Cuba y el fin de su largo 2020

Eric Hobsbawm, uno de los historiadores más competentes de los últimos tiempos, habló en su obra Historia del siglo XX, 1914-1991, que existían tiempos históricos que no coincidían necesariamente con el espíritu de los ciclos cronológicos.

Eso lo llevó a extender una teoría sobre el largo “siglo XIX”, por ejemplo, y el “corto siglo XX”, marcados por eventos transformadores como las dos guerras mundiales y la Guerra Fría.

En su caso, enfatiza el impacto de estos en la redefinición de las estructuras políticas y sociales, defendiendo la funcionalidad de la interpretación histórica sobre la base de eventos significativos que marcan los inicios y finales de determinados periodos y procesos.

Este fin del 2024, como incluso se habla en redes sociales, parece marcar el fin de un tiempo histórico que pudiéramos llamar el “largo 2020”. Entendido, en gran medida, por la sensación de que finalmente dejamos atrás todo lo que representó el año pandémico para el mundo.

Sin embargo, realmente no podemos hablar solo de una sensación. Existen fácticamente sucesos que explican el por qué se entiende el pasado 31 de diciembre de 2024 como el momento culminante de un tiempo innombrable iniciado en el 2020, siendo un límite temporal no estricto que depende de un cambio histórico-social significativo y trascendente a lo que establece el calendario tradicionalmente utilizado para el tiempo cronológico.

En el caso cubano, que siempre nos ocupa, este sentimiento no se ha quedado atrás y tenemos a muchas personas, sobre todo a los más jóvenes, refiriéndose a este año con optimismo inusitado, como si realmente estuvieran en una despedida que llevan cuatro años sin realizar.

Aún sin fe o esperanzas, con una condición económica, social y política que traspasa lo preocupante, existe un clima de sensata finitud que nos acerca a lo que hablaba el filósofo Albert Camus sobre el absurdo de la existencia y la necesidad de enfrentarlo con la pasión de una experiencia reflexiva.


2020

Poco queda por hablar del año 2020. Cuando el 11 de marzo el Ministerio de Salud Pública anunció los primeros tres casos de Covid-19 en Cuba, se iniciaba un proceso de transformación total de la vida de la Isla.

La pandemia no solo fue un reto sanitario, sino un reto económico y la puerta de entrada a la crisis política y de legitimidad más fuerte vivida en los últimos tiempos.

Unos meses antes, en 2019, el presidente había anunciado una “coyuntura” compleja con respecto al abastecimiento de combustible en el país. El recrudecimiento de las situaciones derivadas de las exigencias del sistema sanitario para enfrentar el Covid comenzó a complejizarse hasta el punto en que las inmensas filas para el suministro de cualquier bien en Cuba fueron parte de la cotidianidad.

Con este 2024 finaliza un proceso de aceptación por haber perdido meses de vida encerrados en casa. Tras cuatro años de acelerarse el desmejoramiento psíquico de muchos cubanos, con gran presencia del estrés, la depresión y la ansiedad, en este momento puede decirse que en la mayoría de los casos se ha visto una mejora, debida, entre otras cosas, a la certeza de que ya el peligro no está presente. Y con peligro nos referimos al peligro primigenio causante del impacto.

Cuando se celebró el fin del año 2020, recordamos haber tenido la sensación de que no se cerraba un año, sino un proceso. Aquel 31 de diciembre era el impasse entre dos picos pandémicos y ya se sabía, por tanto, que la llegada del 2021 no se podría medir como una transición, sino como un fin de semana un poco más divertido que el anterior.

Cuando arribamos al 2021, no iniciábamos un año. Arrastrábamos exactamente la misma problemática, sin solucionar además, y, en cuanto a lo psíquico, nunca consideramos que llegamos con propiedad a otro año.

También se iniciaba, con la protesta frente al Ministerio de Cultura, el 27 de noviembre de 2020, una expresividad hacia lo público de las inconformidades en un sector de la población, con respecto a la labor del gobierno en varios aspectos de la vida. Sobre todo, en el sector cultural.


2021

El 27 de enero un grupo de jóvenes, en su mayoría los mismos de dos meses antes, se personaron una vez más frente al Ministerio de Cultura. En este caso, la respuesta ministerial fue de una violencia inusitada y la frustración, acumulada durante meses, derivó en lo acontecido el 11 de julio en todo el país.

