Rolando dobla la esquina de la avenida Diez de Octubre hacia Acosta, pasa el dorso de su mano sobre la frente sudada y, antes de seguir su camino hasta el Mónaco, se recuesta en un poste eléctrico al borde la calle.
Son cerca de las 11:00 p.m. y aún le queda casi un kilómetro de trecho. Los pocos carros que le pasan por delante lo hacen a una velocidad vertiginosa y es entonces cuando, por quinta vez en lo que va de día, Rolando piensa en abalanzarse sobre uno de ellos y, definitivamente, “descansar”.
Divorciado, con un hijo que ha emigrado hace poco a Uruguay y con una mísera pensión, el excontable de una empresa nacional quebrada hace más de dos décadas ya no le haya sentido a la vida en un país que a cada segundo se vuelve más complejo.
*
Albert Camus, en su ensayo El mito de Sísifo, comienza con una de las frases más contundentes de la historia del pensamiento: “No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía”.
Siempre ha sido, podemos decir, cuestión medular, el saber cómo responder ante la inevitable pregunta de por qué vivir. Sin embargo, el tema de la permanencia en la existencia es prácticamente tabú en la cotidianidad de nuestro país.
En Cuba, a excepción de suicidios notables como el relativamente reciente protagonizado por Fidel Castro Díaz-Balart en febrero de 2018, es difícil leer o escuchar sobre un suceso que anualmente decenas de connacionales elige para sí.
Según el Anuario Estadístico de Salud de Cuba los suicidios en el país ascendieron de 1435 en 2022 y a 1671 en 2023, con 1390 hombres y 281 mujeres fallecidos.
En el año 2021, un artículo del periódico Granma declaró al suicidio como la décima causa de muerte en Cuba, en el cuadro de la mortalidad general, y como la tercera causa en el grupo de 10 a 19 años de edad.
Esto sitúa a la mayor de las Antillas en un escenario poco favorable, siendo el séptimo país de América Latina, con una tasa de 14,11 por cada 100.000 habitantes; por encima del 9,49 que es la media a nivel mundial.
La cifra más alta en la historia de la Revolución, según números ofrecidos por el proyecto Alas Tensas, se dio en el año 1993, cuando 2374 cubanos se autoinfligieron la muerte.
Llama la atención como, en el caso particular de los jóvenes, el suicidio se ha incrementado en los últimos tiempos, convirtiéndose en la tercera causa de muerte entre los 15 y 18 años. Los datos recogen que la cifra aumentó de 18 en 2022 a 28 en 2023. A su vez, entre los adolescentes de 10 a 19 años, los fallecimientos por esta causa tuvieron un incremento más leve, de 31 a 34; aunque se mantiene como la cuarta causa de muerte en ese grupo.
Entender las causas del suicidio es demasiado complejo, sobre todo porque no está asociado directamente a ninguna condición de vida específica, por lo que pueden realizarlos personas aparentemente felices y en condiciones óptimas de salud física. Corea del Sur y Dinamarca tengan tasas más elevadas en comparación con países o regiones donde las condiciones de vida resultan más complejas, como Haití o el África subsahariana.
En el caso cubano, las conductas suicidas parten, sobre todo, de trastornos mentales, la depresión y la esquizofrenia. Igualmente, está el consumo de alcohol y drogas, la presencia de enfermedades crónicas y la situación creada por factores que históricamente han sido determinantes, como la pobreza, la emigración y el estigma.
Según la OPS, hay en el país cuatro provincias de muy alto riesgo: Las Tunas, Holguín, Villa Clara y Sancti Spíritus; a las cuales siguen Mayabeque, Artemisa, Matanzas y Camagüey, con un riesgo que igual se cataloga alto.
La presencia del virus de la Covid-19 en la Isla y las problemáticas asociadas a la cuarentena, la Tarea Ordenamiento, la inflación y el encarecimiento de la vida han provocado una nueva forma de trastornos del tipo depresivo que sufre, según datos, el 5,5% de la población del país: traducido en números, unos 605.879 cubanos. Otros 675.037 sufren ansiedad, lo que representa el 6,1% de la población.
Bastan estas estadísticas como punto de partida, para entender entonces el alza del suicidio en Cubadesde hace unos cinco años. Si bien sería ingenuo responsabilizar exclusivamente a estos padecimientos, no caeríamos en un error si los consideramos que son causas fundamentales para tomar la decisión de terminar con la vida.
Otro espacio donde esta conducta resulta bastante recurrente es el Servicio Militar Obligatorio (SMO), al que arriban los hombres cubanos a la edad de 18 años y, en dependencia de si adquirieron una carrera universitaria o no, permanecen entre 12 y 24 meses.
Sin cifras oficiales, en varias unidades donde se realiza el SMO no son pocos los relatos de jóvenes que, sobre todo producto del acoso o la violencia de sus superiores, optan por quitarse la vida.
