Estos meses de principio de año son deliciosos en Miami. El tiempo es perfecto, con un suéter y unos vinos te sientes pleno sentado en el Books and Books de Coral Gables conversando con amigos. El impasse dura un par de meses, luego vuelven los días de calor incesante. Si no fuese por los aires acondicionados, no existiría esta gran ciudad sobre esta tierra profanada.
Cada carretera pica a la mitad la creación, cada estructura está erigida sobre la sangre de miles de animales. Cada expansión urbana es otra laceración sobre la tierra y el agua, que cada vez más parecen fetiches poéticos. Hemos reemplazado el frescor del paisaje natural por el infinito del asfalto.
Yo tomo el frío de estos meses como un silencio en medio del bullicio. Y tomo el calor como el precio a pagar por sentirme en casa. El calor es el espacio-tiempo de Miami, los salones climatizados son anomalías. Nosotros, los humanos miamenses y nuestras mascotas, vivimos en esas anomalías, alienados del mundo real.
A veces viajo por el calor a los barrios menos queridos de la ciudad, La Pequeña Haití, Opa-loka, Allapattah, Hialeah; porque los tesoros están enterrados en donde a casi nadie se le ocurre mirar. Lo hago para entender la ciudad y su tiempo. El calor de Miami me hace dar gracias porque me recuerda que estoy donde quiero estar. Y me hace pensar, ¿a quién que tuviese otra opción viable se le ocurre vivir aquí?
Los seres humanos estamos hechos para vivir cómodamente en una temperatura de aproximadamente 15 grados centígrados. En parte es la razón por la cual la mayor población del planeta, antes de la invención del aire acondicionado, se encuentra en las zonas norte de Estados Unidos y Europa. Luego de su invención, se hizo posible la vida en la Florida. Entre 1960 y 1980, la población se duplicó de 5 a 10 millones con la instalación de los sistemas en más y más hogares. En los 70, la población del estado subió de 2.7 a 6.8 millones. Hoy somos el estado que más rápido crece con más de 22 millones de habitantes.
La invención de estos aparatos redefinió la comodidad. Lo que el ser humano es capaz de soportar como temperatura normal en climas cálidos se ha reducido y, en climas fríos, elevado. Investigadores y médicos expertos en termo-fisiología y metabolismo, como el doctor Wouter van Marken Lichtenbelt, han investigado y demostrado que la epidemia de síndromes metabólicos en países desarrollados ha ocurrido en parte porque no le damos al cuerpo la oportunidad de termo-regularse como en el pasado. Nuestros organismos han evolucionado para enfriarse y calentarse a sí mismos acumulando y quemando reservas de grasa. No dejarlos hacer esto genera condiciones como sobrepeso, diabetes y debilita el sistema inmune.
Sin aires acondicionados, la sobrepoblación del planeta sería mucho más difícil. Nuestra reproducción desenfrenada nos ha llevado a alterar 97% de la superficie del planeta, sin incluir la Antártica, con industrias, carreteras, suburbios, granjas, y más.
El aire acondicionado es un miembro indispensable de nuestro hogar, consume electricidad, que es nuestro dinero, y nos ruge en las noches para arrullarnos mientras sopla su brisa fría. Su fallecimiento o enfermedad nos causa pánico. Dormir sin su funcionamiento una noche de agosto, en un barrio sin brisa, en una casa o apartamento diseñado sin ventanas, para contener el aire reciclado de sus fauces, es una agonía. La gran mayoría de estas casas y barrios contemporáneos no están diseñadas para dejar fluir el aire ni bajar la temperatura de forma natural.
La sensación de sentir algo de calor, levantarnos del sofá, bajar la temperatura del termostato y escuchar la bestia despertarse debe de ser uno de los placeres más comunes en las noches de la ciudad. Luego nos arropamos y arrellanamos a tomar helado.
He visitado casas de amigos donde he pasado más frío que en unas vacaciones esquiando en Vermont en invierno. Allá a las montañas voy arropado, aquí voy en shorts, pulóver, gafas y un sombrerito de guardabosques, seguro de haber tomado una decisión inteligente para mitigar el castigo del sol. Pero el amigo, para guarecerse de los más de 30 grados que hace afuera, tiene su termostato puesto en 15 grados.
