I
Entre los debates filosóficos del mundo griego antiguo, la noción de “identidad” fue un tema central. Fueron ellos los primeros en plantear la importancia del conocimiento de uno mismo como base de la identidad personal y de la sabiduría.
La máxima “conócete a ti mismo” estaba inscrita en el templo de Apolo en Delfos y era considerada como el principio fundamental de la filosofía. En su concepción, el conocimiento de uno mismo implicaba tanto la comprensión de las capacidades y limitaciones de la propia naturaleza humana, como de las virtudes y vicios que orientan la conducta moral.
El objetivo era alcanzar un equilibrio entre el cuerpo y el alma, entre la razón y la pasión, entre el individuo y la comunidad. Era un proceso de búsqueda de la virtud, el areté.
Parménides, filósofo eleático definía la realidad del ser, como consistente consigo misma, de tal manera que no podía ser más que una, necesaria e idéntica. Consideraba que solamente de un ser con esas características puede surgir un conocimiento verdadero, el epistéme. Lo mudable, lo cambiante, la transformación sería fuente de mera opinión, la dóxa.
Ahondar en la diferencia entre los dos términos es determinante, debido a que son los utilizados para explicar la existencia de dos tipos fundamentales de conocimiento en torno a los cuales se interpreta el mundo y se establecen paradigmas.
Platón continuará, con las particularidades de sus análisis, el pensamiento de Parménides. Existe para él una realidad suprema aún por encima de las ideas: el Uno-Bien, perfectamente idéntico a sí mismo. Por participar de ese Uno-Bien, las ideas “son”, si comprendemos el término como la representación mental que surge a partir del razonamiento.
Lo anterior hace decaer al universo sensible de la condición de “ser”. Es la falta de identidad que el cambio implica. Para Platón, lo que se mueve no se mantiene idéntico a sí mismo y resulta por ello relegado al reino de lo que, en sentido estricto, “no es”.
En Aristóteles, la identidad entre los individuos es la modalidad primaria de identidad en sí misma, y supone la de la especie y el género. La identidad de los individuos como identidad en el ser se presenta cuando existe identidad en la definición (como sucede en el caso de los sinónimos) e identidad en la realidad denotada (en el sentido en que dos sinónimos se refieran al mismo objeto).
La idea de que existe una evidencia del pensamiento que no puede dudar de sí, vuelca la atención hacia la dimensión interior de la existencia humana, a medida que se suceden los siglos.
No obstante, la manera en cómo se formula el contenido de esta evidencia en el pensamiento de René Descartes, ya avanzado el siglo XVII, conduce a una brusca separaciónentre el mundo como extensión y la subjetividad autoconsciente. El filósofo francés es muy elocuente cuando dice, pocas líneas después de advertir que “pienso, luego existo/soy”, que es precisamente esa cuestión del “yo” la que se convierte en una sustancia pensante radicalmente heterogénea al cuerpo.
Heidegger define que la identidad abre la puerta a la cuestión sobre la mismidad. Muestra de manera indirecta que, en la modernidad, el tema de la identidad resultó enriquecido con la amplia reflexión desarrollada en torno a la experiencia peculiar del ser que sabe del ser, es decir, en torno a la subjetividad.
II
El 25 de noviembre del año 2016, a las 11:00 p.m., el general de ejército cubano, Raúl Castro Ruz, anunciaba “con profundo dolor” que había fallecido “el Comandante en Jefe de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz”.
El suceso, no por esperado desde hacía varios años (sobre todo, después de la retirada definitiva del exguerrillero de la vida pública y política, en el año 2008), provocó un revuelo a nivel internacional, y fueron muchos los entusiastas del proceso iniciado en el año 1959 los que fueron a la Plaza de la Revolución de La Habana a sus exequias, entre los días 28 de noviembre y 2 de diciembre.
Desde el momento mismo de su muerte, como si de un desprendimiento total, categórico y nacional se tratase, una frase inundó el ambiente nacional: “Yo soy Fidel”.
En la edición del periódico Granma del 5 de diciembre de 2016, el periodista Enrique Ubieta Gómez escribió:
Unos días antes, frente al hecho insuperable de su desaparición física, algunos escribieron: “Fidel es Cuba”; otros, ante el huracán de sentimientos que desataba, pese a su edad, la inesperada noticia, sentenciaron: “Cuba es Fidel”. Pero las revoluciones son mágicas en eso de convertir a las masas en colectivos de individuos conscientes, y Cuba es cada mujer, cada hombre, dispuestos a defenderla, es cada combatiente revolucionario.
