Sobre la censura en el Festival de Cine de La Habana

El pasado domingo quedó finalizada la 44ta edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. El certamen, celebrado en La Habana entre el 8 y el 17 de diciembre, acogió a dos centenares de películas de 19 países. Sin embargo, ni el nombramiento de las recientes directivas —Tania Delgado como directora del festival y Alexis Triana como nuevo director del ICAIC— ni sus afirmaciones de buscar “diálogo” y “respeto” con los cineastas, han logrado disipar la tensión entre las instituciones culturales y los artistas cubanos. 

En cambio, las señales de la precarización económica y la apatía social, así como las evidencias de la tendencia autoritaria de la política cultural, se han reflejado en el juicio de cubanos que compartieron en sus redes evaluaciones como la siguiente, en referencia a su inauguración: “Las invitaciones estuvieron más limitadas y el público lucía diferente, se veían menos actores y directores (…) sino Marino Luzardo y Barbarita leyendo palabra por palabra su texto sin improvisar (…) El nuevo director designado para el ICAIC pronunció un encendido discurso de trinchera.”

Ya a pocos días del comienzo del evento, salía a la luz pública la censura contra dos cintas postuladas a concurso: “Llamadas desde Moscú”, primer largometraje de Luis Alejandro Yero, y “La Habana de Fito” de Juan Pin Vilar. En respuesta al veto institucional, la Asamblea de Cineastas Cubanos (ACC) declaró su “frontal denuncia a este dañino ‘modus operandi’” de las instituciones culturales cubanas, y adujo además que las mismas funcionaban como “una plataforma usada para cercenar, silenciar, amedrentar y excluir”. La reacción posterior de los comisarios citados, incluido el viceministro de cultura Fernando Rojas, y la directora de Eventos del MINCULT Lis Cuesta, fue ningunear y criminalizar a la Asamblea y a otros creadores implicados.

Como era de esperar, el malestar ha ido en incremento, al punto de que varios cineastas se declararon públicamente contra la censura oficial.  Durante la presentación de su documental “Landrián”, Ernesto Daranas se refirió al artista protagonista de su obra, quien fuera sometido por las autoridades cubanas al ostracismo, la prisión y finalmente al exilio. También recordó que la historia de Landrián no es un caso del pasado: “todavía la censura y la exclusión son ejercidas sobre obras y cineastas, sobre el derecho de nuestro pueblo a acceder libremente a sus películas y sobre las propias instituciones del cine cubano”. Finalmente, añadió: “el verdadero problema no ha estado nunca en nuestras películas, sino en la realidad a la que se deben (…) no puede existir un país para el cine diferente al que tenemos como pueblo. Por eso persiste la censura. Por eso el derecho al disenso es criminalizado”.

Un día más tarde, el cineasta cubano Orlando Mora Cabrera se unió a esta postura en ocasión de la proyección de su documental “Brujo Amor”. En su alocución Mora exhortó a no dejarse distraer “por los ornamentos carnavalescos o las pantallas y tarimas festivas que se ven por la calle 23”. Además, recordó que el festival no exhibiría todas las películas que debería y afirmó: “Cuando se censura, no solo se excluye al artista; también se silencia la voz del pueblo, privado de hacer un juicio crítico con relación a la obra y a nuestra propia realidad (…) Apostemos todos por un cine libre: ese es el único camino”.

Posteriormente, el aclamado cantautor argentino Fito Páez realizó una directa en sus redes sociales mostrando su condena a la censura en la Isla y su apoyo a los creadores cubanos. Esto ocurre después de que el propio artista fuera víctima de la exclusión y la manipulación de los comisarios culturales cubanos debido al documental dedicado a su persona y dirigido por Juan Pin Vilar.

Esta no es la primera vez que la censura y reacciones contra esta se encuentran en el centro de este politizado festival. En la pasada edición, el director cubano Carlos Lechuga también enfrentó la proscripción de su película Vicenta B, algo que fue luego reprochado por los actores y creadores cubanos Luis Alberto García, Héctor Noas, Erdwin Fernández y Ernesto Daranas. También el actor Daniel Triana Rubio denunció haber sido acosado y vigilado por agentes de la Seguridad del Estado, como parte de un operativo policial mayor, durante la velada de clausura. 

Mientras artistas y creadores han sido ninguneados y sus obras proscritas, mientras los cineastas de la ACC han sufrido la vigilancia y la coerción por parte de directivos del Ministerio de Cultura y del ICAIC, las autoridades cubanas venden la narrativa de una de las fiestas cinematográficas más importantes de América Latina. Esta dicotomía no solamente demuestra los claros rasgos autoritarios de un país que aún intenta legitimarse y difundir sus antivalores en el escenario regional, sino la existencia de una represión constante en un Estado policial, que instrumentaliza a sus ciudadanos en función de la permanencia del orden y de un falso “estado de júbilo y bienestar”.

El ODC celebra la existencia de obras que discursen sobre la realidad del país y cuestionen la arbitraria política cultural. También elogia la postura íntegra de cineastas y artistas en general, que a pesar de las represalias que puedan enfrentar dentro de un contexto autoritario, han mostrado su postura contra la censura y su apoyo a colegas fustigados.

El ODC advierte que mientras un Estado policial despliega en La Habana su fachada democrática, la venta de una realidad paralela hacia el exterior es otro ejercicio de represión e invisibilización de la dura vida que llevan los cubanos. En paralelo, la obra de cineastas en el exilio, así como aquellas que han sido prohibidas por el mismo aparato cultural de la Isla, acumulan premios en certámenes internacionales y son exhibidas ante un público que ejerce a plenitud sus derechos culturales. 

El ODC lamenta que el despojo continuo de la oportunidad de acceder a una cultura plural y por naturaleza polémica, tenga una influencia directa en el archivo y la memoria del cine contemporáneo cubano, en el sesgo de una sociedad cada vez más autocensurada, acrítica y temerosa, así como en el empoderamiento e influjo de los antivalores autoritarios desde La Habana. 


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