Del 5 de agosto de 1994 al 11 de julio de 2021

En los últimos tiempos se ha estado especulando sobre la semejanza que muchos ven entre los hechos del 5 de agosto de 1994 y el 11 de julio de 2021 en Cuba. Es cierto que en ambos puedan encontrarse elementos comunes —la espontaneidad y la ausencia de un liderazgo identificable, como los más sobresalientes—; pero si son analizados con rigurosidad académica en cuanto a los componentes socioeconómicos e históricos que los rodean, se descubren particularidades que demuestran que son dos situaciones con características diferentes en su génesis y desarrollo.

El primer elemento para entender esas diferencias está en lo sorpresivo que fueron los sucesos del 5 de agosto, conocido también como El Maleconazo, en comparación con la situación del 11 de julio. Según un trabajo publicado por la primer teniente Yinet Infante Paifer en la revista Verde Olivo: “La investigación de estos sucesos (5 de agosto de 1994) no encontró elementos que demostraran una previa organización o planificación de las acciones”.[1]

Ciertamente, existían indicios de molestia e insatisfacción popular, pero estos no fueron interpretados de manera correcta por los agentes que debían hacerlo; tal vez, debido a que en treinta y cuatro años de Revolución nunca se había alterado la paz ciudadana y se consideraba imposible un estallido social.

No obstante, con los antecedentes de hechos acontecidos semanas anteriores: el 13 de julio, con el remolcador 13 de marzo[2] y los secuestros de las lanchas de Regla y Casablanca los días 26 de julio, 3 y 4 de agosto, se tenían evidencias inequívocas de que todo no marchaba realmente bien. La confianza ciega en la inmovilidad ciudadana provocó que el estallido habanero los sorprendiera en cuanto se desató, en todos los frentes.[3]

En el caso del 11 de julio, aunque tuvo el mismo nivel de espontaneidad, le precedían la protesta del 27 de noviembre de 2020[4] y el suceso del 27 de enero de 2021;[5] en este último, la poca asertividad del ministro de Cultura conllevó a una ruptura espiritual con muchos intelectuales cubanos, sobre todo los más jóvenes.

También existía la convocatoria, desde las redes sociales, de salir a las calles y realizar demandas al Gobierno, como había hecho en diciembre de 2020 el joven Luis Robles; quien, aun sin tener ningún cartel con consignas antigubernamentales, fue detenido por fuerzas policiales para posteriormente ser juzgado y condenado. El ambiente que se vivía en las redes sociales daba muestras inequívocas de un enfrentamiento, al que los oficiales de la Contrainteligencia no le mostraron el debido interés, sobre todo entre cuentas de Twitter y Facebook, que generarían en un momento determinado, evidentemente, una explosión social.

Es en estos espacios donde, a través de la etiqueta #SOSCuba,[6] se había estado creando la situación que derivó en las protestas masivas del día 11. Si bien es real que no se sabía la fecha exacta de la posible insubordinación ciudadana, sí existían todos los elementos para prever que algo así podría suceder en un muy corto plazo.[7]

Si entendemos las causas, ese hecho que marca el inicio del conflicto y que históricamente se toma como la situación a partir de la cual se analiza el proceso; en ambas fechas difieren muchísimo. Tenemos, en el caso del 5 de agosto, que la situación en Cuba es caótica. La contracción de la economía a un 36% en el período 1990-1993 provoca en el pueblo una situación de desespero total en cuanto a alimentación, transporte y fluido eléctrico.[8] El Período Especial,[9] propiamente establecido, cumplía cuatro años y “el efecto económico de la desaparición de la Unión Soviética y el campo socialista europeo sobre nuestro país (era) devastador”.[10]

Es justo esa situación “devastadora” y no el interés del imperialismo de derrumbar la Revolución a toda costa”,[11] lo que hace que los habaneros salgan a las calles el 5 de agosto de 1994; aunque se alegue una y otra vez que un grupo de naves que deberían llegar cerca de las costas cubanas a recoger a un grupo de ciudadanos y llevárselos a Estados Unidos nunca lo hizo.

