Shakira, deja de componer y saca la ‘dickpic’

Estamos viviendo la era dorada de la venganza pública. Dos artistas internacionales han publicado en la misma semana sendos temazos musicales con detalles literales o referencias y símbolos de sus relaciones amorosas.

Un despliegue pasivo-agresivo maravilloso sobre la ira femenina, el instinto de destrucción y una entrada a la intimidad a la que todos accedimos con nuestra mirada morbosa. Hay algo en las rupturas que te hacen ver la verdad de una relación hasta entonces sesgada por los posts, los filtros y las expresiones públicas almibaradas e idealistas.

En esta era posmoderna todos somos testigos de las relaciones de los demás y gozamos a golpe de like y comentario, por lo que, roto el vínculo y todo contrato de lealtad, como público, podemos otear los entresijos de las relaciones que nos había escondido el amor con total impunidad. 

¿Mi contenido favorito? Cuando un miembro de la pareja que nunca ha sido activo en las redes de pronto empieza a subir contenido sospechosamente feliz. El drama está fuera de campo, los actores despliegan toda su sutileza gestual y la desesperación extradiegética que inunda las ausencias se siente a través de la pantalla.

La parte protagonista, por su lado, cuenta con un espacio privilegiado de atención que le permite acceder directamente, y sin que siquiera nos pregunten, a los feeds y las bandejas de entrada de contactos comunes, profesionales o personales. 

En esta era posmoderna todos somos testigos de las relaciones de los demás y gozamos a golpe de ‘like’ y comentario.

Cámaras, capturas de pantallas, audios… El Smartphone es ya una caja negra de la relación, conectada a la world wide web. De pronto, llega un video o un mensaje con una información no solicitada y toda la lista de contactos está metida en el conflicto sin pretenderlo. Un caramelito para las ansias de destruir posruptura.

Una bombita morbosa.



El lado diabólico de la democratización audiovisual

Hasta aquí todo es drama. Perfecto. 

Sin embargo, en algún momento, la democratización de la imagen digital se convirtió en arma de delito sexual y ese día el mundo fue un lugar peor. Como toda democracia que no conoce sus límites, nos pasamos. 

Si Shakira, Miley Cirus y Taylor Swift canalizan su dolor en indirectas musicales, Kanye West suelta tuits indiscriminadamente. Se han abierto numerosos museos de la ruptura, otros portales y redes acogen el mal llamado revenge porn. Aquí llegamos a “la otra intimidad” y cruzamos la línea entre honor y consenso, entre chisme y deshonra.

Recordatorio: al chisme siempre.

Publicar videos sexuales personales es una moda tan de los años 2000 como los pantalones de cadera baja. De las muchas publicaciones de famosos y famosas, ya es imposible discernir las que son consentidas de las que no. 

Cámaras, capturas de pantallas, audios… El Smartphone es ya una caja negra de la relación.

Entre esa oleada de publicación se coló la pornovenganza. O sea, la distribución de todo material íntimo, erótico o sexual, casi siempre explícito, sin el consentimiento de la persona que aparece y con la única intención de dañar su imagen. Así como todos sus derivados: ciberacoso, pornoextorsión. Historias más cotidianas de lo que pensamos.

¡Cómo ha cambiado la relación con las imágenes a lo largo de nuestra vida! De ver muñes los domingos por la mañana a tener que pelear para que dejen de compartir una selfi erótica. That’s why we can’t have nice things.



Resignificar la intimidad

Sin pretensión de generalizar —pero generalizando—, aquí hay un sesgo de género imposible de obviar. Si las mujeres intentamos atacar el lado emocional del hombre y desquebrajar su imagen social dejándolo de adúltero o mentiroso, de varón que no puede cumplir su rol familiar, lo peor para hundir la imagen femenina tradicional es acusarla de ser un ente sexual y presentar pruebas.

Así, se hacen públicas aquellas imágenes visuales o audiovisuales que se tomaron durante la relación, con o sin el consentimiento de la parte grabada. No es necesario que la distribución sea masiva en una web de pornografía, con compartir en un grupo de WhatsApp o enviar un correo general estamos haciendo un daño igual de efectivo. Quizás mayor, al estar dirigiendo el contenido directamente a un público que conoce a la víctima.