Cuando inicia el 2021, lo hace bajo el halo de la Tarea Ordenamiento que el presidente de la República había anunciado en diciembre del 2020. Pese a todo el esfuerzo que se podría pensar pusieron sus redactores e impulsadores, pocos meses después el “Desordenamiento”, como empezaron a llamarlo los cubanos de a pie, era el principal causante de la crisis económica que se veía ya en lontananza.

Para muchos, ese año fue una extensión, sin ninguna señal que dijese lo contrario, del 2020. Las mismas condiciones de cuarentena, el desabastecimiento, la inconformidad y la sensación de no saber hacia dónde se iba, fueron experimentadas igual que en el año anterior.

Se tuvo un poco más de esperanza cuando el país confirmó que había desarrollado óptimamente Abdala en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnológica, la primera de cuatro vacunas contra el virus.

Como ya mencionamos, quedaba la sensación de que aún había una falta de compromiso con respecto al deterioro de la vida política en Cuba. El ambiente de insatisfacción provocado por los pésimos resultados de la Tarea Ordenamiento y la presión de un sector intelectual que demandaba mejoras, se unió al pico pandémico de principios de julio y los efectos del recrudecimiento de políticas hostiles por parte del gobierno de Estados Unidos.

Por ello, el 11 de julio de aquel año sucedieron las protestas antigubernamentales más grandes vividas durante la historia de la Revolución, parte de la herencia de los sucesos del 27 de noviembre y 27 de enero, irresolutos en aquel momento.

Tampoco fue definitivo para alcanzar mejoras el 11 de julio, ni el 15 de noviembre, cuando se dio el último gran momento de oposición pública al gobierno.

A partir de ese día, se tornó la situación no como un mal al que enfrentarse, sino como un problema del que huir.


2022

La estampida de más de 850 000 cubanos se inició cuando el gobierno cubano, tras negociaciones con el presidente de nicaragüense Daniel Ortega, anunció que ese país dejaría de requerir visado para ingresar en él.

Hasta ese momento, en la Isla se estaba gestando una compleja situación que resultaba incapaz de apreciarse en su totalidad. Varios aspectos de la vida aún se mantenían como en el año 2020. Algunos aún recordaban las sacudidas políticas del 2021 y otros se intentaban recuperar mentalmente de tantos sucesos en tan poco tiempo.

Mayo y agosto del 2022 fueron traumáticos meses, debido a la explosión del hotel Saratogay el incendio en los Supertanqueros de Matanzas, respectivamente. Recordaba entonces la gente de a pie la leyenda negra sobre “la maldición del presidente”, que se inició en el año 2018, tras la caída de un avión en Santiago de las Vegas.

Estos sucesos vinieron a reforzar la concepción de desgraciado que sobre él se había entronizado y muchos quedaron convencidos de que los problemas de Cuba pasan, indefectiblemente, porque tenemos un presidente maldito.

El 2022 se comportó como esa extensión del 2020 que trajo una sacudida heredada de julio de 2021. No había paz. Fue un año iracundo, rebelde e intenso; pero a la vez no hubo en él un momento para lucirse por sí mismo.

Fue el año de la desesperación y la descoordinación. Los grandes episodios de depresión, la sobreexposición a las redes sociales y la llegada a la mayoría de edad de a quienes la pandemia los había tomado en plena adolescencia, en 2020.

Hoy es un momento que se recuerda como algo más vivo: el inicio de la salida del letargo del 2021. Aunque aún carecía de personalidad y espíritu propios, vimos cómo entre la huida y la realidad, la existencia comenzaba a ser pensada.


2023

La lucidez se presenta casi totalmente cuando en este año el curso escolar vuelve a su regularidad. La desorientación, devenida en desbarajuste e inconsistencia, empezó a desaparecer para dar paso a la normalización de la vida post-Covid.

Nadie, en ese punto, hubiese creído cuatro años atrás lo difícil que resultaría para el mundo y, sobre todo, para Cuba, recuperarse de una pandemia de la que aún queda tiempo para oír hablar. El 2023 fue un año de elecciones en la Isla, en las cuales la nada sorprendente ratificación de Miguel Díaz-Canel como presidente del país puso en el punto de mira la necesidad de fortalecer lo que desde el gobierno se ha llamado “continuidad”.

