Uberization is the ultimate stage of the biopolitical conquest.
François Cusset
Escuchando a Alex Otaola. Muchas veces me pongo a manejar mi taxi Uber después de las clases en la universidad, y entonces pongo a toda leche el programa de Otaola por internet.
A muchos pasajeros les molesta el audio tan alto dentro del carro. A mí no me importan un carajo mis pasajeros, ni tampoco si me pagan o no me pagan ninguna propina. Se pueden meter su dinero digital por los intestinos.
De hecho, lo más probable es que alguno de ellos me meta muy pronto una denuncia con la compañía Uber, según el mejor estilo de la chivatería castrista que se está comiendo por una pata a este país.
Si me quitan la licencia de manejar Uber, bien. Si me quitan la licencia de conducción en EUA, mejor. Y si me deportan para la Cuba de Castro de una buena vez, mucho más mejor todavía.
Por si aún no te enteras, Alex Otaola se ha convertido en el enemigo público número 1 de la dictadura cubana. En términos políticos, el tipo es un timbalú letal. Además de tener un swing exquisito, de clase. Es un orador que arrasa, una saeta de azuquita retórica y sin cascabeles en la punta. Un aristócrata. Es decir, un revolucionario.
Su programa tiene millones de seguidores en todo el planeta. Y él solito está subvirtiendo a la tiranía cubana donde más les revienta a los comunistas: en su complicidad con el capitalismo primermundista de Europa y los Estados Unidos; en la furibunda falta de escrúpulos de la izquierda insular a la hora de enriquecerse a costa de las economías de mercado, mientras someten a la cañona al pueblo cubano a un apartheid atroz.
Voy manejando y oigo la opereta de Alex Otaola a todo meter, sus perretas a contracorriente de la mezquindad mediocre de los cubanos, su escobita nueva de barrer bárbaramente con todos los sinvergüenzas del socialismo, como si de un resucitado suicida Eddy El Loquito Chibás se tratara.
Oír a Otaola va en contra de lo que me dicta el sentido común de ganarme unos pocos pesos extras con mi Uber App. Pero ya lo he dicho: me importa un carajo esa ganancia. Prefiero ser pobre a perpetuidad, antes que vivir para sobrevivir. Mi espíritu es inapresable. A mí tampoco me van a callar esta bocaza cubana. Y mucho menos me van a apagar la llama descontrolada de mi cansado corazón de hombre blanco, como él. A Otaola y a mí nos une la sinrazón del Estado y cierta corazonada de raza.
Así que sigo manejando de 5 a 7 de la tardenoche, día tras día de este exilio sin fines de semana, y las denuncias al pecho y el humor delicado a la par que deschavado de Alex Otaola me hacen sentir menos solo, menos siniestro, más vivo, más noble, en el verano sin memoria del año 2019 de la Revolución.
Pienso: valió la pena de sobra el haber sido cubanos alguna vez en la historia de la humanidad. Gracias, Alex de los atardeceres sin amanecer a la vista.
Pienso: hay esperanza, hay esperanzas, aunque todo esté perdido de manera irrecuperable desde el inicio de la Isla. Gracias, Otaola de aún se verán muchos más horrores.
Pienso: nos quitaron todo, acabaron con nosotros meticulosamente en cuerpo y alma, pero conservamos la conversación, la resistencia casi ridícula de las impronunciables palabras y este arrebato de proferirlas a la patada desde una libertad de remate. Gracias, Alex Otaola de la fase terminal del totalitarismo que pasa ahora por tu garganta golosa.
Alexander Otaola: “A mí lo que me gusta es que me ataquen”
El carismático comunicador Alexander Otaola modela. Se queja por no sé qué cosa, dice: “Hay que joderse y modelar y todo contigo, Siro. Tú no eres fácil”.