Comenzó con la invitación de una amiga a fotografiar íntegramente un encuentro sexual con su pareja.
🔞 (Advertencia: esta galería contiene imágenes que pueden dañar su sensibilidad).
Comenzó con la invitación de una amiga a fotografiar íntegramente un encuentro sexual con su pareja.
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Como profesor, se ha aventurado a proponer modelos de análisis donde la pornografía no es tabú, y a favor de su normalización como parte también del cine.
Entre la obra de Laura Capote Mercadal, pública y presentada en catálogos y exposiciones, y la de Ann Floss, cuasi secreta, hay tantas divergencias como conexiones.
Un obrar sígnico en contra de narrativas transitorias, una poética esteticista que encarnaba el abanico de verdugones del ‘ahora’ histórico.
Los ‘paquetes’ se organizaban intuitivamente por los lugares de producción, que coincidían con los de la Batalla de Ideas.
Un despliegue pasivo-agresivo sobre la ira femenina, el instinto de destrucción y una entrada a la intimidad a la que accedimos con nuestra mirada morbosa.
Cosas que la civilización tiende a enclaustrar en la privacidad.
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Guionistas, productoras y directoras de porno piensan este género como un lenguaje para empoderarse, superar los cuestionamientos de la industria, los insultos y atreverse a hablar del sexo.
El audiovisual pornográfico propiamente dicho continúa relegado a los márgenes del discurrir histórico, estético y discursivo del Séptimo Arte.
El cine pornográfico ‘mainstream’ está conformado pensando en la figura del ‘masturbador imbécil’. Pero, ¿qué pasa si dentro de esas estadísticas se encuentran masturbadoras?