#imagengrafológica sobre Balada Tropical

#imagengrafológica 1/3 sobre grupos integrados por jóvenes artistas: impresiones desde la grafía de una firma colectiva. Esta vez he seleccionado a Balada Tropical*.




Los manifiestos artísticos, aunque no son exclusivos de los colectivos de autores, históricamente se han asociado más a estos. ¿Accionan ustedes a partir de un texto de esa índole? ¿Cómo han direccionado su producción?

Primero: aclarar que un Manifiesto es la consecuencia de un síntoma, de una intuición personal o colectiva, y no a la inversa. Cuando una obra ya está en proceso —y por obra me refiero simultáneamente a un objeto de arte, a un teorema, o a una rebelión masiva que de pronto descubre que es una sinfonía—, entonces después, siempre después, aparece alguien con la sutileza y el cinismo calibrado para traducir aquellos procesos e instaurar una pluralidad.

Obra de arte, teorema, rebelión: tres maneras de agotar un mundo. La primera, lo hace habitable; la segunda, le da sentido; la tercera, lo hace realidad. Eventualmente, todo Manifiesto conspira contra su autor: la imagen borra al artista, la geometría sepulta al matemático, la historia encandila al hombre.

En general, Balada Tropical ha provocado más de un Manifiesto. Tiempo después, no soporto ninguno. (Alguien sugiere: “no seas tan radical”). Vuelvo sobre algo que escribí en diciembre de 2009, cuando la Facultad de Artes Visuales nos amenazaba con la expulsión del ISA por realizar un entrenamiento nocturno sin aviso previo: 

“Ahora necesitamos pensar como si tuviéramos que crear la primera semana del mundo. Y en el acto, la primera salutación del hombre con la primera imagen del paisaje, ir formando el curso de nuestra mitología, de nuestra economía insular frente a las normas del universo, de nuestra intuición como un espejo donde las cosas esenciales permanecen intactas, aunque aún no llegan a reconocerse”. 

Quizás esto recuerde aquella frase de “éramos tan jóvenes y queríamos tanto cambiar el mundo”; pero no, se trataba de otra cosa, más directa y más sutil, de otra transgresión.



Balada Tropical, Nuevas observaciones tocando el frío, 2015.


Hablemos un momento del Manifiesto social; y por social me refiero a las entidades (colectivas o individuales) cómplices de la libertad, y no al conjunto de una población. Inmediatamente que un Manifiesto y las fuerzas emergentes que lo impulsan alcanzan el poder, se encuentran con un problema. Una cabeza decapitada habla desde Notre Musique: “El sueño del individuo es ser dos. El sueño del Estado es ser uno”. Una vez que el sujeto sometido por el poder pasa a ser el sujeto de poder, lo emergente, y todo lo que tiende a desestabilizar, a interrogar, y que está en la naturaleza misma del acto creativo, acaba siendo marginado por la exigencia del nuevo orden y las nuevas representaciones de poder. Así pues, aún está pendiente la promesa, de una vigencia grotescamente cursi y necesaria, que ninguna revolución ha cumplido: dejar de ser — aquí viene la farsa— una ilusión que evoluciona.

En el arte, desde el momento en que un Manifiesto se convierte en regla, desaparece como posibilidad, acaba por estandarizar la vasta corriente que ha desatado, la movilización del lenguaje, de los síntomas, de los recursos del miedo y de la intuición. Y un paso más allá, cuando se libera a un movimiento de confrontación, cada vez más cercano al problema de la justicia y forzosamente distante al de la creación, el arte se desplaza de su terreno de autonomía para entregarse a una actividad sospechosa: la política. 

