Me encantan las nuevas nomenclaturas para referirse a Miami. Ahora somos: “una geografía no tan lejana”.
Esta suerte de desmemoria súbita, cual reminiscencia de aquello de “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”, me resulta cuando menos divertida. El caprichoso epíteto proviene de la nota publicada en el diario Granma con motivo del Premio Casa de las Américas de Teatro otorgado a Abel González Melo por su obra Bayamesa.
Parece que los innombrables se han puesto de moda, pues es justamente María Luisa Milanés (1893-1919), poetisa cubana y feminista harto ignorada a través de la historia, la protagonista de la obra en cuestión.
Al vuelo me vuelve a la memoria otro de los calificativos al uso en la Siempre Fiel (ya que esto de los epítetos está de moda) para referirse a esta “geografía no tan lejana”. Pongamos, por ejemplo, el de ciudad “menor” (casi me destornillo de la risa). Pareciera como si el referente estuviera todavía anclado en la Cuba pre-1959, donde sin duda La Habana era una gran ciudad y Miami estaba aún por perfilarse.
Claro, que han pasado ya casi tres cuartos de siglo y lamentablemente La Habana continúa “irredenta” hacia un proceso sostenido de implosión, mientras que Miami ha devenido, con sus contradicciones todas, una urbe de referencia para los estudiosos de la sociedad global.
El término de “ciudad menor”, al que podemos sumar el de “oasis miamense” (algo así como una suerte de loción contra urticarias), se debe a Jorge Peré, en un post de Facebook del pasado 23 de diciembre. El post, que bien podría estar firmado por Monsieur le docteur Ralph, es de una candidez divertidísima. Nos advierte su autor, a propósito del período de Art Miami Week, que:
“El oasis miamense despierta la inventiva, activa la picardía, embriaga el ego de un deseo de emprendimiento efímero, relativo a los días que dura su ensueño. Luego de dos copas y un ácido, cualquiera es el próximo Kcho o Ana Mendieta”.
¡Caramba! Debo yo andar perdida total… ¿“Picardía” y “ego”? ¿“Emprendimiento efímero”? ¿“Días que dura su ensueño”?
Contadas y admirables excepciones, nada retrataría mejor la atmósfera habanera de las artes visuales de los últimos veinte años, donde lo que predomina es pompa y lentejuela. Asumámoslo al fin: producir de frente y únicamente de frente al mercado tiene sus precios (y claro, no hablo solo aquí de una cuestión monetaria).
Y si Miami se “despertaba a la inventiva”, La Habana esperaba ansiosa como pez pega a que aquellos trasnochados, a los que todavía les quedaban ganas después de una estancia en “el oasis miamense”, se aventuraran al Havana Art Weekend. No eran muchos, by the way.
¡Ah!, y valga aclarar, ya que los paradigmas citados más arriba por el propio Peré distan mares el uno del otro: dejemos por sentado que a Kcho lo puso La Habana, y a Ana Mendieta, Miami.
El post continúa, y no deja de ser memorable:
“Se trata de una ciudad ‘menor’ jugando a flirtear con la alta cultura, seduciendo al paseante con la orgia del gusto. Los dólares fluyendo del club a un cheque, de oficinas piratas a los impuestos de una galería. Una vez al año, Miami junta los extremos del exceso y el placer”.
¡No hay duda de que no hay como mirar la paja en el ojo ajeno! Peré no se pregunta por qué figuras de la talla de Abel Casado, Ezequiel Suárez, Ernesto Leal, Jorge Luis Marrero, Sandra Ceballos, Luis Manuel Otero Alcántara, Hamlet Lavastida —por citar solo algunos de los imprescindibles— brillan por su ausencia en el nuevo panorama glamuroso de La Habana, donde sobran oficinas piratas disfrazadas de galerías y orgías de mal gusto.
