Negociación del Hotel Nacional de Cuba: Política, beneficios y protestas

Altas y elegantes palmeras en primer plano de una imagen del Hotel Nacional de Cuba de 1930 en la portada de un antiguo folleto promocional (Figura 1).[i] En el interior hay una foto del vestíbulo, que transmite el encanto colonial español a través de sus suelos de baldosas y techos con vigas de madera, muebles de caoba autóctona y arcos que recorren los laterales de la habitación (Figura 2). El texto que lo acompaña subraya las características que más pueden atraer a los turistas estadounidenses, situando la arquitectura del hotel como fuente de confort y lujo. Un atractivo collage de fotografías tomadas desde varios puntos de vista capta la majestuosa posición del hotel en la colina de Taganana, sus torres que refuerzan su imponente presencia sobre el barrio del Vedado, su moderna piscina y su extenso césped salpicado de palmeras (Figura 3). Al situar el hotel en relación con otros lugares de interés, como El Morro y el casino, el texto sitúa el Hotel Nacional de Cuba como “el corazón mismo” de la vida urbana de La Habana.



Figura 1: Folleto del Hotel Nacional de Cuba, La Habana, ca. 1930, portada (McKim, Mead & White Architectural Records Collection, Department of Prints, Photographs and Architectural Collections, New- York Historical Society Museum & Library).


Sin embargo, es la imagen, en la contraportada del folleto, del Monumento a las Víctimas del Maine, con el Hotel Nacional de Cuba visible al fondo, la que evoca el polémico clima político de Cuba en este periodo (Figura 4).[ii] El monumento fue diseñado en 1925 para conmemorar a los que murieron en el hundimiento del U.S.S. Maine, el acontecimiento que marcó la entrada de Estados Unidos en la lucha de Cuba por la independencia; esto a la postre resultó en una amplia implicación de Estados Unidos en Cuba, circunstancia que impidió el surgimiento de una verdadera soberanía nacional cubana. Para muchos cubanos, el monumento representaba la intervención y el imperialismo estadounidenses.[iii]



Figura 2: Folleto del Hotel Nacional de Cuba, La Habana, ca. 1930, página interior (McKim, Mead & White Architectural Records Collection, Department of Prints, Photographs and Architectural Collections, New- York Historical Society Museum & Library).


El Hotel Nacional de Cuba, por otra parte, estaba destinado a ser el hotel nacional de Cuba, una expresión de la identidad nacional y la soberanía de la isla tal y como las concebía el machadato, nombre dado a la presidencia de Gerardo Machado y Morales (1925-33).[iv] La yuxtaposición visual de estos lugares en el folleto indica una compleja relación entre el machadato y Estados Unidos, complicada aún más por las actitudes de muchos cubanos de la época, muchos de los cuales pensaban que el hotel representaba la obra de un gobierno autoritario que se plegaba a los intereses de Estados Unidos. Un examen del hotel como fruto de una serie de negociaciones entre el gobierno cubano patrocinador y la corporación estadounidense que lo diseñó, construyó y operó revela cómo el edificio se convirtió tanto en un símbolo del gobierno de Machado como en un blanco de revuelta contra el amiguismo y el favoritismo que lo definían.



Figura 3: Folleto del Hotel Nacional de Cuba, La Habana, ca. 1930, página interior (McKim, Mead & White Architectural Records Collection, Department of Prints, Photographs and Architectural Collections, New-York Historical Society Museum & Library).


El Hotel Nacional de Cuba fue uno de los principales proyectos arquitectónicos del machadato (Figura 5). En 1929 el gobierno machadista contrató a la Corporación del Hotel Nacional de Cuba (NCHC), con sede en Estados Unidos, una organización formada específicamente para llevar a cabo este proyecto. Este consorcio estaba compuesto por entidades como el estudio de arquitectura McKim, Mead & White; la New York’s Plaza Operating Company; y la National City Company de Nueva York. Desde el punto de vista empresarial, el enredo entre el gobierno cubano y las empresas estadounidenses no era excepcional, pero desde el punto de vista arquitectónico, el hecho de que el gobierno de Machado encargara el diseño y la construcción de un hotel a una empresa estadounidense era algo único. El gobierno cubano nunca antes había construido o patrocinado un hotel nacional; además, la mayoría de los hoteles y la arquitectura monumental de La Habana hasta ese momento habían sido diseñados por empresas cubanas o españolas.[v] Contratar a una empresa estadounidense para que financiara y diseñara lo que era esencialmente un monumento nacional fue un movimiento singular del machadato, que situó al hotel en la intersección de la construcción cívica, los intereses nacionales, las relaciones exteriores y el desarrollo turístico.



Figura 4: Folleto del Hotel Nacional de Cuba, La Habana, ca. 1930, contraportada (McKim, Mead & White Architectural Records Collection, Department of Prints, Photographs and Architectural Collections, New-York Historical Society Museum & Library).


Los historiadores de la arquitectura que han estudiado este periodo en Cuba se han centrado a menudo en agrupaciones estilísticas: por un lado, las tendencias progresistas, como el exuberante art déco del Edificio Bacardí, o la obra protoracionalista de ciertos arquitectos cubanos; por otro, las mansiones historicistas del elitista barrio del Vedado.[vi]Estos estudios han pasado por alto o apenas han mencionado el Hotel Nacional de Cuba, cuyo diseño ecléctico desafía cualquier categorización estilística específica. No cabe duda de que este edificio fue importante para la población local y los visitantes, pero al eludir la clasificación estilística ha quedado relegado a los márgenes de la historia de la arquitectura. En el mejor de los casos, un análisis estilístico estrecho podría celebrar el hotel como un ejemplo de revivalismo ecléctico o de creolización; en el peor, llevaría a descartar el edificio como un pastiche carente de una visión unificada.[vii] En cualquier caso, un estudio que haga hincapié en el formalismo o en las dicotomías entre arquitectura avanzada y tradicional no tiene en cuenta la apasionante historia de la estructura.



Figura 5: McKim, Mead & White, Hotel Nacional de Cuba, La Habana, 1930 (McKim, Mead & White Architectural Records Collection, Department of Prints, Photographs and Architectural Collections, New-York Historical Society Museum & Library).


Si abordamos el diseño del Hotel Nacional de Cuba como una historia de mecenazgo moldeada por las relaciones exteriores, surge una historia arquitectónica más interesante y compleja, que nos permite comprender mejor las potentes funciones simbólicas del hotel. Junto con el mecenazgo, este estudio se centra en la historia empresarial y política, analizando la documentación relativa al encargo, la financiación y la construcción del hotel. El Hotel Nacional de Cuba surge como icono e instrumento de un gobierno que dirige una nación esencialmente neocolonial, empleando la arquitectura para legitimarse, enriquecerse y perpetuarse. El hotel ilustra estrategias y procesos históricamente particulares de negociación de complejas relaciones internacionales. El proyecto demostró no sólo que los enredos entre Estados Unidos y Cuba eran profundos, sino también que las estructuras de poder que sustentaban estas relaciones no eran unilaterales. De hecho, una lectura detenida del proyecto hotelero a través de sus archivos revela hasta qué punto el machadato definió los términos y resultados del edificio, dejando a veces al estudio de diseño arquitectónico responsable del proyecto relativamente poco que decir.[viii]

Pero la importancia del hotel no reside exclusivamente en las negociaciones entre el gobierno cubano y la NCHC; prestar atención únicamente a la historia empresarial privilegia a los poderosos. De hecho, las prioridades del gobierno no siempre fueron congruentes con las del pueblo cubano. Símbolo del machadato corrupto, el Hotel Nacional de Cuba fue escenario de uno de los enfrentamientos más sangrientos que definieron la Revolución de 1933, un acontecimiento al que a menudo se ha restado importancia en la historia cubana.[ix] El análisis crítico de los intereses particulares y la corrupción del machadato —de los que el hotel era parte crucial— revela las razones del papel del hotel como lugar simbólico de la resistencia.



Monumento al nacionalismo del machadato

La visión del presidente Machado de un hotel como símbolo nacional es evidente en la convocatoria inicial. El 30 de octubre de 1928, Machado publicó el Decreto Presidencial nº 1867, por el que se convocaba un concurso para el diseño de un hotel nacional. Al parecer, estaba cantado que el encargo se otorgaría a la Corporación Hotelera Nacional de Cuba, ya que los planos del Hotel Nacional de Cuba que se conservan en los archivos de McKim, Mead & White datan de 1925, lo que indica que hubo algún tipo de comunicación previa sobre el proyecto hotelero.[x] Aunque este tipo de tratos entre bastidores no era nuevo ni en Cuba ni en Estados Unidos, proporciona un contexto revelador para el proyecto.