Me parece una pretensión de abundancia de frío. Tiemblo, no puedo pensar bien, tomo café, tiemblo más, me empiezan las palpitaciones y la ansiedad. Propongo salir al patio para fumar. Mi amigo tiene un abrigo puesto y unos pantalones de corduroy, esta puede ser mi venganza. Pero empieza a llover, porque Miami no tiene consideraciones con nadie y se burla de mí, como los maestros de los estudiantes que más atención ponen y aún no entienden la materia.
Digo que voy al baño y en el camino subo el termostato sin que se dé cuenta. Para cuando el amigo empieza a sentir calor, ya tengo que irme. Salgo a la calle con el sol en el cenit y la gloria de sus rayos me empieza a calentar los huesos. Es como meterme borracho a un jacuzzi una noche de nieve.
Estar perpetuamente encerrados en casa, con los miles de químicos y componentes orgánicos volátiles que emiten nuestras cocinas remodeladas, nuestros plásticos nuevos en forma de artículos recién comprados en Amazon, los polímeros de la pintura, los retardantes de llamas de los muebles, los aditivos de las ropas, puede causar irritaciones en las vías respiratorias, alergias y enfermedades más serias. Al menos una vez al día abro mis ventanas, enciendo mis ventiladores y dejo entrar el calor, el frío, o lo que sea que el fantasma del pantano quiera darme.
Tener un aire en casa y trabajar en un lugar que lo tenga es un privilegio en nuestro planeta. Tan solo 8% de los 2.8 billones de personas que viven en las partes más calientes y pobres tienen uno. En octubre de 2020, The Atlantic reportó que el calor será el derecho humano definitorio de nuestro siglo. Ya millones de personas han emigrado de zonas de México y Centroamérica debido a las altas temperaturas y la sequía.
El trabajo en la agricultura se ha hecho particularmente peligroso en el sur de la Florida, donde el promedio de temperaturas ha subido 2 grados en el último siglo. Un estudio longitudinal encontró que trabajadores de granjas tienden a sufrir más de problemas vasculares, enfermedades de los riñones y el corazón. Lo mismo puede esperarse de otros trabajos en altas temperaturas, como la construcción.
En barrios como Hialeah, donde por la carencia de árboles la temperatura suele ser de 1 a 3 grados por encima de otras partes de la ciudad, durante las grandes olas de calor, mueren ancianos y niños debido a que sus corazones más débiles deben trabajar más para enfriar sus cuerpos. En los años 60, en Miami, teníamos como promedio 85 días de calor extremo, ahora tenemos 133 y continúa subiendo. La alcaldesa Daniella Levine Cava ha creado una hoja de ruta para combatir el calor extremo en la ciudad. Varios activistas están luchando por pasar una ley que proteja a las personas que no puedan pagar sus cuentas de electricidad si perdieron sus trabajos.
Los que no tenemos que pasar calor, los afortunados, vivimos aislados en cajas termo-reguladas. El aburrimiento que produce nuestra relación con la temperatura puede que esté relacionada a la negación del cambio climático. El clima no es un tema de discusión en parte porque el tiempo que pasamos afuera consiste en los dos minutos que caminamos de la casa, el trabajo o el supermercado hacia el carro.
Todo miamense conoce la lucha por encontrar el parqueo más cercano a la entrada para caminar lo menos posible. Después están aquellos que a propósito buscan parqueo lejos de la entrada para caminar más porque puede que ese sea todo el cardio que hacen ese día. En total, puede que un miamense pase de 10 a 15 minutos experimentando el tiempo de la ciudad en un día regular de trabajo. ¿Es eso vivir en Miami o vivir entre jaulas?
Esta forma de vida desligada de la naturaleza genera desarraigo. La temperatura afuera se hace irrelevante; solo importa el yo y lo mío. La relación del miamense con su aire acondicionado y su mecánico de aires acondicionados se hace más relevante. Tener el número de un mecánico es indispensable.
