Hace tiempo que tenía en mente escribir este artículo. Soy graduado de contabilidad y finanzas. También del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Por lo tanto, muchos me han preguntado si soy un contador-escritor o un escritor-contador. Bueno, soy las dos cosas. Sobre todo hoy, cuando me pongo a escribir un poco, escarbar un poco en lo conocido, pensar y hacer pensar un poco, y, quizás, ¿por qué no?, molestar solo un poco, sobre el verdadero valor del libro en Cuba.
¿Por qué me centro en el término “valor” y no en el de utilidad o ganancia?
Para explicar eso, necesitamos aclarar algunos conceptos básicos, sin entrar mucho en temas densos.
Cuando uno estudia cualquier carrera en Cuba, nos enseñan economía política. Hay pocos cubanos que no conozcan a Karl Marx y a Adam Smith, dos de los principales filósofos de la historia. Justo en los textos de estos señores, supuestamente, se basa nuestra economía y nuestra economía política (dos cosas que no deberían ir mucho de la mano, o tratarse mejor, pero bueno, eso es otro tema) y es por eso que utilizo sus palabras. Estos señores definieron claramente lo que es el valor y el trabajo.
Adam Smith nos decía que el trabajo era la medida exacta para cuantificar el valor. O sea, el trabajo es una variable permanente en todo valor. Por lo tanto, todo bien producido (un libro, por ejemplo) contiene trabajo. Y el trabajo no es otra cosa que la fuerza de trabajo de todo aquel que haya interactuado en el proceso de producción de ese bien.
Marx no niega a Smith, y dice que el trabajo no es valor por naturaleza, sino que es lo que produce valor exclusivamente por la organización social en la cual es empleado. Con esto se refiere a que el valor de las mercancías se mide por el tiempo de trabajo empleado en producirlas.
El valor es algo bastante abstracto, incluso subjetivo. Sobre todo si lo vemos desde el punto de vista de la ética. Según la ética, el valor es una propiedad de todos los objetos, físicos o no. De ahí que divida al valor en valor absoluto y relativo. En esta línea de la ética, el valor relativo depende de puntos de vista individuales. Y el valor absoluto es independiente de todo punto de vista. No importa si es individual o colectivo.
Dejando claro estos conceptos, ya pueden ir haciéndose una idea de por dónde va dirigido este artículo.
¿A qué se debe el precio de los libros en Cuba? ¿Se le está dando el valor real a los libros —a los editores, correctores, maquetadores, diseñadores— y a los escritores que producen los libros en Cuba?
No se puede desligar al libro de los escritores. Si al libro no se le da valor, tampoco se le da valor al trabajo que realiza el escritor.
¿Por qué los libros en Cuba cuestan tan poco?
¿Qué factores intervienen en el costo de producir un libro? Tengan en cuenta que el costo es el valor monetario del consumo de factores que intervienen en la producción de un bien, servicio o actividad. O sea, todo lo que se gasta en producirlo de forma directa o indirecta. Algo similar dicen Marx y Smith.
Veamos un ejemplo de la vida real. Estos datos son actuales, del Plan del 2021. Para producir una tirada de 500 libros de 75 páginas, en una editorial X del Sistema de Editoriales Territoriales (SET)[1], intervienen en el costo (en CUP):
Según la contabilidad, producir un libro con estas características cuesta 8.96 pesos. ¿Les parece poco? Pues sí, lo es. Analicémoslo solo un poco:
Consumo material. Según ese dato, para imprimir un libro se consume 0.49 pesos por cada ejemplar. No hay que un genio de la economía para darse cuenta que el papel de las 75 páginas, la tinta, la goma, hilo o presillas, cuesta más de 0.49 pesos cubanos.
Salarios. En la confección de un libro intervienen: encuadernador, impresor, editor, corrector, maquetador, diseñador, ilustrador… ¿Entre todas estas personas cobran 765 pesos cubanos en total? Mejor no traten de responder.
Gastos indirectos. Los gastos indirectos son aquellos que influyen en la producción del bien, pero no de forma directa. Esto puede ser: el consumo de electricidad, agua, gas, teléfono, transporte, impuestos, promoción, servicios contratados a terceros, etc. Según esta ficha de costo, por cada libro se gasta 0.25 pesos cubanos entre todos estos gastos indirectos.
