Ya hace casi un año que estoy viviendo bajo el sol de Santo Domingo, sol dominicano. Hay quienes dirían que ese sol fue “criado aquí”. Lo mismo podría decirse en Cuba, pero tal vez sería un “sol revolucionario y fidelista”. Un cubano en República Dominicana entonces, sería yo. Aunque no cualquier cubano.
Antes me encontraba en Brasil, en São Paulo; país endemoniadamente maravilloso. A pesar de haber nacido y crecido en el archipiélago cubano, la Cuba castrista nunca me otorgó la posibilidad de conocer a mis vecinos costeños y para mí, desde mi balcón paulistano, la República Dominicana (RD) era una isla vecina, donde se habla como en el oriente cubano —lo que para un habanero “regionalista” es horror— y donde se comparte estancia con otra república, la haitiana. RD era un colega más del Caribe hispano-hablante.
Comencé entonces a investigar un poco sobre el aquí, las formas, la capital y el keloké.
En uno de esos viajes imaginarios hacia La Española compartida, me fui a lo más pequeño, a lo más bajito. No al “Barrio”, sino a los barrios, o al menos a la imagen que tiene el pueblo joven de barrio, de ellos mismos. Porque sí, quienes sostienen, sostuvieron y sostendrán el peso de la Lincoln, la Churchill y el cruce desde el Malecón Center, a pesar del calor, son los pequeños y los muy chiquititos.[1]
El método de expresión más relevante hoy, utilizado por un abanico largo de generaciones, son las redes sociales. Mediante estas, la juventud está al tanto de su entorno y comparte su experiencia, haciendo de cada vida un universo público. Así, Capricornio Tv es uno de los más representativos de la proyección social joven, de barrio, de la capital dominicana.
Capricornio Tv, en principio, es un canal de entrevistas y, de alguna manera, de denuncia social o situacional de los barrios y sus modos de vida. Los participantes, testigos y protagonistas de las historias contadas y los momentos vividos son jóvenes de la periferia de Santo Domingo, los llamados barrios, zonas “en-pobladas” donde el prestamista —no siendo un alma desinteresada— ayuda y se ocupa de los gastos comunitarios de cada vecino. Es decir, una gran parte de la capital dominicana es prisionera y deudora de su propio consumo. Esto lleva a convertir la experiencia cotidiana de cualquier joven en una selva del “sálvese quien pueda”, donde la opción inmediata y “más mejor” es devenir un tiguere.[2]
El espejo de enfrente, que descubrí en este curioso mundo de Tiguerelandia, fue un personaje, un vehículo, un transmisor de banalidades y talentos que se había trazado en los últimos diez años. De un pasado turbio y por veces funesto, Santiago Matías, a.k.a. Alofoke, representaba también esos mismos barrios en su idiosincrasia y forma; pero más que todo, la representación del barrio era expuesta desde el ángulo de aquellos que lograron salir, por mucho y un poco, de esas realidades y desde la posición del hombre de éxito dominicano —moderador de la moral social dominicana.
A mi llegada a Santo Domingo, hace ya casi un año atrás, comencé a consumir de manera regular estas dos plataformas, cuyo crecimiento me pareció sorprendente, cada una en su entorno y hábitat natural. Capricornio Tv con mejores equipos, nuevas cadenas y un acercamiento más profundizado del barrio como sujeto de análisis y de diálogo. Por su parte, Alofoke FM y las instalaciones en Piantini crecieron, los artistas producidos coronaron y se empezó a ver a un rey, dueño y señor, pero con reino y corona en plático.
En una larga directa en las redes, estos dos exponentes de la urbanidad “dialogaron” a través de una pantalla; debate en un no-espacio. El video que existe no permite ver un comienzo real, pues es una copia grabada de una “directa” —y lo que pasa en la directa se queda en la directa—. Sin embargo, el tópico abordado daba la medida de un comienzo; ya intenso, casi en el margen de un final.
