Desde 2018, la economía cubana ha entrado en una policrisis estructural, caracterizada por el colapso simultáneo e interconectado de sectores clave como la alimentación, la salud, la matriz energética, el transporte, el acceso al agua potable, la infraestructura financiera y los servicios sociales. A estos colapsos se suman efectos asociados (inflación, escasez de efectivo e incremento de la criminalidad) que han agravado el malestar social, profundizado la sensación de incertidumbre y arrojado a casi dos millones de cubanos a la emigración.
Para muchos, la situación actual resulta incluso más crítica que la vivida durante el Período Especial en Tiempos de Paz. El propio presidente Miguel Díaz-Canel lo reconoció recientemente al declarar que Cuba es hoy “un país en guerra”, marcando distancia con el discurso edulcorado de los años 90 y con los eufemismos que él mismo empleó al inicio de la crisis, cuando la describió como “coyuntural”.
Sin embargo, la actual narrativa gubernamental también difiere de la tipología comunicacional propia del período fidelista, marcada por un lenguaje de trinchera y un tono épico-combativo. Ante la ausencia de un liderazgo carismático, el retroceso del paternalismo estatal y la creciente posibilidad de verificación independiente de información a través de Internet, la comunicación política adopta hoy un tono inusualmente familiar y victimista, centrado en una hiperpersonalización del pueblo.
Las declaraciones oficiales —tanto de figuras del Gobierno como de burócratas al frente de empresas estatales que incumplen con los servicios básicos— apelan a una cercanía emocional que bordea el derrotismo. Ya no se convoca a librar “batallas de ideas”, sino que se solicita empatía, comprensión y resistencia. El sacrificio que se demanda hoy no apela al inflamado patriotismo en defensa de la nación, sino al esfuerzo individual por sobrevivir: apretarse el cinturón, adaptarse a la penumbra y aprender a vivir sin certezas.
“Estamos juntos en esto”: efectismo e hipermoralización en la comunicación política
Un hito de esta comunicación parte de la alocución televisiva de septiembre de 2019, cuando el presidente Miguel Díaz-Canel informó sobre la “situación coyuntural” de escasez de combustible. Para avisar lo evidente, su alocución adoptó un tono íntimo de gratitud hacia la población: “Gracias por todo el apoyo y la comprensión… por sus dudas y preocupaciones, y hasta por las pocas y reales insatisfacciones que han manifestado… Eso nos dice por dónde vamos”.Díaz-Canel continuó exaltando la reacción popular ante los apagones y recortes, afirmando que el respaldo y comprensión del pueblo valían más que un supertanquero de combustible: “¡Qué clase de pueblo tenemos!”. Ensalzar el sacrificio ciudadano ante la continua precarización de la vida en el país ha sido un recurso frecuente para lo que el capitalismo de Estado cubano intenta legitimizar como prueba de virtud patriótica.
Conforme los apagones ocasionales comenzaron a ser más frecuentes, el Gobierno insistió en hablar con cercanía y justificaciones; esta vez, reconociendo el “esfuerzo” y la “heroicidad” de los obreros eléctricos que trabajaban día y noche, lejos de sus familias. En esta ocasión, la entrega de los trabajadores estatales incluso sirvió para eximir al Estado de culpa: “el pueblo ha entendido que la situación no es culpa de un Gobierno que no se preocupa u ocupa… sino [que] tiene que ver con… el bloqueo”.
Además de despejar cualquier ineptitud gubernamental en temas de mantenimiento e inversión oportuna, como es habitual, se culpa directa y únicamente al embargo estadounidense como causa total de la adversidad frente a la cual el Gobierno resulta una víctima inocente. A medida que avanzó el colapso del sistema electroenergético nacional, la estrategia comunicacional se intensificó: con reportes diarios televisivos en horario pico, con canales en programas de mensajería de “atención a la población”, así como con planificaciones de recortes de energía y otros modelos de divulgación y gestión de la crisis.
Tan eficaz ha sido esta comunicación que la totalidad del pueblo cubano residente en la Isla conoce por nombre, locación y cantidad de unidades en uso, a las termoeléctricas pertenecientes al SEN. El diálogo cotidiano entre cubanos está medido, así, por la programación de los bloques a los que pertenecen, mediante los cuales se raciona hasta 18 horas el consumo diario de electricidad, y por el aviso casi familiar de que “la Guiteras” o “la Felton” se encuentran bajo mantenimiento urgente o han parado inesperadamente.
En otros ámbitos, como el alimentario, el discurso ha acuñado lemas como “resistencia creativa”, edulcorando el esfuerzo con el talento y la imaginación. De modo similar, el discurso emotivo y personalista se ha reflejado en actos como la alocución del presidente ante agricultores de la ANAP (Asociación Nacional de Agricultores Pequeños) donde describiría a la organización como “la familia que une, el espacio donde se comparten sueños, luchas y esperanzas”. Sin embargo, este tono íntimo para un asunto estructural tiene lugar al tiempo que el gremio agricultor enfrenta pesadas regulaciones, tope de precios y cuotas excesivas, exigencias no realistas y atrasos de pagos por parte de Acopio, políticas alimentarias que han desmotivado la producción nacional de alimentos al punto de caer 67% en los últimos cinco años.
