Supongo que, considerando la fecha reciente del 13 de marzo, debería escribir sobre el asalto al Palacio Presidencial en 1957. Rememorar la toma de Radio Reloj por José Antonio Echevarría, para anunciar (por desgracia prematuramente) la muerte del tirano Fulgencio Batista. O su propia caída, al costado de la Universidad de La Habana y muy cerca de mi casa, cuando “Manzanita” le disparó a una patrulla de la policía, de puro nervioso.
Pero, de nuevo, como tan a menudo ocurre en Cuba, resulta que una cosa es lo que uno tenía planificado y otra cosa lo que sucede. Así que nada de camión Fast Delivery… y que entienda el que entienda.
Porque desde Helsinki, Finlandia, uno de esos tantos cubanos dispersos por el mundo y que, para mi sorpresa, parecen seguir asiduamente esta columna. Y cuya identidad, además, mantendré oculta (paranoicos que somos, ¿no?), me propone que, ya que soy autor de ciencia-ficción, escriba uno de esos mockarticles o textos científicos medio en broma y medio en serio que tan bien le quedan a mi colega de la CF, Erick Mota.
En efecto, Erick Mota ha abordado, con incisivo verbo y desde su condición de Físico, temas clásicos del género que ambos escribimos. Como, por ejemplo, las claves de funcionamiento de los sables de luz jedis en la saga Star Wars(plasma contenido magnéticamente, no rayos láser… y ojalá me perdone el spoiler) o el camuflaje óptico que usan los temibles yaujas, los extraterrestres cazadores de otra saga, Predator.
Confieso que, aunque mi título es en Biología, no en Física, también he disfrutado mucho esos deliciosos divertimentossuyos. Palabra, por cierto, que en el Renacimiento designaba a un cierto tipo de composición musical, y cuya nueva acepción de texto “divertido, juguetón y sin pretensiones”, debemos al gran Eliseo Diego, en su libro homónimo de prosas.
Y perdonen la digresión: pero lo que importa es que he decidido recoger el guante metafórico que me arroja mi lector cubano finlandés. Y escribir sobre la relatividad del tiempo.
Pero, tranquilos: nada que ver con Albert Einstein ni Stephen Hawking, con la física cuántica ni la Teoría de las Cuerdas. No incluiré ni una sola de esas pretenciosas y enrevesadas fórmulas matemáticas que, al lego, amenazan con sacarle el cerebro por los oídos. Y, al conocedor, por lo general, no le aportan mucho.
Ni tampoco trataré de explicar ninguno de esos clásicos experimentos mentales que tanto les gustan a los físicos. Como el del minino de Schrödinger, vivo y muerto a la vez dentro de su cajita. Ni la paradoja de los gemelos, en la que el que se queda en La Tierra envejece mucho más rápido que el que viaja por el espacio a una velocidad cercana a la de la luz.
Aunque, tal vez, sobre esta sí volvamos, luego…
De lo que sí voy a hablar es de las diferentes velocidades a las que parece discurrir el tiempo, en la vida cotidiana. Sobre todo, en Cuba.
Por ejemplo: cuando éramos niños, ¡cuánto demoraba en pasar esa última semana de junio, cuando sabíamos que el viernes ya comenzarían las vacaciones de verano! Lunes, martes, miércoles y jueves se desgranaban, uno tras otro, a desgana, con la exasperante lentitud de la miel dejada a la intemperie en un país frío.
En cambio, cuando estábamos en Varadero, disfrutando de sol y playa, chapoteando en el agua salada con otros chamacos y ganándonos a pulso una insolación, ¡cómo volaban las jornadas y qué corta nos parecía esa semanita o quincena!
¿Captan ya la idea, entonces?
Esperando el día del cobro, las semanas pasan a la velocidad de una tortuga coja. Pero, cuando esperas la siguiente boleta de la electricidad, ¡qué raudas parecen transcurrir! Y cuánto se apresuran a cortártela, si te atrasas un solo día. Aún más ahora, que, con el último paquetazo, tener un aire acondicionado encendido más de 3 horas al día se ha vuelto casi un privilegio de reyes y nababs.
