La pampa de granito

José Enrique Rodó (1871-1917), escritor y político uruguayo, es el autor de un cuento titulado La pampa de granito.

En el mismo, un viejo austero y cruel obliga a un pobre niño a cavar con sus uñas un hueco en la pampa rocosa para sembrar una semilla; siendo esclavizado a regarla con sus lágrimas y a cuidarla a pesar de la inclemencia del tiempo.

Al fin, cuando ya está a punto de recoger la cosecha, el viejo lo conduce lejos a iniciar otro cultivo de suplicios y sacrificios, sin esperanza de retribución. Ese es, más o menos, en apretada síntesis, el cuento.

Los críticos academicistas han querido ver en él un simbolismo: el viejo es la voluntad, y el niño es el ser humano, tratando de hacer una extensión filosófica, para explicar la dinámica tan controvertida del alma humana.

En paralelo con la realidad política americana eminentemente caudillista, pudiera apreciarse que un tirano viene a ser el viejo atroz de la pampa rodiana, y el pueblo que, por las razones que fueren le sigue, es el niño.

Visto así, la figura del tirano seguirá siendo siempre la de un ser, sin duda, con una realización, pero una realización no genuina y por tanto infame, muy alejada de la sublimación de la crítica literaria con visos de alegoría filosófica, ya que un tirano no es un egoísta, sino un ególatra. No es un noble loco quijotesco, es un presumido megalómano.

La voluntad de los pueblos no es más que la resultante de la voluntad de los individuos que los forman.

Si los Estados Unidos, como país, fue (y todavía es) uno de progreso y prosperidad, se debe a estar formado por emigrantes de otras tierras. Es el conjunto de los individuos más aventureros, decididos, emprendedores y entusiastas de otros países, que fueron a agruparse allí como si fuera la tierra promisoria que continúa siendo.

Tomando como objeto de atención a la comunidad cubana que vive en Cuba, si apreciamos que vive desde hace varias décadas en restricción, en racionamiento, en pobreza y sometida a decisiones austeras, severas o retrógradas, según se amplía el espectro de definiciones, es porque no existe una resultante de voluntades individuales que supere la existente.

Y la existente está de forma indistinta resumida en la persona de un tirano o de un líder, o de un grupo de personas que asumen la continuidad de un líder ausente, en cuya doctrina algunos críticos logran advertir un inteligente diseño para representar autenticidad, y que hoy parece ser no más que una imagen, un esfuerzo instintivo de conservación, seguido de conveniencias e intereses, sin duda mezquinos, dado el general estado de miseria que regentan y que devuelve una triste imagen de sí mismos.

La comunidad cubana en el exilio sufre porque, a pesar de tener bienes materiales de calidad y magníficas condiciones objetivas de vida, le faltan el cielo y la tierra; le faltan las personas y los paisajes de que está formada su alma. Continúa, sin remedio, emocionalmente atada a su pasado, a sus ancestros, a sus raíces.

A ningún lugar los emigrantes se van para quedarse totalmente, aunque terminen quedándose. Se van para volver, se van para seguir “sustentando” a otros “allá”, se van para llevarse a sus familias, lo cual sigue siendo una forma de regreso, de mirar atrás.

Por otra parte, la comunidad cubana en el exilio de sí (que vive en Cuba) también sufre, por no tener voluntad propia. En conjunto, el pueblo de Cuba, formado por ambas comunidades, sufre.

Primero, por haber empleado su naciente voluntad en la decisión de irse, pues, según algunos pareceres, si hubiera utilizado su energía, su fuerza emprendedora, sus afanes, aspiraciones y fuertes deseos en hacer cambios, quizás no existirían dos comunidades, ni dos exilios, ni dos sufrimientos. Igual quizás, no hubiera podido resolver mucho, pero eso, ¿quién lo sabe? Ya debatirlo no tiene caso.

Y segundo, por no movilizarse en el ejercicio de hacer cristalizar una voluntad, por sólo sufrir o contentarse con la voluntad ajena que la subyuga.

Perdónenme los eruditos estudiosos de Rodó, pero ningún Viejo austero puede llegar a ser la Voluntad de un Niño hambriento al que obliga a sembrar, para no recoger cosecha, en medio de un pedregal en los quintos infiernos.

¡No me jodan! Creo que, a nivel de la galaxia y sus barrios adyacentes, esa figura nunca podrá superar ser más que la de un viejo abusador.





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Los cuatro pilares de la civilización moderna

Por Vaclav Smil

Cuatro materiales forman lo que he denominado los cuatro pilares de la civilización moderna: cemento, acero, plásticos y amoníaco”.