La farsa de un concurso abierto indica el reconocimiento por parte de Machado del valor de relaciones públicas del proyecto. Concebido como una celebración del progreso y la modernidad cubanos bajo el machadato, el Hotel Nacional de Cuba fue un monumento propagandístico que también sirvió para reforzar el nacionalismo definido por Machado. Mediante el empleo de un paradigma político llamado cooperativismo —basado en la convicción de que un cuerpo político sano se organiza de arriba abajo— el enfoque autoritario del machadato garantizaba que una definición de nacionalismo sancionada por el Estado se transmitiera del gobierno al pueblo.[xi] Al menos al principio, las ideas nacionalistas de Machado eran compartidas por gran parte de la población cubana, que le votó para llegar al poder en 1925. Su nacionalismo se basaba en una promesa de futuro —reformas políticas y sociales y mayor soberanía, independiente de los intereses de Estados Unidos, como medio de crear una Cuba por y para los cubanos— y en un pasado que articulaba la idea de una Cuba libre y canonizaba a figuras como el líder revolucionario José Martí. Para los cubanos, ésta era una visión más igualitaria e inclusiva que las anteriores. Sin embargo, el fracaso de Machado a la hora de promulgar reformas y hacer realidad el futuro que prometió, además de su amaño de las elecciones presidenciales de 1928, provocó una discordia generalizada cuando comenzó su segundo mandato. Múltiples ideas sobre la identidad nacional cubana empezaron a polarizar a la nación, y estas ideas a menudo contradictorias se convirtieron en el ímpetu de una variedad de respuestas al machadato, que iban desde el desencanto hasta el activismo violento.[xii]

El enfoque descendente del cooperativismo queda patente en los detallados requisitos establecidos en el decreto presidencial y en el contrato de arrendamiento del Hotel Nacional de Cuba, que reflejan la convicción de que el gobierno era el más indicado para definir las formas de la identidad nacional cubana y los principales monumentos del país. El gobierno era muy consciente del efecto visual del diseño en la creación de un hito nacional, y se exigió a los licitadores que “presentaran los planos de sus proyectos de la manera más detallada, especialmente los planos de las fachadas y los jardines”. Las condiciones proporcionaban los medios para que el machadato diera forma al diseño, garantizando que el hotel resultante se adhiriera a la visión gubernamental de monumento nacional. Por ejemplo, la ubicación del hotel debía estar “en perfecta armonía” con la Plaza del Maine, una zona monumental que incluía el Monumento a las Víctimas del Maine y formaba parte del plan urbanístico de La Habana de la década de 1920.[xiii]

La convocatoria de ofertas de Machado indica claramente que concebía el hotel como un emblema de la identidad nacional cubana, dirigido tanto a los cubanos como al público internacional. El proyecto estaría marcado por el lujo y la monumentalidad. Para ello, el contrato exigía al menos cuatrocientas habitaciones y una inversión mínima de 300 millones de dólares, lo que garantizaba la creación de un edificio que rivalizaría con otros grandes hoteles del mundo.[xiv]

El deseo del machadato de explotar el potencial propagandístico del hotel queda patente en las especificaciones del contrato para la inclusión de un apartamento de lujo para invitados de honor, que se utilizaría gratuitamente siempre que los representantes del gobierno dieran su aprobación. Situada en la planta baja de una de las alas, junto a la entrada principal, la opulenta Suite de la República debía constar de seis habitaciones equipadas con los mejores materiales y mobiliario. Los muebles de caoba fabricados para la suite por Meras y Rico eran más elegantes y caros que los que la empresa suministraba para las habitaciones normales. El tema de Cuba estaba muy presente en la decoración de la suite, que incluía un cartucho ornamental con una bandera cubana impuesta sobre un escudo flanqueado por dos cornucopias. La Suite de la República permitía al gobierno proyectar el hotel como símbolo de Cuba ante los visitantes extranjeros que se alojaban en él. Este suntuoso apartamento a disposición del gobierno cubano garantizaba básicamente que todos los jefes de Estado visitantes y destacados hombres de negocios extranjeros se alojaran en el hotel, posicionándolo así como un espacio clave en el intercambio diplomático y económico.



Figura 6: McKim, Mead & White, plano para el tímpano del Hotel Nacional de Cuba, La Habana (McKim, Mead & White Architectural Records Collection, Department of Prints, Photographs and Architectural Collections, New-York Historical Society Museum & Library).


La Suite de la República es un buen ejemplo de los intereses contrapuestos y los procesos de negociación en el marco del proyecto hotelero. Por un lado, fue una concesión económica de la NCHC al gobierno cubano, a cuyos representantes la corporación accedió a dejar utilizar la suite gratuitamente siempre que lo desearan. Por otro lado, la lujosa suite, que a menudo aparecía en las noticias y en la publicidad, contribuyó a elevar el estatus del hotel; esto atrajo la atención de los constructores (en Estados Unidos, aunque no siempre en Cuba) y de los clientes y atrajo cada vez más negocios al hotel, lo que en última instancia benefició a ambas partes.

La representación simbólica de la nación en el hotel no se limitaba a la Suite de la República. El decreto de Machado estipulaba la inclusión de la imaginería nacional cubana en el diseño general del proyecto —sin dejar lugar a dudas de que se trataba del hotel nacional de Cuba—. Los detalles del proyecto incluían simbolismos destinados a legitimar el machadato como árbitro legítimo de la identidad nacional. Los más evidentes eran los numerosos escudos ornamentales y banderas de La Habana y Cuba. Un dibujo para un tímpano de piedra muestra la bandera cubana sobre un escudo flanqueado por cornucopias y rematado por un estandarte plegado con la palabra Cuba en grandes letras mayúsculas (Figura 6). Aunque el hotel fue financiado y construido con fondos privados extranjeros, su efecto predominante fue el de un monumento nacional o edificio cívico.



Figura 7: Cartel anunciando el Hotel Nacional de Cuba, La Habana, ca. 1930 (McKim, Mead & White Architectural Records Collection, Department of Prints, Photographs and Architectural Collections, New-York Historical Society Museum & Library).


A Machado no sólo le preocupaba el producto arquitectónico final, sino también el proceso a través del cual se realizaba. El cumplimiento de sus requisitos estaba garantizado por la atribución de responsabilidades al Departamento de Obras Públicas, que mantenía el derecho del gobierno a interceder en el proyecto siempre que se sintiera inclinado u obligado a ello. El gobierno cubano ejerció un estricto control sobre el proyecto a lo largo de su planificación y construcción, exigiendo la presentación y aprobación de todos los planos, con especial atención a los de jardines y exteriores, para que el proyecto fuera de “la mayor belleza, convirtiéndose así en un ornato público para esta ciudad”.[xv] Además, a Machado le preocupaba cumplir un calendario de producción ajustado, por lo que incluyó en el contrato cláusulas que exigían que el hotel abriera sus puertas en el plazo de dos años desde el inicio de las obras.

A lo largo de su desarrollo, el proyecto hotelero se presentó sistemáticamente como un proyecto gubernamental; la prensa cubana rara vez mencionaba a los arquitectos y financiadores. El machadato se atribuyó todo el mérito del hotel, utilizando grandes vallas publicitarias para anunciar su beneficencia al construir para el país, sin señalar que el gobierno no era responsable del diseño, la financiación o la construcción del hotel (Figura 7). Sin embargo, el control del Estado sobre el proyecto —y el proyecto más amplio de construcción nacional que representaba— nunca fue absoluto. Dependía de las finanzas y negociaciones internacionales y de las consideraciones políticas que las acompañaban. Por ello, el hotel acabó siendo objeto de enérgicas objeciones internas.



Figura 8: Escena de las actividades en la ceremonia de toma de posesión del segundo mandato del presidente Gerardo Machado y Morales en La Habana, de un álbum fotográfico conmemorativo de la toma de posesión, 1929 (Álbum fotográfico de los actos celebrados con motivo de la toma de posesión de la presidencia de la república por el General Gerardo Machado y Morales [La Habana: Secretaria de Obras Públicas, 1929]; The Wolfsonian-Florida International University, Miami Beach, Florida, The Mitchell Wolfson, Jr. Collection).



Consolidación del poder y creación de un legado mediante el desarrollo urbano

El proyecto del Hotel Nacional de Cuba demuestra cómo el mecenazgo arquitectónico funcionó bajo el cooperativismo, brindando al presidente Machado la oportunidad de consolidar aún más su poder. Bajo la égida de la construcción del orgullo cívico a través de obras arquitectónicas, el gobierno también controló el desarrollo urbano, modelando la apariencia y la dinámica de La Habana y beneficiándose financieramente de este lucrativo sector de la economía cubana.[xvi] La corrupción gubernamental y la desigualdad social definen en gran medida el legado del machadato, pero la atención que el régimen prestó a la reforma urbana y a la construcción sólo ahora se está reconociendo adecuadamente. El historiador de la arquitectura Carlos Venegas Fornias ha situado el programa de desarrollo urbano del machadato en La Habana como el contrapunto moderno a las transformaciones urbanas bajo el mandato del gobernador colonial del siglo XIX Miguel Tacón (en el poder durante la década de 1830).[xvii] Más recientemente, Joseph Hartman ha explorado cómo Machado utilizó sus proyectos urbanos para presentar una visión consolidada de la república cubana bajo su gobierno autoritario.[xviii] El Hotel Nacional fue concebido dentro de un marco más amplio de planificación urbana oficial, concretamente el Plano del Proyecto de La Habana (1925-26; revisado en 1928). Prestar atención al contexto más amplio de las obras urbanas bajo el mandato de Machado es vital para comprender las motivaciones y los riesgos que entrañaba el proyecto del hotel.



Figura 9: Representación artística del Hotel Nacional de Cuba, La Habana, de un álbum fotográfico conmemorativo de la toma de posesión del segundo mandato del presidente Gerardo Machado y Morales, 1929 (Álbum fotográfico de los actos celebrados con motivo de la toma de posesión de la presidencia de la república por el General Gerardo Machado y Morales [La Habana: Secretaria de Obras Públicas, 1929]; The Wolfsonian-Florida International University, Miami Beach, Florida, The Mitchell Wolfson, Jr. Collection).