Los alemanes, famosos por su puntualidad, tienen un refrán: si no llegas temprano, llegas tarde. Y parece una perogrullada germana, pero si uno lo analiza, descubre que no lo es.
¿Aguardas a la chica de tus sueños, en una cita? Los minutos se arrastran con la parsimonia de un cobo. Sobre todo, considerando que, como buen caballero, habrás llegado un poco antes. Y ella, como buena dama, tendrá las mejores excusas para justificar su inevitable tardanza.
Lentos van los minutos, también, casi siempre, cuando esperas la guagua. Y sí, en Cuba todavía hay algunos que siguen confiando en los ómnibus del transporte público. Ya sea porque el sitio al que van queda demasiado lejos para llegar caminando; porque no tienen dinero para un almendrón ni una Gazella. O porque, sencillamente, son masoquistas y les encanta el calor y viajar apretados como sardinas.
Que hay de todo, en la viña del Señor. Incluso vino, aunque el nuestro sea amargo y de plátano, como dijo Martí, quien prefería beber ginebra, dicen. Pero no nos dispersemos…
En cambio, si eres un consumidor compulsivo de nicotina y, considerando que, si el P9 o la 222 se han demorado tanto, no van a llegar justo ahora, enciendes, ansioso de recibir tu dosis, el último cigarro que te queda, ¡y lo caros que se han puesto!
Puedes tener la casi completa seguridad de que la esquiva ruta doblará la esquina cuando apenas hayas dado un par de cachadas a tu valioso contenedor cilíndrico. Y tendrás que botarlo a medio fumar. ¡Maldito sea todo lo que se menea!
Un colega llama a eso la Ley de Conservación del Equilibrio de los Sucesos. Amigos que somos los escritores de ponerles nombres rimbombantes a los efectos más menudos, ya ven…
El tiempo, definitivamente, es relativo. Grosso modo, pudiera decirse que, para el que espera, va lento. Por el contrario, para el esperado, o el que debe llegar al sitio convenido, parece volar.
Cuando, en un baño público, con las tripas retorciéndosete como las toallas cuando las exprimía tu madre (antes de las lavadoras), esperas, sudoroso, a que se desocupe un cubículo, ¡con qué calma galopa el inexorable Cronos!
En cambio, en las atracciones que funcionan por monedas, como los caballitos que se mueven, o aquellas antiguas consolas de juegos (antes de las computadoras) y el tan llorado aerohockey que había en el viejo Coney Island de Miramar, ¡qué poco duraban esos tan esperados minutos de diversión, y qué caros salían!
A distintas edades, el tiempo también parece marchar a diferente velocidad. Sobre todo, se diría que cambia con el paso de los años. Lentísima era la espera, cuando niños, entre un 6 de julio y el siguiente, el día que a todos los fiñes cubanos nos tocaban los tres juguetes: básico, no básico y dirigido.
Lo mismo que para el lechón del 31 de diciembre, o el cumpleaños, con su cake, cajita con croquetas y ensalada y refrescos. ¡Ah, la universidad, empezar a trabajar, casarse, tener hijos! Esos ya parecían, todos, acontecimientos pertenecientes a un futuro tan lejano que, tal vez, como Peter Pan, nunca tendríamos que llegar a ellos.
En cambio, ahora, de adultos ¡qué despiadadamente se suceden las cifras, en el almanaque! Al galope: 20, 21, 22, 23 y ya 24, 25, 26, 27… Da la impresión de que uno acaba de atrasar los relojes (ganando una hora de sueño en el cambio, a modo de premio de consolación) para volver al horario normal, cuando ya otra vez hay que adelantarlos, y resignarse a perderla, de vuelta al arreglo de verano.