Alofoke lanza un comentario tajante que llevaría a Capricornio a perder la cabeza durante veinte y tres minutos de la directa. A grosso modo, deja entrever explícitamente que el personaje de Capricornio existía gracias a la trayectoria y el trabajo de Santiago Matías en su plataforma. “No hay fruto sin árbol y sin siembra”, sería la postura de “foke”. Y de alguna manera sí, pero no con la intención que portaba en su discurso.
A nuestros mayores debemos el camino trazado y expuesto, el treintañero le debe al cincuentón, Elvis le debe a Chuck Berry; pero esto no implica un resentimiento del uno hacia el otro, un aplastamiento moral que suponga la no existencia y la no individualidad de Capricornio como medio y como formato expresivo. La intención profunda, tal vez, sería el destruir.
Aquí se puede percibir un trazo del carácter del hombre moderno dominicano, machoman. Cómo, con solo un solo dedo, aquel que de “éxitos” vive, logra detener la marcha ajena, en cualquier circunstancia.
En algún momento, Santiago Matías habla de nivel, de la obvia diferencia de esos dos personajes. Santiago Matías, sujeto, se define como una “corporación”. Y ¿qué representa un individuo frente a una corporación? Habría que cuestionar qué tipo de corporación y qué tipo de sujeto; lamentablemente, en las respuestas de Capricornio, no estaban esos cuestionamientos.
Es relevante ver cómo esto es una postura continua en la sociedad mestiza-masculina dominicana, en la capital. Yo llegué lejos y solo Yo puedo llegar hasta aquí. Solo Yo puedo decidir lo que Yo decida. No parece haber un real interés en dejar al menol evolucionar y llegar donde pueda o quiera. En cada estructura social parecería haber un gran sabio, con la Volvo del año y las chacabanas de lino, que instruye desde lo alto a quien no es instruido en lo más bajo y detiene a los más voraces.
Al llegar aquí, visité varios dealers de carro —la movilidad en el DN[3] impera en cuatro ruedas— y en las pequeñas empresas siempre estaba el patrón. Cuando el jefe era mestizo, yo me interesaba en lo que quería comprar. Entonces, más se hinchaba el buche del palomo patronal, el logo del polo parecía más grande, la cara más larga y el sexo casi en la mano.
Yo soy extranjero y el pasaje por la clase media francesa me ha hecho sensibilizarme con lo básico para vivir, ce dont on a besoin.[4] Mi interés por “subir” era poco. Pero me pregunto cómo será la experiencia de un joven dominicano, mestizo y de barrio. Cuál es el trato que recibirá de aquellos que han llegado un poquito más lejos. Probablemente, constante desprecio. Este ejemplo es irreal, podrán decirme, pues “un joven de barrio no va a comprarse un carro del año”.
Es tal vez por eso que hay tantos tigueres y tanta furia joven; no solo de querer comerse el mundo, sino de querer comérselo todo “¡toito! y no dejal na pa’ nadie”. El hombre dominicano se desarrolla en un entorno de total violencia, represión social, engaño y trucos. El tigueraje, en su esencia, es eso: el no dejar moverse un insecto sin que los ojos del felino lo noten, el estar en todo y en todo momento, buscando, cazando. No es precisamente el éxito la meta a conseguir; es conseguir “lo kualtos”.
Esto se deriva de cualquier institución. La posición de violencia coactiva, por el poder, debe estar siempre ahí: puede ir desde el guardia que revisa sin revisar los tickets de Ikea o PriceSmart, hasta una consulta radiológica privada. Cuando un hombre que conoce los matices del lenguaje dominicano debe establecer un intercambio cualquiera, en cualquier lugar donde haya otro hombre, o se iguala, o se somete, o se rebela. Estos estados me resultan en extremo fatigantes. Cuando se entra en un forcejeo de palabras, siempre llegará el momento en el cual el hombre, empapado por la realidad dominicana, querrá, metafóricamente, comparar su sexo encima de una mesa, saltar y gritar más alto.
Ese empape que sufre todo hombre (macho) dominicano es apreciable incluso en los expatriados europeos. Aquel que llega de una provincia europea cualquiera, tomando trenes y vinitos, hoy es un modelo de colón que puede incluso hablar la lengua local, pero no el lenguaje; se siente dueño, intruso, de un lugar con mucho calor.