El machadato se basó en gran medida en los proyectos de desarrollo urbano para justificar el segundo mandato del presidente, que no fue obtenido por elección sino por la fuerza política.[xix] Un álbum de fotos publicado para conmemorar la ceremonia de investidura del segundo mandato del Presidente Machado proporciona pruebas de sus intentos de demostrar su popularidad y legitimar su derecho a gobernar.[xx] El álbum contiene numerosas imágenes de festividades y desfiles, con mucha pompa y circunstancia y cubanos uniformados, la gran mayoría de los cuales aparecen retratados como partidarios del segundo mandato de Machado. El álbum también contiene varias imágenes de arquitectura y obras públicas, la mayoría de las cuales se completaron durante el primer mandato del presidente (Figura 8). Vistas de autopistas, puentes y líneas de tren, así como de obras financiadas con fondos privados, ofrecen testimonio del florecimiento de las obras públicas y los emprendimientos privados bajo el mandato de Machado. A través de este álbum de fotos y otras formas de propaganda estatal, Machado se atribuyó el mérito de estos logros públicos y privados, y de varias obras en curso, incluidos los planes para una Ciudad Universitaria y el Hotel Nacional de Cuba (Figura 9).[xxi] Todos estos proyectos se presentaban como símbolos de orgullo nacional. La retórica del programa de desarrollos urbanos del machadato iba más allá de mejorar la vida de los cubanos de a pie; formaba parte de un esfuerzo mayor por posicionar a La Habana internacionalmente como una ciudad cosmopolita y mostrar a Cuba como un país a la altura de las demás grandes naciones modernas.



Figura 10: Jean-Claude Nicolas Forestier, Plano del Proyecto de la Habana, 1925-30 (Comisión Central Pro-Monumento a Martí, En memoria de José Martí [La Habana: P. Fernández y Cía, 1938]).


En consonancia con los principios básicos del cooperativismo, el proyecto del hotel permitió a altos funcionarios presentarse como benévolos guardianes de la nación y de su pueblo.[xxii] Un ejemplo de ello fue Carlos Miguel de Céspedes, secretario de Obras Públicas del presidente Machado y responsable del proyecto del Hotel Nacional. También se le encomendó la gestión del proyecto urbanístico más completo de Machado, el Plano del Proyecto de La Habana, en el que el Hotel Nacional de Cuba iba a desempeñar un importante papel simbólico y práctico (Figura 10).[xxiii] Este gran plan maestro destacaba el Vedado como el nuevo centro de la ciudad, con una red de arterias principales claramente definidas que conectaban varias áreas de la zona con plazas de la ciudad al este y al oeste. En 1925, Céspedes invitó a La Habana al arquitecto francés Jean-Claude Nicolas Forestier para que colaborara con un equipo cubano en el “embellecimiento y planificación del ensanche de la ciudad de La Habana”.[xxiv] Aunque Forestier fue invitado formalmente a dirigir el proyecto —su presencia en La Habana impartió un aire cosmopolita al urbanismo cubano—, él y su equipo trabajaron en estrecha colaboración con un grupo de arquitectos, ingenieros y urbanistas cubanos que conocían bien las condiciones locales y las tendencias internacionales en materia de reforma urbanística y arte cívico. El nuevo plan se basó en gran medida en el trabajo y los estudios realizados por otros cubanos, especialmente Pedro Martínez Inclán, cuya publicación de 1922, La Habana actual, esbozaba grandes avenidas conectadas por un sistema de ejes y monumentos, haciendo hincapié en el arte público y los jardines.[xxv] El plan identificaba algunos de los lugares clave de la ciudad —la terminal marítima de Habana Vieja, la Estación Central de Ferrocarriles, la Plaza de la República y el Hotel Nacional de Cuba— y los situaba como nodos conectados por un sistema de grandes bulevares.[xxvi]



Figura 11: Inserción de La Habana de un mapa de Cuba del Servicio de Mapas del Ejército de los Estados Unidos, 1943 (Biblioteca de Mapas y Laboratorio de Investigación Cartográfica de la Universidad de Alabama).


El nuevo plan también buscaba resaltar los hitos nacionales, no sólo los puntos prácticos y utilitarios, y posicionó al Hotel Nacional como un símbolo nacional a la par de la Plaza de la República. La posición del hotel dentro de este plan urbano revela la aguda conciencia del gobierno y de los diseñadores de la importancia del turismo internacional en aquel momento (Figura 11). El turismo extranjero ya era robusto en La Habana cuando el machadato comenzó a esmerarse en ampliar la industria turística en 1925.[xxvii] Los tres hoteles construidos en el Vedado durante la década de 1920 —el Hotel Nacional de Cuba, el Hotel Presidente (1927) y el Hotel Palace (1928)— son prueba del cambio de orientación de la industria turística hacia esta nueva zona, que podía apoyar un mayor crecimiento urbano y proporcionar conexiones directas entre varios barrios.[xxviii] Machado tenía una visión de la ciudad que se extendía mucho más allá del núcleo histórico, y utilizó las zonas menos desarrolladas de esta para implantar un programa que reforzaba su propio poder al tiempo que le servía económicamente. El nuevo Hotel Nacional fue la entrada del machadato en la pujante economía turística, un proyecto —esencialmente privado, del presidente y sus compinches—, disfrazado de monumento nacional (Figura 12).



Figura 12: McKim, Mead & White, Hotel Nacional de Cuba, La Habana, vista aérea ca. 1930 (McKim, Mead & White Architectural Records Collection, Department of Prints, Photographs and Architectural Collections, New-York Historical Society Museum & Library).



En lo que respecta a los contratos

Entender las motivaciones del machadato, así como su sistema de cooperativismo, nos permite comprender mejor su contratación y sus negociaciones con la Corporación Hotelera Nacional de Cuba. Tanto el gobierno cubano como la NCHC reclamaban la propiedad del proyecto hotelero. Consciente de ello, Machado encontró atractiva la corporación, probablemente porque incluía empresas prominentes con las que había trabajado antes o que conocía bien. La NCHC era un centro neurálgico —un auténtico quién es quién en el mundo de las finanzas, la arquitectura, la construcción y la hostelería de Estados Unidos—. Entre sus miembros figuraban la National City Company of New York (banqueros y financieros), Purdy & Henderson (constructores), United States Realty Company (promotores inmobiliarios), George A. Fuller Company (constructores), New York’s Plaza Operating Company (hoteleros) y McKim, Mead & White (arquitectos).[xxix] Muchas de estas organizaciones ya tenían una experiencia significativa de trabajo en Cuba o grandes inversiones en proyectos de desarrollo urbano, y todas tenían razones para querer formar parte del grupo.[xxx] La NCHC presentó al machadato una oferta atractiva que abarcaba todos los aspectos del diseño, emplazamiento, construcción, financiación y explotación de un moderno hotel de lujo. El contrato y la financiación del Hotel Nacional revelan cómo tanto el machadato como la corporación que lo construyó buscaban posicionarse en relación con los demás.

La creación de la NCHC en 1929 fue coherente con la actitud generalizada de Estados Unidos hacia Cuba en aquella época. La antigua preocupación del gobierno estadounidense por mantener a Cuba como un vecino amistoso iba más allá de la buena voluntad e incluía el interés por convertir la isla en una fuente de riqueza para Estados Unidos, tanto a través de la política oficial como de planes y prácticas no oficiales. La implicación de Estados Unidos en Cuba se había promovido como algo natural desde principios del siglo XIX, cuando, como ha demostrado el historiador Louis A. Pérez, los ciudadanos de Estados Unidos veían a Cuba como una extensión natural de su propio territorio e intereses nacionales.[xxxi] Esta actitud se magnificó cuando Estados Unidos declaró la guerra a España en 1898 y organizó una intervención armada en la Guerra de Independencia de Cuba; los estudiosos han argumentado que, irónicamente, esta invasión estuvo motivada por una profunda aversión de Estados Unidos a la idea de la independencia cubana.[xxxii] Posteriormente, el gobierno estadounidense se encargó de supervisar el establecimiento de la soberanía cubana, que existió más de palabra que en la práctica tras la liberación de Cuba del dominio español.[xxxiii] En las primeras décadas del siglo XX, la autonomía y la capacidad de acción de la nación cubana y de sus ciudadanos se vieron gravemente restringidas por las múltiples intervenciones militares estadounidenses, la constante vigilancia y la presión de las autoridades estadounidenses sobre el gobierno cubano, y la penetrante y sustancial inserción de los intereses empresariales estadounidenses en toda la isla.[xxxiv] En consonancia con estas actitudes y acciones imperialistas, muchas empresas estadounidenses miraban a Cuba como un lugar donde obtener beneficios y ganar poder.[xxxv]