En el caso del 11 de julio, los antecedentes van en otro sentido: el alto nivel de escasez debido a la crisis inflacionaria que provocó el inicio de la Tarea Ordenamiento Monetario el 1 de enero de 2021 y la brecha social creada a partir de las tiendas en MLC (Moneda Libremente Convertible) —medidas económicas rechazadas y criticadas por el pueblo por su carácter seudoneoliberal y excluyente—; la situación epidemiológica derivada de un rebrote incontrolable de Covid-19, siendo la provincia de Matanzas el territorio más afectado y la ausencia de medicamentos y oxígeno, que hizo que se viralizara la etiqueta #SOSMatanzas; pero sobre todo la gran campaña popular que se iba gestando en las redes sociales desde semanas anteriores.

Si bien el canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla afirmó que “el 11 de julio hubo disturbios, desórdenes en una escala muy limitada”,[12] a partir de los testimonios de los participantes y las imágenes de las protestas se contempla la participación de entre 15 y 20 000 cubanos en todo el país.

Otro factor que distinguió ambos momentos fue la evolución y posterior resolución de los conflictos. Si bien el 5 de agosto se dio una situación compleja en la zona de la Avenida del Puerto con la rotura de vidrieras de unas 29 instalaciones, principalmente 9 tiendas de venta en divisa y dos hoteles de la zona (el Deauville y el Sevilla), y la salida de unas 3 000 personas en los municipios de Centro Habana y Habana Vieja,[13] las protestas tenían un matiz concentrado en el deseo de huida de la Isla, diferente por completo al carácter de protesta política que tuvo el 11 de julio.

En 2021 apreciamos, primeramente, una explosión de reclamos que abarca casi todo el territorio nacional, con el primer incidente en el municipio artemiseño de San Antonio de los Baños, seguido luego por otras regiones del país, cuya principal exigencia era “libertad”. Los análisis desde el Gobierno han querido explicar este acontecimiento a partir de dos ideas.

La primera, intenta responsabilizar a la administración estadounidense de las protestas, para luego poder practicar una intervención militar, disfrazada de intervención humanitaria.[14] Si se revisa la información que brinda el periódico Granma, encontraremos opiniones del tipo: “EE.UU. se ha aprovechado de manera oportunista de la pandemia para la agresión,[15] ya que “utiliza nueve millones de dólares para la subversión”.[16]

Más allá de la realidad que significa el deseo manifiesto de un grupo de estadounidenses y cubanos residentes en ese país de acabar con el proyecto iniciado en 1959, así como la entrega de fondos federales para determinados programas, la posición oficial del gobierno de Estados Unidos ante el pedido de intervención militar por parte de un grupo de cubanos —leído por Bob Menéndez, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, el día 13 de julio, ante un grupo de reporteros— fue lacónica: “No vamos a tener una intervención militar en Cuba. No lo ha hecho ninguna administración, ni republicana ni los más anticomunistas. Nadie ha considerado eso”.

La materialización de una invasión del Ejército norteño, lo que desde el oficialismo ha sido una preocupación constante, incluso antes de Playa Girón, fue convertida en un mito. Los Estados Unidos nunca invadirían Cuba.

La otra explicación está enfocada en vulgarizar a los manifestantes y habla de su composición social. Las categorías más sobresalientes son “confundidos” y “marginales”. “Confundidos” los llamó el Presidente en la intervención especial que dio el propio día 11, a las 4:00 p.m., en televisión nacional, refiriéndose específicamente a las personas que salieron a las calles de San Antonio de los Baños: “¿Quiénes componían ese grupo? Lo componían personas de pueblo, que tienen necesidades, que están viviendo parte de estas carencias; lo componían personas revolucionarias confundidas o que no tiene todos los argumentos”.

En el otro extremo estaban los “elementos contrarrevolucionarios”, los quemanipularon los ánimos populares” y provocaron “disturbios”. Estos eran “grupos organizados de elementos antisociales y delincuentiles”, según la nota que el periódico Granma publicó el día 14 de julio, sobre lo sucedido el día 12 en el Consejo Güinera con la única muerte oficialmente confirmada de estos sucesos, la del ciudadano Diubis Laurencio Tejeda.