Una intención interpersonal que, al sacarse a la luz pública, se resignifica. Un material que en sus orígenes podía responder a un juego, y mantener la inocencia de la complicidad entre dos personas o la confidencia de la exploración en conjunto, se convierte en un acto de deshonra perpetrado por una pulsión a la calumnia. 

De ver muñes los domingos por la mañana a tener que pelear para que dejen de compartir una selfi erótica. 

Como la mermelada, que para Shakira pasó de ser desayuno a prueba de infidelidad, un mismo fotograma pasa de representar la confianza más absoluta a mostrar la ingenuidad de quien nunca debió confiar en la falta de intenciones y la supuesta imparcialidad de la lente, ni del amor del que la sostenía. Parafraseando a Glauber Rocha: una cámara en la mano y una mala idea en la cabeza.

Cualquier desnudo, audiovisual o fotográfico, es ahora arma que nos dispara al supuesto talón de Aquiles del rol femenino tradicional. 

Una vergüenza que coge prestado el síndrome de la madonna y la virgen, queriendo lanzar a la mujer que ya no le pertenece de una categoría a otra. Respondiendo a lo lógica binaria que establece la línea de la dignidad y la pureza, y para la que se realiza la clasificación en función de vestuario, habla, número de parejas sexuales, status sentimental y otros prejuicios varios. 

Tradicionalmente, la mujer solo puede estar en un lado: o eres una mujer casta, “de tu casa”, seria, modesta y limpia; o lo contrario. Para que quede claro, lo contrario es una mujer que disfruta y se responsabiliza de su sexualidad.

Por tanto, si el susodicho se ha tomado la ruptura a mal, ya no le conviene, siente la necesidad de informar de su nuevo status. Tiene que reetiquetarla y reclasificarla, como un libro que cambia de estante en una librería. Que sepan todos los hombres que la conocen que ella ya no es persona con dignidad; ahora es objeto sexual disponible. Y lo es porque yo la convertí.

Como la mermelada, que para Shakira pasó de ser desayuno a prueba de infidelidad.

Aún más criminal son las imágenes tomadas en secreto a una sujeto que no se sabe grabada. Lugares de intimidad públicos se vuelven sets de rodajes clandestinos para obtener material sexual, bajo productores infames de falso porno público. Como una extensión virtual del histórico —y ahora en comparación casi inocente— voyeur que solo quiere un poco de estimulación, el agujero en la pared o la rendija del escaparate ahora se conectan a la 4G para quienes se perdieron la acción en vivo.



Público o participante

En ambos casos, nos engañamos al pensar que, al visionar una pieza de revenge porn, estamos viendo una pareja practicar sexo. Estamos mirando a una persona usar un material para herir a otra. 

En un ejercicio muy meta, los protagonistas ya no son los de la pantalla, sino emisor y receptor, pues el espectador es quien perpetra y resulta partícipe de un crimen. Un delito que se repite una y otra vez cada vez que da play, como matar mil veces. Delito en muchos países, que aún permanece sin legislar en Cuba. Y es que, si bien la Constitución de 2019 abre posibilidades para la prevención de la violencia de género, las organizaciones civiles y feministas todavía apuntan que el Código Penal cubano no tipifica la violencia de género como tal.

A lo que se añade el analfabetismo digital. Habiéndose generalizado el uso de Internet más tardíamente que en muchos otros países, las mujeres cubanas entraron al entorno digital con inocencia, pensando que todo estaba bien y que compartir contenido sexual con tu pareja era simplemente lo que se hacía en el capitalismo. 

Se obviaron las herramientas para evitarlo, las charlas sobre confianza y, por supuestísimo, ni siquiera se pensó en la formación de los varones, de todas las edades, que necesitaban una reeducación de género antes de meterles tal arma en los bolsillos. 

Que sepan todos los hombres que la conocen que ella ya no es persona con dignidad.

Si un hombre considera suya a una mujer, cómo no va considerar suyas sus fotografías, sus imágenes y los sentimientos que le dedicó. Hacer del cuerpo femenino un objeto es una vieja práctica; la diferencia es que, en nuestros tiempos, está al alcance de todos.