McKim, Mead & White era sólo uno de los numerosos estudios de arquitectura y empresas constructoras estadounidenses que trabajaban en Cuba.[xxxvi] Aunque algunos tenían amplia experiencia allí, el Hotel Nacional de Cuba era el primer proyecto de este tipo para McKim, Mead & White. De hecho, la empresa no era conocida por trabajar a escala internacional, y la mayoría de sus escasos proyectos fuera de Estados Unidos habían consistido en reformas de edificios existentes. Además, el Hotel Nacional era una especie de anomalía en la obra de la empresa, que incluía pocos hoteles después de 1900. A partir de 1879, McKim, Mead & White construyeron numerosos edificios por todo Estados Unidos, siguiendo principalmente los principios del Beaux-Arts y prefiriendo a menudo los estilos neoclásicos.[xxxvii] A mediados de la década de 1920, la influencia y los logros de la empresa eran ampliamente reconocidos y publicados, lo que sin duda resultaba atractivo para el machadato.[xxxviii] El gobierno cubano adquiriría celebridad a través de su asociación con esta empresa altamente competente y bien establecida, aunque ya no estuviera en su apogeo de influencia o innovación.[xxxix] El proyecto del hotel de La Habana, bastante periférico para McKim, Mead & White, fue una noticia importante en Cuba. Y si contratar a una empresa estadounidense para diseñar un gran hotel nacional cubano planteaba problemas de relaciones públicas, también era cierto que pocas empresas locales de la época tenían experiencia con esta tipología, y ninguna podía igualar la reputación de McKim, Mead & White. Estas habrían sido consideraciones importantes en la selección de la firma por parte del machadato.[xl] Al igual que McKim, Mead & White; Purdy & Henderson, la empresa constructora del proyecto del hotel, tenía su sede en Nueva York. En 1901, la empresa estableció una oficina en La Habana, en un momento en que muchas empresas estadounidenses estaban ansiosas por entrar en el mercado cubano.[xli] Los proyectos de Purdy & Henderson en La Habana incluían una mezcla de obras públicas y privadas para cubanos y entidades extranjeras, como la ampliación y renovación del Hotel Plaza y el Hotel Inglaterra; la finalización de la Lonja de Comercio, el Capitolio y la Estación Central de Ferrocarriles; y la construcción del Centro Asturiano, el Centro Gallego, el Havana Yacht Club, el Royal Bank of Canada y el Banco Nacional de Cuba, así como algunas de las residencias más grandiosas del Vedado. La alta calidad de sus construcciones, el uso de modernas tecnologías de construcción y sus relaciones con proveedores de materiales estadounidenses la convirtieron en la empresa constructora preferida en Cuba, especialmente entre los altos funcionarios del gobierno.[xlii] Muchos la consideraban esencialmente una empresa local, ya que era propiedad cubana en un 90%.[xliii] Junto con estas empresas de arquitectura y construcción, los demás socios de la NCHC estaban estrechamente entretejidos tanto con el proyecto hotelero nacional como con el tejido más amplio de la cultura, la política y la economía cubanas. Por ejemplo, la National City Company, parte del National City Bank de Nueva York, fue el principal financiador del proyecto.[xliv] El National City Bank, primer banco estadounidense en establecer un departamento en el extranjero en 1897, ya estaba bien arraigado en Cuba cuando se puso en marcha el proyecto del Hotel Nacional. El banco abrió una oficina en La Habana en 1915 y contrató a Walker & Gillette para diseñar su impresionante sede neoclásica en la Habana Vieja en 1925.[xlv] Machado mantenía estrechos vínculos con el National City Bank. Se reunió con directivos del banco cuando visitó Nueva York en 1925 y desarrolló una sólida relación con ellos; el banco poseía enormes cantidades de deuda cubana, y Machado lo veía como una fuente clave para futuras inversiones de capital.[xlvi] La relación comercial de Machado con el National City Bank, y su afán por asegurar un futuro rentable para él y para el banco, seguramente le predispusieron a trabajar con un conglomerado que incluyera al banco.

La inclusión de la New York’s Plaza Operating Company también era deseable, dada la experiencia de esta empresa en la gestión de hoteles de primera categoría. Como operadora de los prestigiosos hoteles Plaza y Savoy de Nueva York, la compañía tenía una reputación de excelencia en hospitalidad.[xlvii] A finales de la década de 1920, cuando los viajeros estadounidenses dominaban el mercado turístico cubano, era práctica común que los hoteles de La Habana fueran gestionados por empresas estadounidenses de gestión y explotación; probablemente se esperaba lo mismo del proyecto del Hotel Nacional, aunque a algunos cubanos les pareciera extraño que una empresa estadounidense gestionara su hotel nacional.[xlviii]

Al norte del Estrecho de Florida, la NCHC solía presentar el proyecto hotelero como una empresa estadounidense con el fin de promover la financiación. Tras firmar el contrato del hotel, la National City Company anunció la venta pública de 62.500 acciones ordinarias del hotel a cien dólares la acción.[xlix] En sus anuncios, la National City Company presentó el proyecto como una empresa estadounidense, presentando al gobierno cubano como involucrado sólo en la medida en que proporcionaba “condiciones favorables”. Los anuncios hacían hincapié en la constitución de la NCHC en el estado de Delaware, destacaban que el hotel sería diseñado por un famoso estudio de arquitectura estadounidense y subrayaban el hecho de que sería explotado por una respetada empresa de gestión con sede en Nueva York. Todo ello pretendía señalar la estabilidad, seriedad y americanidad de la empresa. El hecho de que este proyecto se basara en la inversión pública ilustra la omnipresencia de la inversión estadounidense en Cuba. La inversión en el proyecto no se limitó a una gran empresa sin rostro, sino que fue realizada por innumerables pequeños inversores de todo Estados Unidos, personas que podían reunir cien dólares o más para convertirse en accionistas de una empresa caribeña. Estos sistemas de inversión financiera reforzaron la idea de que Cuba estaba a la venta para cualquiera que estuviera interesado y fuera capaz de participar.

La perspectiva estadounidense que acabamos de describir contrastaba fuertemente con la forma en que el gobierno cubano diseñó y publicitó el proyecto, y esta discrepancia subraya la tensa relación entre el machadato y la CNCH. La negociación marcó la relación entre ambas partes, aunque el machadato se comprometió a definir los términos. El gobierno cubano trató de mantener la sartén por el mango en todas las facetas del proyecto, especialmente en los aspectos legales, económicos y de toma de decisiones. Por ejemplo, la NCHC era responsable de los costes relacionados con la construcción y explotación del hotel, mientras que el gobierno cubano conservaba la propiedad del terreno y asumiría el control del hotel tras un plazo limitado.[l] El contrato final exigía a la corporación el pago de la parte del terreno propiedad de la Compañía de Automóviles de La Habana —un área de unos 3.500 metros cuadrados situada en parte de la zona donde se construiría el complejo hotelero—. Sin embargo, no se trataba de una compra del terreno, sino del pago de un arrendamiento. El pago, que ascendió a 141.940 dólares, fue entregado al machadatoque luego compró el terreno a la Compañía de Automóviles de La Habana.[li] El borrador preliminar y la versión final del contrato indican cómo el machadato negoció, y finalmente obtuvo, la propiedad del terreno y un papel temporalmente limitado en el hotel para la NCHC. A pesar de su reputación de vender su país a los intereses estadounidenses, Machado estaba maniobrando cuidadosamente, creando un camino para construir sus propios monumentos y legado.



Negociar la construcción

Aunque el machadato trató de mantener el control del proyecto mediante cláusulas contractuales, el proceso de construcción brindó muchas oportunidades de negociación a ambas partes. Un análisis de los documentos archivados en la McKim, Mead & White Architectural Records Collection revela que el bufete supervisó atentamente los cambios en la construcción y el diseño y prestó especial atención al presupuesto. El estudio opinaba que el hotel debía estar exento de los códigos de construcción locales por tratarse de un edificio nacional, un estatus que, según los arquitectos, debía permitir un diseño y una construcción más eficientes y económicos.[lii] McKim, Mead & White y Purdy & Henderson utilizaron el proceso de construcción como una oportunidad para negociar acuerdos y determinar detalles con el fin de negociar sus propios intereses dentro de los términos del contrato.

Encargados de mantener el presupuesto de construcción preaprobado, y sabiendo que todos los sobrecostes saldrían de su propia comisión, los arquitectos controlaron los costes minuciosamente.[liii] Sobre todo cuando el gobierno cubano propuso modificaciones. Una carta de Purdy & Henderson informaba a McKim, Mead & White de que el estudio de arquitectura tendría que pagar todos los costes que excedieran de los 4.000 dólares estimados por el Departamento de Obras Públicas para la instalación de tuberías de agua corriente y alcantarillado entre el hotel y la calle. Los contratistas sugirieron a los arquitectos que estos costes adicionales inesperados formaban parte del coste de hacer negocios. Aun así, los contratistas esperaban que los arquitectos protestaran, y así lo hicieron.

En otros casos, los arquitectos ejercieron su voluntad y protegieron sus intereses introduciendo modificaciones en los diseños aprobados. Cuando surgían sobrecostes durante la construcción, McKim, Mead & White a veces hacían recortes en otras áreas para mantener un presupuesto equilibrado y proteger la comisión de la empresa. En septiembre y octubre de 1929, Purdy & Henderson presentaron varios presupuestos por un total de más de 28.000 dólares para la instalación del sistema de agua, la construcción del edificio de servicios y la construcción de la cocina; estos costes, que superaban las estimaciones anteriores, procedían del presupuesto gestionado por McKim, Mead & White. Aunque los arquitectos aprobaron la solicitud, compensaron la diferencia ajustando las cifras aprobadas para otras partes del contrato.[liv] En otra ocasión, recortaron unos 25.000 dólares del contrato de Purdy & Henderson mediante cambios en los planos y el uso de materiales más baratos en los baños de invitados. En diciembre de 1929, McKim, Mead & White aprobó un aumento de más de 16.000 dólares en el contrato de Purdy & Henderson, pero inmediatamente después suprimió el sistema de aspiración propuesto para el hotel y eliminó las cornisas de yeso previstas para las habitaciones de los huéspedes; con estas medidas se ahorraron más de 19.000 dólares.[lv] Aunque tales cambios dieron al machadato un hotel menos grandioso y lujoso de lo que había negociado inicialmente, no hay constancia de que el gobierno cubano se quejara a los arquitectos.