¿Cómo pedirle a nuestra comunidad que considere la idea de que un día nuestra ciudad será inhóspita debido a la subida del nivel del mar, si ya lo es debido al calor, pero la habitamos gracias a la tecnología? En Miami Beach han instalado ya aproximadamente 100 bombas para sacar el agua durante inundaciones y han elevado varias calles, como las 13 pulgadas de Indian Creek. El presupuesto de la ciudad para estos proyectos es de 4 billones de dólares en los próximos años. Según un reporte de la Universidad de Yale, el nivel del mar ha subido 5 pulgadas en Miami desde 1993 y, según modelos recientes, podría subir de uno a dos pies en los siguientes veinte años.
Nuestra fe radica en la mitigación de los problemas, no en su prevención. Creemos que elevaremos Miami como estamos elevando Venecia; en que la tecnología vendrá después de la catástrofe a rescatarnos, como si no hubiese causado ella misma la catástrofe.
El aire acondicionado es una de las piezas más sutiles de nuestro sistema económico y se perpetúa a sí mismo. Es un motor financiero perfecto porque su existencia crea su necesidad. Cada minuto en el cual permanece funcionando representa más dinero en los bolsillos de la FPL, el monopolio energético del sur de la Florida.
Los gases refrigerantes que se usan para su funcionamiento tienen un efecto invernadero dos mil veces mayor que el dióxido de carbono. Y mientras más efecto invernadero, más calentamiento global, y más necesario se hace el aire acondicionado. Es un instrumento ideal de negocio, en otras palabras, para convertir la naturaleza en dinero. Nos hace comprar aire frío, constantemente, sin darnos cuenta.
Como un chapuzón en agua fría baja la fiebre, pero no cura la infección, nos estamos echando aire para sobrevivir otra década. Puede que nos demos cuenta de esto el día que busquemos sentir el lugar donde uno vive, no evadirlo. Sentir la fiebre y sanar con ella antes de intentar erradicarla. Debemos sentir la pequeñez de nuestras vidas en el calor de esta ciudad mágica, de sueños, de naturaleza profanada por el rugir de millones de aires acondicionados.
Mi objetivo es nombrar este miembro del núcleo familiar, iluminar su perfecta maquinaria. No pretendo eliminarlo de nuestras de nuestras vidas. Quiero hacerlo visible y quizás darle un descanso. Hacerte probar su silencio y pensar en la imposibilidad de su ausencia. Quizás entonces te sientas más presente en este paisaje suburbano.
Su constante uso nos hace confundir la comodidad inofensiva con el desenfreno antropológico por evitar el sufrimiento, que tanta destrucción ha causado. Pasar un poco de calor no es pedirle a un cubano o algún otro inmigrante que regrese a la prisión, la tierra violenta o de miseria que era su país. Es pedirle que no confunda la abundancia con la necesidad de consumir en abundancia. Y de que nos demos cuenta de que la libertad no es solamente despilfarro sin consideraciones por el impacto que puedan tener nuestros lujos, por pequeños que sean.
Viviremos de una forma absurda hasta desenmascarar la trampa del consumo que se disfraza de la libertad que necesitamos. Quizás nos acerquemos más a ella si por unas horas abrimos las ventanas, subimos el termostato, apagamos los celulares y el televisor, cerramos la llave del consumo y sentimos la naturaleza que nos queda. En Estados Unidos tenemos la libertad de hacerlo.
Habitar Miami no es lo mismo que habitar entre salones de aire acondicionado. Habitarla conlleva salir a sudar sus calles de suburbio, abrir tus puertas, bañarte en la playa cuando su agua está insoportablemente fría o con algunos sargazos debido a las subidas de temperatura causada por el cambio climático. El cuerpo sabe disfrutar de estos raros placeres. Dale una oportunidad.
Esperar la ausencia. José Lezama Lima en los 70 (I)
Un Lezama Lima “inmovilizado y perplejo”, al borde de la depresión, el desespero, el pavor: un imposible posible que no alumbrará ‘potens’ alguno, solo dolor y lontananza.