Y añadía:
Ser Fidel es asumir la necesidad de reencauzar el desarrollo humano hacia metas no consumistas, anticapitalistas. No habrá Patria sin socialismo, eso es cierto, pero Fidel nos enseñó además que sin socialismo la especie humana —oprimidos y opresores por igual— estará, está, en peligro de extinción. Somos Fidel, porque entregaremos todas las energías a construir un socialismo eficiente, próspero, más solidario, justo, soberano, democrático y sostenible.
Estos párrafos nos aproximan a una actitud colindante al concepto de “devenir”, utilizado especialmente por Heráclito en la antigüedad y por Hegel en los tiempos modernos. Radica básicamente, por un lado, en mantener la identidad del sujeto o ente que deviene. Sin embargo, es importante señalar que, si un sujeto o ente deviene, se mantiene en ese devenir, terminaría potenciándose en una actualización que no afectaría la sustancia en sí.
El sacerdote y filósofo Antonio Rosmini consideraba que, para Hegel, el devenir es el momento en el cual el ser y el no ser se identifican, apostillándole, sin embargo, que había expresado mal esta verdad, abusando de ella.
En su obra Lógica, plantea que la palabra devenir supone un sujeto que deviene, y un sujeto que deviene aún no ha devenido, y entonces no existe.
Entendiéndolo como el proceso del nacimiento y desarrollo de un objeto, proceso en que el objeto llega a ser, el devenir, pues, es un concepto distinto del ser creado. La palabra no tiene entonces sentido, sino para aquellos sujetos ya existentes que se modifican o también se cambian en otros, pero no para lo que se crea, o se asume, ya que primeramente no es y después es sin un pasaje del mismo sujeto de un estado a otro, siendo creado el sujeto mismo.
Para que un ente pudiese devenir debería causarse a sí mismo; pero si ya es, no puede causarse para llegar a ser; y si llegase a ser otro, —para ser totalmente otro— debería proceder de lo que no es, de la nada. Y de la nada, nada procede.
Por otra parte, la nada en la cual se convertiría un ente y la nada de la cual surgiría otro, debería ser un sujeto idéntico; pero si la nada es nada en absoluto, no es un sujeto real, ni idéntico porque no tiene ser en absoluto.
Todo el sistema filosófico de Hegel está basado sobre este absurdo: el ser se hace nada y de la nada surge el ser (aunque dentro de la lógica hegeliana esto no fuera un absurdo). Por tanto, más que Fidel, el sujeto que vocifera su identidad simbiótica con el Comandante, desaparece totalmente y se extingue en esa mismidad.
Se afirma que en la sola idea del ser se halla la base de la identidad, porque esta idea implica además la idea de permanencia o continuidad que no se halla en la sola idea de ser indeterminado.
En el ser, se ocultan implícitamente sus propias formas de existencia, lo que llamaríamos diversidad. El ser es, entonces, también, la base de la identidad y de la diversidad. En su esencia única, se vuelve la base de la identidad: el ser no es más que ser y son esas formas esenciales (realidad, idealidad, moralidad) la base de su diversidad.
Como se dijo, en su ser, una fruta real y la idea de fruta es lo mismo. Pero en las formas de ser (como realidad y como idea) se vuelve diversa e irreducible la una a la otra.
III
“Yo soy Fidel”, es indudablemente el abandono absoluto de la identidad individual y se convierte en un metamórfico y esperpéntico intento de imperativo categórico kantiano, arrojando la personalidad de quien lo dice hacia un vacío que busca, con fines puramente políticos e ideologizantes, hacerse desaparecer.
Pudiera incluso señalarse un paralelismo, indirecto por supuesto, con ciertas concepciones de la teología católica, como por ejemplo la cuestión del abandono de sí para encontrar la plenitud en el Dios salvador. El profesor William Daros afirma que:
Afirmar que “un ente deviene otro” es como afirmar que A llega a ser no-A; pero no-A equivale a cesar de ser, a anularse; y lo que se anula no puede luego llegar a ser. Esta proposición contiene, pues, cosas contradictorias: anularse y llegar a ser.
Al tener la idea de un conocimiento cierto y efectivo (aunque sea limitado), generalmente afirmamos que algo es. Consideramos que “esto que siento/veo/oigo es”; o sea, “esto” es un participante del ser indeterminado, determinándolo según los límites que me ofrecen los sentidos.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que la identidad es, ante todo, “la constatación de que el ser es ser y no otra cosa: el ser es siendo, permaneciendo en el ser que es. Y ahí, en ese punto, es cuando comienza a entenderse que la frase que se coreaba a voz en cuello en la Plaza de la Revolución durante la noche del 28 de noviembre del 2016 desbarataba la concepción básica de identidad, filosóficamente hablando.