En estos análisis, el Gobierno es incapaz de entender los problemas generados por su propia ineficiencia, la corrupción, el voluntarismo y el burocratismo; autocomplaciéndose en depositar la responsabilidad de los hechos sucedidos en el factor externo o en la manipulación de un grupo por otro.

Es en ese aspecto donde radica, tal vez, la única semejanza del 5 de agosto con el 11 de julio. En 1994, Fidel Castro también responsabilizó a Estados Unidos de “crear una situación, crear el máximo de descontento dentro de nuestro país, dividir a la población, crear las condiciones más difíciles posibles y conducir a nuestro país a un conflicto, a un baño de sangre”.[17] Aunque investigaciones posteriores han afirmado que el Maleconazosorprendió a todos por igual, sin poderse probar la participación o la incitación por elementos exteriores.

En ambos hechos se pude establecer también cierto paralelismo en cuanto a la violencia, tanto la civil como la policial. Si bien el saldo de los sucesos del 5 de agosto fueron ínfimos, comparados con las escenas que se vieron el 11 de julio, sobre todo las tomadas en la intersección de las calzadas de 10 de Octubre y Luyanó, la céntrica esquina de Toyo —que devinieron icónicas de ese día—, al igual que en 1994, el centro de los hechos vandálicos estuvo en las tiendas de venta en divisas, en este caso las de MLC, donde se concentran los pocos alimentos que aún pueden verse en el país. También fueron foco de la violencia por parte de los manifestantes varios carros patrulleros e instituciones gubernamentales.

Por otro lado, las fuerzas policiales y las Brigadas de Tropas Especiales —conocidas como Boinas Negras—, apoyadas por las Brigadas de Respuesta Rápida, fueron responsables de golpizas y detenciones arbitrarias. El 5 de agosto, testimonia el teniente coronel Fernando Ruiquene Arévalo: “fue algo desagradable[18] cuando se lee sobre la labor del Contingente Blas Roca Calderío” y las misiones que tenía la policía y las FAR.

Es famosa la frase de Fidel Castro de ir a recibir su ración de piedras cuando se persona en el lugar, debido a que “las piedras llovían”.[19] Sin embargo, el saldo de víctimas resultó bajo en comparación a lo sucedido en 2021.

El 11 de julio, aunque sorprendidos en un primer momento, el Ministerio del Interior (MININT) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en un trabajo conjunto, utilizaron toda su maquinaria para reprimir las manifestaciones. Las escenas se hicieron virales en todas las redes sociales, como evidencia de una brutalidad policial realmente nunca vista en Cuba.

El Canciller cubano, en conferencia de prensa días después, refiere, ante la pregunta de si se habían violentado los derechos de los cubanos durante el control de las protestas, que había visto “escenas peores en Europa de violencia policial, en condiciones realmente distintas.[20]

Una vez más, desde la oficialidad, se elude el problema real: la brutalidad de los uniformados, escudándose en situaciones exteriores y realizando comparaciones absurdas, además de insistir en la responsabilidad fuera de la nación; pues es en esa misma conferencia donde el jefe de la diplomacia cubana acusa al Gobierno de Estados Unidos de “estar implicado directamente y de tener grave responsabilidad en los incidentes del día 11 de julio”.[21]

El saldo posterior entre detenidos y desaparecidos aún no está del todo claro. El centro de asesoría Cubalex, el 11 de agosto, aseguraba que al menos 805 personas fueron detenidas durante o después de las protestas; de las cuales habrían sido liberadas 245, 516 permanecerían en prisión y 40 en paradero desconocido. La Fundación para la Democracia Panamericana manejó cifras similares. Dos meses después, el mismo centro de asesoría aseguraba haber confirmado 949 detenidos durante las protestas, de los cuales 437 continuaban en prisión.

En otro sentido, el Gobierno, a través de un artículo publicado en Granma el 5 de agosto, aseguraba haber juzgado 62 personas relacionadas con los “disturbios recientes”, según palabras de Joselín Sánchez Hidalgo, magistrado del Tribunal Supremo Popular. La mayoría de los casos, 53 de ellos, fueron procesados por desorden público, agravado por otros delitos como resistencia, desacato, instigación a delinquir y daño.

