¿Qué hacer con las megatoneladas de moneda fraccionaria en 2021?

El Estado cubano, corriendo a unificar su vapuleada moneda circulante en este triunfal primero de enero, exhibe unas listas de precios donde aparecen muy pocos productos y servicios que valgan menos de un renegrido peso (ese blasón conmemorativo bautizado por el vulgo como “el nuevo macho” del socialismo guevariano), tan renegrido que ya ni se adivina en él la brillante cabeza del Apóstol, el cual servirá (¡Oh, maravilla del menudo redondeo!) para adquirir el pan subsidiado por la inmor(t)al libreta de (des)abastecimientos.

Tal experiencia inflacionaria en otros lugares del mundo se recomienda aprovechar, para algo que sea social o culturalmente útil, esos pesados metales que durante la era fenicia sirvieron de sustituto al legendario comercio en especias— va acompañada también de unos quilos que cubrirán los fachosos precios de las medicinas.

Extrañas aleaciones contiene la moneda que aún circula en Cuba: los níqueles de la República dejaron de existir a partir de 1959, por decreto del Occiso en Jefe. El Banco Central de entonces se fundó —y se derritió en aplausos— como otra respuesta rápida “a la soberanía financiera del país”.

Maletas con billetes no creo que en ellas cargaran monedas, excepto las neocoloniales del áureo metal, horneadas en 1915— que se equiparaban al dólar estadounidense, salieron en sucesivas estampidas en manos de burgueses ricos y profesionales hastiados del engaño infligido por Fidel Castro a sus seguidores, tras el arribo al poder aquel mismo año. Mientras, se preparaba un escenario secreto para el canje súbito —ocurrido entre el 6 y el 7 de agosto de 1961— que pondría fin al trasiego “y al robo de nuestras divisas”, permitiendo “que cada núcleo revolucionario” recibiera un máximo de 200 pesos.

El resto de las cuentas vivas fueron —como sucederá ahora con el peso convertible, inservible, remanente y condenado por fin a abducirse— “congeladas hasta nuevo aviso”: el polémico equivalente a la liquidez perdida.

Vale aclarar que aquel nuevo aviso nunca llegó, y que únicamente 724 millones, de los 1.187 estimados como circulantes, recibieron el respaldo durante tan aciago periodo de dos tristes días. Lo demás “se fue del parque” con su feo olor a tintas provenientes del pulpo norteño.

Lo más incongruente con la imagen de “Revolución de paz a noventa millas del Imperialismo”, que mostraba a un carismático líder orlado de palomas, fue la llegada de la moneda sustituyente, trasportada en cajas de armamentos del extinto bloque del Este, tan “pacifista” como nuestro vecino.

Si los sistemas monetarios antiguos se basaban fundamentalmente en la tríada oro-plata-bronce (aunque algunos tacaños gobernantes emitieron mezclas de electro, cobre, plomo, vellón, potín, oricalco, hierro y cuproníquel), es un verdadero misterio de qué estarían hechas las últimas monedas cubanas, las del CUC, para terminar desdorándose junto a otras del modo ruin en que lo han hecho.

La polémica se circunscribe hoy al destino que dará el gobierno a tanta lata inservible.

Si una aspirina va a costar $5,46 a partir de este mes de enero, su precio ha sido calculado solo para desdecir que el quilo no sigue teniendo peso. Aunque sea prieto.

El aluminio llegó para quedarse en el siniestro cuadro fraccionario insular, porque una copiosa mina del lánguido mineral hizo irrupción, implanificadamente, en el panorama geológico cubano. La victoriosa emisión de pesetas, medios y centavos (entonces valederos) reapareció en un guatacón diseño patrio que saludaba lo mismo al Primer Congreso del Partido Comunista (1975) que al XX aniversario del MININT. (La impresión del billetaje siempre se le encargó a las metrópolis sucesivas que tuvimos: España, Estados Unidos… Hasta que en 1995, con una mano alante y otra detrás, el famélico Estado se hizo cargo del carísimo empeño, luego de que la República Checa declinara seguir flagelándose bajo las órdenes del Kremlin, metrópolis del entero bloque socialista).

Las fracciones últimas de la liquidez cubana, que en el periodo colonial revistieron memoriosa cuantía, en la imperante miseria castrista se convirtieron en referencia burlesca: “eso no vale ni un quilo” era muestra de desprecio o de menoscabo por cualquier cosa.

Mientras, citar: “el quilo de picadillo fiado por el carnicero batistiano, y el medio de arroz con lentejas y chorizo del gallego bodeguero, con queso blanco y dulce de guayaba”, construía el corolario de un pasado oprobioso pero feliz, gastronómicamente hablando.

Las pesadas pesetas de 40 centavos —fundidas en 1962 con la imagen del comandante Camilos Cienfuegos— desaparecieron igual que el mítico mártir: sin demasiadas explicaciones. Los numismáticos coleccionistas aún creen que fueron sacadas del camino por “incómodas”.

En la actual falla estructural (y de todo tipo) que vive el sistema, no sería mala idea que tuviese lugar otra recogida masiva, lo mismo en los cajeros escondidos que en las mohosas arcas y bóvedas bancarias, para refundar “con todos” la destartalada nación que es hoy Cuba. Aunque para conseguirlo haya que emplear trenes, barcos, rastras y más rastras de contenedores, arrimados hasta los altos hornos de Antillana de Acero, y allí encargar (paleando a mano, armada si fuera preciso) placas y monumentos que les recuerden (a las generaciones por venir, aclaro) la recurrente estupidez, cuando no tuvimos más que herrumbre en el reinado de los falsos precios, de acuñar piezas simbólicas en lugar de fabricar cabillas o muletas, y de levantar puentes.

Para desgastes burlescos es que hemos estados dispuestos.

Un video “filtrado” en 2017, que contenía la reconstrucción del robo de unos 700.000 CUC en billetes de 20, en los inaccesibles sótanos del hospital Hermanos Ameijeiras, dejó boquiabiertos a quienes creían que los dineros de Cuba estaban en manos del Banco Central, antes de que FINCIMEX se divisara a en el firmamento.

El escándalo creció al difundirse un latrocinio que llevaba un lustro cargándose en bandoleras, pues en auxilio de los encausados no acudían probables intereses numismáticos. En la historia post-revolucionaria no existe noticia de que nadie robara cargamento demoneda pequeña en sus bolsillos.

En aquellas imágenes no se mostraban torres de denominaciones, embovedadas y custodiadas como lo hacen las furgonetas segurosas del SEPSA, que trasportan cada centavo con fusiles y que a más de un atrevido han costado la vida, sino dineros amontonados cual si fueran lo que son: una mercancía más en la feria de las baratijas.

Y esa imagen desastrosa no fue, ni es, ni será, más que el resumen de un país que se construyó bajo decreto monárquico: el traspatio privado que solo cambió de pertenencias y coloraturas.

Igualitico al cambalache que ya tenemos otra vez frente a nuestras narices. El que casi siempre ha jodido más a la ya jodida nación.




San Isidro

Ni todo el maquillaje del mundo hará que pasemos un feliz fin de año

Ray Veiro

Me arrepiento de no haberme maquillado en casa de Katherine Bisquet. Aunque estoy seguro de que hay marcas que no se quitan ni con todo el maquillaje del mundo. En nuestra conciencia civil hubo una grieta llamada San Isidro. Solo falta ese reconocimiento, ese despertar sin vuelta atrás del que hablaba Virgilio Piñera.