fachada de “normalidad” de la vida cultural del país. Cada evento o intercambio cultural pretende no solo lavar el rostro dictatorial del Gobierno cubano, sino mediar en transacciones de hondo trasfondo económico que intentan posicionar a Cuba como sitio de tranquilidad y disfrute para los europeos, a tono con la gigantesca inversión hotelera que tiene lugar en la Isla. Así lo demostró la visita a París del Dr. Eduardo Torres Cuevas, en abril de 2022. En ella se percibió claramente la búsqueda del vínculo con el gobierno e instituciones francesas para, a través de este sendero, abrirse camino desde Francia hacia Europa.[4]

C’est la fin

Ciertamente, la política, la gran política, nada tiene que ver probablemente con la honestidad y el decoro, aunque de los intelectuales se esperaría el compromiso con la realidad de su tiempo, la investigación profunda, el análisis consciente y la contribución social. Cabría volver a la paradoja de la mano de una frase de uno de los franceses que contribuyó a la iluminación antecesora de la Revolución. Decía Voltaire: “El optimismo es la locura de insistir en que todo está bien cuando somos miserables”.[5]



Françoise Hollande junto a Miguel Díaz-Canel y los historiadores Eusebio Leal y Eduardo Torres Cuevas inaugurando la nueva sede de la Alianza Francesa en La Habana Vieja (2015). Imagen: CUBADEBATE.





Notas:
[1] https://cu.ambafrance.org/La-Alianza-francesa-en-Cuba
[2] Jacobo Machover: escritor de origen cubano radicado en París desde 1963. Catedrático en Lengua, Literatura y Civilización Hispánicas en la Universidad de Aviñón, Francia. En su obra destacan varios títulos donde reconstruye la historia cultural de la nación cubana post 59. Ensayista y periodista en Diario 16 y Cambio 16.
[3] https://www.14ymedio.com/cuba.retiran-nancy-morejon-presidencia-paris_1_1094196.amp.html
[4] https://misiones.cubaminrex.cu/es/articulo/academico-cubano-califica-de-fructifera-visita-francia
[5] https://www.eldebate.com/cultura/20231121/diez-frases-voltaire-genio-chocaria-idea-amnistia_155030_amp.html





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