La resonancia de estos juicios, donde se pidieron penas de hasta 25 años a jóvenes de 20, contrasta con la actitud del Gobierno en 1994 en cuanto a cantidad de detenidos y años de prisión. En referencia a esto no encontramos mucha información disponible. Solo el diario ABC refiere que ese día fueron detenidas alrededor de 200 personas, aunque otros espacios contabilizan solo la mitad. A estos, no obstante y pese a que no se tienen datos concretos —solo que en la concentración del día 6 Fidel Castro les pedía a los fiscales hasta 60 años de prisión para los manifestantes—, la justicia no debe haberle aplicado de manera sumaria las sentencias como sí sucedió el 11J.

Los testimonios sobre las detenciones y los juicios en sí han estado permeados por la ambivalencia. Si bien en el artículo de Granma[22] se señala “que las quejas por excesos cometidos por los agentes del orden no han sido representativas dentro de las reclamaciones”[23] y que “en los procesos judiciales tramitados hasta ahora se han mantenido una observancia estricta de cada una de las garantías”;[24] las redes sociales, así como los testimonios de los detenidos en la manifestación, relatan una historia diferente, donde son específicamente el exceso de la fuerza policial para aplicar la detención y los juicios sumarios las claves de la crítica.

Un análisis comparativo no podría concluir sin dejar de incluir dos elementos que hacen objetivamente diferente el 5 de agosto de 1994 del 11 de julio de 2021.

El primero es el papel de Fidel Castro frente al hecho en particular y su indiscutible posición de líder de la Revolución, en general. En el momento en que sucede el Maleconazo, Fidel se dirige de manera inmediata al lugar a cuenta y riesgo de lo que pudiera sucederle, confiado, a su vez, en su condición de líder carismático y populista, que le agenciaría una victoria moral en toda regla.

El 5 de agosto, cuando se acerca a la zona donde se estaban produciendo los sucesos, es unánime el relato de que se paralizó la ciudadanía y aquellos que gritaban “Cuba sí, Castro no”, pasaron a gritar “Viva Fidel”. La expresión que utilizó a su llegada: “¡Vengo a recibir mi ración de piedras!”, provocó primero el silencio y luego un contundente apoyo popular expresado en vivas a su nombre y al proceso revolucionario.

El papel que jugó el presidente Miguel Díaz-Canel fue totalmente diferente. Su liderazgo es inexistente; debido, tal vez, al halo de desgracia que lo ha rodeado desde el inicio de su presidencia[25] —aunque las problemáticas de la Cuba de hoy se deban, objetivamente, a más de cincuenta años de mala praxisen el diseño económico nacional.

La máxima representación de irrespeto es que a todos los niveles es conocido por uno de los sustantivos más ofensivos y vulgares de todo el vocabulario cubano. Esto, producto de la distancia temporal entre la gesta de 1959 y la actualidad, sin dudas mella la autoridad del Presidente y su poder de genuino control ante el país; algo que Fidel tenía garantizado desde el mismo comienzo del proceso. Es Canel, incluso, el sucesor de Raúl Castro, lo que lo aleja aún más del enigma fidelista. En su caso, el cambio generacional le fue demasiado problemático.

Es por esta razón que, pese a su presencia en San Antonio de los Baños —controlado ya el disturbio—, su arenga apologética hacia la defensa de la Revolución no la hace en las calles —como Fidel en 1994—, sino en una tristemente célebre comparecencia en televisión nacional.[26]

En segundo lugar, está el desaliento de una sociedad cada vez más empobrecida. En agosto de 1994, más allá de la miseria que generaba el Período Especial, la experimentación y la esperanza en la recuperación permiten que los sucesos no se extendieran en el espacio y el tiempo. La escasez de alimentos y los cortes eléctricos, mayores preocupaciones durante esos años, al no tener precedentes, no generaron el miedo y la incertidumbre que provocaron en 2021. El mayor miedo de la sociedad cubana era, en la tercera década del siglo XXI, volver a la oscuridad de un período aparentemente superado.

