Entre los días 1 y 2 de noviembre tuvo lugar en La Habana el X Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). Desde hacía meses, el evento se publicitaba por las autoridades organizadoras como “una plataforma de debate y reflexión” orientada a promover “la articulación de todos los creadores del país”.[1] La cita concluye los encuentros que desde enero se han realizado en cada sede provincial, donde los delegados fueron elegidos por secciones, filiales y comités provinciales.
Cartel publicitario del Congreso (2024). Imagen: Cubadebate.
Durante ese periodo, las asambleas de deliberación como antesala estuvieron permanentemente acompañadas por la nomenclatura del Partido Comunista de Cuba (PCC). Entre las autoridades que asistieron se contaron, en franca dependencia de poderes, el mandatario Miguel Díaz-Canel Bermúdez; miembros del Buró Político; así como Roberto Morales Ojeda, secretario de Organización del Comité Central del Partido, y Ana María Mari Machado, vicepresidenta de la Asamblea Nacional del Poder Popular y del Consejo de Estado.
Como principales tareas de los asistentes se contaron la evaluación y respuesta a los planteamientos del Congreso anterior, donde se anunció que, de 68 acuerdos, 49 estaban cumplidos, 18 en avance y uno pendiente. Otro compromiso habría sido trabajar en las diferentes comisiones dedicadas a la enseñanza artística, contra la discriminación racial, contra la discriminación a la mujer, contra la colonización cultural, entre otros. El Congreso incluyó igualmente sesiones en diferentes comisiones de la Asociación de Escritores; de creadores de Cine, Radio y Televisión; de Artistas Escénicos; de la Plástica y de la Música. Entre otros temas de rigor se evaluó “la interrelación entre la vanguardia artística y las instituciones culturales”.
Reunión de miembros de la Asociación de Músicos (2024). Foto: Uneac.
La cita acogió otras acciones. Resaltó la presentación del libro Fidel y la cultura, Palabras a los escritores, artistas e instructores de arte, una compilación de diálogos del difundo mandatario realizada por Luis Morlote y Elier Ramírez, funcionarios del Partido y del Consejo de Estado, respectivamente. En la ocasión, al presentar el texto, Abel Prieto describió la cultura como “una tabla de salvación en medio de todos los naufragios, como lo siguen siendo nuestro Comandante en Jefe, su pensamiento y su ejemplo”.
Abel Prieto en la presentación del libro Fidel y la cultura (2024). Foto: Uneac.
Además, se anunció que la Escuela de Teatro llevará el nombre de la actriz y pedagoga Corina Mestre, como homenaje a su desempeño. En la segunda jornada se realizó el informe central de la cita, que tuvo como premisa “La Uneac por el bien de la nación”. En su alocución, Marta Bonet exhortó a artistas e intelectuales a “reforzar el sentido de pertenencia y la identidad nacional, y a defender el patrimonio espiritual” desde las redes sociales. Agregó a ello que “el imperialismo quiere aislar a los artistas, incomunicarlos entre sí y con el Estado, y por eso ataca con fiereza a los que no han roto sus vínculos institucionales, a los que permanecen en el país”. Finalmente, se hicieron públicos los nombramientos de los directivos para los próximos cinco años, donde destacan Marta Bonet de la Cruz (presidenta), Magda Resik (vicepresidenta primera), Yuris Nórido (vicepresidente), Eduardo Sosa (vicepresidente) y Lesbia Vent Dumois (vicepresidenta).
Entrega de reconocimientos en el marco del Congreso (2024). Foto: Uneac.
La disfuncionalidad intencionada de un Congreso
Entre las actividades descritas destaca, a nivel práctico, la ausencia de estructuras de contestación y revisión más allá del consentimiento tibio y unánime en una plataforma que debería destacarse por conflictos naturales en el quehacer artístico, por congregar a profesionales de cada género y a comisarios culturales. En su defecto, el lenguaje vago, florido y general no indicó voluntad de dirigirse eficientemente a las deficiencias que por años han determinado a la Uneac, ni a los últimos pasajes donde muchos de sus miembros han sido criminalizados, ninguneados o expulsados. Tampoco se elevó queja o preocupación alguna sobre la censura, las prohibiciones y la coerción de la que ha sido tendencia la organización. En este sentido, las estructuras y dinámicas del Congreso ya estaban pautadas, apoyadas en un burocratismo arcaico y encabezadas por la presencia vigilante de los mandos políticos. Más que “una plataforma de debate y reflexión”, hemos presenciado una puesta en escena, una orquestación nada convincente de la cultura hecha ceremonia.
