Un año nuevo distinto

Cada vez que avanza diciembre y se acercan las Navidades y el fin de año, es tradición escribir sobre el tema. Y, aunque mi abuela Siria Pino, que ojalá en paz no descanse, siempre criticaba mi “espíritu de contradicción”, por una vez voy a dejarme llevar por la corriente y seguir la rima.

Pero, antes, conviene hacer un poquito de historia. Para ubicarnos en tiempo, más que en espacio, que sigue siendo Cuba.

Nací en 1969. O sea que, cronológicamente, aún pertenezco a la primera generación de nacidos en la Revolución. Sin embargo, de niño, cuando cursaba la primaria, descubrí que los programas de estudio que me tocaban no eran los primeros creados después de 1959. Y, por suerte o por desgracia, en la biblioteca de mi escuela, la “Guido Fuentes”, sita en una casona de 23 y B, El Vedado, donde mismo hoy radica la Contraloría Nacional, alguien tuvo la ¿precaución? ¿imprudencia? de guardar algunos de los textos del programa viejo.

Concretamente, una serie de delgados cuadernos que, bajo el rótulo general La Vida De Mi Patria, ficcionaban distintos momentos y/o hechos del pasado cubano, supongo que con el propósito de interesar a los niños en su historia. Algo siempre problemático, cuando uno se la pasa lamentando no haber nacido en el mismo país que grandes generales como Leónidas, Alejandro Magno o Carlomagno, rebeldes como Espartaco, y no haber podido luchar contra los nazis en la II Guerra Mundial.

Por lo visto, la colección no cumplió su cometido, ya que la retiraron de los cursos activos. Pero confieso que el niño lector que ya era yo entonces disfrutó mucho con algunos de sus títulos. Como Pata de Palo, sobre la piratería; Azuquín y Sacarín, la historia de la industria azucarera, contada por dos granitos de azúcar; Cuando el río suena, sobre la conspiración para la guerra de 1895 contra España. Y dos versiones de la visita de Julio Antonio Mella a un buque soviético que no dejaron atracar en Cuba: una en lancha y la otra nadando, que para eso era un súper atleta, ¿no?

Pero, concretamente, quiero referirme a una titulada Un año nuevo distinto, que relataba las últimas horas de la tiranía batistiana, desde el punto de vista de una joven maestra de escuela comprometida con la lucha clandestina urbana, a la que capturan en vísperas de Nochebuena y espera, en las mazmorras de una siniestra estación de policía, a que la torturen e interroguen.

Pero, en vez de eso, se vuelve testigo de excepción del pánico y desconcierto de los esbirros del régimen, cuando se enteran de que el dictador Fulgencio Batista ha abandonado el país, junto con sus principales colaboradores, justo el 31 de diciembre de 1958.

Recuerdo como si fuera hoy cuánto me emocionaba leer aquellas pocas páginas. Y cómo intentaba imaginarme lo que debía haber sido para todo un pueblo empeñado en la lucha contra la tiranía, seguro de su victoria, pero que no la esperaba tan pronto, amanecer en un 1959 sin jóvenes asesinados por las calles ni prepotentes y paranoicas patrullas de soldados abusadores recorriéndolas, armados hasta los dientes.

¡Ah, la ingenuidad de los niños! Estoy seguro de que, como yo, éramos muchos los que pensábamos que habíamos nacido demasiado tarde para la épica. Tarde para el Moncada, para el Granma, para la Sierra. Tarde para alfabetizar, para Girón y la “Lucha contra Bandidos”. Tarde para la Crisis de Octubre y la Zafra de los 10 Millones. ¡Y hasta tarde para Angola y Etiopía, porque aún éramos demasiado pequeños para participar en las batallas “internacionalistas” cubanas en África!

Qué nostálgico…, dirá más de uno. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con el Año Nuevo? Calma, que ya me voy acercando.

Recuerdo también, de niño, cómo mi abuela Siria, que disimulaba pero nunca fue muy devota de Fidel, porque prefería a Santa Bárbara, empezaba a refunfuñar ya el 20 de diciembre y no paraba hasta el 2 de enero, por lo menos.

