Horror y Ministerio

Lo que más miedo me da, de todo lo que sucede en nuestro país, es el fanatismo.

Existe un hombre, un gran hombre israelí llamado Amos Oz, que dedicó toda su vida a teorizar sobre el fanatismo. He releído varias veces, como un libro de autoayuda, How to cure a fanatic (2006); pero cuando me encuentro con un fanático frente a frente, o en las redes sociales, simplemente me quedo en silencio. Aunque digan por ahí que el que calla otorga, estoy seguro de que no es cierto.

El mismo Sócrates prefirió callar ante la injusticia y morir en el dolor de ser condenado entre calumnias. No todos tienen un ego enorme, como para presentar un alegato de autodefensa; hay personas de carne y hueso a las que el dolor les tuerce la lengua. Por otro lado, el ejercicio de intentar curar a un fanático es demasiado agotador.

Escribe Amos Oz:

“El fanático no discute. Si algo le parece mal, si tiene claro que algo está mal a ojos de su Dios, su obligación es erradicar de inmediato esa abominación, aunque para ello tenga que asesinar a sus vecinos o a todo aquel que se encuentre casualmente por los alrededores”.

En Cuba la condena a muerte no es explícita. El Estado, compuesto por un corpus fanático que se teje alrededor del símbolo endiosado del dictador Fidel Castro, es quien condena a la muerte cotidiana tanto a los que disienten como al pueblo fanatizado. El que dedica toda su vida a alabar al poder o a disentir de este, no vive plenamente. No es fácil luchar contra una violencia que no se termina de definir, y que con sus miles de manos y ojos termina por asfixiar las relaciones personales. El opositor lucha contra un todo abstracto, y a cada segundo intenta alfabetizar a la masa, hacer que vean con sus propios ojos y no solo a través del gran ojo.

En un sistema totalitario, ese todo se mete en tu trabajo, en tu familia, en tu casa, duerme contigo, te hace creer que te abraza, pero termina matándote. El Estado termina matándote, y tú no tienes a quién culpar.

Mueren muchachos en el Servicio Militar; mueren personas por negligencia médica, porque no son familia de alguien “importante”; mueren niños en el nacimiento, porque las madres no pudieron pagar la cesárea; mueren padres de infarto; se suicida el que no aguanta, no hay ni con qué brindar por el aguante.

Te matan y no te pagan. Y a veces ni ataúdes hay para enterrarte, ni carros para transportarte hasta el hormiguero.

Cómo explicarle el todo a alguien que es parte de ese todo, consciente o inconscientemente, sin que se te tuerza la lengua de dolor.

Cuando uno decide salirse de allí, son más las cosas que pierdes que las que ganas. Consultas con la almohada, le preguntas por qué tiene luz el sol para esta tierra tan oscura. Y el todo, que duerme a tu lado, te responde: te lo voy a quitar todo.

Efectivamente, un apátrida: adiós, parte de la familia; adiós, trabajo; adiós, derechos que nunca tuviste realmente; adiós, ciudadanía; adiós, amigos rotos por ideologías.

Hola, soledad.

Yo sé que cada día somos más, pero seguimos solos.

Un mensaje, una llamada, un abrazo, a veces no bastan. Necesitamos más cuerpo, más calor humano, pero no todos los de adentro están dispuestos a perderlo todo. ¿Y los de afuera? Ahí están algunos mandando todo el amor del mundo, aunque el mundo vire la espalda. Cuba es tan absurda y confusa que nadie mira hacia nosotros; nadie quiere atravesar la región y embarrarse.

Una Cuba que se exporta, una endoCuba, una ciberCuba, una Cuba de campos, una Cuba de costas. Una Cuba de médicos y una Cuba sin medicinas, una Cuba de deportistas y una Cuba sin comida, una Cuba de mentiras y una Cuba que se vive sin escapatoria, una Cuba del chucho y una Cuba de la protesta, una Cuba que marcha por afirmar un sistema y una Cuba inválida, una Cuba envejecida y una Cuba de éxodos, una Cuba maquillada y una Cuba que se cae a pedazos.

Ninguna Cuba es menos Cuba; la realidad es una: la interpretación de esa realidad es múltiple. Es inocente creer que las necesidades de todos los cubanos son las mismas. Es totalitario afirmar que solo existe una Cuba socialista.

Escribe Amos Oz:

“A medida que las preguntas se vuelven más difíciles y complicadas, también aumenta el ansia de más y más personas por obtener respuestas sencillas, respuestas de una sola frase, respuestas que señalen sin ninguna duda a los culpables de todos nuestros sufrimientos, respuestas que nos aseguren que, si aniquilamos y exterminamos a los malvados, al instante desaparecerán todos nuestros problemas”.