Purdy & Henderson también protegió sus intereses mediante una gestión y unas negociaciones cuidadosas. Responsable de la obtención de materiales y productos para el hotel, la empresa estaba obligada por contrato a utilizar proveedores cubanos siempre que fuera posible. Las listas de todo el proceso de construcción muestran que los contratistas trabajaron con proveedores y vendedores ubicados por toda Cuba y Estados Unidos.[lvi] En una de las listas figuran sesenta y tres empresas, de las cuales cuarenta tenían su sede en Cuba. De los subcontratistas radicados en Estados Unidos, Purdy & Henderson empleó dos tipos: empresas radicadas en Estados Unidos que enviaban personal o productos a Cuba, como la John Van Range Company de Cincinnati, que suministró gran parte del equipo de cocina, y Robert E. Locher de Nueva York, que proporcionó obras de arte decorativas; y empresas con oficinas satélites, tiendas o filiales en Cuba, como la Otis Elevator Company, la Crane Company de Cuba, la General Electric Company de Cuba y la American Steel Company de Cuba. La principal diferencia entre estos dos tipos residía en las implicaciones legales y financieras de ser percibido como una empresa extranjera o cubana. Las empresas con sede en Estados Unidos tenían que lidiar con las aduanas y los visados de trabajo, mientras que las empresas con oficinas locales lo tenían más fácil para importar productos y trabajadores, pero se enfrentaban a una serie de problemas fiscales locales y nacionales. Estos dos tipos de subcontratistas demuestran que las fronteras entre “estadounidense” y “cubano” no siempre estaban claras, y Purdy & Henderson manipuló esa falta de claridad en su propio beneficio.

De hecho, los intereses comerciales cubanos y estadounidenses ya estaban mezclados en gran medida. Por ejemplo, Purdy & Henderson se contrató a sí misma para construir la piscina del hotel, pero subcontrató a una empresa cubana, Gerard Jansen y Cía, para instalar los equipos de filtrado y esterilización de la piscina. Aunque la subcontratación de Gerard Jansen y Cía cumplía los términos del contrato de utilizar empresas cubanas cuando fuera posible, las bombas y el ozonizador que instaló el subcontratista procedían de la United States Ozone Company de Scottdale, Pennsylvania. Ejemplos como este revelan cuán complejos y entrelazados eran los mercados y las economías de Cuba y Estados Unidos, con clasificaciones de empresas como “cubanas” o “estadounidenses” a menudo nominales en el mejor de los casos.

Como ya se ha señalado, la propia Purdy & Henderson era propiedad cubana en un 90%. Derivada de una empresa con sede en Estados Unidos, Purdy & Henderson pudo haber estado favoreciendo los intereses de sus propietarios cubanos más que los de la NCHC. Como han demostrado los historiadores Rosalie Schwartz y Louis A. Pérez, el gobierno y los negocios eran prácticamente lo mismo en Cuba durante el periodo republicano.[lvii] Los empresarios de éxito a menudo ocupaban cargos en el gobierno, y los políticos solían utilizar sus cargos para enriquecerse. Especialmente atractivo para ellos era todo lo relacionado con la construcción y el desarrollo urbano, desde el dragado de la bahía hasta la especulación inmobiliaria, pasando por las concesiones para locales de ocio de nueva construcción. En este contexto surgió el Hotel Nacional de Cuba.



Asedio al Hotel Nacional

El Hotel Nacional de Cuba fue importante por razones que van más allá de su considerable tamaño y coste. Aunque construido por una empresa extranjera, fue concebido en un entorno abiertamente nacionalista.[lviii] Sin embargo, como toda concepción de la identidad nacional, la cubana encarnada por el hotel estaba sujeta a contradicciones y conflictos. Esto se puso de manifiesto en la pluralidad de voces que apoyaron y se opusieron al proyecto, y en las alternativas propuestas a la visión machadista del nacionalismo. El ataque al hotel por parte de grupos insurgentes en 1933 ilustra cómo el edificio fue cooptado como lugar de resistencia por aquellos que no podían o no querían entablar relaciones tradicionales de negociación.

La gran inauguración del hotel, aparentemente un triunfo para el gobierno de Machado y para los intereses estadounidenses en Cuba, se produjo en un contexto de agitación política que impregnaba todos los sectores de la sociedad cubana de la época. Las raíces de la Revolución de 1933 surgieron del descontento civil con el cooperativismo del machadato y su fracaso a la hora de cumplir las reformas prometidas y el aumento de la soberanía.[lix] Muchos cubanos consideraban que el enfoque del gobierno, con su énfasis en la inversión extranjera, no cumplía los objetivos de las guerras cubanas por la independencia ni se dirigía al cubano medio. Consideraban que acuerdos empresariales como los que había detrás del Hotel Nacional de Cuba beneficiaban a los intereses estadounidenses y a unas pocas élites cubanas selectas, mientras que tenían poca o ninguna influencia positiva en la vida de los cubanos de a pie. Según los cubanos descontentos, tales acuerdos en realidad impedían el establecimiento de una verdadera soberanía nacional que traería una mayor igualdad socioeconómica a la isla. Como resultado de tal descontento, este periodo fue testigo del surgimiento de varios grupos populares, de activistas y revolucionarios, liderados por trabajadores, estudiantes e intelectuales que protestaban contra el statu quo, contra los bajos salarios y la baja calidad de vida que experimentaba la mayoría de los ciudadanos. Estos grupos sostenían que sólo provocando la violencia y el miedo podrían hacerse oír; la mediación no produciría un cambio real y duradero.

Machado ya había utilizado al ejército para reprimir a los grupos e individuos opuestos al machadato. En la década de 1920, el ejército cubano, ejecutor de las políticas autoritarias del gobierno, se había convertido para muchos en un enemigo del pueblo.[lx] Gran parte de la opinión pública miraba con temor y repugnancia a los militares, a los que consideraba responsables de la desaparición, asesinato y encarcelamiento de innumerables ciudadanos. Reconociendo su precaria posición y la creciente radicalización de la ciudadanía cubana, y con el apoyo del embajador estadounidense Sumner Welles, los líderes del ejército dieron un golpe de estado contra el presidente Machado el 12 de agosto de 1933.[lxi] Sin embargo, la inestabilidad política que caracterizó el periodo después del golpe y la posterior huida de Machado a las Bahamas, no hicieron sino aumentar la oposición a los militares. Las fuerzas armadas fueron objeto de asesinatos por venganza y violencia popular. Muchos de estos ataques fueron maniobras estratégicas concebidas para situar a grupos específicos en lugares de poder; los que llevaron a cabo los ataques querían realizar una verdadera revolución en lugar de conformarse con lo que consideraban poco más que un golpe palaciego.[lxii]

A pesar de su posición en un elevado promontorio y de su relativa separación física del vecindario circundante, el Hotel Nacional de Cuba se convirtió en un lugar clave de la Revolución de 1933. El 9 de septiembre, varios centenares de militares depuestos y vulnerables buscaron refugio en el hotel. Algunos de los que se refugiaron allí veían el hotel como un bastión de seguridad. Seguramente, los grupos rebeldes no atacarían el edificio donde se alojaban el embajador Welles y otros destacados visitantes estadounidenses, y si lo hacían, la presencia de ciudadanos estadounidenses garantizaría la intervención en caso de que el conflicto se recrudeciera.[lxiii]

El hotel fue escenario de una confrontación no violenta durante casi un mes, en la que miembros de los grupos activistas Pro Ley y Justicia, Ejército del Caribe y ABC Radical mantuvieron un bastión fuera del edificio e intentaron cortar la entrada de suministros.[lxiv] Estos tres grupos estaban unidos en varios puntos, especialmente en su insistencia en la derogación inmediata de la Enmienda Platt de la Constitución cubana. Mandatada por Estados Unidos en 1901, la Enmienda Platt estipulaba que Estados Unidos podía intervenir en los asuntos cubanos siempre que lo considerara necesario. Esto era claramente inaceptable para la mayoría de los nacionalistas cubanos de cualquier tendencia. Los tres grupos activistas se opusieron además a que el gobierno de Estados Unidos coordinara las mediaciones en julio de 1933 entre el machadato y la oposición y a la posterior interferencia de Estados Unidos en la selección de nuevos líderes tras la marcha de Machado.



Figura 13: McKim, Mead & White, Hotel Nacional de Cuba, La Habana, 1930, foto tomada tras el bombardeo de octubre de 1933 (McKim, Mead & White Architectural Records Collection, Department of Prints, Photographs and Architectural Collections, New-York Historical Society Museum & Library).


Al principio, el bloqueo fue más bien simbólico, con el negocio hotelero funcionando con normalidad y los antiguos militares y los suministros entrando y saliendo sin interferencias. Esto terminó abruptamente en la madrugada del 2 de octubre, cuando grupos de activistas iniciaron un violento enfrentamiento. Los disparos de fusiles, ametralladoras y cañones cayeron sobre el hotel, destrozando el macizo edificio de piedra (Figura 13). Durante el asedio murieron unas treinta personas y muchas más resultaron heridas. La artillería atravesó paredes, techos y puertas y causó daños considerables en algunas habitaciones, destruyendo muebles y sanitarios (Figura 14). Una serie de fotografías de los daños muestra la calma que siguió al ataque. El hotel aparece inquietantemente inmóvil, sus espacios desprovistos de actividad o presencia humana. Poco después, sin embargo, el hotel volvió a estar completamente poblado. El New York Times informó de que seis días después del atentado, unas cinco mil personas visitaron el Hotel Nacional en un solo día para ver los daños.[lxv] Como respuesta a la avalancha de visitantes, la dirección del hotel, con sede en Estados Unidos, estableció un horario diario de visitas turísticas por la tarde, convirtiendo los daños y la inestabilidad política que había detrás en una fuente de beneficios.