A pesar de un desempeño administrativo altamente jerarquizado y que impone condicionamientos, exigencias y penalizaciones a los productores agroalimentarios, la tipología comunicacional que aquí analizamos logra desvirtuar las rendiciones de cuentas. Las comparecencias al detalle, como la del ministro de la Industria Alimentaria en el programapolítico Mesa Redonda, dan cuenta de un lenguaje coloquial para abordar la inseguridad alimentaria: “Tenemos capacidad de producir pero no hay materia prima. Y así queremos que la placita tenga [productos]”. Esta formulación presenta la crisis como un problema técnico de abastecimiento, no como resultado de decisiones políticas.
El papel de la emocionalidad comunicacional en la externalización de la responsabilidad y en la evasión de rendición de cuentas
En suma, la forma de comunicar la crisis en Cuba intenta construir una unidad familiar-nacional donde se pide solidaridad y ahorro colectivo en los hogares, simulando una especie de penuria compartida. Especialista en esta simulación ha sido la autoubicada como primera dama en funciones, Liz Cuesta, quien ha publicado en sus redes posts de un sentimentalismo impostado donde asegura: “Con el corazón en modo estropajo por los agobiantes apagones me fui, sin dormir, al Meteoro y de ahí a la Clausura del #25Cubadisco”. Esta familiaridad se refleja también en expresiones coloquiales empleadas en programas informales como el podcast Desde la Presidencia, creado para promover justamente estas fórmulas reinterpretativas de “estamos juntos en esto”, en un espacio íntimo y empático.
Esta narrativa, lejos de reconocer errores de gestión, tiende a revictimizar la experiencia de la crisis: se elogia al pueblo por soportar privaciones casi como un mérito patriótico, mientras las autoridades eluden asumir responsabilidades por su fallida administración. Las culpas se desvían hacia factores externos (principalmente el embargo de Estados Unidos), evitando así la rendición de cuentas interna. Mientras tanto, la hiperpersonalización de la comunicación, con expresiones coloquiales y emociones personales, vende a las autoridades cubanas como si fueran uno más, eliminando la distancia entre líder y ciudadano, y, por tanto, la posibilidad del distanciamiento para la crítica y la revisión. Esta formulación presenta al dirigente como comprensivo ante el sufrimiento popular, pero sin establecer responsabilidades específicas o cronogramas de solución.
Aún más riesgoso es el contenido romantizado que utiliza este discurso a la hora de comunicar las penurias del pueblo cubano. La resignificación de la dura experiencia cubana a partir del elogio del “espíritu de resiliencia”, afirmando, por ejemplo, que “los cubanos convierten reveses en victorias”, no resulta solo un dispositivo de vaciamiento político y de maquillaje del sufrimiento cubano actual, sino también de represión. Conlleva, asimismo, a un peligro psicológico y político: los problemas materiales (falta de electricidad, de comida, de agua, de gas para la cocción, de medicamentos) se manejan como pruebas de lealtad ideológica. Lejos de empoderamiento, esta narrativa genera resignación, anomia social y naturalización de la miseria.
La hiperpersonalización como estrategia de poder no es un tema nuevo. Van Dijk (2003) ha analizado cómo las élites políticas utilizan estrategias discursivas de legitimación emocional para neutralizar la demanda de accountability institucional. También se incluye en lo que Weber (1922) conceptualizó como dominación carismática. Sin embargo, en el contexto de crisis sistémica y estructural, esta personalización adquiere características peculiares, donde el carisma se torna doméstico para representar a un líder como padre de familia, que comparte las penurias del hogar.
Food Monitor Program advierte las graves consecuencias que para el pueblo cubano entraña la narración oficial de la crisis situada sistemática y convenientemente en los patrones analizados. La conversión signada por la voluntad gubernamental de la crisis económica y social como un drama familiar invisibiliza la experiencia de los cubanos y prioriza una supuesta solidaridad emocional donde debería haber rendición de cuentas.
Food Monitor Program señala que la adopción de un registro familiar e hiperpersonalizado en la comunicación política representa un mecanismo de control autocrático, en la medida en que contribuye a la erosión de la esfera pública, donde la discusión política se reduce a conversación familiar y el disenso es interpretado como ruptura de la armonía doméstica. Sin embargo, desesperado como se presenta, el recurso de victimización muestra una estrategia de supervivencia del sistema político en contexto de crisis multisistémica que tampoco puede ser sostenible.
Food Monitor Program avisa que la superación de la crisis cubana requiere no solo de transformaciones económicas que aseguren fundamentalmente la seguridad alimentaria, hídrica y energética, sino también de la reconstrucción de una esfera pública que permita el debate racional y la participación ciudadana.
* Artículo firmado por persona protegida y publicado en colaboración con el Food Monitor Program.

Cómo resistir a un dictador
La líder opositora Svetlana Tijanóvskaya analiza la oposición democrática de Bielorrusia y lo que necesita para ganar.