Cuando se afirma que “el ser es el ser”, se está expresando la identidad del ser, se está enunciando una tautología, pero con el matiz de su continuidad o permanencia.
El principio de identidad expresa la misma idea, pero explícitamente: “como sujeto (el ser), siendo (es) dicho o predicado (el ser)”. El principio de identidad expresa, pues, la constatación consciente de que el ser es el mismo; es igual a sí mismo y excluye la contradicción (excluye poder afirmar lo contrario). No se puede entonces, a partir de esa premisa, ser un individuo y, a la vez, ser Fidel.
El caso de Fidel Castro, a lo largo de la historia de la Revolución, es digno de análisis en su intento de hacer contener en él la identidad absoluta del pueblo cubano. Su carácter, ligado a su extenso tránsito terrenal de noventa años, provocaron que ya en los años 70 de la pasada centuria se le considerara un padre nacional, creador de la insularidad cubana y faro para el futuro.
Era muy común escuchar a las personas decir, ante disímiles situaciones, que la mala praxisaplicada en determinados espacios se debía al “desconocimiento del Comandante”. Fidel Castro generó, incluso en vida, una identidad dialéctica que fue evolucionando con los años.
El periodista Enrique Ubieta Gómez, en el artículo llamado “Fidel es Cuba”, publicado en Granma el 26 de noviembre de 2016, considera que “Fidel es también —y en eso yerran los analistas del Imperio— el pueblo de Cuba”.
La portada de dicho diario, al día siguiente, mostraba el cartel del caricaturista Ares “Cuba post-Castro” con un titular que rezaba “Cuba es Fidel”. Esa representación pictórica es una de las mejores muestras dentro de la semiótica del intento de imbricación entre Fidel Castro y la individualidad cubana.
En la página 15 de esa edición un artículo de Sergio Alejandro Gómez titulado “Fidel tomará forma en nosotros” asegura que “Fidel tomará forma en cada uno de nosotros y nos acompañará cada vez que se piense en Cuba”.
El 27 de diciembre de ese mismo año, paradójicamente, la Asamblea Nacional del Poder Popular aprobó una ley que invocaba que “una vez fallecido (Fidel Castro), su nombre y su figura nunca fueran utilizados para denominar instituciones, plazas, parques, avenidas, calles u otros sitios públicos”.
Bajo esta ley, aparentemente, el excomandante reposaba el sueño de los justos, aunque según la periodista Yudy Castro Morales, en el Granma del 5 de diciembre del 2016, tras su muerte “Cuba, toda amplia, bastará para echar tu suerte”.
Entonces se evidencia una ruptura de la fórmula de que A es igual a A. Y, por tanto, tras utilizar esta fraseología, el cubano se desprende de su ser para convertirse en otra cosa, dinamitando la concepción de que “conocer un ente real, primeramente, sentido, es precisamente aplicar la idea del ser a un ente real que impresiona los sentidos del hombre.
En filosofía cabe llamar a la persona “acto de ser” y a lo psíquico —el yo o personalidad y las facultades inmateriales, la inteligencia y la voluntad— “esencia del hombre”. La persona no se puede desprender de su esencia, pero lo que no debe hacer es intentar reconocerse como quien es en el crecimiento que le otorga.
Nos recuerda Daros:
En el ser (indeterminado, sin especificación alguna) se da una identidad esencial, absoluta, sin ningún tipo de consideración a las relaciones que puede tener. En este sentido, el ser es absolutamente ser y nada más que ser. Si se lo piensa, no se lo puede pensar más que de la misma manera, perdurando en lo que es, y es posible, de este modo, adquirir la conciencia de su identidad.
La frase que entonces comenzó a escucharse por toda la Isla desde el momento mismo del fallecimiento del expresidente, llega a partir de la simbiosis entre el hombre (Fidel Castro) y el pueblo (cubano), intentando fundirse en un solo ente (sirva de ejemplo la composición “Su nombre es pueblo”, reinterpretada a lo largo de las exequias) y ha erosionado al individuo de a pie, haciendo desaparecer sus particularidades dentro de una existencia anónima cuyas partes alimentan al Fidel metafísico.
Saluden a la princesa
Leo ‘Tía buena. Una investigación filosófica’ (Círculo de Tiza, 2023), de Alberto Olmos.