Cuando a principios de julio, a más de seis meses del despegue de la Tarea Ordenamiento, la población comenzó a notar niveles de desabastecimiento nunca vistos, acompañado de un proceso inflacionario sin precedentes, se gestó un clima de insatisfacción, sobre todo en los jóvenes, muy preocupante.

A esto habría que sumarle el cansancio pandémico, producto de más de un año de cuarentena intermitente que no había resuelto los problemas en cuanto a las infecciones y los muertos que, específicamente ese julio, se contaban por cientos diarios.

Es esta tensa situación la que va provocando, en jóvenes sobre todo, una aversión al proceso revolucionario en sí del que, además, no podían desentenderse del todo por la prohibición de los vuelos internacionales.

Las redes sociales —importantísimo elemento a tener en cuenta y punto de partida de cualquier análisis tanto comparativo, como particular sobre estos hechos— se mostraron como plataforma ideal para realizar esta descompresión, sobre todo Twitter y Facebook— y en menor medida, WhatsApp.

El suceso del 27N, que dejó un remanente en la conciencia del cual el Gobierno no se había recuperado del todo, había sido menos impactante en el pueblo por su carácter artístico-intelectual y hasta cierto punto excluyente.

Esta acción, a la que el Presidente llamó “farsa de San Isidro” en su cuenta de Twitter en aquella fecha, fue, no obstante, una antesala de lo que podría suceder en Cuba en los próximos meses. Luego, el 27 de enero (27E), en el enfrentamiento que se da a las puertas del MINCULT, se evidencia una fractura que, desgraciadamente no se recuperará jamás.

En aquel momento, un vez más, culparon al Gobierno de Estados Unidos de ser los creadores de “una nueva provocación política”.[27]

Los resultados posteriores, en ambos casos, y para mantener el hilo del análisis, vuelven a ser diferentes. El 5 de agosto provocó un pequeño movimiento de mítines y actos de reafirmación revolucionaria días después.

Concretamente, los días 6 y 13, como particular homenaje al cumpleaños de Fidel Castro, cuando un grupo de artistas corean vivas al Comandante. Por otra parte, se dio una sola transformación de índole económica: la aprobación del nuevo sistema tributario, en el propio agosto de 1994, que no fue producto de las protestas.

Sin embargo, en el caso del 11 de julio, al día siguiente se realiza una comparecencia especial, dirigida por Díaz-Canel, acompañado por integrantes del Partido y del Gobierno, con el propósito de “esclarecer un grupo de matrices que, en la últimas horas, se han tratado de imponer para desacreditar la manera en que Cuba enfrenta la pandemia y para generar incidentes provocadores”.[28]

A partir de lo allí explicado, se comienza un proceso de intercambio y debate en el seno del PCC, así como la creación de una comisión para trabajar en unas 62 comunidades urbanas consideradas vulnerables.

El Gobierno comienza entonces un proceso de búsqueda y rastreo de inconformidades en la población. Sin embargo, la negativa a ver en su propia gestión la ineficiencia y las causas de esa propia marginalidad ha provocado, a partir del voluntarismo y no del análisis de los datos recolectados, un trabajo incompleto y cuestionable. La distancia, esa brecha insalvable entre los burócratas y gran parte del pueblo llano, es la que provocó el estallido de 1994 y de 2021. Con sus diferencias, eso sí.

Ciertamente estamos ante escenarios diferentes y complejos. El 5 de agosto fue una acción de catarsis momentánea provocada por una situación concreta: la miseria generada por cuatro años de Período Especial. Concentrada en un espacio muy delimitado de La Habana, fue una protesta dirigida por el desespero producto de la escasez y el desabastecimiento, aunque en algunos momentos se gritaron consignas antigubernamentales.

En los días y meses posteriores no se realizó ningún cambio en la conducción política de la nación ni generó una organización en la oposición existente. Más que otra cosa, provocó el famoso y tristemente célebre éxodo de los balseros; cuando miles de cubanos decidieron marcharse de la Isla en balsas rústicas y atravesar el estrecho de la Florida, de las cuales aún se desconoce el número de las zozobradas.[29]

En cambio, el 11 de julio fue una protesta de carácter nacional, movida por el deseo genuino de una parte de la población a que se realicen cambios políticos que deriven en una mejora de la situación general del país.

