La conga santiaguera: escudo, látigo y resistencia

La conga santiaguera es para los cubanos un acontecimiento trascendental con un significado muy bien definido. Aunque hay congas por toda Cuba, están las de Santiago de Cuba. No importa qué diga el carnet de identidad: nuestra conga, “la conga”, es la de Santiago.

La conga cuenta con una historia bastante oscura y origen prácticamente desconocido. Los registros orales permiten enunciar que este ritmo estableció paradigma hace más de un siglo en el barrio santiaguero de Los Hoyos, uno de los asentamientos populares originarios de la ciudad colonial. Contuvo un grueso de población negra y mestiza resultante de la trata española de esclavos africanos. A finales del siglo XVIII el enclave recibió el influjo de los emigrantes franco-haitianos, profundizando la conexión etnocultural caribeña de la villa criolla fundada bajo la advocación de Santiago Apóstol. En su honor, cada 25 de julio se realizaban festividades religiosas que tenían como punto de partida la celebración de una misa en la catedral, iniciada con procesiones religiosas que colmaban las calles aledañas a la institución clerical.



Iglesia catedral de Santiago de Cuba, siglo XIX. Autor: Federico Mialhe.


Desde finales del siglo XVII, las autoridades habían decidido incorporar las dotaciones esclavas a la festividad, para que también rindieran tributo a Santiago Apóstol. Fue así como la función religiosa derivó en jolgorio profano, sin desdeño de elementos aleatorios de la religiosidad del pueblo. Tal y como sucedió con el Día de Reyes a lo largo de las villas y bateyes de la isla.



Fiesta del Día de Reyes, siglo XIX. Autor: Víctor Patricio de Landaluze.


Tradicionalmente, las congas se visitan unas a otras y por cualquier motivo, no necesariamente durante el carnaval salen a la calle. La partida se produce desde sus propias sedes y, después de recorrer todo su territorio, se unen a otras, produciéndose lo que se conoce como “la invasión”, seguida de un mar de pueblo. En la conga, un grupo de tocadores de tambores, campanas, corneta china y otros instrumentos van arrastrando tras ellos, por kilómetros y kilómetros, a miles de personas. Es una masa heterogénea que no precisa vestuario ni coreografía y que improvisa estribillos que brotan de la multitud de manera espontánea. El tiempo pasa y hay cosas que nunca cambian. En el pasado se usó también como elemento de propaganda política para movilizar a masas populares mientras los ganadores alardeaban su triunfo. Más de lo mismo, solo que ahora el triunfo es mantener el control sobre esas masas que siguen estando ahí, una generación tras otra.



Visita de la conga de Paso Franco a la de Los Hoyos (2022). Imagen: Cortesía del autor.


Según refieren todas las fuentes, estas fiestas se realizaban solo en las ocasiones en que las autoridades permitían ciertas distracciones a los esclavos. Hoy, al hombre nuevo[1] le cuesta asumirse esclavo, pero no entregar el control y el poder sobre sus decisiones en lo que asimila la realidad silenciosa y delirante de no saberse esclavizado. Toda tiranía enfrenta varios obstáculos en el ejercicio de perpetuarse, pero solo teme a una cosa: a la espontaneidad de las masas. Si analizamos así la conga, ahí está la masa, pero la euforia es la permitida, planeada y asegurada. El recurso garante del control ha sido la militarización, asistimos a una parada militar irregular, un desfile de fuerzas armadas entre las miradas cómplices de los atemorizados.



Invasión, Avenida Martí (2024). Imagen: Cortesía del autor.


En sus inicios, con un proceso revolucionario vendido como “con y para el pueblo”, no hacía falta mucho más que unos voceros para que los dicharachos y coros musicalizaran consignas políticas triunfalistas y antimperialistas, pero con el agotamiento del capital simbólico del modelo político ya no bastan esas voces de arenga. Ese rol era asumido por personas que en la actualidad han perdido toda credibilidad. No basta tampoco la fuerza de la contrainteligencia vestida de civil: es necesario el miedo, es necesario que la masa popular se sepa en peligro, rodeada por la fuerza policial y los antidisturbios. Es muy delgada la línea que diferencia la conga de un disturbio; ella es un motín y una revuelta de lo que se puede sentir, cualquier cosa puede pasar.

Existe un segundo elemento que justifica la abrumadora presencia de fuerza policial en la conga. El 28 de julio de 2019 el Carnaval Santiaguero es nombrado Patrimonio Cultural de la Nación. La conga es, dentro de este, la festividad más esperada. Según Rafael Lara González (2022), “La Conga de los Hoyos presenta la capacidad de profundizar en la interrelación funcional que tiene la recreación de las distintas manifestaciones del arte y la literatura que le son inherentes a su práctica, su influencia de los diversos componentes étnicos de la nación cubana y el valor que estas expresiones preservan para diferentes sectores sociales, lo que reafirma su inserción en la cultura nacional. Además, sus prácticas y saberes propician enfoques integradores en el análisis y accionar en su condición de agrupación portadora de la cultura cubana, brindando cargas contundentes de información étnico-cultural, particularmente en su capacidad de adaptación, supervivencia y transmisión de valores y saberes en la vida cotidiana de Santiago de Cuba y sus comunidades”.



