“(…) toda sociedad es una estructura de poder. (…)
Toda estructura de poder es
siempre, parcial o totalmente, la imposición de algunos,
a menudo cierto grupo, sobre los demás”.
Aníbal Quijano.
El pasado 11 de noviembre apareció en el perfil institucional de Facebook de la Casa del Caribe, de Santiago de Cuba, una publicación donde se comentaba la realización de un ritual religioso conocido como “comida a la tierra”. La ceremonia, perteneciente al Complejo Ocha-Ifá de la santería, tiene como fin apaciguador armonizar a los seres humanos con el elemento tierra, considerado en su carácter divino; propicia fertilidad y, sobre todo, el cese de posibles muertes o pérdidas por desastres naturales. La Casa del Caribe se hizo eco de su realización a cargo del líder de la Asociación Cultural Yoruba de Cuba, Juan Marten Portuondo (Irete Ansa).
Ceremonia de la “comida a la tierra”, Casa del Caribe (2024). Imágenes: Facebook.
Hasta aquí la noticia pudiera ser más o menos relevante si no supiéramos que, en efecto, en los predios de la institución se han celebrado incontables ceremonias en términos reales y no de forma representativa. Aunque esta vez no consta que fuera allí, es sabido que tanto en este centro como en su homólogo Casa de África Fernando Ortiz se han realizado y se ejecutan rituales de diverso tipo en el marco de eventos científicos organizados por estos establecimientos. Se insiste en el carácter “real” de estos ritos, en tanto no son meras representaciones de su cosmogonía, sino ejecutados tal cual en toda su extensión.
Misa espiritual a Fernando Ortiz y Rómulo Lachatañeré con médiums de la ciudad, Casa de África, en ocasión de un evento científico (2016). Imagen: Cortesía del autor.
¿Por qué estas instituciones del Estado cubano prestan sus espacios (reales y digitales) para una ceremonia religiosa que no es una representación, sino ejecución formal ceremonial? ¿Es válida esta postura para una institución estatal? Y lo más importante: ¿por qué las prácticas culturales de ascendencia africana acceden a la ejecución ceremonial en espacios estatales? Para comprender hay que ir a la génesis del asunto.
La consolidación a nivel global de estructuras institucionales con fines legitimadores fue un proceso social creciente ocurrido desde el siglo XVI hasta la fecha, en lo que dio como resultado la sociedad moderna con sus disímiles instituciones en todas las esferas (económicas, políticas, sociales, asociativas, etc.). Establecido el orden institucional, pudieron articularse “todas las formas históricas de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos, en torno del capital y del mercado mundial”.[1] De modo que estos procesos de institucionalización están siempre enmarcados dentro del propio sistema-mundo actual y es a través de ellos que se reproduce la sociedad:
“Un mundo institucionalizado (…) se expone como realidad objetiva, tiene una historia que antecede al nacimiento del individuo (…). Las instituciones están ahí, fuera de él, persistentes en su realidad, quiéralo o no (…). La realidad objetiva de las instituciones no disminuye si el individuo no comprende el propósito o el modo de operar de aquéllas (…)”.[2]
De ahí que la comprensión de las sociedades modernas y sus dinámicas específicas pudieran remitirse concretamente al estudio de las instituciones que la conforman. Llevado a los términos actuales, las instituciones son mecanismos de validación y legitimación necesarios porque “edifican un conocimiento socialmente objetivado que sirve para explicar y justificar el orden social”.[3]
En Cuba, luego de 1959, ocurrió un enorme contraste en el sentido institucional: de un lado, se produjo una cierta dispersión que no encontró salida concreta hasta la mitad de la década de los setenta; de otra parte, en ese mismo lapso, ocurrió un intenso proceso de concentración de funciones y poder en órganos del naciente Estado, dando origen a diversas instituciones, organismos y proyectos sociales variados que protagonizaban dichas transformaciones. Ello podría llevar a la ilusión de que estamos frente a un proceso de institucionalización, pero esto sería solamente una verdad a medias, pues lo ocurrido fue la centralización de poderes en el ámbito estatal.