Con sólo ocho añitos, en aquel 1977, cuando el futuro pertenecía por entero al socialismo y toda Cuba se preparaba, llena de entusiasmo y fe en ese mañana luminoso, para ser sede del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, participé en un concurso de dibujo. Su tema era nada más y nada menos que “Cómo viviré en el año 2000”. Y obtuve uno de los premios, con un collage hecho a crayolas en el que, entre otros sueños, imaginaba un puente sobre el Atlántico, tendido entre La Habana y Moscú, y un cosmódromo 100% cubano, en Batabanó.
Ah, este siglo XXI nos parecía a todos tan lejano, maravilloso y promisorio. Entonces…
El tiempo vuela. Ya el 2000 quedó atrás, y hace bastante. Ya hemos vivido más de dos décadas de ese tercer milenio que, dicho sea como de paso, no comenzó el 1 de enero de dicho año, sino el primer día del 2001. Porque el 2000 fue el último año del siglo XX, no el primero del XXI. Saquen cuentas, si no lo creen.
Para muchos historiadores, el XX fue el siglo más corto de la historia. Empezó en 1917, con la Revolución de Octubre (que, en realidad, fue en noviembre, porque los rusos seguían usando el calendario gregoriano; otro ejemplo de relatividad temporal) y el sueño socialista. Y terminó entre 1989 y 1991, con la caída del muro de Berlín, del CAME, el Pacto de Varsovia, la Cortina de Hierro y la URSS. Y el relevo de Gorbachov, el ¿ingenuo?, ¿realista?, ¿traidor al alma rusa?, de Yeltsin el borracho.
Incluso hubo teóricos, como el hoy casi olvidado Fukuyama, que se apresuraron a declarar, con la caída de llamado socialismo real, el irreversible fin de la historia. Mientras que, para otros, los 90 no fueron más que un extraño, efímero interregno de mundo unipolar con hegemonía de Estados Unidos. Y el siglo XXI realmente lo inició Osama Bin Laden, destruyendo las Torres Gemelas en Nueva York y recordándole al imperio del dólar que su dominio mundial no era completo, porque el terrorismo tocaba a sus puertas.
Y ni siquiera faltan los que sostienen que fue la reciente Covid-19 el parteaguas, con su estocada mortal al paradigma del turismo. Es un naufragio que Cuba está sufriendo de modo particular, dado que nuestra economía, una vez que renunciamos a ser productores de azúcar de caña para resignarnos a importarla (¡otro de los grandes ¿aciertos? de nuestro preclaro gobierno!), se basa sobre todo en la “industria sin chimeneas.
Hay quienes declaran como hito cronológico crucial la invasión a la pobrecita Ucrania por el malvado y expansionista Putin, ya que la lucha contra ISIS en Siria no pasó de anécdota siniestra y fenómeno generador de refugiados. ¿Vivirán en el mismo tiempo, todos esos teóricos de la Historia? Es obvio que no…
A veces he pensado que, en este planeta, en rigor, coexisten tres tiempos:
- El pasado. Donde vegetan, con santa calma y ajenos a los trotes de la modernidad, cazando y practicando una agricultura de subsistencia, de tala y broza, sin teléfonos celulares ni Internet (o sea, como mismo lo hicieron sus antepasados), los miembros de esas tribus primitivas que aún subsisten en las selvas del Amazonas y África Ecuatorial y algunas islas del Índico y el Pacífico, extinguiéndose lentamente, a medida que las trasnacionales y los imperativos comerciales van devorando su entorno.
- El futuro. Estados Unidos, Canadá, Europa, Sudáfrica y el Asia desarrollada: Japón, Singapur, Corea del Sur, una parte de China y de la India. State of the art de la informática y otras tecnologías, Internet gratis de banda ancha, comida basura, moda, gimnasios, teléfonos celulares, redes 5G, taxis Uber, IA para generar textos y dibujos, compras por catálogo o por Amazon, Netflix, e-books, turismo una vez al año al Tercer Mundo… siempre endeudados, pero sintiéndose en la cresta de la ola del futuro.
