El espejo de la Stasi: lecciones para la transición cubana

La actual situación paradigmática en Cuba, con una sociedad civil demandando el fin de una dictadura totalitaria, ha puesto en evidencia a un liderazgo que no posee la capacidad para evitar la profundización de una crisis política, económica, social y epidemiológica. 

Las protestas masivas del 11 de julio del 2021 demuestran que las élites gobernantes, sobretodo las encargadas de los Órganos de Inteligencia, han subestimado la capacidad de movilización y resistencia de la sociedad cubana. Esta falta de sentido estratégico —y la más absoluta desconexión con la verdadera realidad del país— hizo que priorizaran una agenda represiva como medio para contener demandas razonables de la sociedad civil; agenda que ha tratado de solucionar, sin éxito, problemas de tipo político.

Respuestas policiales obtusas y disociadas de la realidad han sido generalmente la norma de los regímenes totalitarios. El caso cubano actual no sería único, y quizás tenga mucha similitud con algunos ejemplos recientes en la historia de las transiciones de totalitarismos a democracias.

El caso de la transición democrática en la República Democrática Alemana (RDA), que concluiría con la integración de esta a la Alemania Federal (RFA), es un ejemplo clásico de falta de previsión y desconocimiento de la verdadera realidad sociopolítica por parte de las élites de un poderoso Estado totalitario. Es por ello que resultaría interesante para los cubanos analizar cómo fue el proceso de transición democrática de la RDA, tomando como base los análisis de Inteligencia errados, y las subsiguientes decisiones políticas que llevaron a la caída del muro de Berlín y la salida del poder del Partido Comunista local.

En la primavera de 1990, después de la caída de muro de Berlín, un comité de ciudadanos berlineses publicó un libro que se convertiría en un éxito de ventas en ambas Alemanias, aún no unificadas todavía. El volumen, titulado en alemán Ich Liebe euch doch alle (¡Los amo a todos!), contenía selecciones de documentos representativos de la situación interna en la RDA entre enero y noviembre de 1989. Los textos seleccionados provenían principalmente de Erich Mielke, el ministro de la Seguridad del Estado, pero también se incorporaron análisis estratégicos sobre la situación del país, preparados por el Grupo Central de Información y Análisis (ZAIG), el organismo que componía el eje rector de la Stasi alemana del Este, equivalente al G2 cubano.[1]

Los documentos constituyen un material invaluable para comprender cómo funcionan las lógicas totalitarias ante retos provenientes de la ciudadanía. Estos reportes mostraban que la red de espías y delatores de la Stasi —los cuales proveían de la información primaria que alimentaba los análisis de la ZAIG—, dibujaban un panorama poco feliz de la situación del país: deterioro sustancial del suministro de bienes de consumo, crisis crónica de vivienda, descontento hacia las autoridades y los medios de comunicación, etc. Pero su principal objetivo —estaban dirigidos al más alto liderazgo del país— era proveer acciones de tipo táctico para neutralizar fuerzas “hostiles negativas”, pero no para apaciguarlas o escuchar sus demandas.

Los documentos muestran a un liderazgo totalmente disociado de la realidad: dentro del complejo entramado de la Stasi solo se habían detectado señales problemáticas en la disidencia alemana del Este, a partir de los dos últimos años de los 80, pero no lo suficientemente transcendentales como para amenazar la estabilidad del régimen comunista.

Los documentos señalaban que los grupos que habían desarrollado una actividad inusual entre las oposiciones al sistema totalitario —como algunos miembros del clero luterano, activistas opositores de larga data o aquellos que, en creciente número, buscaban emigrar del país— eran solo un pequeño y aislado núcleo de “problemáticos”. Aunque reconocían que estos grupos se estaban organizando de una manera más orgánica y estaban tratando de ampliar sus redes de apoyo, tanto dentro como fuera de la RDA, estos eran solo elementos “opositores” que nunca lograrían empañar la imagen de la RDA en los medios occidentales. Estos eran solo un producto de “las influencias subversivas político e ideológicas de los poderes occidentales”: 

“Uno de los principales objetivos de los ataques en contra del socialismo de las acciones subversivas de los enemigos del socialismo, son los intentos de crear y legalizar a las mal llamadas oposiciones internas, e inspirar/organizar actividades políticas clandestinas en los países socialistas, como ‘potenciales mecanismos de presión interna’ con el objetivo de debilitar, destruir, desestabilizar políticamente, y finalmente, eliminar el socialismo”.[2]

Para la Stasi, entonces, las demandas de cambios democráticos eran equivalentes a traicionar a la RDA, y eran emanadas desde occidente hacia grupos mercenarios que no tenían ningún apoyo popular. Eran estas “acciones ideológicas” subversivas las que inspiraban a miles de alemanes orientales a emigrar, y no una supuesta hostilidad de la población hacia el Partido Comunista y el Estado socialista.