Por eso es más fácil relacionarlo todo con Estados Unidos, “nuestro enemigo histórico”, y aunque muchos jóvenes sabemos que nada de eso es cierto, ese cuento se lo han embutido a nuestros padres y abuelos como polluelo en nido, y algunos son hasta capaces de picarnos la cara por defender el absurdo establishment.

La normalidad es absurda: han condenado a negros, judíos, mujeres y niños, emigrantes latinos y africanos, santeros, homosexuales, transexuales y lesbianas, solo por aquel obsoleto constructo supremacista de las buenas costumbres culturales.

La Revolución Cubana tampoco dio cabida para estos sectores marginados; aunque parezca paradójico, la lucha de clases se interpretó bajo una clave burguesa. Se les cortaba el pelo a los hombres pelilargos; a las mujeres, les zafaban los dobladillos a las sayas demasiado cortas; se decidía qué música se podía escuchar, qué palabras pronunciar; mandaron a homosexuales y a “desviados” a las UMAP, y el que no producía riqueza también era condenado al trabajo forzado.

El Estado cubano también ha utilizado métodos que calificarían como neoesclavitud: niños en escuelas al campo, o exportación de médicos, son maneras de explotar el capital humano.

Pero como ese todo termina borrando la memoria colectiva, las personas olvidan o no creen los testimonios de crímenes que ha cometido el gobierno, crímenes de odio y fanatismo. En su lugar, se alimentan con el desprecio al otro.

Escribe Amos Oz:

“Para cada vez más personas, el sentimiento colectivo más fuerte es un sentimiento de profundo desprecio: desprecio subversivo hacia el ‘discurso hegemónico’, desprecio occidental hacia Oriente, desprecio oriental hacia Occidente, desprecio laico hacia los creyentes, desprecio religioso hacia los laicos, un desprecio general, ilimitado, que surge como un vómito desde las profundidades de cualquier tipo de desdicha. El desprecio general es uno de los componentes de cualquier fanatismo”.

El fanático se mueve entre binarismos. No conoce una vida que no sea en blanco y negro, como las películas del oeste o el arroz con frijoles.

Cuando una viene con su bandera de colores montada en un unicornio, posiblemente le tiren huevos. Porque una quiere que el fanático vea la vida en colores y comprenda las gamas: desde el fucsia al magenta, y hasta el negro renegro que le hacen vivir a una en este país de mierda.

Cuando una escucha que los artistas son elegidos por algún funcionario, que los funcionarios son elegidos por otros funcionarios, que el presidente es elegido por El Presidente, que el que disiente es un mercenario vendepatria, que el que sueña una vida mejor en Cuba no tiene los pies en la tierra, que el que no salte es yanqui, que el manotazo da risa, que manotazo no, que es mejor galletas, patadas y piñazos, como bárbaros que somos; que esta tierra no es para maricones, que los travestis son mujeres con el bollo atrás, que en Cuba nadie se queda sin comer, que malo o bueno siempre algo viene a la casilla, que este gobierno es justo, que la Revolución nos dio escuelas y que no hay otro cielo tan azul como este cielo… a una le entran deseos de quemarlo todo, como subdesarrollada latinoamericana que es, le dan ganas de escupirle la cara al ministro y de explotar en mil pedazos.

Pero al final, siempre el silencio sobre la lengua, torciéndole la lengua a una que quiere tanto a su país, un país convertido en un corral de puercos. Con el último jugo que queda de mi cuerpo inmóvil por tanta violencia y fanatismo, gritaré: ¡Viva Cuba libre, coño! Pero no es la lengua de los que nos oponemos al totalitarismo mutado del Estado cubano, no es nuestra lengua disidente, no. Dice Martí:

“¡Clávese la lengua del adulador popular, y cuelgue al viento como banderola de ignominia, donde sea castigo de los que adelantan sus ambiciones azuzando en vano la pena de los que padecen, u ocultándoles verdades esenciales de su problema, o levantándoles la ira: y al lado de la lengua de los aduladores, clávese la de los que se niegan a la justicia”. [Con todos y para el bien de todos, discurso pronunciado el 26 de noviembre de 1891].


A todos los que alzan sus voces cada día en este agujero negro.




Celia González

Desamparo: Testimonio de los sucesos del 27E

Celia González

Las habituales justificaciones del Estado ante la brutalidad policial se desmoronan ante las imágenes del 27 de enero, al mismo tiempo que suman apoyos, no por la patria en abstracto sino por los afectos, porque son colegas, conocidos o conocidos de conocidos que, quizás por primera vez, han sentido que a ellos también les pudiera pasar lo mismo.