Fue ese el año en el que, con los mismos listados del 2020, el gobierno intentó acabar con la poca oposición que aún les hacía frente a niveles que pudieran perder algún tipo de terreno.

A muchos de los prisioneros del 11 de julio solo se les podía recordar mediante las listas que varios medios independientes y cubanos en el exterior publicaban. Se implementaron nuevas formas de contentamiento popular y se intentó mostrar una cara de recuperación.

A estas medidas se reaccionó con poco entusiasmo, a lo que ayudó mucho el cansancio pandémico, que ya estaba mostrándose en pleno esplendor y fue notado por todos.

Se inició un tipo de relajamiento y aceptación de que, irremediablemente, Cuba sería un lugar donde los cambios vendrían en el momento que deseara el Partido Comunista y no la población civil activa. La apatía vino a colocarse en el corazón de miles de conciudadanos.

Cuando el 2023 llegó a su fin, habían salido del país aproximadamente más de 200 000 cubanos, representando un por ciento nada despreciable de la población nacional.

Eran estos los actores de una obra de teatro donde la realidad comenzaba a entenderse como el destino de una Isla que iba a la deriva. Irse o quedarse, apoyar o cuestionar, comer o no, seguía siendo una decisión de Patria o Muerte. O de Patria y Vida.


2024

El año que culmina es un cierre de la temporada iniciada en el 2020 y que deja un halo de tristeza y esperanza para aquellos que se encuentran en la Isla y quienes han buscado un futuro allende los mares.

Finalmente, se llega a un momento donde la crisis sanitaria ha sido superada de manera total, aunque dejó un legado de deterioro y escasez de medicamentos en todo el sistema de salud nacional.

La inflación galopante y la escasez de productos básicos representa el momento de mayor crisis holística en las últimas tres décadas. Pese a que del gobierno ha intentado implementar medidas para revertir el déficit fiscal y las Mipymes se han insertado en el imaginario de la cubanidad, la miseria es cada vez más visible.

Esto, aunque representa un deterioro a todos los niveles, llega al nuevo año con una naturalización preocupante, incluso entre los más pobres, llegando a ser el fin de una aceptación que nunca debió llegar.

Sin embargo, no hay duda que el lugar donde se ha dado el mejor cierre de este periodo ha sido en el ámbito psicológico. La presión de una fatiga acumulada ha resentido el área de la percepción de la realidad en los cubanos. El cansancio ha llegado a su nivel más profundo y, de manera nacional, se requiere de un descanso.

La sensación es tan apreciable que Hobsbawm pudiera determinar que se ha transitado por un proceso de duelo histórico, iniciado por la negación de su misma existencia, por la contingencia pandémica, y finalizado con la aceptación del trauma y una cierta legitimación del poder.


2025

Consideramos entonces que la consumación de aquello iniciado el fatídico 11 de marzo del 2020 tuvo su conclusión en la manifestación del 20 de diciembre, demostrando que, pese a las contradicciones internas, Cuba ha pasado por un terrible escenario de aceptación que representa un desinterés y, paradójicamente, una esperanza con el año/época que inicia. El 2025 representa la oportunidad de un nuevo inicio de 2021.

Cuba y los cubanos, amén de dónde se encuentren, han culminado un proceso de recrudecimiento y aceptación de la crisis multidimensional, el cual se había iniciado en el 2020.

Los errores en la implementación de reformas económicas, la insatisfacción popular, el recrudecimiento de las políticas desde Estados Unidos, la inflación y el déficit fiscal, se enriquecieron durante estos años con la insalubridad mental, representada por altos índices de suicidios y estrés en los más adultos, así como los escenarios de ansiedad y depresión en los más jóvenes.

Que cierre un periodo de manera real, no significa que lo haga de la mejor manera. De hecho, el 2025 se inicia como una oportunidad de reimpulso para revertir, primeramente, a nivel mental (elemento determinante para el inicio de cualquier otro proceso) y luego de manera material, la acumulación de tendencias negativas acumuladas durante décadas y reforzadas durante este ciclo que culmina.





Cuba no es una pelota de ping-pong, señor Biden

Por Jack DeVry Riordan

Una movida hueca, que sólo refuerza el trágico ciclo de las relaciones EUA-Cuba.