La realidad era muy diferente a aquella reflejada en los documentos elaborados por la ZAIG y comentados por Mielke. Los grupos disidentes tenían un creciente apoyo popular, que si bien no se reflejaba en participación activa, sí eran reconocidos y admirados entre una población harta del control totalitario del partido en el poder. Sin embargo, los mismos documentos reportaban que estos grupos como regla general, aún en 1989, no se planteaban la destrucción del Estado socialista, sino pedían reformar el sistema hacia un orden con un mínimo de democracia participativa, protección del medio ambiente, y otras reformas de corte muy limitado. La Stasi, sin embargo, los continuaba clasificando como grupos subversivos y mercenarios que no eran otra cosa que un camuflaje de designios más subversivos.

Mientras la ZAIG describían a estos grupos como divorciados del resto de la sociedad, se reconocía que existía un cierto descontento social, que ellos consideraban que no equivalía a una hostilidad declarada e ideológica de la población hacia el partido en el poder. Para la Stasi y su liderazgo, la sociedad de Alemania del Este era esencialmente pasiva y con una preferencia a ser guiada ciegamente. Por ello, las propuestas emanadas de los análisis recomendaban que el Partido y el Gobierno continuaran reprimiendo manifestaciones consideradas como contestatarias sin acceder a realizar ningún tipo de reformas estructurales.

La estrategia para contrarrestar estas disidencias se describía de una manera sencilla: aumentar el trabajo ideológico del partido en el poder a todos los niveles, contrarrestaría la nefasta influencia de las voces críticas, mientras se evitaría que estos sectores ampliaran sus alcances con variadas técnicas represivas; estas incluían la coerción y las amenazas a personas y grupos que tuvieran el potencial de sumarse a actividades consideradas subversivas, la vigilancia constante a opositores, y las detenciones de corto, mediano y largo plazo, de personas consideradas peligrosas. En este último punto, los reportes reflejaban una creencia firme en que los llamados “opositores de último minuto” poseían tan poca influencia en la sociedad que sus arrestos nunca podían conducir a protestas.

Lo paradójico es que la primera señal de que el problema era más grave de lo que la Stasi había previsto, ocurrió en agosto de 1989, cuando miles de alemanes del Este que habían cruzado las fronteras con Hungría y Checoslovaquia pidieron asilo en los puestos fronterizos con Alemania Federal (RFA) y en las respectivas embajadas de la RFA en ambos países. Fue la primera señal de la grave falta de cálculo de la Stasi y su círculo dirigente. Aún así, los reportes del círculo de poder de la Stasi continuaron repitiendo que, aunque había focos de inestabilidad en todo el país, principalmente en Berlín Oriental, la situación era estable y se tenía todo bajo control.

¿Qué solución se propuso entonces de acuerdo a la documentación expuesta por ¡Los amo a todos!

Mielke y los generales de la Stasi recomendaron que se mejorara el suministro de bienes de consumo, y que el Partido comenzara una campaña masiva de relaciones públicas. Todo lo que se necesitaba, decían, eran “una ofensiva ideológica en alianza con el Partido”.

Mientras tanto, el descontento social aumentaba, y aquellas “fuerzas negativas hostiles” al socialismo, que no habían sido otra cosa que ciudadanos comunes pidiendo reformas mas democráticas al sistema totalitario, comenzaron a organizarse en varios grupos bien estructurados, ahora con demandas mas drásticas como la disolución del monopolio de poder del Partido Comunista. Los reportes de la Stasi reflejaron muy bien estos acontecimientos al referirse ahora a estos grupos recién formados, entre ellos “Nuevo Foro” y “Despertar Democrático”, como grupos opositores, que sin embargo, serían creación de “fanáticos radicales.”