Si esto no fuera suficientemente preocupante, a nivel discursivo el Congreso adelantó una descripción alternativa del contexto sociopolítico de la que ya habíamos advertido,[2] quizás una de las descripciones biopolíticas más polarizadas de las últimas décadas. Bajo los preceptos de lo que se adelantó como “cultura”, “sociedad”, “artistas” y “ciudadanos”, el Gobierno continúa situando valor o discriminación a su antojo, lo que posibilita al autoritarismo insular dilatar a conveniencia el marco de penalizaciones posibles, así como judicializar a capricho posturas que le resulten incómodas. Ya instrumentalizada la cultura, el estrecho cerco que deja descubre:
- una evasión total de la realidad y las necesidades específicas de la sociedad cubana en términos socioculturales,
- una disposición sistemática para reinterpretar pautas internacionales de Derechos Humanos resignificándolas según su monopolio de sentido,
- una ejecución preferencial de las instituciones culturales como criminalizadoras y ejecutoras validadas de represión,
- un moldeo del subconsciente colectivo y del imaginario social a partir de ensayos de identidad y cultura ajenos/indiferentes para los cubanos.
La organización que se viste de gala enarbolando supuestos valores culturales es la misma que alberga y celebra el desempeño de Bonet, Mestre, Sosa, Resik y otros personajes con largo historial de censura, represión y asesinato mediático de la reputación tanto contra artistas e intelectuales como en perjuicio de cubanos en general. Son los mismos que hicieron reparación de daños y blanquearon en medios nacionales e internacionales la represión contra los manifestantes pacíficos del 11J, los que han llamado “bárbaros” o “fuerza paramilitar al servicio de dictadores” a ciudadanos que expresan legítimamente sus quejas y preocupaciones ante el devenir nacional. Son también los que han firmado cartas de apoyo a dictaduras en la región como la de Daniel Ortega en Nicaragua y Nicolás Maduro en Venezuela.
La reinvención autoritaria mediante la cultura
La fusión de poderes y la falta de independencia en la toma de decisiones no puede ser más evidente en el cierre del Congreso, con la tradición de larga data de discursos “fundacionales” por parte de los autócratas. Tras sus “deliberaciones” no fueron más que las palabras de Fidel Castro o de Miguel Díaz Canel las acuñadas como lineamientos a seguir en el tratamiento de la cultura en el país. Los dictámenes expuestos el 2 de noviembre de 2024 no dejan de ser tan disruptivos, peligrosos y falsos como los del 22 de agosto de 1961. El Observatorio de Derechos Culturales tiene a bien señalar de forma resumida algunas de las ideas ventiladas por el actual mandatario cubano:[3]
- Se dirigió a los “escritores, artistas y creadores de la Patria”: este es un ademán directo a la catalogación nacionalista según el compromiso acrítico de los hacedores culturales. Esta tendencia discursiva conlleva a mayor polarización sociocultural y, por tanto, a una legitimación automática de la discriminación institucional, a la otredad como práctica y al despojo recurrente de los derechos socioeconómicos. Tal distinción, además, implementa una mayor subordinación de los comisarios a la política instruida desde el Partido.
- Adjudicó la situación actual a “los más de sesenta años de guerra económica que ha desarrollado el imperio contra Cuba” donde afirmó una persecución “agudizada extraordinariamente”: esta descripción alucinante de la realidad precaria de los cubanos no es solamente un insulto, sino la señal más evidente de la negligencia y el desinterés de las autoridades por mostrar un mínimo de responsabilidad pública. Simplificar las causas y consecuencias de la actual policrisis en el país. Bajo la obsoleta mentalidad de trinchera intenta infructuosamente delegar esas responsabilidades.
- Afirmó que se llevan dos guerras contra el país, una “económica, diseñada para elevar las carencias a niveles extremos y quebrar la voluntad de todo el pueblo” y una cultural que tiene “un componente psicológico y un componente de intoxicación mediática, que se han armado en grandes operaciones y que apuntan directamente contra la unidad de nuestro pueblo”: la política como excusa, revictimización y justificación no había alcanzado niveles tan evidentes como en los últimos años. El alegato es distorsionado a conciencia, armando un relato típico de la metaficción revolucionaria que se ha constatado en la década de los sesenta y subsiguientes, con el componente novedoso de las tecnologías de la información. Una postura política que transfiere responsabilidades a “laboratorios y matrices armados en grandes operaciones y diseñados para elevar las carencias y quebrar la voluntad social” no puede tener el mínimo respeto por las personas que supuestamente representa ni la más exigua voluntad por desarrollar la nación.
- Expresó que la cultura tiene, ante estas circunstancias, la capacidad de “escudo de la nación”, como “formadora de la espiritualidad del pueblo”, “elemento estratégico de supervivencia de una nación”: continuando con el discurso de trinchera, la politización de la cultura vuelve a legitimarse como instrumento de blanqueo, falsificación y dominación con influencia en la identidad y forma normativa ante la sociedad.
- Recordó la lucha contra los “grandes conglomerados mediáticos [que] sirven de plataforma a las producciones de laboratorios ideológicos que emplean las redes para manipular la información y generar emociones contrarias a la ley y el orden social en el país”: el Congreso sirve entonces como plataforma más “democrática” para avanzar en la autenticación de la autocracia. Describir el disenso, el debate y las dinámicas propias de las redes sociales en un mundo transnacional como “laboratorios ideológicos contrarios a la ley y el orden” permite penalizaciones arbitrarias como las contenidas en la nueva Ley de Comunicación Social y el nuevo Proyecto de Ley de Ciudadanía.