Consensuar… ¿el qué?

Volvemos a la pregunta histórica: ¿en qué consiste el consenso?

Aquí se movió la línea. Puede que la protagonista acepte la grabación e incluso sea la directora y fotógrafa, pero ¿y los derechos de distribución? Aunque el abuso no sea el acto sexual, sí es abuso mandarlo a un número incontrolable de pantallas.

¿Es esto una violación? Sí. Claro. No hay duda. Si Cannes no puede estrenar una película sin permiso, tú no puedes mandar un mail masivo con una humillación en formato mp4. Así que, por si es necesaria la aclaración, disculpen el obvio titular con pretendido clickbait de una dickpic. Estaría muy mal que Shakira soltase tal material; con la canción, fue más que suficiente.

Consentir en participar de un juego sexual audiovisual no implica que este quede a discreción del público, pues aún existen los derechos al honor y a la imagen propia. De hecho, este tipo de contenido, que se crea en la intimidad de la pareja, curiosamente está hecho para no ser distribuido, solo busca llegar a las personas implicadas. No hay intención de público.

Pero, ¿hay un público? Claro, los amantes del cinéma vérité. Los que quieren naturalidad en un género diseñado para cumplir fantasías. Los que no quieren guion ni actores profesionales y gozan la obscenidad de saberse viendo algo real y sin filtros, algo trash

Estamos mirando a una persona usar un material para herir a otra.

El lado oscuro del porno amateur consumido por la audiencia que busca la espontaneidad de un rodaje que no responde a los clichés de la producción erótica comercial. Este es un público exquisito que huye de lo estándar y quiere historias reales, de las que provocan suicidios.

Incluso, y como el debate del consentimiento quedó relegado a la etapa de posproducción, el espectador medio puede alienarse pensando que hacer es consentir y que grabarse implica la voluntad de llegar a cualquier público. Quizás se sienta parte de la fantasía ya que, en su lógica, quien se graba es porque desea ser mirado y él, diligentemente, le está cumpliendo el sueño.

Se consume porque es natural y nos alimenta la ilusión de que todas las mujeres somos actrices porno en potencia. Implícitamente piensan el factor humillación, sin palabra de seguridad: a la mujer de la que recibimos este tipo de contenido ya no es necesario guardarle respeto.

Afortunadamente, en paralelo al desarrollo de las nuevas tecnologías y el acceso a nuevas formas de creación y distribución de contenido, también crecieron los estudios de género y estos hicieron particular hincapié en el rol sexual femenino. 

La necesidad de sacudirnos ese estigma de la vergüenza por el deseo y las prácticas sexuales ha sido mensaje frontal de las nuevas olas del feminismo; así como lo ha sido el conocimiento en profundidad de las víctimas y la reeducación en lo que realmente nos debería avergonzar. 

Gracias a ello, hoy tenemos claro que ser víctima de ciberacoso —o de cualquier otro crimen de naturaleza sexual— no te quita ni un ápice de dignidad.

El Código Penal cubano no tipifica la violencia de género como tal.

Las parejas heterosexuales, por supuesto, no son las únicas con acceso a la tecnología y a los rincones más oscuros de la humanidad. La comunidad LGBTIQ+ también ha perpetrado y sufrido las acciones de la distribución erótica sin consentimiento. Aunque intentando romper y cumplir otros roles, y con sus pormenores, la acción viene de la misma necesidad de provocar vergüenza mediante el escarnio público.



 ¿Revenge? ¿Porn?

El hecho es que este es un subgénero con bastantes arquetipos y convenciones. Las protagonistas tienden a ser mujeres jóvenes. El antagonista, un señor herido. Y la premisa, una ruptura. Mientras distribuidores y espectadores son los buitres de la producción. 

Aunque suelen culpar a la abstracta “viralidad de Internet” y a eximir de culpas individuales al traspasarlas a la mano invisible del algoritmo, cada una de las personas que forman parte de la cadena de distribución están cometiendo o participando de la agresión.

Recordemos, para no caer en la doble victimización —si es que queremos mantener la fe en el ser humano—, que compartir material documental con contenido sexual que tiene como único objetivo someter o exponer a la víctima al escarnio público es una decisión personal ejecutada por cada pulgar que le da al botón. No es, en ningún caso, culpa de la persona que aparece en el material intercambiado sin consentir.