Salida de la Invasión después de dos años de encierro por la pandemia de Covid-19, Avenida Martí (2022). Imagen: Cortesía del autor.


En otras palabras: la conga es una amalgama portadora de sentidos y significados que muestra en forma de sabiduría popular lo que la gente en su paso arrollador considera valioso, sea una expresión de alegría o una del más profundo dolor. Es imposible para una dictadura permitir que el pueblo reconozca por sí mismo y le dé sentido a lo valioso. Por tanto, la presencia policial asegura un mensaje claro, opresor, nada sobrevive sin su permiso.

El tercer elemento gira alrededor de una de las obsesiones de la dictadura cubana, probablemente la más importante: el mantra de la justicia social. El principal requisito y único indispensable para una simulación eficiente de la vocación popular es una sociedad tranquila a favor de su cúpula, pero ya se ha vuelto complicado mostrarle al mundo el apoyo de los súbditos, solo queda una masa obediente con temor a ser reprimida.

La conga santiaguera como fenómeno sociocultural significa un acontecimiento trascendental para la cultura cubana, caribeña y universal. Es la eclosión majestuosa de nuestras mixturas, la resultante de lo que logró cruzar los tiempos que iban armando a Cuba. Es lo que perduró, lo que ha resistido. Oficialmente es acreedora de la Distinción Escudo de la Ciudad de Santiago de Cuba, el Premio Nacional de Cultura Comunitaria, el Premio Nacional Memoria Viva y la Placa José María Heredia. Algo así no puede dar señales de descontento, solo le queda mostrar de qué lado está el poder y dónde habita el miedo.

En cuanto a lo más pedestre, se suma a la desidia de la institución Cultura u otra dependencia estatal nominalmente a cargo de su salvaguarda. A pesar de que el Consejo Nacional de Casas de Cultura le concedió la Beca de la Cultura Popular Tradicional, consistente en un monto considerable para su sustentabilidad económica, fundamentalmente para confección y resguardo de vestuario, calzado e instrumentos musicales, no se les aseguran aditamentos, trajes ni ningún tipo de insumo que no esté vinculado a la participación en algún acto político o con intencionalidad diplomática. En estos casos, la Seguridad del Estado realiza una profilaxis con los responsables de cada conga, los cuales son citados y advertidos de circunscribirse a un contenido específico.

Es así como el problema de la conga se reduce a uno: el espacio de reunión que genera. Para que el fuego se genere se necesitan tres cosas. La primera y la segunda son combustible y calor, eso lo tenemos en demasía. Las condiciones en las que vivimos, que mellan nuestra memoria cultural (combustible) durante tanto tiempo, convergen y generan un sentir compartido (calor), nos hacen proclives a estallar de forma espontánea. La dictadura no tiene nada que hacer con eso, pero para que se cree el fuego se necesita un tercer elemento: el oxígeno. Es ahí donde el mecanismo controlador se especializa y asegura su supervivencia, cortándolo.

Mientras más abuso y dolor, más oxigeno que cortar. Ahora vemos una conga más que asegurada, reprimida por fuerza porapolicial y militar que no asegura la zona, sino que va dentro, atenta a lo que se dice, no al arrollar.[2]



Recorrido de la Invasión desde Avenida Martí y Callejuela hasta el foco cultural de Los hoyos (2024). Imagen: Cortesía del autor.


Existe una experiencia que solo puede ser vivida desde dentro de la conga, curiosamente se esconde a las cámaras y los medios que graban minuciosamente los rostros. Cuando usted va arrollando puede darse cuenta de algo si observa con atención: los policías, los del día a día, los que han sido reducidos a simples inspectores, también se sienten reprimidos, agobiados a tal punto que puede generar empatía. Quizás por eso dejaron de ser suficientes y se ubicaron los antimotines, para recordarle a los de la PNR a quién sirven.



Invasión de la conga de Los hoyos (2018). Imagen: Cortesía del autor.


Cierto que impone tanto uniforme y tonfa. Nunca antes viose tanto mayoral y látigo en Los Hoyos, pero las culturas de resistencia fluyen calladas en ríos murmurantes que profundizan calado. La conga es así, raigal. Suma y transforma, engendra un torrente que avanza o aguarda según convenga. Los arrollantes se autoorganizan sin que el poder pueda calcular la próxima señal de la corneta.





Notas:
[1] Alude a la concepción guevariana del modelo de revolucionario.
[2] Se refiere a avanzar por las calles al ritmo de la música de los tocadores de tambor, corneta china, etc.





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