- Retomó la unificación de la política cultural tanto para el sector estatal como para el privado. Ubicando mayor responsabilidad en la creación de industrias culturales defendiendo el turismo como “promotor cultural” y herramienta fundamental para hacer frente a “la hegemonía neocolonizadora”: curiosamente las patadas de ahogado en una economía que no podría estar más resentida fallan en disimular las intenciones de extractivismo comercial que las instituciones culturales buscan mediante la industria turística, convirtiendo la cultura, sus instituciones y festivales en objetos de atracción turística. Esta ha sido una aproximación repetida desde el asesoramiento como directora de Eventos en el Ministerio de Cultura de la esposa de Díaz-Canel, Lis Cuesta, que provenía a su vez de la Agencia de Turismo Cultural Paradiso.
Ya hemos visto esta promoción cultural mediante invitaciones a visitas guiadas a Youtubers e influencers extranjeros (a los que da otro tratamiento que a los de los nacionales), a estudiantes extranjeros y a visitantes del Festival del Habano o de festivales musicales en los hoteles de los cayos. En ellos, el Gobierno ha reducido la cultura y el patrimonio nacional ya bien a un canal de legitimación, ya bien a un souvenir exótico.
- Exhortó a seguir trabajando “con resistencia creativa, que implica resistencia cultural robusta”: frente a los pactos clientelistas de la élite, el Gobierno toma prestado el mismo lenguaje demagogo con el que se ha referido a la crisis alimentaria para pedir “sacrificio” y “resistencia” a quienes no pueden sobrevivir circunstancias más duras.
Cierre del Congreso (2024). Foto: Prensa Latina.
El “colonialismo cultural” tuvo un sitio especial en el discurso politizado del Congreso, donde se expuso, por ejemplo, nombres y monumentos de la historia colonial vinculados a la discriminación racial. Si bien la conciencia sociocultural actual está permeada por un interés en los estudios postcoloniales, dicha “colonialidad” no puede circunscribirse al proceso histórico anterior al siglo XX. ¿Dónde queda en esa colonialidad la intervención de los espacios y oficinas públicas, los emblemas, esfinges y citas de Fidel y Raúl Castro? ¿No responde a la colonización de la conciencia el cambio de nombres de calles, escuelas, el desplazamiento de fechas patrias y festivas, la sustitución de festivales y la anulación de iniciativas sociales independientes que desde 1959 se lleva a cabo en el país?
Otro tema polémico que vuelve a mostrar las brechas de la autocracia caribeña fue el de las “expresiones culturales actuales”. En su alocución, Díaz-Canel, refiriéndose indirectamente a géneros urbanos como el reguetón, aseguraba que “todavía se dejan ver expresiones de menosprecio o subestimación desde posiciones a veces elitistas. Estamos ante un fenómeno cultural que trasciende los gustos sedimentados durante décadas por su fuerte componente y alcance social”. Tras un largo historial de censura a tendencias musicales, comenzando por el rock & roll, el hip hop y otros; tras intentos de fiscalizar y restringir dicha producción mediante normativas como el Decreto Ley 349, el Gobierno no parece poder seguir condenando lo que mayor respaldo popular ha tenido en los últimos tiempos y que podría obrar en su contra. Prefiere “conceder” crédito. Hace un guiño que, quizás, procura apoyo de los sectores más populares.
El Observatorio de Derechos Culturales entiende el Congreso de marras como un evento orquestado e instrumentalizado que pretende proyectar mediante la cultura la mentalidad de plaza sitiada con el que el poder político se escuda. El ODC advierte el impacto que tiene a corto plazo la tendencia reduccionista de la compleja realidad que se vive en el país, así como la manipulación de información, conceptos y valores en beneficio de una casta en el poder. El ODC recuerda la existencia, pagada con impuestos públicos y probables donativos mal habidos, de programas y eventos destinados a condenar mediáticamente el disenso, a propagar noticias y estados de opinión falsos, así como a sufragar instituciones oficiales donde se generan perfiles mediáticos inexistentes con la misma función. A la luz de este nuevo Congreso y el uso que el Gobierno cubano hace de las nuevas tecnologías cabría preguntarse: ¿quiénes son realmente los paramilitares al servicio de dictaduras?
Notas:
[1] Ver más en: https://hypermediamagazine.com/sociedad/la-uneac-y-su-circunstancia-al-x-congreso/
[2] Ver más en https://hypermediamagazine.com/sociedad/cuba-aliada-de-la-hegemonia-cultural-rusa/ (28.09.2024)
[3] https://www.presidencia.gob.cu/es/presidencia/intervenciones/intervencion-durante-el-x-congreso-de-la-uneac/
Las academias de música en Cuba
Capítulo del libro ‘Historia de la música popular cubana. De las danzas habaneras a la salsa (1829-1976)’, de Antonio Gómez Sotolongo (Hypermedia, 2024).