En realidad, no fue tardíamente, sino en 1975, en el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), donde se cristalizó definitivamente la creación de la estructura y sus instituciones pertinentes de forma bien definida. Es entonces cuando se implementa el modelo de gobierno basado en el orden ministerial, la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) y los principales centros de investigación y desarrollo. No obstante, lejos de lograrse una distribución equitativa del poder, el proceso lo que hizo fue reconcentrarlo más aún, hasta lo indecible, sellando definitivamente cualquier posibilidad a la sociedad civil, ahogándola. Las instituciones nacidas luego de 1976 (año que tuvo precisamente ese nombre: el de la institucionalización), pertenecían (y obedecían) a ese tejido tupido con fuerte basamento ideológico sobre el cual se afianzó el totalitarismo del Estado cubano.
Como parte de ese proceso de institucionalización luego de 1976, nacía en 1982 la Casa del Caribe, en la oriental Santiago de Cuba. Por mandato de una resolución del Comité Ejecutivo de la Asamblea Municipal de la ciudad, se creaba el centro:
“(…) cuya razón principal es llevar adelante las investigaciones, individuales y por equipo, sobre la historia, la cultura, la economía y la sociedad en las formas concretas que se dieron y se dan en nuestra Patria y en toda el área caribeña, tanto en sus determinaciones particulares como en sus posibles interacciones que alentará el estudio sobre el surgimiento del desarrollo del movimiento obrero en el área, así como los movimientos revolucionarios según se dieron y se dan en la misma, al calor de las luchas de liberación de estos pueblos hermanos.[4]
Es decir, la Casa del Caribe surge como institución de investigaciones y de estudio, avalada en su génesis por el Poder Popular y con fines ideológicos según sus mismos postulados. En la misma primera edición de su revista (Del Caribe), fue colocado (no sin intención) un artículo de José Ramón Balaguer Cabrera titulado El Caribe ya es otro, a través del cual se sustenta la necesidad fundacional de la institución desde los presupuestos establecidos en la Resoluciones sobre la cultura artística y literaria de las Tesis del Primer Congreso del PCC en 1975: “(…) estamos cumpliendo las orientaciones de dichos lineamientos, y además, estamos creando las condiciones idóneas para rescatar y conservar esas tradiciones a través del prisma revolucionario y marxista-leninista”.[5]
Desde sus primeros años, su ya fallecido director Aníbal Joel James Figarola y todo el equipo de trabajo desarrollaron una ingente labor de intercambio nacional e internacional entre investigadores, artistas, intelectuales y estudiosos de la historia y la cultura caribeña, así como de grupos portadores tanto artísticos como religiosos. Con una política editorial centrada en la revista Del Caribe, auspició desde los inicios el Festival de la Cultura de Origen Caribeño, que en el mes de julio de cada año permite el intercambio de conocimientos y experiencias entre investigadores, estudiosos y grupos portadores. Si bien en muchos aspectos lograron poner en justo sitio la herencia cultural de África y realizaron enjundiosas investigaciones en torno a prácticas como el vudú o el espiritismo de cordón[6] que evidenciaron una voluntad y enfrentamiento a estigmas y discriminaciones, al mismo tiempo fueron epicentro de nuevas formas de lo que es dado en llamar la colonialidad del poder en los nuevos tiempos.
Portadas de la revista Del Caribe. Imagen: Cortesía del autor.
Importante a la hora de comprender las contaminaciones de los espacios: estas instituciones no son templos ni cabildos, ni sociedades o asociaciones de tipo religioso para que ello suceda. Una cosa es el estudio de un sistema cultural y su validación como parte de la cultura popular e identidad de un país, y otra hacer prestaciones de espacios institucionales para prácticas concretas por más que sus objetivos sean loables.
¿Por qué sucede esto? La institución busca legitimarse dentro de los practicantes que constituyen su objeto de estudio. Sin pecar de paranoicos, este enroque de funcionalidades apunta a lo que en algún momento se anuncia en este análisis, y es la colonialidad del poder. Hay un control institucional expreso hacia estos grupos portadores, a los cuales imponen políticas culturales que deberían servirles para el resguardo de sus tradiciones y lo que hacen es comprometerlos en órdenes diferentes, como el político y el ideológico, distantes de las subjetividades y la vida de estas prácticas.
