El nuevo traje de Lis Cuesta Peraza

Lis Cuesta Peraza, esposa del presidente cubano Miguel Díaz-Canel, ha vuelto a ser noticia. Una vez más, por su ropa. Ahora, en ocasión de la visita de Estado de los Reyes de España a la Isla, que comenzó el lunes 11 de noviembre y se extenderá por cuatro días.

El martes 12 de noviembre, el vestuario de la mujer más visible en la política cubana ya daba de qué hablar. Todo parecía ir más o menos bien, hasta que se la vio en la tarde recorrer junto a la Reina Letizia el centro histórico de Habana Vieja, enfundada en un vestido maxifalda estampado, ancho y vaporoso, de mangas largas y abombadas, diseñado por el colectivo cubano Dador. 

Esa misma noche asistió a la cena oficial que su esposo ofreció a los Reyes en el Palacio de la Revolución con un vestido de corte similar, aunque un poco más corto y de mangas tres cuarto.

Desde que comenzaron a aparecer las fotos oficiales, mucho se ha criticado el gusto de quien algunos insisten en llamar primera dama, pese a que las autoridades del país aún no han decidido cómo llamarla. Las críticas, que van del cubanísimo choteo a la procaz burla que se ceba en el físico de Cuesta Peraza, han sido también recriminadas en nombre de un feminismo de trinchera.

A unos y otros me referiré a continuación.


Cuando recorría la Habana Vieja y posaba para fotos oficiales junto a Su Majestad la Reina, Lis Cuesta Peraza se hallaba representando al gobierno cubano. En dicha puesta en escena, que abarca desde su posición en la jerarquía política hasta sus gestos y color de labial (¿se inclinó ante los reyes?, ¿les besó las manos?, serían también preguntas pertinentes), un lugar importante corresponde, sin dudas, a la ropa. Tanto así que, en un gesto marcadamente nacionalista (¿inspirada en Michelle Obama?), Cuesta Peraza optó por diseños cubanos. 

Mas, en tanto figura pública motu proprio (ya que pudiera, si así lo quisiera, mantenerse al margen del trabajo de su esposo), Cuesta Peraza se expone al escrutinio de los medios y la ciudadanía. Pretender que la opinión de estos se limite a algunos elementos de la puesta en escena es atentar, por tanto, contra la libertad de expresión, donde sí que no tienen cabida referencias a la estatura, el peso o la estructura corporal, pues al no formar parte de la representación deben mantenerse al margen de la crítica. 


Lis Cuesta Peraza
Guayabera femenina, 1973.

En Cuba, los líderes políticos no solo han censurado y vetado cualquier comentario referente a su persona o acciones: también han criticado a quienes no se ajustan al corsé del hombre nuevo, atribuyéndoles calificativos que van desde “gusanos”, “escoria”, “elvispreslianos” y “flojos” hasta “lobas feroces”. 

En dicho contexto, no viene mal la democratización del choteo en el espacio público.


En algunos comentarios se califica de misóginos a quienes critican los trajes de Cuesta Peraza. Acusar a estos de misoginia por cebarse en uno de los elementos de la representación que esta protagoniza (no en la persona) es no solo equivocado, sino también falaz, pues nada socava de los valores patriarcales que habrían llevado, en primer lugar, a Cuesta Peraza a representar ese papel, basados en la subordinación de la mujer a su marido y en la postergación o abandono de su vida laboral para apoyar la de este. 

Creer que Lis Cuesta Peraza, profesora universitaria y funcionaria de una agencia turística del Ministerio de Cultura, se empodera cuando, en calidad de esposa, saca a pasear a la Reina de España, a cuyo marido su esposo tiene la obligación de recibir, es condonar el patriarcado y la subordinación e invisibilización de la mujer dentro del matrimonio. 

La mera espectacularidad jamás será empoderamiento. 


Lis Cuesta Peraza
Centro de Orientación de la Moda.

Tampoco es empoderamiento la pose de defensa del diseño cubano al elegir trajes de factura local para vestir en ocasión de la visita de los Reyes, aparentando apostar “enfáticamente por el diseño cubano”. 

Se requiere mucho más que un gesto simbólico para apoyar al diseño nacional. Vendría bien, para empezar, permitir la libre importación y exportación de materias primas y mercancías, la inversión industrial local (que la Constitución actual solo reconoce para los ciudadanos y empresas extranjeras) y la existencia de un mercado mayorista. 

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Finalmente, el vestido de lino gris que Cuesta Peraza exhibió en la recepción oficial ofrecida a los Reyes no puede estar, como se ha dicho, inspirado en las líneas del vestido guayabera “clásico”, pues tal traje no existe. 

Solo la guayabera masculina (de hilo, sí, y mangas largas, alforzas y botones de nácar) forma parte del repertorio sartorial tradicional cubano, y no fue hasta finales de los años sesenta del siglo pasado que vieron la luz los primeros bocetos que feminizaron dicha prenda, que tuvieron que esperar aún una década para ser producidos por la empresa Contex (la cual cosió no solo vestidos guayabera, sino también jumpers, shorts y ropa para niños).

De modo que, con relación al ropero de Lis Cuesta Peraza y su papel simbólico, a la estructura patriarcal cubana con sus prácticas, a los discursos que circulan en la esfera pública, al diseño nacional y a la historia de la moda y de la guayabera en la Isla, hay bastante tela por donde cortar. 

Y esperemos que también haya humor que compartir.




Gilberto Padilla Cárdenas

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