Las exigencias de los manifestantes, las actitudes y los lugares donde se realizaron los hechos vandálicos apuntan a que la mayor insatisfacción del pueblo está en la gestión presidencial de Díaz-Canel, caracterizada por el encarecimiento de la vida, la fractura social producida por las tiendas en MLC y la poca trasparencia en cómo se va a recuperar el país de la crisis económica más violenta de los últimos veinte años.

Las justificaciones basadas en el bloqueo estadounidense ya no calan en el pueblo como en 1994 y se exige mayor claridad en el manejo de los recursos. La imposibilidad de salidas masivas por aire y mar[30] provocó el surgimiento de grupos de oposición de todos los espectros del abanico político, los cuales pidieron reformas y cambios reales en la gestión gubernamental.[31]

La distancia de veintisiete años entre un suceso y otro provoca, obviamente, una diferencia en las maneras de actuar en una nación. Y, si bien el gobierno cubano sigue siendo intransigente en cuanto a la disidencia y el manejo general de la oposición, el pueblo ha ido logrando niveles de organización y de conocimiento político para hacerse activo participante de la vida nacional.





Notas:
[1] Yinet Infante Paifer: “Los sucesos del 5 de agosto de 1994”, en Verde Olivo.
[2] En la madrugada del 13 de julio de 1994, se produce el hundimiento del remolcador 13 de marzo (con 72 personas a bordo), a 7 millas de la bahía de La Habana. El saldo de esta acción fueron 41 muertos, incluidos 10 menores de edad. Según testimonios de los sobrevivientes (31 personas), la tripulación de los también remolcadores Polargo 2 y Polargo 5 embistieron intencionalmente al 13 de marzo. Hasta la fecha, el gobierno cubano asegura que el hecho fue un accidente y no ha juzgado ni condenado a ninguno de los participantes.
[3] En un artículo publicado por Iroel Sánchez en el periódico Granma, el 5 de agosto de 2021, dice con respecto a esto: “En la mañana del 5 de agosto de 1994, en la sede del Comité de la UJC en la provincia discutíamos apasionadamente si debíamos o no pasar de la denuncia a la movilización, cuando la realidad impuso su ritmo y decidimos dirigirnos hacia el Comité Nacional”.
[4] Protesta de un grupo de personas en las afueras del Ministerio de Cultura, con motivo de los arrestos del día anterior a miembros del Movimiento San Isidro y la interrupción de una huelga de hambre colectiva organizada por el grupo.
[5] Acción desencadenada por la presencia de un grupo de jóvenes frente al Ministerio de Cultura cuando esperaban audiencia con el Ministro.
[6] La etiqueta se hace viral a partir de un tuit de la ex actriz de la industria para adultos Mia Khalifa, a quien luego siguen decenas de personalidades del mundo del entretenimiento.
[7] La periodista Carla Gloria Colomé Santiago escribió un excelente artículo sobre la génesis de las protestas: “11 de julio en San Antonio: lo que se ve/lo que no se ve”, publicado por la revista el Estornudo el 22 de julio de 2021 y que, debido a su nivel de información, le valió el I Premio de Periodismo Joven Cátedra Vargas Llosa.
[8] Según el dato que brinda la redacción del IPS Cuba, el 11 de enero de 1995: “Durante los primeros meses de 1994, la economía siguió el deterioro que marcó su paso desde 1989, y que tuvo en 1993 su primer año. Expresado en millones de pesos, el Producto Interno Bruto pasó de 19 335 en 1989 a 10 000 millones en 1993”.
[9] Anunciado oficialmente por Fidel Castro en 1991, no existe unanimidad en la fecha de su culminación, que muchos marcan alrededor del año 2004 con la creación del ALBA; aunque otros insisten en su continuidad en la actualidad.
[10] José C. Cantón Navarro y Arnaldo Silva León: Historia de Cuba 1959-1991. Liberación nacional y socialismo, Editorial Pueblo y Edición, La Habana, 2015, p. 210.