Por ello, no encontrarán hipervinculado a este artículo ninguna lista de las “10 mejores películas de pornovenganza” ni “100 videos que ver antes de que las protagonistas se suiciden” o “20 selfis eróticas que le costaron el trabajo a la mujer”.

Más bien, dejemos de llamarlo porno. La industria como tal está pensada para que el contenido sea compartido y distribuido. Esa fue precisamente la necesidad desde los inicios: sacar el sexo de la intimidad y desmitificarlo, así como hacer distribuible y público el erotismo. Por tanto, contenido sexual no es lo mismo que pornografía.

Hacer del cuerpo femenino un objeto es una vieja práctica, ahora al alcance de todos.

Por otro lado, recibir material de ese tipo de una mujer que conoces es acceder a todos sus secretos. Si ya los hombres se sienten con derecho a exigir sonrisas y amabilidad, darles acceso a la sexualidad de una mujer que solo conocían social o profesionalmente es la conquista total. Si la sexualidad femenina le pertenece al marido, publicándola la hacemos de todos.

En el mejor de los casos, se queda en la risa; en otros, llega al acoso; y en el peor, a la depredación. En todos, la mujer sale con la dignidad herida y, en los ejemplos más trágicos, la muerte. ¿Es eso lo que queremos decir cuando hablamos de revenge?

La venganza es la respuesta a un agravio. ¿Qué ofensa requiere como contrapeso la publicación de la vida íntima? ¿Vengarse? ¿De qué exactamente? Aunque logremos dar con una respuesta razonable a esto, sigue siendo solo la motivación, que no debería ser el nombre del delito. 

Un asesinato es el acto de quitarle la vida a una persona, más allá de las razones, y a nadie se le ocurre llamarlo poverty knife o revenge bullet. El crimen es el crimen, luego, ya veremos si el jurado exime por la motivación.

Más aún cuando, además, la venganza no es la única razón para sacar a la luz este tipo de material. Por ejemplo, en 2014, varias actrices y modelos vieron sus teléfonos hackeados y sus fotos íntimas esparcidas por todo Internet con la única razón de desprestigiarlas, pues los perpetradores no las conocían personalmente. Solo pretendían mostrarnos el lado sexual —y autorreferencial, ya que la mayoría eran selfis— de mujeres que veíamos en otros roles y entornos.

La ilusión de que todas las mujeres somos actrices porno en potencia.

Por otra parte, puede que el primer envío sea fruto de las ganas de herir posvenganza, pero la viralidad no la hace uno. ¿Qué razones personales pueden tener los que comparten y reenvían el contenido? ¿Su propia vendetta personal contra la víctima? ¿Su mentalidad de neandertal digital que se ríe pícaramente porque vio un pecho o una nalga y ya por eso cree que la burla por una práctica es algo así como una transgresión de la moralidad? Gente que seguro tiene un sentido del humor malísimo.

Finalmente, no obviemos razones comerciales y venganza política. Falsos perfiles con contenido erótico sustraído para vender online o el robo mediante hackeo y distribución de la intimidad de adversarias o disidentes políticos y activistas sociales. Acciones que responden a la misma lógica de pretender difamar a una mujer por tener una sexualidad; esta vez, pretendiendo despojarla de su autoridad social, la validez de sus principios y minimizando la importancia de sus conocimientos frente a sus genitales. Confirmado el hecho indiscutible de que siente placer, se la invalida para presidir un gobierno —ni local— o dirigir una entidad o ejercer su profesión.

Entonces, ni porno ni venganza. Es la imagen audiovisual utilizada para el ciberacoso, la extorsión y la burla. Fotogramas distribuidos para ejercer control. No hay más. Lo retorcido de la fragilidad masculina tradicional no tiene límites.¿Te dejaron? Supéralo. No metas a medio Internet en esto. 




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Cine sin marcos: los cuadros pornográficos de Cuba

Fabio M. Quintero

He visto cosas bastante osadas en París, pero en La Habana es espantoso. París es una escuela dominical comparada con la capital cubana”.






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