Figura 14: McKim, Mead & White, Hotel Nacional de Cuba, La Habana, 1930, interior, foto tomada después del bombardeo de octubre de 1933 (McKim, Mead & White Architectural Records Collection, Department of Prints, Photographs and Architectural Collections, New-York Historical Society Museum & Library).


Esta cadena de acontecimientos apunta al doble papel del hotel como destino turístico y símbolo nacional. A pesar del énfasis del gobierno en la función pública del Hotel Nacional como símbolo del orgullo cubano, el diseño y los usos del hotel eran coherentes con el cambio mundial hacia una privatización más estricta de los espacios hoteleros a principios del siglo XX. La conversión de los espacios hoteleros, antes abiertos al público en general, en espacios para uso de los huéspedes no hizo sino resaltar las esferas separadas de los cubanos y los privilegiados turistas estadounidenses. No es de extrañar que el Hotel Nacional de Cuba se convirtiera en un lugar de conflicto, dada su posición como espacio turístico y monumento nacional al mismo tiempo que se volvía cada vez más inaccesible para el ciudadano cubano medio.

Los grupos insurgentes entendieron la relación entre los militares que buscaban refugio y el edificio donde lo buscaban. Vieron el hotel como un producto arquitectónico de la corrupción del machadato y su complacencia con los intereses de Estados Unidos —un icono del imperialismo donde, en efecto, se refugiaban sus defensores—.[lxvi] El ataque de los grupos a este edificio fue, por tanto, un ataque al sistema de cooperativismo del machadato y a los extranjeros que lo apoyaban. La bandera cubana que ondeaba sobre el hotel y los diversos marcadores visuales de la nacionalidad —los escudos, banderas y estrellas— incorporados a la ornamentación arquitectónica representaban un nacionalismo cooptado y pervertido por los gobernantes. Para muchos cubanos, sobre todo los que se oponían al régimen de Machado, el Hotel Nacional representaba un sueño aplazado. Para ellos, Cuba no era la democracia libre por la que habían luchado sus predecesores.[lxvii] Aunque el machadato puso cuidadosamente límites a las ambiciones económicas del conglomerado extranjero como parte de su esfuerzo por crear un hotel nacional, los activistas vieron en el edificio resultante un marcador de la sujeción de su país a una potencia extranjera. Donde antes habían gobernado soldados y gobernadores españoles, ahora se alzaban banqueros y empresarios estadounidenses. Reconociendo los límites de la negociación, los luchadores por la libertad de Cuba volvieron a recurrir a la violencia como medio para conseguir sus fines. Así, el Hotel Nacional se convirtió no sólo en un símbolo, sino también en un objetivo.



Conclusiones

El Hotel Nacional de Cuba estaba vinculado en el imaginario popular cubano a un programa de construcción más amplio, y en gran medida autocomplaciente, del gobierno de Machado, un programa vinculado a las relaciones corruptas entre el gobierno y las empresas nacionales y extranjeras.[lxviii] El Capitolio se construyó más o menos al mismo tiempo que el Hotel Nacional, y aunque los dos proyectos cumplían programas funcionales diferentes, ambos formaban parte de la maquinaria de creación de mensajes arquitectónicos del machadato (Figura 15).



Figura 15: Raúl Otero, Govantes y Cabarrocas, Eugenio Rayneri Piedra, José María Bens Arrarte, y otros, Capitolio, La Habana, 1929 (Álbum fotográfico de los actos celebrados con motivo de la toma de posesión de la Presidencia de la República por el General Gerardo Machado y Morales [La Habana: Secretaria de Obras Públicas, 1929]; The Wolfsonian-Florida International University, Miami Beach, Florida, The Mitchell Wolfson, Jr. Collection).


Podría decirse que el proyecto de construcción más grandioso y costoso del machadato fue el Capitolio, iniciado en 1925 y terminado en 1929.[lxix] Muchos cubanos criticaron el Capitolio y lo consideraron representativo de las prioridadesequivocadas del gobierno de Machado.[lxx] Emilio Roig de Leuchsenring, célebre historiador de la ciudad de La Habana durante este periodo, arremetió contra el edificio, calificándolo de “despliegue de magnificencia exagerada, un despilfarro insensato” en un país lleno de pobreza, analfabetismo, enfermedad y hambre.[lxxi] El aristocrático Roig era un devoto admirador y defensor del esplendor arquitectónico de la ciudad, pero ni siquiera él podía pasar por alto la pomposidad y el coste de los proyectos de Machado frente al sufrimiento de sus conciudadanos.[lxxii]

El gobierno cubano pretendía que edificaciones como el Capitolio y el Hotel Nacional transmitieran la grandeza de la república, pero para muchos estos edificios eran una bofetada en la cara, inquietantes recordatorios de que el gobierno de Machado estaba poco preocupado por mejorar la vida de los cubanos en su conjunto. Estos edificios eran manifestaciones físicas de los problemas que muchos cubanos veían que aquejaban al país en ese momento. Constreñida por la Enmienda Platt, la soberanía cubana se vio aún más socavada por un gobierno que abrazaba la corrupción y privilegiaba a unos pocos sobre la mayoría y, en muchos casos, a los extranjeros sobre los locales.[lxxiii] La reforma del gobierno y del sistema político que muchos cubanos reclamaban, significaría cambios en las relaciones entre el gobierno y sus ciudadanos y entre Cuba y Estados Unidos. Ambas relaciones serían muy diferentes de lo que los cubanos de a pie veían representado en el Hotel Nacional.

El Hotel Nacional de Cuba siguió funcionando después del asedio y todavía funciona como hotel, aunque las complejas negociaciones que tuvieron lugar entre el gobierno cubano y la Corporación Hotelera Nacional de Cuba han desaparecido en gran medida de la memoria pública. El hotel estaba destinado a ser un monumento nacional, pero también era una empresa comercial que giraba en torno a los extranjeros, concretamente alrededor de los visitantes estadounidenses. Mientras que el Capitolio tiene referencias visuales más obvias que lo vinculan a los enredos entre Estados Unidos y Cuba (incluida su similitud con el Capitolio de Estados Unidos), el Hotel Nacional ofrece una representación más rica y compleja de las controvertidas condiciones de Cuba a principios de la década de 1930.

Aunque no fue el único, el Hotel Nacional de Cuba reflejó y dio forma a la complejidad de las relaciones económicas,geopolíticas y culturales entre Estados Unidos y Cuba durante el machadato. Su presencia ilustra cómo, a pesar de las realidades frecuentemente opresivas de la implicación estadounidense en Cuba, el machadato encontró formas de negociar, definir y expresar la identidad nacional cubana (tal y como Machado la veía) bajo un sistema imperial. No obstante, el machadato era en sí mismo un régimen represivo que privilegiaba los edificios monumentales y autoengrandecidos sobre los proyectos (por ejemplo, viviendas, escuelas u hospitales, especialmente en las zonas rurales) que podrían haber mejorado más directamente la vida cotidiana del cubano medio.

Las relaciones entre Estados Unidos y Cuba no eran un juego de suma cero, y el hotel revela las negociaciones a menudo precarias, las luchas por ejercer y mantener el poder por ambas partes, que subyacen tras su forma monumental. El machadato manipuló a un consorcio estadounidense para crear un hotel concebido como símbolo de orgullo e identidad nacionales, pero para muchos ciudadanos cubanos la estructura se convirtió en un símbolo de la influencia extranjera y del fracaso del gobierno que lo construyó.



* Sobre la autora: Erica N. Morawski estudia la intersección entre diseño, política e identidad. Actualmente está terminando un manuscrito sobre el diseño de hoteles en el Caribe hispano y realizando investigaciones para una monografía sobre la educación y las instituciones del diseño en Cuba tras la revolución de 1959. 

* FuenteJournal of the Society of Architectural Historians 78, no. 1 (March 2019), 90–108, ISSN 0037-9808, electronic ISSN 2150-5926. © 2019 by the Society of Architectural Historians.
Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.