Derechos de Autor. Casi todos los derechos de autor del Sistema de Editoriales Territoriales son de 3.000 pesos cubanos. No es algo fijo, los hay menores y mayores. Hay rumores de que, con el reordenamiento, este monto subirá. Por ahora, solo rumores, así que no lo tengo en cuenta. No obstante, seguirán siendo montos absolutos por cada escala de valor, también absoluto. Pero de este tema ampliaré más adelante cuando hable del valor.
Como pudieron ver, el precio de venta de este libro es de 10 pesos cubanos, por lo que la editorial obtendrá una “utilidad” o ganancia de 1.04 pesos cubanos por cada libro vendido. O sea, un 11.6 % por encima del costo de producción del libro.
Ustedes se preguntarán entonces ¿por qué las editoriales tienen pérdidas? ¿Por qué no tienen dinero para pagar el papel, la distribución, los derechos de autor, la promoción y demás elementos?
La respuesta no es tan sencilla. Por un lado, está el tema del bloqueo, que afecta no solo a las editoriales, sino a todo el país. Más ahora, durante la pandemia. Sin embargo, el bloqueo justificaría la falta de materiales, no la de dinero o liquidez de las editoriales, al menos no completamente. Sobre todo, en editoriales con un margen de ganancias superior al 10 %.
Al revisar esta ficha de costo, podemos darnos cuenta que hay un mundo de factores que intervienen en la producción del libro y que no se tienen en cuenta. En el supuesto caso de que se venda toda la tirada de 500 ejemplares, lo cual no siempre sucede, se gastaría más en salario, logística y mantenimiento de la librería. Gastos que nunca fueron tomados en consideración en el precio de venta. Así que, en realidad, la pérdida y los gastos continúan aumentando.
Como pueden observar, se violan principios básicos de la contabilidad.
Por lo tanto, cuando veas un libro con estos valores ínfimos, es que no se tuvieron en cuenta, a la hora de generar el precio, todos los gastos incurridos desde la elaboración del libro hasta que este llega a tus manos. Tampoco se tuvo en cuenta el valor y el trabajo del autor. Eso, para la editorial, parece ser lo menos importante.
Un ejemplo sencillo puede ser el de un puesto de limonadas. Imagina que compras limones por 20.00 pesos, azúcar por 10.00, el agua 1.00, para un total de 31.00 pesos. Eso te daría 10 vasos de limonada. Para obtener ganancias, debes venderla por encima de 3.1 pesos por vaso. Sin embargo, decides vender el vaso a 1.50 pesos, ya que solo tomas como costo el valor del agua. De esa manera, es imposible que recuperar los 31.00 pesos invertidos. Eso mismo pasa con esta ficha de costo del SET.
Entonces, hay una contradicción. El Estado no quiere que las editoriales tengan pérdidas, pero de este modo nunca tendrán ganancias. Al menos, no ganancias reales. Con esto me refiero a que, en la contabilidad, habrá una ganancia en ventas con respecto al costo. Sin embargo, en el resultado final, tendrán pérdidas, ya que el resto de los gastos es mayor al de las utilidades.
Sí, ya sé: me van a preguntar de dónde sale el dinero de las editoriales para recuperar esas pérdidas. Pues del Estado. El gobierno de Cuba subsidia todos estos gastos con su presupuesto, a través del Instituto Cubano del Libro y otras organizaciones.
El libro es uno de los mejores y grandes programas de la Revolución (aplausos a esto, señores, aplausos de verdad), gracias al cual hemos podido acceder a obras maestras universales. Es algo digno de admiración y de todo reconocimiento. Fue una idea magnífica, que ha sido la base de lo que somos hoy en día. Pero esos fueron otros tiempos: mucho ha cambiado en el mundo, mientras nosotros hemos permanecido inmóviles. El objetivo se cumplió, y nuestro pueblo llegó a ser uno de los más cultos de la región, pero ahora es momento de salvar al libro, a sus autores y, de paso, ayudar un poco al país.
En los momentos actuales, ese programa no es una variable beneficiosa para el Estado. Hace años dejó de serlo. Los escritores lo hemos padecido cada vez que se nos impide publicar debido al atraso en el plan editorial, debido a la “falta de papel”, debido a la disminución del número de títulos a publicar o del dinero para pagar.
En la actualidad, en el año 2021, aún no se han impreso libros del plan de 2019, aprobados en 2018 (y quizás algunos en 2017). Y de los que sí se han impreso, la mayoría de ellos no han tenido una tirada con todos los ejemplares contratados (otra violación contable, de hecho). Y créanme que estamos bien con solo 3 años de atraso, chupando del presupuesto estatal.