Después de la vista de Gorbachov —el entonces secretario general del Partido Comunista soviético— a la RDA en octubre, comienza un cambio significativo en el lenguaje de los reportes de la Stasi:

“De acuerdo a la información disponible desde la capital y desde todas las provincias de la RDA, muchos grupos progresistas, en particular miembros del Partido, consideran que el Estado socialista y el orden de la RDA están en serio peligro”.[3]

Para ese momento la Stasi poseía, a través de sus amplias redes de espías e informantes, información precisa sobre los movimientos opositores y había desarrollado planes específicos para encarcelar a sus principales líderes y seguidores. Habían detallado esquemas que involucraban la construcción de campos de internamiento para cientos de disidentes, mientras en Berlín habían construido un enorme comando subterráneo, en preparación para un probable conflicto armado con la población. Además, todos los oficiales de la Stasi que portaban armas debían tenerlas consigo en todo momento, mientras que reservas de estas debían estar listas y con mantenimiento suficiente en caso de ser utilizadas “para prevenir y disolver protestas”. 

Se instruyó además la adopción de medidas adecuadas que condujeran al “inmediato arresto de cualquier persona negativa y antisocialista, si la necesidad lo dictara”.[4]

Ya era muy tarde para contener a un país cansado del control de los comunistas. Para el 9 de octubre, día de la caída del muro de Berlín, la situación era dramática: cientos de miles de personas manifestándose en las calles del país de forma pacífica. La Stasi, pese a todo su poder, había sido incapaz de contener a una sociedad que al unísono demandaba cambios. Con la apertura del muro, el fin del Estado totalitario comunista era inminente, pero aún el liderazgo del Partido en el poder y la Stasi se negaban a reconocer la realidad. Una semana después de la caída del muro, un reporte de Mielke ordenaba que, dado el caso de que se usara la violencia por parte de manifestantes, las fuerzas de seguridad debían usar la fuerza si personas o edificios de gobierno fueran atacados. Dos días después, el secretario general del Partido Comunista, Erich Honecker renunció ante la creciente explosión social en el país, siendo reemplazado por Egon Krenz, un miembro de buró político del Partido, muy conocido entre la población por su falta de inteligencia y carisma. Un día después la ZAIG paró de emitir reportes, y un mes después la Stasi fue abolida por un nuevo Gobierno en la RDA, sin comunistas en el poder.

La historia de la Stasi, su falta de sentido estratégico, su incapacidad para reconocer y actuar ante demandas legítimas de una población sometida a un control totalitario estatal, pudieran servir de ejemplo al Ministerio del Interior Cubano, y su Dirección de Inteligencia o G2, que a semejanza de la Stasi alemana se ha constituido por mas de 60 años en un organismo todopoderoso que recopila inteligencia sobre sus ciudadanos, los vigila, los reprime, encarcela, pero sobre todo, los ha convencido hasta ahora de que su poderío inmenso hace que cualquier amago de disidencia sea superfluo e inútil.

La incapacidad de la Stasi para evitar el colapso del un Gobierno totalitario —que contaba con el poder humano, técnico y represivo para, en teoría, aplastar a movimientos contestatarios ciudadanos que de manera pacífica y en desigualdad de condiciones abismales se enfrentaban al Estado represivo— demuestra que ningún poder, incluso aquellos con servicios de inteligencia colosales y omnipresentes, puede prevenir revoluciones.

Lo anterior se demuestra con la Revolución Francesa (1789) y la Revolución Rusa (1917), las cuales ocurrieron por la combustión espontánea de fuertes descontentos sociales en momentos de graves crisis económicas. También lo prueban las caídas de los regímenes comunistas del Este de Europa a fines de los 80, como el caso de la RDA, donde Estados totalitarios de corte comunista crearon poderosos y muy eficientes servicios de inteligencia que, como la Stasi, parecían invencibles, pero que tenían la novedad de que, como los Estados que los crearon, eran altamente centralizados e ideológicamente motivados. Estos factores los desconectaban de las sociedades que regían.

Organizaciones como la Stasi o la Seguritate rumana, con su enorme tamaño y poder, no podían acertadamente comprender el real sentimiento social de las sociedades que controlaban mediante el terror generalizado. Un pavor que también se hacia presente en las psiquis de sus operadores, que nunca tenían claro cuál era la frontera entre la propaganda y la realidad. Propaganda que los hacía percibirse como una vanguardia de la sociedad, que en realidad era inexistente y cada vez más alejada de sus gobernados, hacia los cuales aplicaban una combinación de medidas basadas en recompensas y castigos, mientras conducían a sus sociedades hacia un maná comunista que nunca llegaba. Esa incapacidad para ver que ese maná ideológico, cada vez más disociado de la realidad, se había convertido en basura.