En esa situación, y con su espacio vital sitiado, es frecuente que los representantes de dicho juicio, desde su condición de víctimas, apoyen todo acto de oposición a un régimen represivo ante la ansiedad por suplantarlo. Pero esas concesiones o ceguera voluntaria de la víctima, pueden ser tan destructivas como la paranoia del verdugo. La primera mitifica la desesperación, la segunda naturaliza la violencia; pero ambas llevan el lenguaje a un extremo que hace inaccesible la comunicación con el resto de la población necesaria para implementar un cambio. Cuando esa polarización se vuelve rutina, genera una falsa estabilidad que acaba favoreciendo al poder establecido. Así, con la intención de emular en prontitud y en veracidad la propaganda del verdugo, la víctima responde instantánea e improvisadamente con imágenes, consignas, acciones que surgen ya desfiguradas y desfigurándose por ese diálogo forzoso, a regañadientes, en tensión, que solo encuentra eco en una cultura recluida en sus excesos. Mientras, la zozobra goza de una perenne actualidad. En un mundo así, todo lo que dices, y, fundamentalmente, todo lo que callas, será usado en tu contra. 

Luego ¿qué hacer? No estamos seguros. Pero el lenguaje del Manifiesto, tan cercano a la sintaxis del discurso oficialista y ejemplarizante, aunque distinto en su enfoque y en sus proposiciones, no debe ser una opción.  

Ya sea que aborde un punto de vista social o del arte, el Manifiesto es un testamento de vanidad. Claro que puede generar acontecimientos, obras memorables. Me anima siempre —a veces con irreverencia, impúdicamente— la última corrección del Manifiesto Comunista, sobre todo cuando el hijo de Henriette y su mecenas no censuran la pasión y se permiten decir: “el Estado debe desaparecer”; pero a la hora de articularlo, ya es un estorbo. Como dice J. Bourbaki: “Cada Manifiesto es una tumba, pero el Manifiesto Comunista es un cementerio. ¡Muertos de todos los frentes, uníos!”.

Otra cosa: en cuanto uno se coloca en modo Manifiesto, comienza a hacer campaña. Pero inmediatamente, frívolamente, despierta el delfín que llevo dentro (en el hombro), y pienso, como un apóstol invertido, en Précis de Décomposition: “El que habla en nombre de los otros es siempre un impostor. Políticos, reformadores y todos los que se reclaman de un pretexto colectivo son timadores. Solo la mentira del artista no es total, pues él se inventa a sí mismo”.



Amanda Alonso (Cienfuegos, 1990), Nelson Barrera (Matanzas, 1988),
Víctor M. Piverno (Pinar del Río, 1989) y Jorge Pablo Lima (Versalles, 1989).


Entonces, la respuesta es negativa. Balada Tropical no trabaja a partir de un Texto-Manifiesto. Sin embargo, es difícil evadir el impulso de abordar la experiencia del colectivo en otras regiones, lenguajes, historias, alternativamente familiares para uno, extraños para los otros. Y de ese rumiar nictálope, mezcla de espera y precipitación, comienza cada proyecto; porque en realidad, no existe lugar completamente ajeno al arte. Y eso es lo que nos interesa, esa promiscuidad fundamental; y a partir de ahí, el proceso de conformación de una idea, el campo de acción que esta genera. 

En ese sentido, el colectivo utiliza indiscriminadamente enunciados, mecánicas, recursos de otras disciplinas para construir espacios y relaciones entre espacios cuyo propósito (y esto será siempre motivo de discordia) quizás no sea otro que violentar la naturaleza del acto creativo. ¡Delicia! Pues para conocer la naturaleza del arte hay que entrar en su juego, y para cambiar el juego hay que convertir las reglas en excepciones.

Luego (aquí un paréntesis ambidiestro, hermafrodita, de dos nadas que se tocan por la punta de los dedos de un paréntesis ambidiestro que se excita a las dos manos), si se desbordan las evidencias que dan lugar a las excepciones, ¿qué queda?; porque algo siempre queda. ¿Un hacinamiento disponible? Esto es: sobre el diseño de ese hacinamiento y su disponibilidad es de lo que nos concierne hablar. 


* Balada Tropical: Amanda Alonso, Nelson Barrera, Víctor M. Piverno y Jorge Pablo Lima.




Yudinela Ortega

#notificaciónsinleer de ‘Una gota de sudor por cada suspiro’

Evelynn Alvarez

“Si yo te digo ahora mismo que tengo miedo, es la verdad. No me había percatado de la parálisis real que implica tener miedo, hasta que en 2018 envié una caja de misceláneas para Cuba y me devolvieron la misma caja llena de trastos viejos. Ese fue el cimiento de ‘Una gota de sudor por cada suspiro’”.





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