Hay elementos que el Estado debe atender y atiende con mayor prioridad; factores más vitales, literalmente, que seguir amamantando al libro. Sobre todo, cuando el libro tiene las capacidades suficientes para mantenerse solo.
¿Cuál es la solución?
1. Eliminar el paternalismo existente.
2. Realizar una ficha de costo real, y poner un precio rentable al libro.
3. Darle valor real al libro y al escritor.
4. Lanzar el libro al mercado nacional e internacional.
Quizás parezca sencillo, pero en realidad no lo es.
Y ahora dirán: “Ah, genio, ¿estás seguro de todo esto? ¿Cómo es posible que los económicos de nuestro gobierno no lo sepan? ¿Por qué no lo hacen, si es tan simple?”
Estoy seguro de que los económicos de las editoriales lo saben (y si no lo saben, despídanlos). El por qué no lo hacen, es algo que hay preguntar a las personas de “arriba”. Yo solo sé que, realizando una ficha de costo real, con un margen de ganancia del 10 % o superior, es suficiente para rescatar al libro y ayudar a recuperar un poco a la economía del país.
Lanzar el libro cubano al mercado: el libro comercial, un tema tabú.
Hoy en día, más que nunca, nuestro país necesita importar divisas. Al lanzar el libro al mercado, el Estado se quitaría un peso de encima.
La literatura cubana es demandada en cualquier parte del mundo. Muestra de ello es el gran número de autores cubanos que publican en el extranjero. Autores que publican, en ocasiones, solo por ver el resultado de su trabajo. Autores que quizás nunca han publicado en Cuba, y desean hacerlo.
En Cuba muchos viven con la falsa creencia de que todo lo que se publique debe ser alta literatura. Sabemos que esto no es así. Ni debe ser así. Si se quiere salvar el libro cubano, y de paso la economía: hay que vender.
Hay que vender el libro. Las editoriales cubanas deben tener la posibilidad y la intención de publicar libros que se vendan, que sean atractivos, comerciales. Con esto no me refiero a dejar de publicar literatura buena. Nada más alejado de lo que pienso. Lo comercial no se desliga de la calidad. Me refiero a que las editoriales publiquen títulos que les generen ingresos, y al mismo tiempo títulos que les reporten prestigio, aunque no tantos ingresos. Por ejemplo, Lezama Lima generaría prestigio, mientras que Corín Tellado garantizaría las ventas. Son ejemplos extremos, pero creo que se pueden hacer una idea.
Tengan en cuenta que, mientras las editoriales locales no exijan su lugar en el mercado nacional e internacional, otras ocuparán el grandísimo espacio desaprovechado por ellas. Pequeñas editoriales (que a veces no realizan ningún trabajo en absoluto) viajan por cada Feria Internacional y ganan reconocimientos gracias a libros de autores cubanos, los cuales, por tal de que su obra sea leída, publican con ellas; aun a sabiendas de que casi seguramente no verán un centavo de ganancia.
¿Qué impide a las editoriales del país publicar como hacen estas editoriales, y publicar al autor cubano en el extranjero? Nada. Bueno, quizás la política. Cuando la política se inmiscuye en el Arte de esta manera, lo contamina y no lo deja crecer. La política puede podrir al Arte desde adentro.
Muchas de estas editoriales no gastan un centavo en nuestros autores. En ocasiones el costo por publicar a un autor es de $0.00 dólares o euros, ya que las impresiones son a demanda, la edición corre por el propio autor y el costo de impresión corre por las bibliotecas que solicitan los libros y Amazon, que son quienes tienen contrato con las empresas que se encargan de imprimir. Costos que sí están incluidos en el precio del libro. Digo en ocasiones, porque aquellas que deciden invertir en promoción (alrededor de $1.00 dólar diario en Amazon) recuperan con creces tales inversiones; otras, tal vez inviertan en maquetación y edición. Por esta razón muchos autores nunca ven sus ganancias. Hasta que la editorial recupere el dinero invertido, no comienza a pagar utilidades.
En Cuba, la promoción del libro es casi inexistente e ineficaz, ya que no se realiza con la idea de vender (que, a fin de cuentas, es la idea central de la promoción). Un gasto de salario malgastado. Pero este es tema para otro día, el cual detallaré en otro artículo.
Las editoriales de nuestro país, si se lo proponen, podrían lanzar el libro cubano al mercado internacional y obtener ganancias. Ganamos todos: los autores, el libro y el país, ya que ingresaría esos dólares tan necesarios. Las editoriales cubanas podrían realizar contratos con poligráficos en el extranjero, como mismo hacen Amazon y las demás tiendas virtuales; de esta forma se evitaría (por supuesto, en el caso del libro físico) el tema de la escasez de papel.