Y digo de mal gusto no porque falte la plata ni el refinamiento, sino todo lo contrario: porque debería caérsele la cara de vergüenza, a la nueva élite visual, de tanto glamour que se desentiende de todo aquello que no sea engordar sus propios bolsillos. Para colmo, siguen jugando al chistecito político, explotando la miseria ajena y la nostalgia de la izquierda trasnochada allende el mar (sin, por supuesto, propasarse hasta el punto de poner en riesgo la rentable empresa).
Claro, ahora en La Habana se juega fútbol. Antes se jugaba pelota… ¡y al duro y sin guante!
La Pragmática Pedagógica de René Francisco sin duda ha generado grandes adeptos. No tanto así, sin embargo, la Cátedra de la Conducta de Tania Bruguera, y es entendible, en un entorno donde hay mucho que perder si te sales del juego. En este sentido, el título de la más reciente exposición de Esterio Segura en Galería Habana se me antoja de lo más pertinente (tanto que casi salva la expo): El derecho a no decir lo que pienso.
¿No llevamos ya demasiado tiempo en ese juego?
También, de la mano de Peré, esta vez en el blog El Sr. Corchea (Diario de un apátrida), viene una adjetivación que pareciera extraída de los X-Files para referirse a la escritura de extramuros: “bibliografía alienígena cubana”.
Debe ser justo esa misma cortina de humo, esa escisión antojadiza del dentro o fuera, lo que lleva a Peré a pensar el término de “generación perdida” como algo nuevo, cuando ya desde el 2016 ha sido manejada por esa misma bibliografía alienígena (“Artistas, instituciones y ‘La generación perdida’: Diálogos en el arte cubano”, Parte 2, Cuban Art News).
El texto, además, incurre en otra falta. Según Peré, la “bibliografía alienígena cubana” apenas tiene en cuenta a Félix González-Torres. Valga aclarar aquí que se debe justo a un “alienígena” de marca mayor, a Elvis Fuentes, la recuperación de toda la obra temprana de Félix González-Torres, la muestra Félix González-Torres. Early Impressions (Museo del Barrio, 2006) y el valioso escrito “Félix González-Torres en Puerto Rico: Una imagen a reconstruir” (Art Nexus Vol. 15, Nº. 102, 2016, págs. 2-6).
No tengo nada en contra de Jorge Peré, a quien respeto mucho, pero si me detengo en estos epítetos es porque me resulta harto trasnochado y lamentable que sigamos haciéndonos eco de esa misma escisión ficticia del dentro-fuera que perniciosamente han fomentado extremistas de uno y otro lado para separar familias, cultura y nación, en pos de ganancias ideológicas y personales.
Siempre que sobreviene este tipo de vestigio, no puedo sino recordar cuando era niña y el hijo de Armando Hart venía a hurtadillas a casa de mi abuela —muchas veces era yo la emisaria que tocaba en su puerta— a recibir las llamadas de su madre que vivía en Miami. Mientras otros cortaron los lazos con sus familiares, el poder nunca lo hizo.
También la correspondencia llegaba a casa de mi abuela. En las latas de galleta Pinocho (divertido escarnio) pasaban los quesos de la casa del hijo de Armando Hart a la casa de mi abuela. Y en las mismas latas, en sentido inverso, iba la correspondencia.
Lo cual me trae de regreso a otra obra de Abel González Melo, acogida en Miami en 2019: En ningún lugar del mundo.
El Granma, como las latas de galleta Pinocho, anunciaba la distinción para Abel González Melo, pero no decía que el autor no podía recoger su premio porque estaba en esa ciudad “menor” que ya había acogido la obra premiada: Bayamesa se presentó entre el 30 de enero y el 2 de febrero, en una puesta en escena del Teatro Avante, en el Miami Dade County Auditorium, en esta no tan lejana pero innombrable geografía.
Nada, que como bien anunciaba Luis Gómez, ese otro imprescindible del arte cubano: “La era Hans Haacke ha terminado”.