Palabras para Yolanda

Desde Rubén Darío, Nicaragua ha vivido la poesía como un fenómeno cultural orgánico, con descollantes generaciones de escritores en distintas épocas. Desde el postmodernismo, con el trío formidable que forman Salomón de la Selva, Alfonso Cortés y Azarías H. Pallais; al movimiento de vanguardia que encabeza José Coronel Urtecho y del que forman parte, entre otros, Pablo Antonio Cuadra y Joaquín Pasos; a la post vanguardia, con Ernesto Cardenal y Carlos Martínez Rivas.

Y de allí hasta la segunda mitad del siglo, cuando las mujeres comienzan a dominar el panorama, con nombres como los de Vidaluz Meneses (1944-2016), Ana Ilce Gómez (1945-2017), Michéle Najlis (1946), Gioconda Belli (1948), Daisy Zamora (1950), y la más joven de todas ellas, Yolanda Blanco (1954), autora del presente libro con el que llega por primera vez a los lectores españoles. 

La aparición de esta pléyade de escritoras en el panorama literario nicaragüense es un fenómeno inusitado. Se trata de muchachas provenientes en su mayoría de colegios de monjas, que irrumpen en plena adolescencia con una poesía desenfadada y desafiante, que rompe con los tabúes tradicionales impuestos a la condición femenina en la sociedad patriarcal latinoamericana. El primero de ellos, el silencio; bajo el supuesto de que no es propio de la mujer escribir, menos sobre sí misma, y aún menos en celebración de su propio cuerpo.

Yolanda, hija de un funcionario del Banco Nacional, ensayó sus primeros poemas cuando aún estaba en las aulas de secundaria del Colegio La Inmaculada en Managua, donde nació, y cuando comenzó sus estudios en la Universidad Nacional en León. Los primeros de ellos aparecieron tanto en la revista experimental Taller, que dirigía su profesor, el poeta Ernesto Gutiérrez; como en La Prensa Literaria, en Managua, que dirigía Pablo Antonio Cuadra. 

Su primer libro Así cuando la lluvia, apareció en 1974, a sus 20 años.

Se había trasladado de regreso a Managua para seguir la carrera de Humanidades en la Universidad Centroamericana, cuando viajó a Francia en 1976 para seguir un curso de Historia del Arte en la Universidad de Touraine. 

A su regreso, publicó en Cerámica sol en 1977, cuando el país entraba ya en la rebelión armada que terminaría derrocando a la dictadura de Anastasio Somoza, en 1979.

La guerra de insurrección, que le tocó vivir de cerca en León, a donde su padre había sido trasladado por el banco, está reflejada en su libro Penqueo en Nicaragua, de 1981: toda una celebración de la lucha guerrillera juvenil. 

En plena guerra, tuvo que emigrar con su familia a Venezuela, donde vivió hasta 1985, y es en Caracas donde en ese mismo año se publica su libro Aposentos

Veinte años después, la colección de poemas De lo urbano y lo sagrado, publicada en 2005 en Managua, ganó el premio Mariana Sansón, convocado por la Asociación Nicaragüense de Escritoras, ya cuando Yolanda Blanco vivía en Nueva York, donde siempre reside. 



Antología poética Apariencia de árbol de Yolanda Blanco.


Esta antología, Apariencia de árbol, está formada por estos cuatro libros. O más bien por una selección de los cuatro, hecha por la propia autora. Es así como podemos ver este árbol de su poesía, crecido a lo largo de medio siglo, echar primero sus raíces juveniles y alzarse luego de manera frondosa a los vientos, en el paisaje literario latinoamericano.

A través de estas páginas el lector podrá examinar la aventura verbal de una mujer comprometida con las palabras, que desde sus tiempos de estudiante va ensayando reflejarse ella misma en el espejo de su país, de cuyo barro está formada su poesía. Primero, asentándose en su propio entorno natural, en lo que podríamos llamar un acercamiento telúrico, definido en el paisaje. 

Nicaragua, un país tropical de violentos contrastes, selvas nutridas en el Caribe, ríos caudalosos, llanuras ardientes, y una extensa cordillera volcánica en el Pacífico, no tiene más que dos estaciones en el año: la del verano seco y caluroso; y la de las lluvias, que determinan los ciclos agrícolas, y que en Nicaragua llamamos invierno. 

Y el invierno de aguaceros viene a ser el primer llamado que la naturaleza hace a las palabras de Yolanda, el agua nutricia que reverdece los campos y reverdece la vida, como lo vemos en su libro inaugural, Así cuando la lluvia; el agua lustral que es también una invocación a la sensualidad. 

Y de la sensualidad telúrica pasará en Aposentos a la sensualidad del cuerpo: la mujer que se descubre a sí misma como expresión de la naturaleza viva, la función fisiológica como una expresión lírica.

Se trata de una poesía muy nicaragüense, que trasciende el color local y logra expresar una identidad literaria muy propia, valiéndose de la sonoridad de las palabras apuntaladas en la cadencia de las toponimias. Y en su entonación lírica toma cuerpo también la herencia ancestral de los cantos aborígenes, que son invocados en la textura de los poemas, atrayendo todas esas voces antiguas hacia la modernidad. 

La madurez de su expresión poética llega con el libro que cierra esta antología, De lo urbano y lo sagrado, donde cada uno de los poemas que lo componen obra como una pieza de relojería, trabajada con afán experimental, pero de manera laboriosa, sin descuidos ni concesiones. Es una especie de ajuste de cuentas consigo misma, donde fluyen las vivencias del pasado y las experiencias de la juventud vuelven delante de ella, transformadas en experiencias verbales.

Allí encontramos poemas memorables dentro de esa persecución constante de la palabra justa, sin la cual no hay poesía verdadera, y que yo apuntaría en poemas como Serenata con luna, un hermoso homenaje al músico Julio Max Blanco, su tío paterno, quien llegó a ser director de la orquesta más famosa de su tiempo en Nicaragua, la que llevaba su nombre. 

Hay que mencionar también el poema Al alimón sobre el cuerpo y la obra de Federico García Lorca; y, especialmente, De lo urbano y lo sagrado, el poema que da título al libro: la remembranza, contada como una crónica, de las estancias en Nueva York de los poetas nicaragüenses Rubén Darío, Salomón de la Selva, José Coronel Urtecho, Ernesto Cardenal, y la de la propia autora. 

Todo un itinerario memorable, cada uno enlazado en su propia historia, un siglo que va desde 1893, cuando Darío encuentra a José Martí en Nueva York, en viaje hacia Francia, hasta 1985, cuando Yolanda llega a asentarse, por extraño destino, en la “desarbolada sabana” de Gotham.

Un destino, el de la poesía, el suyo, que se cumple en su vida y a la vez en las palabras.



* Prólogo de la antología poética Apariencia de árbol de Yolanda Blanco.




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