El pasado 15 de septiembre, publicábamos en la sección El Búnker, a cargo de François Vallée, una entrevista con el artista Wilfredo Prieto.
Las reacciones a las declaraciones de Prieto han sido muchas y diversas.
Reproducimos aquí esta reflexión del crítico y profesor Fernando Castro Flórez, porque, de alguna manera, resume o unifica el resto de análisis y posicionamientos ante la entrevista.
Muchas gracias a Castro Flórez por su gentileza al permitirnos compartir su análisis con los lectores de Hypermedia Magazine.
Asimismo, muchas gracias a François Vallée por su serie de entrevista a artistas cubanos.
Wilfredo Prieto: “No creo en las definiciones”
Wilfredo Prieto nació en Sancti Spíritus en 1978. Se graduó de la Escuela de Arte de Santa Clara en 1992, de la Escuela Profesional de Arte de Trinidad en 1996 y del Instituto Superior de Arte de La Habana en 2002. Vive y trabaja en La Habana. Su obra goza de un lugar destacado en el mundo artístico internacional, se ha expuesto en los principales eventos y centros de arte del mundo y forma parte de prestigiosas colecciones públicas y privadas.
Wilfredo Prieto empezó su carrera artística como miembro activo del grupo DUPP (Desde Una Pragmática Pedagógica), ejercicio de pedagogía innovadora y radical organizado en el Instituto Superior de Arte en torno a la cátedra del profesor y artista René Francisco y un colectivo de jóvenes estudiantes. DUPP interrogaba las condiciones sociales del arte y de la cultura, buscando instaurar nuevas significaciones artísticas para la educación comunitaria y el activismo cultural.
La obra personal de Wilfredo Prieto siguió esta misma línea: para él, el espectador es un elemento integrante de su proceso creativo; deja de ser un receptor pasivo para convertirse en componente activo y esencial. Su trabajo artístico se sitúa en la prolongación del arte conceptual y minimalista de los años sesenta: recupera sus estrategias, pero infundiendo en sus postulados formales y analíticos un contenido emocional; construye un diálogo y una experiencia afectiva con el público.
En su obra incisiva resuena el eco de las problemáticas del arte contemporáneo. De manera sutil y casi imperceptible, nos hace reflexionar sobre temáticas sociales y políticas desde la experiencia íntima. Su obra se inscribe en un contexto particular, y concibe el espacio expositivo como un lugar de conflicto para llevar a cabo obras y proyectos que ambicionan propiciar el desarrollo de un activismo cultural, una empresa sociológica y política.
Wilfredo Prieto pone en escena, de manera aguda y mordaz, la esencia de nuestra relación con el mundo, sin limitarnos a la contemplación visual de la obra. Su expresión creativa se construye con soportes muy diversos y a partir de una gran simplicidad formal: crea situaciones inéditas con una acusada carga poética rebosante de humor, ironía e irreverencia, que nos invitan a prestar mayor atención a nuestros diferentes espacios de vida, ya que tocan el corazón de la experiencia humana: la dimensión sensible.
Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia…
Cabezón, flaco; me pasaba todo el tiempo corriendo, regresaba de la escuela siempre destartalado, jajaja… No te miento.
Nací en la pequeña finca de mi abuelo materno, de origen canario, que se dedicaba a la agricultura del tabaco. Toda mi familia siempre vivió en la zona de Zaza del Medio. La vista panorámica era una bella montaña llena de árboles, un llano perfecto para jugar, ni muy grande ni muy pequeño, y el increíblemente maravilloso río Zaza: imagina la neblina al amanecer…
Aunque es un recuerdo muy solitario: no éramos tantos niños los que podíamos encontrarnos para jugar, ni nos daban tanto permiso para bañarnos en el río, por lo que no quedaba otra que echarle mano a la creatividad.
¿Qué pasó para que te decidieras a ser artista plástico? ¿Qué formación tuviste? ¿Cómo valoras la enseñanza que recibiste?
Mi hermano mayor se graduó de artes visuales en el ISA; yo siempre lo miraba trabajando y eso me atrapó de manera inconsciente; de pronto prefería pasar todo el verano pintando o dibujando, no sabía por qué, pero ya estaba dentro. La educación fue el conductor que yo moldeé, pero estaba ahí. Creo que soy un gran afortunado con la enseñanza que recibí.
En mi pueblo, a un kilómetro y medio de mi casa (te hablo de cuando tenía ocho o nueve años), tuve que negociar: me apunté a clases de lucha grecorromana y levantamiento de pesas para que mis otros amigos vinieran a clase de plástica y que el profesor no se fuera, porque no podía dar clases para un solo estudiante en aquel pueblito. Así que, en ese intercambio, mis compañeros de deporte recibieron plástica…
A los diez años entré en la Escuela Elemental de Arte. Allí nos enseñaron la academia pura y dura; tenías que hacer retratos al natural con profesores muy exigentes. Aprendías a pintar, esculpir y dibujar, lo que dicen “de verdad”. Con catorce años entré en la Escuela Profesional de Arte, nivel medio. Ahí ya buscábamos más la creatividad; básicamente, se trataba de romper con esa enseñanza académica y entender más el lenguaje del arte.
A los diecinueve años llegué al ISA. Por supuesto, fue como una implosión hacia la particularidad de cada uno, y me permitió sintonizar con el lenguaje internacional más avanzado. Tuve profesores de alto impacto en la formación; al final, las instituciones son las personas que las componen. DUPP fue un proyecto pedagógico que removió y amplió aún más todas mis preocupaciones estético-conceptuales.
Otro aspecto bien importante fue el Periodo Especial, que había comenzado cuando yo tenía diez años y entraba en la Escuela Elemental de Santa Clara. Recuerdo perfectamente ese primer año, 1989, cuando empezaban a escasear la merienda y los materiales; pero eso nos enseñó, increíblemente, a pesar de lo jóvenes que éramos, a tener una visión consciente de lo material, y también de lo humano. Empezabas a detectar otro tipo de valores en tus propios compañeros.
En situaciones irregulares las personas se transforman, y tu valoración también: es un momento de crecimiento, otra escuela que te imponía la vida. Entre el instinto y la formación hacia el arte, la frontera era casi nula. Crecí formándome como artista como si no existiese otra cosa en este mundo. El arte y la vida como una cosa única. Fue una situación que me acompañó en el día a día, pero también un objetivo consciente en mi formación y, actualmente, en mi profundización hacia el arte, desde mi propio trabajo.
¿Cómo definirías tu práctica artística?
No creo en las definiciones, si lo hiciera sería el primero en traicionarme. Creo absolutamente en la transformación, en la reinvención continua de la obra: es un reto perenne. Creo que, si me repitiera, moriría de aburrimiento y perdería absolutamente todo el sentido del arte.
El arte es un espacio de continuo movimiento, de cuestionamiento, de búsqueda. Cuando se proyecta la obra hacia una linealidad estilística, muere. Puede vivir como producto de mercado, pero la esencia de la comunicación cultural perece.