La importación de capitales importa también machos y gestores, big fishes[5] que, al mínimo problema, llaman al ministro de turno, que también le gusta el vino y aprecia estar bajo el brazo extranjero. Hay quienes incluso tienen un servicio policial particular para conducirse en familia, tan solo por invertir fuertemente en un país necesitado. ¿Cómo se sentirá el manito, el lokol, el tiguere, frente a esa compacta masa de expatriados que solo los toman en cuenta cuando hay que “apropinar” el empaque o cuando pagan tres mil pesos por un servicio completo?
El saludo cordial entre hombres viene siempre luego de descifrar la vestimenta, que se traduce en cualquier tendencia. Ningún rastro de sudor en la frente, no por falta de esfuerzo, sino porque el esfuerzo aparece en el peso de la cartera o en el número de los billetes. La representación del esfuerzo en el vendedor de agua, el aguacatero o el moto-concho[6] se percibe punzante, tajante y evidente, ya sea por el olor, la forma o la imagen; mientras el esfuerzo del limpio y pulcro, queda aún indeterminable y turbio, difícil de discernir, a no ser por la huella que deja la bota que le ponen en la cara a cada “chamaquito”.
Los símbolos de “nación y patria” solo son accesibles a quien no viene manejando su carro, a aquel que paga tres mil quinientos —precio básico— por un ramo de flores y el doble o el triple por una guayabera local. Para los que esperan las pacas o a algún panita que venga de fuera, no hay símbolo de nación y mucho menos de patria; esto viene encroquetado para ellos en el “orgullo dominicano”, sentirse mejores y mayores por nacer en el lugar que la casualidad y la vida escogieron. De ahí, tal vez, la ideologización cotidiana e intensa en las escuelas para desarrollar el “amor a la Patria”. Pero eso solo funcionaría si la repartidora del periódico Hoy en el semáforo pudiera sentirse cómoda entrando al Blue Mall.
La macho-idea y el macho-comportamiento son fáciles de distinguir, pero complicados de atrapar, cambiar y evolucionar. El tiguere —podría traducirse rata—, el gesto en la supervivencia y la gestión del entorno es lo mismo; siempre por debajo del tapete, escabulléndose con orgullo y dispuesto a roer y morder para abrirse camino.
La relación en torno al poder genera todos estos eventos, diariamente desafortunados para miles. Es ese deseo profundo de ganar y nunca perder que carcome y corrompe por dentro a los hombres en Dominicania. Triturando y aplastando todo obstáculo, se espera llegar sano a un final; se espera educar mediante este proceder; se intenta, incluso, gobernar de esta manera. Un desorden organizado, según algunos, que se pretende mantener a la par que se reprime, con penas de cárceles injustificadas o, incluso, con un servicio militar obligatorio. Es decir, enderezar el palo a palazos.
El ya chu chabe y el keloké se filosofan inconscientemente en el comportar de toda una sociedad. La primera vertiente mantiene el problema y no lo afronta, lo toma como un fastidio innato; la segunda, propone resolverlo a planazos. Al varoncito, nacido entonces en esta tierra, le toca balancearse entre esas dos expresiones, esperando no ser segregado por la una o encontrado muerto por la otra. Destino terrible en cualquier caso.
© Imagen de portada: José Casado.
Notas:
[1] La descripción de pequeñez no desde una visión populista donde “todos somos iguales”, sino desde la mera realidad social de cada país que vive bajo un sistema ultracapitalizado e intrínsecamente subdesarrollado.
[2] Persona golfa, descarada o atrevida, generalmente joven.
[3] Distrito Nacional de Santo Domingo.
[4] “Aquello que necesitamos”.
[5] Pejes gordos, gente importante.
[6] Motorista de motos-taxi.
El 11J: la misma guerra de razas
Hay que advertir que, tras las protestas del 11J, quedó claro muy pronto que la delincuencia, la marginalidad, la indecencia y el anexionismo, para el Estado,tenían una geografía: la de los barrios.