Las prisiones son otro lugar donde los reclusos, por razones asociadas al extremismo de las medidas de seguridad, chantajes o las pésimas condiciones de vida, deciden autolesionarse. Solo entre marzo del 2023 y junio de 2024, se reportaron 7 personas que se quitaron la vida en establecimientos penitenciarios.
Aunque desde el año 1989 existe el Programa Nacional de Prevención y Atención a la Conducta Suicida, implementado por el Ministerio de Salud Pública del país, los números revelan que los intentos de quitarse la vida se han elevado en los últimos tiempos. Cabe entonces preguntarse qué otro tipo de soluciones deben tomarse para contrarrestar un alza que, por lo demás, se regodea en las condiciones inconvenientes para la vida del ciudadano común.
Enfrentar las complicaciones para la sociedad que representa este tipo de muerte no debe verse solo como una cuestión de estadísticas. Es pertinente entenderla también como una herida abierta que drena constantemente y refleja la complejidad social, económica y cultural de nuestra realidad.
Colocarse ante este desafío, para evitar que sea parte de la cotidianidad, debe partir de una imprescindible solución integral, capaz de atender las raíces multicausales del problema y que, al mismo tiempo, actúe con urgencia, contundencia y no pierda humanidad.
Entre otras, pudieran tomarse estas recomendaciones que buscan confinar a lo mínimo indispensable la muerte por mano propia.
Fortalecimiento de la salud mental comunitaria con enfoque preventivo
La sanidad mental en Cuba ha sido tradicionalmente un tema relegado, tratado casi siempre desde un modelo clínico que prioriza la atención reactiva a los casos graves, dejando en segundo plano la prevención y la promoción del bienestar emocional.
Sería vital implementar un sistema de salud mental comunitario, vigoroso y capaz de integrar equipos multidisciplinarios, capaces de detectar de forma temprana las señales de riesgo. Sobre todo, en la población más joven y vulnerable.
En este modelo, debería incluirse la formación de líderes comunitarios capaces de identificar y acompañar a las personas en crisis. Pudiera realizarse con la creación de espacios seguros donde se hable abiertamente sobre emociones, frustraciones y desesperanza, algo clave para desmontar el estigma que rodea aún a los trastornos mentales.
Políticas sociales que aborden las causas estructurales del sufrimiento
Debe entenderse que las conductas suicidas no parten del vacío, sino que son el resultado de un entramado de factores sociales que generan desesperanza, impulsada por la pobreza, el desempleo, la migración o la falta de oportunidades reales. Cualquier estrategia efectiva debe ir más allá del ámbito clínico y abordar las condiciones materiales que alimentan el malestar psicosocial.
Esto implicaría diseñar políticas públicas que mejoren la calidad de vida, con énfasis en la implementación de salarios dignos que redundarían en una calidad de vida adecuada. También, la creación de programas de apoyo a familias fragmentadas por la emigración.
La juventud, uno de los sectores más afectados, necesita horizontes claros y esperanzadores para su futuro. Sin justicia social y equidad reales, sin discursos alentadores, la prevención del suicidio será siempre una quimera.
Uso estratégico de la cultura y el arte para fomentar el diálogo y la resiliencia
Nadie duda que, en la tradición cubana, la cultura ha sido un espacio de resistencia y expresión colectiva, por lo que aprovechar el poder del arte para visibilizar el tema del suicidio y promover mensajes de esperanza puede convertirse en una herramienta transformadora, más allá de lo puramente recreativo.
Crear campañas culturales que rompan el silencio y el estigma, que cuenten historias de superación y fortalezcan el sentido de pertenencia, como lo fue la serie Primer grado hace unos años, puede considerarse una solución válida para entender de qué va el suicidio y cómo enfrentarse a situaciones que en ocasiones llevan a optar por la muerte.
*
Hablar del sentido de la vida muchas veces aterra. En el caso cubano, donde la corriente del pensamiento existencialista ha prendido con fuerza, mucho más.
Es bastante común, en la filosofía popular, escuchar frases que redundan en que cada persona debe buscar su propio sentido en un mundo absurdo y carente de un propósito inherente, por lo que la cuestión de la reflexión sobre lo que representa la vida no se toma de una manera que lleve luego a un análisis más complejo. Tampoco existen los espacios para ello y el mutismo sobre el tema del suicidio no parece ayudar.
Autoprovocarse la muerte es sin duda una problemática de hoy que, de no resolverse de manera efectiva, dejando de verlo como un tabú e integrándolo a las conversaciones diarias, será cada vez será más frecuente. Más allá de propósitos y pronósticos, un día Cuba podría no ser más que un campo de cuerpos inertes que, toda vez muertos por dentro, decidan entonces consumar su desaparición definitiva.

Trazando el final de la guerra entre Rusia y Ucrania
Por Graham Allison
Ucrania enfrenta una dura disyuntiva: poner fin a la guerra y arriesgarse a ceder territorio, o continuar la lucha y asumir mayores pérdidas materiales, humanas y territoriales.