Se le tiene que perder el miedo al comercio, a que el escritor gane dinero con su trabajo. Hasta que no se deje ver al autor y al editor como potenciales delincuentes o enemigos, el libro no tendrá salvación.
Sé que puede preocupar el contenido que podría publicarse. No nos engañemos. Pero en estos momentos, temerle a eso es absurdo. Hay miles de vías más baratas de publicar ese tipo de contenido. Ninguna editorial perderá el tiempo y el dinero en esos temas. Actualmente no se hace. ¿Por qué hacerlo en el futuro?
Y en este punto podemos referirnos a la nueva lista de “actividades prohibidas”, que vio la luz recientemente. Se prohibió la creación de editoriales privadas, la creación de libros digitales independientes, y ejercer por cuenta propia el trabajo de editor.
Se trata de “actividades” que son necesarias y que el Estado muchas veces no ejerce, o no de manera eficiente. Por ejemplo, si un escritor desea editar su novela, ninguna editorial le hará ese trabajo (solamente el servicio de edición, sin la obligación de publicarla). No lo tienen permitido. Entonces, ¿quién se lo puede hacer? Nadie.
Las editoriales privadas, o de cualquier otro tipo de gestión, también ayudarían a fomentar el valor cultural del libro. Eso debe dejar de ser un tema tabú y convertirse en un objetivo a alcanzar.
Por supuesto, primero debemos abandonar el paternalismo que venimos arrastrando desde 1959.
No todos los autores somos iguales. No todos los libros son iguales. Yo no puedo cobrar los mismos derechos de autor que Leonardo Padura. Vaya, ni siquiera los mismos derechos de autor que un contemporáneo mío como Daniel Burguet. No, señores. Porque el mercado valorará sus libros más que los míos.
Hasta que mi libro no demuestre ser un éxito de ventas, una editorial responsable no puede pagarme como se le debe pagar a aquellos que han demostrado su valor comercial y artístico. Creo que todos estamos de acuerdo en que, no importa el monto que le pagues a un bestseller, siempre lo recuperarás.
Publicarme a mí, invertir en mí o en cualquier autor novel, siempre representará un riesgo para cualquier editorial. Por eso debe haber un grupo de editores que evaluarán mi propuesta y dirán cuánto se pueden arriesgar por mi obra. Claro, este comité de “expertos” (como se llama) debe ser una parte interesada en vender, en generar ingresos para ellos. O sea, no deben ser paternalistas, como lo son muchos ahora.
Esto se relaciona con el ejemplo de Corín Tellado y Lezama. Si ese no les funciona, piensen en lo siguiente: en el colchón editorial de Santiago de Cuba (aparte de los concursos) desde hace mucho no hay libros de ficción. Es una ley no escrita y conocida. Solo libros de historia y política, y los premios de los Juegos Florales de Poesía. Puedes enviar una obra maestra, que será desdeñada por completo.
Otro aspecto que atrasa, y en el que no se ve la objetividad del “comité de expertos” en relación con el valor del libro y del autor para la editorial, es la territorialidad. Esto se nota cuando un libro de un escritor de una provincia diferente a la de la editorial es eliminado del plan, ya que hay que priorizar a los escritores del territorio, independientemente del valor o la calidad de estos. Cuántas cosas que deben ser cambiadas…
Los “comités de expertos” deben ser eso: expertos. Deben velar por el bien de la editorial y elegir aquellas obras que tengan mayor posibilidad de comercializarse y de proporcionarle valor e ingresos a la Editorial. Claro, ese valor siempre será relativo y puede cambiar. ¿Quién lo cambia? Los lectores que consumen nuestra obra. Si nos volvemos un éxito, el valor aumentará y nuestra obra será re-editada o re-contratada con un mayor número de ejemplares, mayor promoción y difusión. Eso, si no se suman al método que se utiliza en gran parte del mundo: la publicación “a demanda” (on demand). Es una estrategia de win-win para todos. Si algún título seleccionado no rinde los frutos esperados, pues a seguir mejorando en la selección, e intentarlo nuevamente.
A mi entender, así es como debe funcionar el sistema del Libro. Al menos, así funcionan algunas de las grandes editoriales del mundo. Las que manejan millones de dólares en ventas. Quizás funcione en Cuba, quizás no. Quizás existan alternativas mejores. Es algo que probar. Lo seguro es que, del modo en que está ahora: no funciona.