La colonialidad del poder no es más que un mecanismo ejercido por las metrópolis en sus colonias como formas o maneras de organizar y estructurar la sociedad. Los criterios de raza y división del trabajo van asociados como formas legítimas del ser social. Constituyeron en su momento el modo de otorgar legitimidad a estructuras sociales impuestas por la conquista y basadas en criterios de racismo y diferenciaciones sociales injustas.[7] Así, por ejemplo, los cabildos de nación instituyeron formas de control de la metrópoli durante la colonia no solo en el orden social, sino también en el subjetivo. Aunque se erigieron como resguardo de la cultura de los esclavizados, también fueron sitios ideales donde se reprodujeron las representaciones sociales de los grupos hegemónicos. Esta cuestión parece bien distante en el tiempo, se desarrolla bajo circunstancias muy diferentes teniendo en cuenta que no es un sistema colonial el que se analiza, y sigue portando desde el aparato de poder el sesgo de control por parte de estos, similar a un sistema colonial porque no ha podido deshacerse de la impronta de control autoritario propia de los Estados modernos que el totalitarismo cubano acentúa. Por supuesto, no se hace referencia a una metrópoli extranjera, ni está enmarcado en un aparataje colonizador, sino como parte del mismo Estado y sus estructuras de control social. En ello, como en todo, nada es blanco versus negro: lo que por un lado contribuye al resguardo y validación de tradiciones culturales de sectores subalternos, también es base de su control y compromiso con un proyecto social que cada vez se aleja más de los grupos que pretendía amparar.
El triunfo de la Revolución en 1959 no supuso de forma inmediata un freno para el desarrollo y legitimación de las religiones de origen africano. El proceso venía a salvar, supuestamente, a estos amplios grupos sociales otrora marginados portadores de estas creencias, de forma que pudieron verse y descubrirse a sí mismos como protagonistas del cambio. Esta idea al menos fue la vendida por el propio proceso revolucionario. Sin embargo, con la radicalización de la Revolución en sus primeros años, ocurrió un proceso contradictorio. Primeramente, las medidas en contra de otras prácticas culturales de marcado carácter religioso. La suspensión de actividades religiosas en los espacios públicos (procesiones fundamentalmente), si bien afectaban sobre todo a los cristianos católicos, influyeron notablemente en la no externalización de otras prácticas de origen africano muy ligadas al catolicismo o, al menos, con mucho de su influencia. Sin embargo, en lo que más el proceso revolucionario afectó el despliegue de la cultura popular religiosa fue en que, de un lado, se convirtió en su salvaguarda y defensa, por ser las propias de los subalternos, y generó instituciones para su conservación como el Conjunto Folclórico Nacional y el Centro de Etnología, y de otro, asumió una postura oficial política filosófica de carácter ateo, que negaba la posibilidad del funcionamiento abierto de los focos culturales populares, que eran la sede del ejercicio santero.[8] La vivencia dentro de la cotidianidad y la espiritualidad e identidad cubana de todas estas prácticas religiosas fue asumida como un hecho folk, fosilizado y representativo de un pasado[9] que era necesario dejar atrás. En función de una supuesta sociedad del “hombre nuevo”, donde la mirada reflexiva y el pensamiento lógico no dieran espacio a creencias religiosas, se cercenó en este sentido mucho de la libertad subjetiva y práctica individual respecto a la religión.
Lo que sucedió en los setenta y los ochenta a todo lo largo del país fue que todas estas prácticas culturales siguieron su evolución en el interior de los hogares, aplicando similares mecanismos de supervivencia y resistencia a los implementados en el tiempo colonial. Ello permitió el boom estrepitoso de los noventa, conllevando a que en el IV Congreso del PCC este cambiara radicalmente su política de cuadros y los basamentos de las políticas culturales, permitiendo la inclusión en sus filas de los religiosos. Comenzó a externalizarse un proceso que nuca había desaparecido, sino que ocurría ocultamente.
Ritual de espiritismo de cordón, Casa del Caribe (2016). Imagen: Cortesía del autor.
Pero ¿qué impele a los practicantes a buscar el amparo institucional? Si bien el proceso de descalificación social venía desde la etapa colonial, ahora ocurre, como compensación, un proceso inverso desde la década de los sesenta, pero, sobre todo, luego de los noventa, porque “una forma de atemperar el compromiso con la descalificación, es la institucionalización”.[10] Estos grupos de portadores buscaron pertinentemente espacios de legitimación que les abren nuevas puertas, tanto para la extensión de su práctica como para la ejecución de mecanismos comerciales y de búsqueda de “éxito”, imponiéndose como superiores o “verdaderos” ante un grupo social cada vez mayor. Las prebendas que se obtienen no son solamente en el orden de validar su propia tradición, sino en imponerla como la auténtica, veraz y legítima frente a otros grupos de practicantes, casas templos, cabildos o asociaciones de cualquier tipo. A ello contribuye mucho el hecho de la ausencia de una ley de asociaciones religiosas que lastra enormemente las intenciones de estos practicantes otrora estigmatizados y rechazados socialmente.