El caso cubano ha seguido el mismo patrón, pero con una disociación peor, no necesariamente ideológica y colegiada. En el caso de la RDA esa dirección totalitaria del Estado seguía un patrón colegiado, donde un grupo de dirigentes comunistas, que se creían portadores de una verdad ideológica irrefutable, imponían por la fuerza —mediante el uso de un sistema de inteligencia y represión en concordancia— una visión de presente y futuro.

En Cuba, por el contrario, esa visión colegiada no ha existido, y siempre ha estado marcada por la voluntad personal y despótica de un solo líder todopoderoso, que no se ha plegado nunca a las decisiones de un organismo colegiado y plural, aunque autoritario, como el Partido Comunista alemán en su momento. Ocurriría primero con Fidel Castro, quien con una personalidad mesiánica y autoritaria moldeó los Servicios de Inteligencia a su semejanza; y después de su salida del poder, por su hermano Raúl, quien con una visión también autoritaria —pero no mesiánica, sino depredadora y enfocada solamente en consolidar el poder de una familia— reacomodaría las estructuras de poder —y por ende las de inteligencia y represión— a su propio modelo personalista.

Aquí la ideología con el raulismo ha jugado un papel cosmético, con un discurso falso de construcción de un sistema social justo, basado en un esquema marxista muy leninista, con un Partido Comunista como vanguardia de la sociedad, como aquel de la Alemania del Este. La diferencia es que tanto Raúl Castro, como los ancianos dirigentes —casi todos militares de su círculo más íntimo— que controlan el Partido y los organismos represivos de seguridad, no han estado desconectados de la realidad que los rodea por un motivo ideológico, como en el caso alemán, sino social. Estos han vivido rigiendo los destinos de sus ciudadanos de una manera cínica, donde el pueblo que se les subordina de una manera ovina es tratado como tal, como ganado en el sentido literal, mientras ellos han gozado del poder del Estado, en una burbuja privilegiada, separada física y mentalmente de la masa paupérrima que controlan.

No obstante, se ha producido en la Cuba actual el mismo fenómeno que ocurría en la RDA de fines de los 80: la desconexión de los líderes políticos y de las fuerzas de seguridad e inteligencia con los sujetos bajo su control. Eso explica por qué las declaraciones y acciones del régimen han mostrado reacciones similares ante retos casi idénticos: consideran cualquier pedido de reformas mínimas, emanadas de una creciente sociedad civil, como amenazas a la estabilidad del régimen que deben ser aplastadas y neutralizadas; creen que aquellos que osan reclamar estas reformas son enemigos del pueblo y agentes asalariados de fuerzas oscuras externas; no creen que estos grupos y disidentes, aunque molestos, posean la fortaleza ni la capacidad para desestabilizar seriamente al régimen, ni gozan de apoyos y reconocimiento popular; se niegan a realizar reformas de cualquier tipo que logren aplacar el descontento popular; cualquier descontento o posición crítica hacia el régimen son producto de influencias externas, y no de genuinas demandas populares; y consideran, y este punto es clave, que la población, aun descontenta, es pasiva, cobarde, dada a ser conducida pasivamente a aceptar acríticamente el control totalitario.

El tratamiento del Estado cubano post-1959 ante críticas y peticiones de reforma —tanto moderadas como disruptivas—ha sido uniforme durante mas de 60 años: se ha tratado de solucionar problemas eminentemente políticos y sociales con un enfoque policial represivo, donde las agencias de seguridad cubanas, principalmente la Seguridad del Estado, han jugado un rol primordial. Represión bruta y absoluta a cualquier voz disidente ha sido la norma, combinada con un sistema de vigilancia y delación a todos los niveles, aún más sofisticado que el que existía en la Alemania del Este. En el caso cubano, con un mecanismo de control que combina el tradicional emanado desde un órgano de inteligencia, pero que se apoya en organizaciones vecinales, laborales y de género, que con los CDR, los sindicatos y las demás organizaciones denominadas como “de masas”, han mantenido un sistema exitoso de control social y terror que había funcionado hasta ahora.