Que si no era justo que, por ser una festividad religiosa, el nacimiento de Cristo, y ser la religión el opio de los pueblos, esos marxistas les hubieran quitado a los cubanos la Navidad. ¿Acaso no la celebraban los rusos, a ver? ¡Con lo lindos que se veían los arbolitos cubiertos de algodón, porque en Cuba no nevaba, y con sus bolas de cristal brillante y sus regalos! Y ahora nadie se atrevía a ponerlos, quizás porque ni qué regalar quedaba. 

Y ¡qué maldad, la de Batista, hasta el final! ¡Mira que estropearle a su pueblo el fin de año, porque ahora lo que se celebraba era el Triunfo de la Revolución! ¿No pudo haber aguantado hasta el 3 de enero por lo menos, el “cabrón mulato arribista”?

Las primeras nociones que tuve de lo que eran la Navidad y Santa Claus fueron por las postales navideñas que Jerineldo, un primo de Miami, de esos de los que no se podía hablar, le enviaba a mi abuela y mi madre cada año, sin fallar uno. 

Luego, como filatelista, coleccioné sellos de correos de temática “fauna” y descubrí unas hermosas emisiones que, hasta 1973, siempre conmemoraban la fecha, con imágenes de pájaros, moluscos, reptiles u otros animales endémicos.

Luego dejaron de lanzarlas. Y, por más de dos décadas, mientras el realismo socialista y el Manual de Konstantinov fueron las brújulas de la sociedad cubana, la Navidad fue casi una mala palabra, en nuestro país. Un invento de los astutos comerciantes capitalistas para vender más mercancías, ejemplo clásico de manipulación de las masas.

Hasta que, en 1997, en pleno Período Especial, y con la visita del papa Juan Pablo II ya acordada para febrero de 1998, Fidel recordó que el pueblo cubano una vez había celebrado la venida al mundo del Niño Jesús.

Y como vivíamos tiempos nuevos, ya no había URSS ni CAME ni Pacto de Varsovia, a los católicos no los internaban en la UMAP y los babalaos podían hasta ser miembros del PCC, nuevamente Fidel mismo las autorizó. Porque, en este país ¡entonces y hasta ahora, en muchas cosas! todo lo que no es obligatorio, está prohibido. Y es normal decir digo donde antes se dijo Diego.

Desde entonces, volvieron a venderse árboles de navidad, los restaurantes a ofrecer cenas especiales, las tiendas a lanzar productos, etc. Y, ¡al fin!, ya llego al presente, a diciembre del 2023. Gracias por su paciencia, querido lector: ahora sí voy, como dijo el dermatólogo, “al grano”.

Como en 1958, este 2023 los cubanos nos enfrentamos a un año nuevo distinto. Y no sólo porque se cumpla el 65 aniversario del triunfo del Primero de Enero, aunque apuesto a que lo anunciarán por TV con bombo y platillo y la alegría será obligatoria, sino porque, en la mayoría de los hogares de la Isla, flota una tristeza y una desesperanza que no se vivió ni en los peores momentos de los 90.

Y tampoco es, únicamente, porque decenas de miles de cubanos, y no sólo jóvenes, estén abandonando la Isla, por el parole y otros medios. Que ya también se iban en los años noventa y todavía quedamos cubanos ¿no?

Pero es que, entonces, muchos aún creían que el genio político de Fidel encontraría una solución al colapso económico que la desaparición del campo socialista europeo había causado en Cuba. Que se alzarían las prohibiciones a los pequeños negocios, que el Estado cubano comprendería que la gastronomía y los servicios funcionan mejor en manos privadas, y que la inversión extranjera no era la mano del diablo, sino una beneficiosa inyección de capital. Que los turistas occidentales no eran todos perversos agentes del capitalismo inmoral, que aspiraban corromper a nuestra ingenua población, sino simples seres humanos que buscaban playas, salsa, ron… y mulatas también, ¿por qué no? ¿Estaba acaso mal aprovechar la fama de calientes que tenemos en el mundo?

Que habría cambios, en fin. Y los hubo… Al menos, cosméticos.

