Las elecciones presidenciales en Venezuela el 28 de julio de 2024 marcaron un antes y un después en la historia política del país. Lo que inicialmente se presentó como un proceso electoral, aunque era claro que no era un proceso competitivo, se transformó en un golpe de Estado muy al estilo de las dictaduras del siglo XXI. A pesar de los esfuerzos de la oposición y la sociedad civil venezolana, que mostraron una organización y civismo ejemplares, el oficialismo llevó a cabo un fraude monumental. Tras varias horas de cierre de los centros de votación, la transmisión de las actas se detuvo misteriosamente al alcanzar apenas el 30%. Horas después, ya pasada la medianoche, se anunciaron unos resultados imposibles de creer y alejados de la jornada que se vivió.
La respuesta de la oposición, que ha aprendido lecciones valiosas durante 25 años, fue inmediata. Con pruebas contundentes, denunciaron públicamente el fraude ante la comunidad internacional, en un acto de valentía que resonó en la población. Sin embargo, en un clima de tensa calma y con el sitio web del Consejo Nacional Electoral caída, el lunes por la mañana, este Consejo proclamó a Nicolás Maduro como presidente. Acto que quedará registrado en la historia como el momento en que una dictadura se declaró abiertamente como tal, sin importar las consecuencias, enviando un mensaje claro: están dispuestos a todo para mantenerse en el poder.
Como era de esperarse, los aliados del régimen fueron los primeros en pronunciarse, felicitando a Nicolás Maduro por su «victoria». Entre ellos, países con regímenes autoritarios como Bolivia, Cuba, Nicaragua, Honduras, Madagascar, China, Siria, Irán y Rusia. Esta respuesta evidenció una vez más que las dictaduras operan en una red colaborativa estrecha, conscientes de que la caída de una representa una amenaza para todas.
Miguel Díaz-Canel, en lo que parecía un mensaje preparado con antelación, felicitó al régimen de Maduro pocos minutos después de anunciado el fraude. Todo forma parte de una estrategia de sostenimiento entre aliados políticos que se retroalimentan y apoyan mutuamente.
La jornada estuvo marcada por una serie de simbologías, muchas de ellas retadoras, enviando un mensaje de claro de quien detenta efectivamente el poder. Uno de los momentos más indignantes de la jornada electoral fue la escena de Alex Saab votando, como si se tratara de un acto democrático. Saab, responsable de que cientos de niños consumieran leche en estado avanzado de descomposición y de jugar con el hambre de la población venezolana, personifica la corrupción y el desprecio por la vida humana que caracteriza al régimen.
Pero también, hay respuestas diferentes de la población. Lo que hace diferente esta ocasión es la movilización espontánea de la población, incluso antes y después de las elecciones. La gente ha salido a protestar más allá del medio a la represión, que no ha hecho sino aumentar. Esto se debe a un descontento profundo, especialmente en los barrios que solían ser bastiones del oficialismo. La población está cansada de recibir migajas mientras sus condiciones de vida empeoran cada día. Los cánticos que acompañan las protestas lo corroboran: «No quiero bono, no quiero CLAP, yo lo que quiero es que se vaya Nicolás».
El sistema de bonos y las cajas CLAP, utilizados como herramientas de sometimiento, están demostrando ser insuficientes para contener el hartazgo popular. La precariedad de la calidad de vida, que el régimen ha utilizado como un arma para mantener el control, puede ser la misma razón que impulse su caída. La gente está harta de vivir en las pésimas condiciones creadas a propósito y de ver cómo un pequeño grupo se enriquece a costa del sufrimiento de la mayoría.
En este contexto, las dictaduras que sostienen a Maduro son conscientes de que su propia supervivencia está en juego. Saben que la caída de una es una amenaza para todas, y por eso se apresuran a ofrecer su apoyo. El hambre y la precariedad pueden ser armas poderosas para mantener a una población sometida, pero también pueden ser el catalizador para su liberación.
* Nastassja Rojas Silva es investigadora Food Monitor Program
Estrategia para Venezuela: ¿más sangre?
“Se organizó un circo electoral a sabiendas de que la entidad que arbitra el proceso y toda la infraestructura, están bajo el control absoluto del régimen”.