Notas:
[i] Mi agradecimiento a Keith Eggener y al revisor anónimo por sus comentarios, que han contribuido en gran medida a mejorar este artículo. Mi gratitud a Dana Leibsohn y Laura Kalba por leer versiones anteriores de este ensayo, a Barbara Kellum por su orientación en las revisiones y a Bob Bruegmann por su inquebrantable apoyo a este proyecto desde su inicio.
[ii] El monumento fue diseñado por Moisés de Huerta y Félix Cabarrocas en 1925 y construido ese mismo año. Posteriormente fue reconstruido en 1926 tras el paso de un devastador huracán por La Habana.
[iii] Este sentimiento continuó mucho más allá del periodo aquí estudiado. En 1961 una turba retiró el águila que coronaba la estructura, junto con los bustos de los presidentes estadounidenses William McKinley y Theodore Roosevelt y del primer gobernador militar estadounidense de Cuba Leonard Wood.
[iv] El término español machadato puede referirse al régimen de Machado o al período de su presidencia; aquí lo utilizo en ambos sentidos.
[v] Aunque Cuba experimentó una afluencia de arquitectos estadounidenses después de 1898, las únicas obras importantes financiadas por el gobierno realizadas por arquitectos estadounidenses fueron la Estación Central de Ferrocarriles de Kenneth Murchison (1910-12) y la Aduana de Barclay, Parsons y Klapp (1914), ambas en La Habana. La excepción en el caso de los hoteles fue la reforma del Biltmore de Sevilla (1921), de Schultze & Weaver. José A. Gelabert-Navia, «American Architects in Cuba: 1900-1930», Journal of Decorative and Propaganda Arts 22 (1996), 132-49.
[vi] Véase Eduardo Luis Rodríguez, La Habana: Arquitectura del siglo XX (Barcelona: Blume, 1998); Carlos Sambricio y Roberto Segre, Arquitectura en la ciudad de La Habana: Primera modernidad (Madrid: Electa España, 2000). Para perspectivas más recientes y desafiantes, véase Eduardo Luis Rodríguez, «Teoría y práctica del regionalismo moderno en Cuba», Docomomo Journal, nº 33 (sept. 2005), 10-19; Timothy Hyde, Constitutional Modernism: Architecture and Civil Society in Cuba, 1933-1959 (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2012); Joseph R. Hartman, Dictator’s Dreamscape: How Architecture and Vision Built Machado’s Cuba and Invented Modern Havana (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 2019).
[vii] Sobre la cultura criolla y la antillanté, o caribeñidad, véase Edouard Glissant, Caribbean Discourse: Selected Essays, trans. J. Michael Dash (Charlottesville: University Press of Virginia, 1989); Jay D. Edwards, «Creolization Theory and the Odyssey of the Atlantic Linear Cottage», Etnofoor 23, nº 1 (2011), 50-83.
[viii] La mayor parte del material de archivo de McKim, Mead & White relacionado con el Hotel Nacional de Cuba se encuentra en la McKim, Mead & White Architectural Records Collection, Department of Prints, Photographs and Architectural Collections, New-York Historical Society Museum & Library (en adelante, MMW Collection, New-York Historical Society).
[ix] Véase Antoni Kapcia, «The Siege of the Hotel Nacional, Cuba, 1933: A Reassessment», Journal of Latin American Studies 34, nº 2 (mayo de 2002), 283-309.
[x] Los dibujos sugieren que el gobierno de Machado ya estaba trabajando con la empresa en el proyecto mucho antes de que se anunciara oficialmente. Esto concuerda con el hecho de que la primera versión del Plano del Proyecto de La Habana se elaboró ese mismo año, y probablemente hubo conversaciones informales sobre la inclusión de un hotel nacional como parte de este plan urbanístico.
[xi] Damián J. Fernández, «Cuba and lo Cubano, or the Story of Desire and Disenchantment», en Cuba, the Elusive Nation: Interpretations of National Identity, ed. Damián J. Fernández y Madeline Cámara Betancourt (Gainesville: University of Florida Press, 2000), 94, 79.
[xii] Sobre los nacionalismos en competencia, ver Lillian Guerra, «The Struggle to Redefine Martí and ‘Cuba Libre’ in the 1920s,» en The Cuban Republic and José Martí: Reception and Use of a National Symbol, ed. Mauricio A. Font y Alfonso W. Quiroz (Lanham, Md.: Lexington Books, 2006), 34-50.
[xiii] En el Plano del Proyecto de La Habana, el Monumento a las Víctimas del Maine debía marcar una entrada al barrio del Vedado.
[xiv] Todas las cifras monetarias comentadas sobre la construcción del hotel están en dólares estadounidenses. Las cifras citadas aquí están en valores de 1928-30; la inversión de 300 millones de dólares equivaldría aproximadamente a 4.420 millones de dólares en 2018.
[xv] Decreto nº 1867, 30 oct. 1928, «Convocatoria de licitación para el arrendamiento de los terrenos de la batería de Santa Clara para la construcción de un magnífico hotel nacional», Box 273, PR 42, Colección MMW, Sociedad Histórica de Nueva York.
[xvi] Sobre la especulación y el desarrollo del suelo en Cuba desde el punto de vista de la industria turística, véase Rosalie Schwartz, Pleasure Island: Tourism and Temptation in Cuba (Lincoln: University of Nebraska Press, 1997).
[xvii] Carlos Venegas Fornias, La urbanización de las murallas: Dependencia y modernidad (La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1992).
[xviii] Hartman, «El paisaje onírico del dictador». Las obras urbanas del presidente Machado incluían carreteras y puentes, obras monumentales como el Hotel Nacional de Cuba y el Capitolio, y grandes planes maestros que nunca llegaron a realizarse en su totalidad. Un dato revelador de las prioridades del machadato es que sólo uno de sus proyectos fue la vivienda obrera, que recibió el nombre de la madre de Machado y fue diseñada específicamente para los trabajadores de una fábrica que producía bustos del presidente.
[xix] Enfrentado a una oposición cada vez mayor, Machado convocó una convención constitucional en 1928, que tuvo como resultado la abolición de la vicepresidencia y le concedió un segundo mandato de seis años (de 1929 a 1935) sin reelección. Hugh Thomas, Cuba, or, The Pursuit of Freedom, ed. actualizada (Nueva York: De Capo Press, 1998), 587.
[xx] Álbum fotográfico de los actos conmemorativos de la toma de posesión de la Presidencia de la República por el General Gerardo Machado y Morales (La Habana: Secretaría de Obras Públicas, 1929).
[xxi] El Plano de la Ciudad Universitaria es obra de Jean Claude Nicolas Forestier, y el álbum conmemorativo contiene su segundo plan para el campus, terminado en 1929. El segundo plan de Forestier seguía el modelo de la Universidad de Columbia, aunque sus partes principales no se añadieron al esquema del campus existente hasta finales de la década de 1930. Jean-François Lejeune, «The City as Landscape: Jean Claude Nicolas Forestier and the Great Urban Works of Havana, 1925-1930», Journal of Decorative and Propaganda Arts 22 (1996), 169-73. Las imágenes del Hotel Nacional de Cuba en el álbum incluían una fotografía del edificio en construcción y un dibujo del diseño.
[xxii] Fernández, «Cuba y lo Cubano«, 83, 94.
[xxiii] Para historias del Plano del Proyecto de La Habana, véase Lejeune, «The City as Landscape»; Hyde, Constitutional Modernism; Rodríguez, La Habana.
[xxiv] Citado en Lejeune, «La ciudad como paisaje», 164. A estas alturas, Forestier era un consumado arquitecto paisajista y urbanista autodidacta que ya había elaborado planes para Marruecos, Lisboa, París y Buenos Aires. El Plano del Proyecto de La Habana fue creado en 1925-26 y revisado en 1928.
[xxv] Forestier no fue el primero en desarrollar un plan maestro para La Habana. Otros habían sido propuestos por Raúl Otero (1905), Camilo García de Castro (1916), Walfrido de Fuentes (1916) y Martínez Inclán (1919). Muchos de estos diseñadores cubanos acabaron trabajando sobre el plano atribuido a Forestier. Sobre estos planos, véase Roberto Segre, Mario Coyula y Joseph L. Scarpaci, Havana: Two Faces of the Antillean Metropolis (Nueva York: John Wiley, 1997), 54. Sobre la sorprendente similitud entre el plano de Forestier y el de Martínez Inclán, véase Hyde, Constitutional Modernism, 115.
[xxvi] El Plano del Proyecto de La Habana imaginaba una gran arteria que conectara la Plaza de la República con el Hotel Nacional y el Monumento a las Víctimas del Maine, pero nunca llegó a realizarse. La Plaza de la República se denominaba Plaza Cívica en la década de 1930, cuando estaba en marcha el proyecto del monumento a José Martí. Posteriormente, tras la revolución de 1959, pasó a llamarse Plaza de la Revolución. Estudios recientes sugieren que el papel de Forestier en La Habana se ha exagerado en detrimento del trabajo realizado por los urbanistas cubanos. Véase Rodríguez, La Habana, 41; Hyde, Constitutional Modernism, 114-20.
[xxvii] Las grandes inversiones en la industria turística cubana se dispararon en 1920 con el inicio de la Ley Seca en Estados Unidos. La Habana se presentaba como el destino natural para los turistas estadounidenses que deseaban escapar de las restricciones de la Ley Seca. Véase Schwartz, Pleasure Island; T. Philip Terry, Terry’s Guide to Cuba (Boston: Houghton Mifflin, 1926).
[xxviii] Sobre la historia del Vedado, véase Jorge Pavez Ojeda, El Vedado, 1850-1940: De monte a reparto (Bogotá: Editorial Linotipia Bolívar, 2003), 55-65.
[xxix] Aunque la George A. Fuller Company figuraba en el contrato, no parecía tener mucha relación con el Hotel Nacional. Del mismo modo, la United States Realty Company no tenía nada que ver con la propiedad del terreno o del edificio, ya que el gobierno cubano era en última instancia el propietario de ambos. Es posible que estas dos empresas participaran simplemente como inversores. La United States Realty Company era una empresa matriz de la George A. Fuller Company; se centraba en la construcción, el desarrollo y la tenencia de bienes inmuebles. Algunos documentos de la Colección McKim, Mead & White de la Sociedad Histórica de Nueva York sugieren que las dos empresas intentaron retirarse del contrato, pero el gobierno cubano no permitió la eliminación de sus nombres.