[11] Comparecencia del presidente Fidel Castro en la Televisión Cubana y las ondas internacionales de Radio Habana Cuba, 5 de agosto de 1994.
[12] En periódico Granma, 14 de julio de 2021, p. 5.
[13] En varios de los documentos consultados para esta investigación no hay consenso en la cantidad total de personas que salieron a las calles el 5 de agosto de 1994, aunque se calcula que la cifra oscila entre 3 000 y 3 500. El propio Fidel Castro, en la comparecencia que realizara ese día, le comenta a la periodista Rosalía Arnáez sobre la muerte de un combatiente, que inferimos haya sido el suboficial Gabriel Lamoth Caballero, policía asesinado en el intento de secuestro de la lancha Baraguá el día 4.
[14] En la edición del Granma del día 13 de julio, el periodista Julio César Sánchez Guerra publica el artículo “¿SOS Cuba?”, donde, entre otras cosas, se preguntaba: “En medio de una pandemia que nos desgarra la vida ¿cuál es tu mensaje de salvación? ¿Crear el escenario del caos para que la ayuda humanitaria se convierta en invasión en nombre de la libertad?”.
[15] Granma, 14 de julio, ed. cit., p. 5.
[16] Granma, 12 de julio de 2021, p. 5.
[17] Comparecencia del presidente Fidel Castro en la Televisión Cubana y las ondas internacionales de Radio Habana Cuba. 5 de agosto de 1994.
[18] Yinet Infante Paifer: ob. cit.
[19] Iroel Sánchez: “Del 5 de agosto de 1994 a hoy: Fidel Castro y la política como contragolpe”, en Granma, 5 de agosto de 2021, p. 8.
[20] Granma, 14 de julio, ed. cit., p. 5.
[21] Granma, 14 de julio ed. cit., p. 4.
[22] Granma, 5 de agosto de 2021, p. 3.
[23] Ídem.
[24] Ídem.
[25] A menos de un mes de iniciada su gestión presidencial sucede el catastrófico accidente de Cubana de Aviación el 18 de mayo de 2018, a lo que se le ha ido añadiendo el tornado del 27 de enero de 2019, la llamada Coyuntura de septiembre de ese mismo año, el recrudecimiento de la política estadounidense hacia Cuba, el agravamiento de la crisis económica, la pandemia de Covid-19 y, ya en 2022, la explosión del Hotel Saratoga, el incendio de los supertanqueros en Matanzas y el paso del huracán Ian, en mayo, agosto y septiembre, respectivamente.
[26] El tema central de esta alocución especial era explicar los sucesos de San Antonio de los Baños y en esa intervención hace su llamado a que los cubanos defiendan el proceso con la criticada frase: “La orden de combate está dada. ¡A la calle los revolucionarios!”.
[27] Granma, 30 de noviembre de 2020, p. 1.
[28] Granma, 13 de julio de 2021, p. 2.
[29] Según un artículo de la periodista Camila Acosta, publicado en el diario ABC el 17 de mayo de 2021, en los últimos treinta y seis años han muerto unos 27 000 cubanos en el mar.
[30] A finales del propio año 2021 el gobierno cubano logró un acuerdo con la República de Nicaragua y, tras el retiro del visado para entrada al país centroamericano, se calcula hasta la fecha la salida de casi 300 000 personas de Cuba. No obstante, la idea de esos cubanos no era permanecer en Nicaragua, sino seguir una ruta de miles de kilómetros para cruzar el río Bravo y entrar a Estados Unidos.
[31] De todos ellos, tal vez el más reconocido fue el grupo Archipiélago, dirigido por el dramaturgo Yunior García Aguilera, quien, tras una petición formal a varias intendencias del país, llamó a una manifestación pacífica el 15 de noviembre de 2021. 





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¿Qué no es el 11J? ¿Por qué debe haber alguien y no hay nadie?

Juliana Rabelo

El estallido es la única manera de civilidad que nos ha quedado, la única prueba de que organización e ideología no pueden más que hambre y desesperación.