I Can’t Breathe: ¿Podemos nosotros romper el estigma?

“Miami es un pueblo de guajirones blancos”, me había dicho un primo segundo mío, guajirón blanco él mismo, cuando llegué a esta ciudad. Como mi padre nunca nos permitió usar motes (cosa que era muy frecuente en Cuba), opté, como siempre hago, por archivar el comentario. 

Esto de los epítetos encierra siempre mucha sabiduría popular, y habla tanto o más de quien emite el criterio que de a quien está dirigido el dicharacho. 

Muchos otros motes me sorprendieron por entonces entre la comunidad cubana. La mayoría de ellos emitidos al vuelo, como si no pasara nada, en medio de los tragos y la jarana, dándole agua al dominó. Como si eso de denigrar al otro agregara una gota de angostura al trago; esa pizca de felicidad que los redimía, como por magia —o la amnesia temporal del alcohol— de la condición de latinos y emigrados

A la gran mayoría de los cubanos les encanta argüir su condición de excepción. Ellos son únicos. La dictadura cubana es única, la pobreza en Cuba es única, el ingenio de los cubanos es único. Los hombres cubanos están riquísimos, las mujeres cubanas están buenísimas. 

En fin, que el cubano es un mango. Pero que otro se trague esa guayaba

El desdén con que muchos cubanos se referían a los afroamericanos era vergonzoso y vergonzante: “Son todos unos delincuentes y unos drogadictos”. “Nada más que hacen parir monitos para coger todas las ayudas del gobierno”. “A los negros les gusta vivir así”

Esto último, refiriéndose a los barrios pobres y mayoritariamente negros como Liberty City, en Miami, a donde fue empujada la población afroamericana una vez extirpada del Overtown por decreto, para extender la I-95 hasta el Downtown. 

Los afroamericanos no eran el único blanco de la penosa embestida. También estaban los centroamericanos. Estos nunca eran referidos por sus nacionalidades o el área geográfica de procedencia. Entre los cubanos, los centroamericanos eran unos “maras” o “esos indios”.

Bueno, la frase completa es como sigue: “Estos indios son unos acomplejados”. A veces, eran más creativos y usaban figuras literarias más rebuscadas, el centroamericano era un “tira-flecha”. 

Pero a pesar del ensañamiento siempre disfrazado bajo la chota para con otros grupos poblacionales, la pretendida solidaridad a ultranza del chovinismo cubano también tenía sus mellas. En este caso, y tal vez para disimular el tono despectivo, el diminutivo era el matiz elegido: “el marielito”, “el balserito”

Todos muy chiquititos ellos. Y dejando bien claro, tras el mote, el momento de llegada al país de acogida, así como como el medio de transporte, lo cual implicaba distinciones muy solapadas de jerarquías entre cubanos. 

Lo curioso del grupo poblacional cubano —y por supuesto, toda generalización es chata y estereotipada— es que pareciera que muchos que no han podido superar el impacto que la égida totalitaria ha ejercido sobre ellos, y solo pueden asumir la diferencia a partir del más total e ignorante desprecio por el otro, en vez del entendimiento y enriquecimiento que ese proceso conlleva. 

Cada vez que oía “negro de mierda”“indio acomplejado”“balserito”, o tantos otros apelativos bochornosos, me sonaba a lo mismo que cuando en Cuba se gritaba “escoria”, “gusano” o “estercolera”. Se había extrapolado de lugar y de sistema al individuo en cuestión, y con él, el sujeto de su odio y su desprecio; pero el individuo, en esencia, seguía siendo el mismo. 

Es obvio que los cambios materiales son rápidos y palpables, pero el sujeto no se cambia de la noche a la mañana. Y por supuesto: valga aclarar que estoy haciendo aquí una caricatura del cubano, y soy cubana yo misma y no me considero, para nada, la excepción de la regla. 

Más recientemente, y a raíz de las protestas por la muerte de George Floyd, vuelve a hacerse evidente este rasgo estereotipado del cubano en relación con la raza (a veces los cubanos se pasan de blancos) y, en este caso en específico, se pone en evidencia otro elemento esencial: la relación del cubano con el poder y la protesta. 

La mayoría de los cubanos exiliados tienen un compromiso admirable con la libertad y la democracia en Cuba. El cubano típico salta eufórico en las redes para condenar la injusticia en Cuba, pero que a nadie se le ocurra hablar mal de los Estados Unidos porque, bueno, este es el mejor de los mundos posibles. Y tal parece que en algún que otro certificado de naturalización había una cláusula de aceptación ciega de las políticas del país de acogida. 

Juro que he leído el mío, y no la hay. 

En el mejor de los casos, las reacciones que se suscitan son las que siguen: “Un cubano en el exilio que critique el país que le dio una vida, primero debe de tener vergüenza. Lo demás sobra”. O esta otra: “Si tanto te molesta este país por qué no te regresas”. (Ambos comentarios extraídos de mi muro de Facebook). 

De estas aseveraciones se desprenden varias cosas. La primera: la falta de capacidad de diálogo. Uno habla de abuso policial y te mandan de regreso a tu país de origen. A mí que me expliquen qué tiene que ver el culo con la llovizna. 

