El documental Sueños al pairo, de José Luis Aparicio Ferrera y Fernando Fraguela Fosado, en torno a la vida y obra del cantautor Mike Porcel, más la avalancha de materiales y testimonios que ha generado, me obligan a volver sobre un tema que ya había delimitado señalando sus dos extremos, Amaury Pérez y Vicente Feliú: las masculinidades en la Nueva Trova.
En definitiva, uno de los aciertos estéticos del filme resulta su poder de síntesis (que no de simplificación) de fenómenos muy complejos, entre los cuales hallamos también los asuntos de género, particularmente: cómo la masculinidad revolucionaria dominante atraviesa todo lo sucedido con el protagonista del documental.
Ya en los primeros minutos, el narrador autobiográfico coloca en la dimensión verbal de la película la palabra “caballero”. De esta forma, los realizadores comienzan su reflexión sobre qué tipo de hombría era privilegiada, o al menos aceptable, en las dos primeras décadas de la Revolución, y cómo el protagonista desentona en ella.
Expresa Mike Porcel: “[…] en esos años ser un caballero era tener problemas ideológicos. Mientras más vulgar fueras, más encajabas en la sociedad cubana de esos años. Se empezaba a gestar el famoso proyecto del hombre nuevo […]”.
No hay que darle demasiadas vueltas al asunto: ser un caballero (palabra con resonancias medievales) quiere decir, en ese contexto puntual, ser o parecer aburguesado; y el hombre nuevo, la masculinidad imaginada, es comunista.
Y aunque ser un hombre comunista no es sinónimo de ser un hombre vulgar, ciertas expresiones, tenidas desde antaño como vulgares, acechaban constantemente al modelo en construcción, pues el ancestro del hombre nuevo es el macho proletario.
Según se infiere del documental, Mike Porcel no proviene precisamente de una familia de obreros pobres. Y los documentalistas hacen ver que su manera de llevar la masculinidad desentonaba en el contexto: era un caballero moderno, urbano, culto, roquero, y con “una guitarrita”.
Aparicio y Fraguela no se van por las ramas. Nos hacen escuchar, otra vez, aquellas palabras de Fidel Castro en su propia voz:
“Muchos de esos pepillos […] hijos de burgueses […] andan por ahí […] algunos de ellos con una guitarrita en actitudes elvispreslianas […] Que no confundan la serenidad de la Revolución […] con debilidades de la Revolución. […] La sociedad socialista no puede permitirse ese tipo de degeneraciones”.
En Cuba, como ha apuntado Abel Sierra Madero en Del otro lado del espejo: la sexualidad en la construcción de la nación cubana (Casa de las Américas, 2006), históricamente se ha criticado la asimilación de las influencias culturales foráneas (particularmente las estadounidenses), actitud que ha sido identificada con el afeminamiento. De manera que la palabra “elvispresliana” es el adjetivo que menos puede describir la nueva hombría.
La nueva hombría se modela sobria, y, sobre todo, muy autóctona. Quien queda fuera de este molde resulta estigmatizado y castigado.
Así pues, no es superflua la anécdota contada por Amaury Pérez (expulsado en 1980, por dichas razones, del Movimiento de la Nueva Trova) sobre cómo él y Mike fueron criticados y sancionados por no colocar bongós y tumbadoras en el disco de Amaury Acuérdate de abril, orquestado por Porcel (Mike, que no Miguel: hipocorístico con diversionismo ideológico).
Junto a la cubanía, otra característica muy apreciada por la masculinidad revolucionaria es la epicidad. Expresarse demasiado líricamente, no cantar epopeyas de manera explícita y frecuente, puede limitarle al artista el acceso a los espacios reservados solo para la virilidad épica. (Donde cabe una mujer como Sara González, no por lesbiana, sino por su aguerrida estética).
De tal forma, Amaury Pérez cuenta cómo “En busca de una nueva flor”, la obra de Porcel ganadora del concurso para elegir la canción del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, fue saboteada por diversos entes con poder (incluido el Movimiento de la Nueva Trova) porque: “… alguien dijo que la canción de Mike era una canción de mujer, una canción en acordes menores”.
Una obra “poco combativa”, según acota Frank Fernández.
Con Sueños al pairo, Aparicio y Fraguela grafican la carta que el Movimiento de la Nueva Trova se encargó de hacerle llegar a Mike Porcel en pleno acto de repudio, por haber presentado la salida del país en el contexto del éxodo del Mariel. El discurso de la hombría comunista recorre el documento de principio a fin: es el arma para expulsar al trovador, al artista, de la masculinidad modélica.
El destinatario de la misiva es calificado como “excompañero”. El caballero, un (pre)hombre, o un (seudo)hombre, es transformado ahora en (anti)hombre: un fantasma masculino condenado a recorrer iglesias prácticamente vacías, durante casi diez años.
En el primer párrafo, el redactor de la carta evoca al más grande “prohombre” de Cuba: José Martí. Pero no con una imagen cualquiera del Apóstol, sino con una de Martí joven (como los trovadores), “a quien la hombría se le desbordaba en su amor por su Patria y sus hermanos”. Un Martí que, no obstante, ya ha sido capaz de dejar atrás su estado bisoño al cumplir exitosamente el mayor rito de paso hacia la masculinidad íntegra: el sacrificio por Cuba.
Para los miembros del Movimiento de la Nueva Trova, Mike Porcel deviene en antihéroe nacional, al transformarse en un “agente de la furia y la maldad burguesas”, al convertirse en un ente envilecido y emasculado (“volver a ser el buey”), al que la palabra hombre no define en ninguna de sus acepciones:
“La traición a la Patria es la negación de la fuerza que permite a los hombres calificarse como tales. […] porque traicionar a un grupo de hombres es traicionar a todos los hombres”.
Con furia, la virilidad revolucionaria pone el punto final al escrito: “Vete y piensa que a donde quiera que vayas te seguirá nuestro odio y la lástima con que hemos observado la gradual degradación de un hombre”.
Y Mike Porcel se fue.
Pero Cuba, los cuerpos y los espíritus, e incluso los machos revolucionarios, cambian en treinta años. Así que, por parte de varios de los signatarios de la “cojonuda” misiva, esos odios y esa lástima que se pretendieron eternos y omnipresentes, derivaron en perdón.
En Miami, Eduardo Ramos y Tony Pinelli hicieron explícitas sus disculpas al cantautor otrora repudiado. Un cantautor al que ahora bien podrían nombrar (post)compañero, (post)hombre, pero hombre al fin y al cabo: heredero de la tradición patriarcal que deposita en la hombría los valores supremos.
Por ello, no resulta extraño que en un debate televisivo entre él y Tony Pinelli, Mike Porcel acepte las disculpas de su interlocutor y de Eduardo Ramos precisamente porque constituyen una evidente muestra de hombría.
Dijo el protagonista de Sueños al pairo: “Y cuando uno se equivoca es de hombre decir: me equivoqué, y es lo que tú estás haciendo y te lo agradezco. […] Eduardo Ramos […] sí fue un hombre recto y se disculpó”.
Lo dicho: masculinidades al pairo, pero hombría sin discusión.
La virilidad revolucionaria: una vieja ‘playlist’ de Vicente Feliú
La sociedad socialista impone preceptos de género. Se privilegia una imagen de hombría indisolublemente relacionada con la ideología y la praxis comunistas.