Por otro lado, está el pago del porciento de ventas. En Cuba eso no existe, y eso es algo que estimula al mercado. Cuando el agente, el editor, el director editorial y el autor ganen en dependencia del número de ventas del libro, todos se esforzarán. No solo para que el libro se venda, sino para que se publiquen títulos de calidad literaria, de contenido comercial, y libros de gran calidad estética. Simple marketing y sentido común.
Gracias al paternalismo actual, ni al editor, ni al director editorial, ni a la editorial, y en ocasiones ni al autor, les importan las cifras de ventas del libro, ya que no van a ganar un centavo por ellas. En el caso del autor, por un concepto de resignación, por no poder hacer nada al respecto: muchas veces ni siquiera sabe si su obra se está vendiendo o no. Y fuera del autor, nadie se preocupa demasiado por la calidad del libro, o por si se lanzó toda la tirada contratada. A nadie le duele, por lo tanto, nadie se preocupa.
Esto es una negligencia y una falta de respeto total, no solo hacia el trabajo del escritor, sino también hacia el libro en sí, hacia los que trabajaron en el libro, hacia el país y hacia el arte.
Un mayor número de ventas garantizaría mayor solvencia económica para todos (los implicados en ese libro), mayor entrada de divisas al país, mayor desarrollo de nuestro sistema editorial. Sobre todo, estaríamos otorgándole el valor que merece cada libro y cada autor en su momento histórico.
Puede que hoy día la obra de un escritor no tenga el mismo valor que la obra de Padura, pero, ¿quién niega que la pueda tener en el futuro?
Salvemos el libro
A diario escuchamos frases como “pensar como país”, “salvar nuestra cultura”, etcétera. Pero no podremos hacer nada de eso hasta que dejemos de engañarnos a nosotros mismos.
No lo lograremos con paternalismos, y pasando la mano, y publicando libros “políticamente correctos” y autores con mayor currículum político que artístico. Libros que se pudren en los estantes de las librerías, porque a nadie les interesa.
Lo lograremos cuando desterremos esa mala economía política de la cultura. Cuando nuestros autores compitan en el mercado internacional. Cuando se aprenda a comerciar y a promocionar el libro como es debido.
No se logrará si las editoriales no pueden comportarse como tales: con la libertad de elección y la libertad económica para apostar por los libros y los autores.
Si se logra todo esto, los cubanos dejarán de ir a buscar en el extranjero lo que pueden y quieren conseguir en su país. El éxodo de obras literarias cubanas retornará a nuestra isla. Ganará la cultura, ganará el arte, y cada cual luchará por ganarse ese valor que tanto añoramos hoy en día.
Aunque parezca que trato al libro como un producto mercantil, no niego su valor cultural. Su utilidad como herramienta de cultura. Esto es primordial. El libro es un ente multidimensional que abarca nuestra identidad, preocupaciones, sueños, etc. Limitar su valor a un objeto netamente comercial, sería no entender lo que es la cultura. Sería negar el verdadero valor del libro. Como dice un amigo: “Cada palabra fue parida por sus autores. Merece respeto y un trato diferenciado de una obra manufacturada, un objeto de uso cotidiano”. Y tiene razón.
Ese respeto hay que recuperarlo. Hay que darle ese valor, y creo que ese valor cultural podemos recuperarlo cuando los autores también ganen. Cuando se les respete y valore de forma individual por su obra y su trabajo. Desgraciadamente, vivimos en un mundo regido por el mercado. Sería absurdo tratar de vivir desligados del resto del mundo.
Sé que puedo sonar ingenuo, y quizás lo sea. Tal vez, como dice John Lennon, soy un soñador, pero nunca dejaré de ser martiano y espero que las palabras de Fidel, cuando dijo que “Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado”, se hagan realidad. Así que tíldenme de soñador, no importa. Es mejor eso que quedarme con los brazos cruzados y no hacer o no decir nada.
Nota:
[1] Estas cifras pueden que varíen un poco de editorial en editorial, pero no es algo significativo.
La perra hambre ladra dos veces
La Seguridad del Estado tiene unos perros sueltos por la ciudad: perros que comen perros. La Seguridad del Estado tiene nuevas adquisiciones y una tarea llamada Ordenamiento. Ordenar es poner debajo de la alfombra todo lo que disienta del Estado. La alfombra está en cada casa, marca NTV.