Pero lo más triste que evidencian estas expresiones bastante comunes son dos rasgos típicos del totalitarismo cubano que, lejos de estar superados, subsisten en muchos cubanos fuera de Cuba: la sumisión y el acto de repudio.  

Toda la rebeldía está volcada allende el mar (cualquiera nada fuera del agua). Incluso, una parte de la comunidad cubana en los Estados Unidos está de acuerdo con que se cierre la válvula, que no vengan más cubanos, que se caldee el ambiente en La Habana, que se arme la de San Quintín y que aquello termine como la fiesta del Guatao. 

¡Joder! ¿Y por qué no se quedaron ustedes, en primera instancia? Créanme, la mayoría no le tiró ni un hollejo a un chino. Pero ojo: huevos sí le tiraron, en los ochenta, al que se iba de Cuba. 

En lo que a esta tierra de libertad respecta, ni Dios es más sagrado. Queda excluida la menor de las críticas a este país. No hay desigualdades sociales, sino oportunidades (allá el que no sepa aprovecharlas). La discriminación no es sistémica: son errores aislados (y al que tenga dudas, le mandamos una captura de pantalla de todos los negritos afamados de Hollywood). 

Ante las protestas que ha suscitado en todo el país el insoportable video de Floyd asfixiado en plena calle —la rodilla del policía afincada sobre el cuello de Floyd, esposado y bocabajo sobre el pavimento durante 8 minutos y 46 segundos, incluidos 2 minutos y 53 segundos en los cuales Floyd ya estaba inconsciente—, te mandan prestos los videos de negritos vandálicos entrando en el Nordstrom de Beverly Hills, o graffiteando un Starbucks, como para confirmar que son unos salvajes. Por supuesto, se abstienen de sacar los mismos videos donde se muestra a sospechosos individuos, obviamente no manifestantes, rompiendo vidrieras e incitando a los disturbios. 

Es curioso cómo ese grupo de cubanos que tanto repiten que Cuba está así justo porque nadie se atreve a protestar y a enfrentar al gobierno, no puede entender lo que significa la opresión y marginalización de la población afroamericana en los Estados Unidos, donde todavía el fantasma de la era de Jim Crow está más que en pie. La falta de empatía —si no la esquizofrenia— es cuando menos escalofriante. 

Curioso es ver, sin embargo, el frenesí con que arremetieron ellos mismos contra esa otra rodilla, la de Colin Kaepernick, hincada en el suelo en protesta contra la injusticia racial y la brutalidad policial durante el himno nacional de los Estados Unidos. Y es que no hay nada más jodido que cuando viene alguien a alterar nuestros pequeños paraísos, sobre todo si es a la hora de nuestro esparcimiento favorito: fútbol para los caballeros y shopping para las damas.  

Ese mismo grupo se ha convertido en un abanderado que da lecciones sobre qué cosa es una protesta. Me pregunto de dónde han sacado, de súbito, tanta experiencia. Tal vez de las protestas en El Versailles, aplastando discos con planadoras. 

Caramba, no. Se me olvidaba la ira con que cierto grupo de paisanos actuaba allá por los setenta, y la cantidad de actos terroristas que tienen en su haber los cubanos en Estados Unidos. Recordemos que tan solo en el año 1975 más de una treintena de bombas estremecieron a Miami, sembrando el terror. Entre los targets: objetivos civiles como bancos, aeropuerto, departamentos de policía, oficinas de servicios sociales, estaciones de televisión… 

Si, ya sé, estos eran grupos radicales, y no hay razón para juzgar a toda una comunidad por un grupo de personas extremistas.

¿Podríamos conferirle el mismo derecho a los que se manifiestan hoy a raíz de la muerte de Floyd? ¿Podríamos ser capaces de rememorar toda la frustración y el dolor que sintió esta comunidad cubana en diciembre de 1999 sobre la custodia de Elián y su regreso a Cuba, para entender un ápice de la frustración y el dolor de la comunidad afroamericana cada vez que le matan un hijo por violencia policial? 

Ahí está, bajo la manga, rápida a saltar sobre el tapete, la carta de que los afroamericanos no se solidarizan con nosotros. 

Y si fuera así: ¿podemos nosotros romper ese estigma?

George Floyd (05-25-2020), Breonna Taylor y Michael Brown (13-03-2020), Philando Castile (12-06-2017),  Terence Crutcher (16-09-2016), Alton Sterling (05-07-2016), Jeremy McDole (23-09-2015), Sam Dubose (19-07-2015), William Chapman II (22-04-2015), Freddie Gray (19-04-2015), Jamar Clark (16-11-2015), Walter Scott (04-04-2015), Eric Harris (02-04-2015), Tamir Rice (22-11-2014), Akai Gurley (20-11-2014), Eric Garner (17-07-2014), Rodney King (17-06-2012).


#BlackLivesMatter
#ICantBreathe




Arte cubanoamericano en Miami: Let’s Do Nada! - Janet Batet

Arte cubanoamericano en Miami: Let’s Do Nada!

Janet Batet

Adalberto Delgado“Do you believe this?! We should do something”Fred Snitzer“Let’s do nada”. Y así, un poco a lo Tzara, con el mismo nihilismo pero en espanglish, en la humedad sofocante del pantano y entre sorbos de vino, en el verano de 1983, nació Nada.