- Y el presente. Latinoamérica entera, exceptuando quizás las megalópolis de México, Argentina y Brasil, más casi toda África y Asia, exceptuando los polos de desarrollo ante citados, donde vivimos, sin duda, algo mejor que nuestros antepasados, pero seguimos mirando con envidia al Primer Mundo, a cuyas ventajas de tecnología y conectividad no podemos acceder, por puro fatalismo geográfico (a no ser que emigremos), pero cuyos peores vicios, como la comida chatarra, la contaminación ambiental, y el estrés, sufrimos casi más que ellos mismos.
¡Vaya que, como tan bien dijo aquel famoso teólogo medieval (¿ah… era San Agustín o Santo Tomás de Aquino? ¿importa tanto, acaso?) parece que, además de relativo, el tiempo es algo bastante elusivo: cuando no me preguntan qué es, lo sé perfectamente; pero cuando me lo preguntan, entonces sí que no puedo definirlo.
En todo caso, como colofón, aquí va otro par de ejemplos finales:
Cuando un cubano (¡muchos, en realidad, y cada día más!) tiene puesto el parole y espera que el sorteo lo favorezca, ¡cómo se demora, el maldito azar, en darle la buena noticia! Y cómo piensa que, al igual que el gemelo que se quedó en la Tierra, su vida no avanza y sólo envejece, sin lograr nada nuevo ni digno de mención, mientras que la de los amigos que ya están en la nave espacial (es decir, en el país de los malos donde se hacen las cosas buenas), no sólo están viajando hacia el futuro y la aventura, sino que hasta parecen cada día más jóvenes.
En cambio, cuando, desesperado por la hiperinflación y estanflación, sin esperanzas de conseguir medicamentos para algún familiar enfermo, ni recursos para seguir comprando comida a precios de oro en las MiPYMES (¡y el arroz y el aceite que siguen sin llegar a la bodega este mes!), sin posibilidades de asumir un tercer empleo, ¡porque ya ni los dos trabajos que tiene le dan la cuenta!, a ese cubano que no ve la hora de dejar de serlo, se le funden los fusibles y decide tirarse por la calle del medio. O sea, salir a dar gritos y defecarse olímpica y públicamente en la progenitora y el resto del árbol genealógico del Comité Central del PCC y demás órganos directivos de esta nación. ¡Qué rápido llega la policía neutralizar al ingrato disidente, entonces!
Y lo hacen con una velocidad, de hecho, que ya quisieran tantos que han sufrido asaltos y tantas que han sido víctimas de violaciones en nuestras calles. Lo que vuelve inevitable recordar aquella canción de Frank Delgado que, astutamente y siguiendo la estrategia de jugar con la cadena, pero no tocar (¡ni siquiera mencionar!) al mono, aludía muy oblicuo, a cierto sabio consejo que nos recomendaba, cuando uno supiese que estaba a punto de sufrir alguno de esos hechos delictivos, gritar bien alto: ¡Carajo, Miguel!
Que no era eso lo que había que gritar. Y Miguel ya no está, tampoco. Pero todo el mundo entiende, ¿no?
En fin, sospecho que, sin mucho exprimirme las meninges, podría traer a colación otra docena de ejemplos de lo relativo que es el tiempo en Cuba. Pero resulta que ya he escrito unas cuantas cuartillas y que, además, tengo que irme a cocinar, aprovechando que, por ahora, tenemos (¡aleluya!) tanto electricidad como gas.
Porque, como nadie conoce lo que va a pasar mañana, mejor hacerlo todo hoy, ¿no?
VI Premio de Periodismo “Editorial Hypermedia”
Por Hypermedia
Convocamos el VI Premio de Periodismo “Editorial Hypermedia” en las siguientes categorías y formatos:
Categorías: Reportaje, Análisis, Investigación y Entrevista.
Formatos: Texto escrito, Vídeo y Audio.
Plazo: Desde el 1 de febrero de 2024 y hasta el 30 de abril de 2024.