¿Qué ha cambiado en la Cuba actual? Todo, de la misma manera que la RDA de 1989 no había sido la misma que la de 1980. Primero, el modelo de liderazgo en la Isla se ha transformado, con el actual controlado aún por un Raúl octogenario y su familia, que manejan, de manera indirecta pero igualmente autoritaria, el poder político y económico del país. Este caudillismo castrista se apoya ahora en un liderazgo civil —poco carismático y con serias limitaciones intelectuales, que hace recordar a aquel Egon Krenz alemán— con un poder limitado, enfocado en administrar el poder civil, pero sin control real sobre lo estratégico.

Es el ejército, criatura de Raúl, en el que ha concentrado el manejo de los sectores claves del país, incluido el sistema de inteligencia y represión en Cuba. A diferencia de la extinta RDA, son los militares —subordinados plenamente a Castro, el único General de Ejército de la nación— y no los funcionarios del Partido Comunista, los que diseñan el modelo táctico que se ocupa de lo que consideran como “amenazas” a la seguridad nacional.[5]

Estas “amenazas” también se han modificado, y como en la Alemania comunista de fines de los 80, derivaron de peticiones de reformas necesarias y no radicales hacia agendas más contestatarias y disruptivas, precisamente por la aptitud obtusa de este liderazgo no civil y de edad avanzada de no tratar de manera política demandas auténticas, derivadas de una creciente sociedad civil. El tratamiento ha sido completamente policial y represivo, que como en la RDA, lejos de atemperar las voces disidentes, las ha empoderado y ampliado.

Ha cambiado también la situación socioeconómica, con la agudización de una crisis sin proporciones, que hace palidecer a aquella de los tiempos de infausto Período Especial de los 90. Varios factores han contribuido: falta de reformas económicas mínimas, cerrazón totalitaria obtusa, el colapso de Venezuela como el principal sostenedor económico de la Isla, cuatro años de una administración Trump que apretó el engranaje del embargo norteamericano a Cuba, y por último, una pandemia de Covid-19 que paralizó la ya moribunda economía.

La situación es compleja, crítica, a niveles que sobrepasan por mucho la crisis de la Alemania del Este que condujo a la caída del muro, pero con respuestas muy similares del circulo gobernante y su élite de inteligencia. Primero, menosprecian las demandas legítimas; desencadenan un tratamiento represivo; subvaloran la capacidad de movilización de la sociedad civil, que como se demostró en los hechos del 11 de julio, fue capaz de manera orgánica y espontánea de movilizar millones de cubanos de manera pacífica por todo el país, pidiendo la caída del régimen. 

Segundo, la respuesta ante la ocurrencia de movilizaciones masivas —evitables si se le hubiese dado respuesta a demandas mínimas— ha sido igual de obtusa y con falta de visión estratégica. 

Las declaraciones de Díaz-Canel —mencionando que “la protesta estaba encabezada por un núcleo de manipuladores que se presta a los llamados de #SOSCuba, #SOSMatanzas y los cacerolazos”— son un reflejo del nivel de idiotez y cerrazón intelectual ante un genuino sentir popular.

Pero aún peor es la solución que se ha planteado Díaz-Canel como respuesta a las protestas:

“Tienen que pasar por encima de nuestros cadáveres y estamos dispuesto a todo. No vamos a admitir que ningún mercenario y contrarrevolucionario provoque un estallido. Convocamos a todos los revolucionarios y comunistas a enfrentar en las calles estas manifestaciones. No vamos a permitir que nadie manipule e impongan un plan anexionista”.

Esta declaración, violenta, necia y peligrosa, no hace mas que pronosticar que, como le ocurrió a la extinta RDA, la caída de la dictadura totalitaria cubana será un hecho real a corto o mediano plazo.




Notas:
[1] Mitter, A.; Wolle, S. (1990): Ich Liebe euch doch alle. Befehle und Lageberichte des MFS. Berlin: BasisDruck. En adelante ILEDA.
[2] ILEDA, Documento No. 10.
[3] ILEDA, Documento No. 40.
[4] ILEDA, Documento No. 48.
[5] Un excelente análisis de Frank Mora trabaja la historia de la relación del MININT y las FAR, y como después de la Causa 1 (1989) la primera fue absorbida en su totalidad por las FAR, quedando bajo el total control de Raúl Castro. Mora, F. (2007): “Cuba’s Ministry of Interior: The FAR’s Fifth Army”. Bulletin of Latin American Research, 26(2), 222-237.


© Imagen de portada: Exposición Alltag in der DDR. Réplica de una oficina de la Stasi.




Fidel Castro

Díaz-Canel, el genotipo nórdico y el racismo estructural cubano

Oscar Grandío Moráguez

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