Encontrar un espacio en un sitio institucional es una validación no solo para sí mismos, sino inclusive para sus ancestros, por lo que no puede verse como algo que, a sabiendas, ellos hagan de forma no ética, sino como el dominio de su tradición sobre las demás. Ello es sumamente importante, porque la tradición en estas prácticas no pasa por cánones estandarizados para todas, ni siquiera para las de un tipo específico (Ocha, Vudú), sino que se desgajan según cada linaje genealógico (familia) proveniente de cada ego ancestral fundador. Por lo tanto, lo que en otras religiones significaría un caos, en las prácticas religiosas cubanas de origen africano son su mayor riqueza. También, la mayor fuente de rivalidad entre uno u otro grupo o casa religiosa. De modo que validarse a través de cualquier institución, participar dentro de eventos internacionales, tener una proyección social de mayor alcance se traduce en homenaje a sus ancestros y en amplitud de su propio horizonte de acción en la sociedad desde el reconocimiento que se le otorga. Servida la mesa, todos encuentran un plato de su acomodo, un por qué realizar la ejecución de ritos más allá de los predios de su espacio cotidiano, en este caso de una institución estatal.
Ceremonia con funcionarios estatales, Casa del Caribe (2023). Imagen: Facebook.
De aquí emana otra fuente de conflictos presentes y futuros. Si bien la Casa del Caribe y sus similares deben resguardar y proteger la cultura en toda la extensión de la palabra, cada vez adquieren mayor protagonismo las ceremonias propias del Complejo Ocha-Ifá, en detrimento de otras como el Vudú y el Palo Monte o Malongo, volviendo eternamente a una suerte de discriminación y estigmas dentro del conglomerado del legado afro, lo cual posiciona a unas en detrimento de otras. La permanencia en la mentalidad colectiva de la época colonial se extiende al futuro.
La Casa del Caribe es un sitio de enorme influencia no solo en el ámbito de la cultura santiaguera y en el oriente de Cuba, sino en todo el país. No precisa de subterfugios. Su labor científica y su objeto social es sumamente relevante. Si fuera aprobada una Ley de Asociaciones como debió haber ocurrido ya según el cronograma legislativo; si el Departamento de Atención a Asuntos Religiosos del Comité Central del PCC no existiera y los religiosos de estas prácticas de herencia africana más dispersos y no institucionalizadas en comparación con las cristianas pudieran realizar trámites de rigor y acceder a la categoría de persona jurídica, es muy probable que estas contaminaciones de los espacios no ocurrieran. Habrá que esperar al 2028 para ver qué sucede en ese sentido.[11] “Después de frita la manteca, vamos a ver los chicharrones que quedan”.[12]
Representación de un ritual vudú en las lomas del Cobre, Festival del Caribe (2015). Imagen: Cortesía del autor.
Notas:
[1] Quijano, Aníbal. (2005) “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”. En La colonialidad del saber, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, p. 217.
[2] Berger, Peter. (1969). El dosel sagrado. Elementos para una sociología de la religión, segunda edición, Amorrortu Editores, Buenos Aires, p. 82.
[3] Berger, Peter. Ob cit,p. 44.
[4] Resolución del Comité Ejecutivo de la Asamblea no. 1, año 1, julio a septiembre de 1983, Santiago de Cuba, pp. 10-12.
[5] Balaguer, José R. “El Caribe ya es otro”, revista Del Caribe no. 1, año 1, julio a septiembre de 1983, Santiago de Cuba, p. 8.
[6] Ambas prácticas propias del oriente del país.
[7] Quijano, Aníbal. Ob cit.
[8] Menéndez, Lázara. (2017). Para amanecer mañana hay que dormir esta noche, Editorial UH, La Habana.
[9] Menéndez, Lázara (2002). Rodar el coco. Proceso de cambio en la santería, Fundación Fernando Ortiz, La Habana.
[10] Ménendez, Lázara. (2017). Ob cit, p. 79.
[11] Alusión a la fecha límite fijada por la ANPP de Cuba para discutir las leyes complementarias referentes al derecho de asociación.
[12] Ver en Dice Ifá, anónimo, pp. 228-232. Oddu # 152 del orden señorial de Ifá (Osá Ogbe u Osá Lofobeyó).
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