Llego el turismo internacional, y miles de jineteras y jineteros se fueron de Cuba con sus generosos clientes. Junto con deportistas, artistas y científicos, todos los que tenían familia en otros países y los acogieron. Y balseros. Y siguió habiendo cubanos, incluso después del Segundo Gran Éxodo, en el verano de 1994.

Providenciales, llegaron Hugo Chávez y el petróleo venezolano a cambio de médicos para el “hermano país”. Llegó Vladimir Putin y la inversión rusa y la china. Llegó Barack Obama y pareció, por un par de años utópicos, que el bloqueo podría terminar, y los Estados Unidos volverse buenos socios comerciales.

Si hasta muchos cubanos, que vivían en otras latitudes, se repatriaron y compraron casas y negocios en el mismo país del que habían salido huyendo, años antes, por falta de perspectivas económicas. Porque Cuba se estaba abriendo al mundo y el mundo a Cuba. Y parecía haber un futuro, a pesar de absurdos financieros como la doble moneda y que desmanteláramos la industria azucarera, cuando por años se había dicho que sin azúcar no había país…

Pero llegó la Covid-19 y la cuarentena, y el aislamiento, y no vinieron más turistas: la economía cubana colapsó. Y llegó el reordenamiento monetario que, en vez de paliar el problema, lo agravó con una inflación galopante. 

Los salarios no alcanzan, y los productos que antes de vendían en las tiendas en Moneda Libremente Convertible, ahora las venden las famosas Mypimes, y a nadie le alcanza el efectivo, y todo el mundo quiere irse.

¿En concreto?, se termina diciembre y a casi nadie le importó el Festival de Cine Latinoamericano de La Habana. Porque no han dado el arroz en la bodega. Y porque hace meses que no hay pollo para la población, para no hablar del cerdo: para fin de año, muchos bromean sobre el incienso con olor a lechón asado, sucedáneo psicológico para aliviar la frustración de ese gran vacío en la mesa.

Las familias cubanas, acostumbradas a reunirse el 24 o el 31 y hacer planes para el año próximo, se enfrentan a la posibilidad…, más bien a la seguridad… (y no es la Seguridad del Estado… al menos, no todavía) de un año nuevo distinto.

Distinto porque, pese a que los voceros de nuestro gobierno se llenen la boca diciendo que las dificultades son temporales y que saldremos de esta coyuntura, ellos lucen rotundas panzas y el resto de la población no para de adelgazar. 

Distinto, porque nadie sabe lo que va a pasar en el 2024: si eliminarán la sacrosanta y salvadora Libreta de Abastecimiento, como anunciaba un rumor, ¿tal vez echado a rodar por el mismo gobierno cubano, a ver cómo reaccionaba la gente ante la idea? Y porque habrá que gastar patrimonios en la Mypimes hasta para comprar el pan, o engordaremos comiendo borsh y chop suey, gracias a la audaz solidaridad de Rusia y China que, nadie se engañe, no nos va a salir gratis, ni mucho menos.

No es fácil, pero es lo que hay. La situación está mala… y se va a poner peor. ¿Hasta qué punto? ¿Hasta que mejore? Pero, ¿cómo? Y ¿hasta cuándo aguantaremos…, si estamos entre la espada y la pared? ¿Entre el hambre y la Constitución, que dice que Cuba sólo puede ser socialista… o no ser?

Entonces, ¿ser o comer?, con perdón de Shakespeare.

Bromas aparte, una cosa es segura: nuestros dirigentes no van a imitar a Batista y dejar Cuba en masa la noche del próximo domingo 31 de diciembre. 

No importa cuántos cubanos le rueguen eso a Papá Noel; a fin de cuentas, el pobre gordo tampoco les ha traído el parole a todos los que se lo solicitaron. Ya ven que no se puede confiar en viejitos barbudos que ofrecen soluciones mágicas, ni aunque vistan de rojo.

Así que los cubanos, si queremos ser realistas, lo único que podemos pedir es que, tras este año nuevo distinto, en el 2024 todavía sigamos estando aquí.

¿O será que hasta eso resulta demasiado?





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Por Nieves Roger

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