[xxx] Estas entidades también tenían sus propias relaciones entre sí. Por ejemplo, McKim, Mead & White ya había diseñado edificios para el National City Bank, del que era filial la National City Company of New York, y para los hoteles Plaza.
[xxxi] Louis A. Pérez Jr, Cuba in the American Imagination: Metaphor and the Imperial Ethos (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2008). Con el tiempo, las ideas estadounidenses sobre Cuba incluyeron su anexión como Estado y su administración como colonia.
[xxxii] Para una visión general de la implicación de Estados Unidos en Cuba, véase Louis A. Pérez Jr, Cuba: Between Reform and Revolution, 4ª ed (Nueva York: Oxford University Press, 2011), 135-44.
[xxxiii] Como se ha señalado anteriormente, en Estados Unidos, el periodo de participación estadounidense en la lucha por la independencia de Cuba se conoce como Guerra Hispano-Norteamericana; en Cuba, sin embargo, el conflicto con España de 1895-98 se denomina Guerra de Independencia de Cuba.
[xxxiv] Por ejemplo, en 1926 aproximadamente dos tercios de la cosecha de azúcar de Cuba era producida por ingenios de propiedad estadounidense, y cinco bancos estadounidenses y tres británicos controlaban más del 75 por ciento de los intereses bancarios en Cuba. Además, según Pérez, en 1925 la cantidad de capital estadounidense en Cuba se estimaba entre 1.100 y 2.000 millones de dólares, distribuidos por todos los sectores de la economía cubana. Louis A. Pérez Jr, Cuba under the Platt Amendment, 1902-1934 (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1986), 258.
[xxxv] Pérez, Cuba en la imaginación americana.
[xxxvi] Véase Gelabert-Navia, «American Architects in Cuba».
[xxxvii] La empresa realizó posteriormente diseños que no eran Beaux-Arts, pero esto ocurrió mucho después de que todos los fundadores hubieran fallecido y de que se construyera el Hotel Nacional. Los primeros planos del hotel datan de 1925, cinco años después de la jubilación del último de los socios fundadores.
[xxxviii] Charles H. Reilly, McKim, Mead & White (Londres: E. Benn, 1924).
[xxxix] Sobre McKim, Mead & White, véase Leland M. Roth, McKim, Mead & White Architects (Nueva York: Harper & Row, 1983); Richard Guy Wilson, McKim, Mead & White, Architects (Nueva York: Rizzoli, 1983); Samuel G. White y Elizabeth White, McKim, Mead & White: The Masterworks (Nueva York: Rizzoli, 2003).
[xl] Sobre el hotel moderno como tipología estadounidense, véase A. K. Sandoval Strausz, Hotel: An American History (New Haven, Conn.: Yale University Press, 2007); Molly W. Berger, Hotel Dreams: Luxury, Technology, and Urban Ambition in America, 1829-1929 (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2011).
[xli] Purdy & Henderson empezó en Nueva York como empresa de ingeniería estructural y construcción; adquirió buena reputación por su trabajo en rascacielos y otros edificios que requerían técnicas estructurales modernas. Véase Jeffrey W. Cody, Exporting American Architecture, 1870-2000 (Nueva York: Routledge, 2003), 87-96.
[xlii] Es posible que Purdy & Henderson también ofrecieran sobornos o incentivos para obtener contratos. Schwartz sugiere que tal vez no hubo proyecto de construcción en Cuba que no se viera afectado por este tipo de corrupción. Schwartz, Pleasure Island.
[xliii] La proporción de propiedad cubana de Purdy & Henderson fue anunciada en 1925 por el presidente de la compañía, Leonard E. Brownson. Citado en Lejeune, «The City as Landscape», 159.
[xliv] El National City Bank de Nueva York se convertiría más tarde en Citibank.
[xlv] Sobre la implicación del National City Bank en la industria turística cubana y sus negocios en Cuba, véase Evaristo Villalba Garrido, Cuba y el turismo (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1993), 40-41.
[xlvi] Pérez, Cuba bajo la Enmienda Platt, 165.
[xlvii] En aquella época, los hoteles y las empresas de explotación hotelera estadounidenses eran reconocidos mundialmente como líderes en el campo de la hostelería. Véase Sandoval-Strausz, Hotel.
[xlviii] Por ejemplo, el Hotel Almendares, de propiedad cubana, anunció que había contratado a un gerente de Estados Unidos.
[xlix] El proyecto se presupuestó en 46,25 millones de dólares, más del doble de lo exigido por el decreto presidencial de Machado.
[l] El contrato estipulaba que el arrendamiento duraría treinta años, tras los cuales las partes tendrían la opción de renovarlo por treinta años más. Después, el hotel revertiría al Estado.
[li] El pago del leasing se exigió al presentar la oferta.
[lii] McKim, Mead & White a Purdy & Henderson, 9 de septiembre de 1929, Box 273, PR 42, MMW Collection, New-York Historical Society.
[liii] Todas las facturas y costes debían comunicarse a McKim, Mead & White. La correspondencia sugiere que los arquitectos se veían trabajando tanto contra Purdy & Henderson como con la empresa constructora. Purdy & Henderson tenía que dar cuenta de cualquier diferencia entre el presupuesto preaprobado y los costes reales.
[liv] Las deducciones al contrato de Purdy & Henderson se detallan en McKim, Mead & White a Purdy & Henderson, 23 oct. y 29 oct. 1929, Box 273, PR 42, MMW Collection, New-York Historical Society. Las peticiones de Purdy & Henderson se detallan en McKim, Mead & White a Purdy & Henderson, 14 sept., 16 sept., 22 oct. y 23 oct. 1929, Box 273, PR 42, MMW Collection, New-York Historical Society.
[lv] McKim, Mead & White a Purdy & Henderson, 12 dic. 1929, Box 273, PR 42, MMW Collection, New-York Historical Society.
[lvi] Varias versiones de las listas de subcontratistas se encuentran en Box 273, PR 42, MMW Collection, New-York Historical Society.
[lvii] Schwartz, Pleasure Island; Peréz, Cuba under the Platt Amendment.
[lviii] Sobre el nacionalismo, véase Kjetil Fallan y Grace Lees-Maffei, Designing Worlds: National Design Histories in an Age of Globalization (Nueva York: Berghahn, 2016); Jilly Traganou, «From Nation-Bound Histories to Global Narratives of Architecture», en Global Design History, ed. Glenn Adamson, Giorgio Riello y Sarah Teasley (Nueva York: Routledge, 2011), 166-73; Jilly Traganou y Miodrag Mitrašinovi’c, eds, Travel, Space, Architecture (Burlington, Vt.: Ashgate, 2009). Los textos fundamentales en este campo, ambos publicados originalmente en 1983, son Benedict Anderson, Imagined Communities, rev. ed. (Nueva York: Verso, 2006); y Ernest Gellner, Nations and Nationalism, 2ª ed. (Ithaca, N.Y.: Cornell University Press 2006).
[lix] Kapcia, «El asedio del Hotel Nacional», 286.
[lx] Machado no fue el primer presidente cubano en enfrentarse a protestas. En 1917, el Presidente Mario García Menocal (1913-21) se enfrentó a la «Revolución de Febrero» organizada por miembros del Partido Liberal. El Presidente Alfredo Zayas (1921-25) fue testigo de numerosas revueltas y protestas lanzadas por un número creciente de organizaciones creadas para mejorar la sociedad civil y el gobierno cubanos y aumentar la soberanía nacional.
[lxi] Kapcia, «El asedio del Hotel Nacional», 286.
[lxii] Pérez, Cuba bajo la Enmienda Platt, 318.
[lxiii] Kapcia, «El asedio del Hotel Nacional», 288.
[lxiv] El grupo radical de izquierdas Pro Ley y Justicia se creó en agosto de 1933. El Ejército del Caribe estaba formado por el Directorio Estudiantil Universitario, un grupo estudiantil fundado en 1927. El ABC Radical, creado en 1931, era una rama del ABC, que originalmente era una sociedad secreta que agitaba contra Machado. ABC Radical se separó de ABC por desacuerdos sobre la participación en la mediación coordinada por Estados Unidos.
[lxv] «Cuban Hotel Battlefield Sets Sightseeing Hours», New York Times, 8 de octubre de 1933.
[lxvi] Peréz, Cuba bajo la Enmienda Platt, 279-84.
[lxvii] Peréz ha demostrado de forma persuasiva cómo los activistas cubanos del siglo XX se imaginaban a sí mismos continuando la lucha iniciada en las guerras por la independencia pero frustrada por la imposición estadounidense de una soberanía limitada. Véase Louis A. Pérez Jr, The Structure of Cuban History (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2013).
[lxviii] Thomas, Cuba, 581.
[lxix] El Capitolio tardó en construirse mucho más de lo previsto, lo que provocó sobrecostes exorbitantes. Purdy & Henderson fue la empresa responsable de la construcción durante la fase final.
[lxx] Aunque el coste fue uno de los principales puntos de crítica, el parecido del diseño con los predecesores estadounidenses y franceses también se consideró problemático. Lejeune, «La ciudad como paisaje», 179.
[lxxi] Citado en Juan de las Cuevas, 500 años de construcciones en Cuba (Madrid: D. V. Chavín, Servicios Gráficos y Editoriales, 2001), 259, traducción mía. Machado se presentó a las elecciones presidenciales con una plataforma que cuestionaba la implicación de Estados Unidos en Cuba, pero al asumir el cargo siguió apoyando a los inversores extranjeros, lo que llevó a los críticos a cuestionar los avances que había logrado en materia de derechos de los trabajadores.
[lxxii] Sobre Roig, véase Gerardo Castellanos, Emilio Roig de Leuchsenring (La Habana: Molina, 1938); Hyde, Constitutional Modernism, 9.
[lxxiii] Pérez, Entre la reforma y la revolución, 183; Robert Whitney, State and Revolution in Cuba: Mass Mobilization and Political Change, 1920-1940 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2001), 55-80.





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Las diez sorpresas de la guerra 

Por Emmanuel Todd

Emmanuel Todd predijo 15 años antes la caída de la URSS. En su último libro vaticina, como un hecho inevitable y en curso, la derrota de Occidente.



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