Joaquín Cabrera: No soy un “artista del medio”

El acierto con la morfología de una obra de arte se define por su contenido. Este principio suele ser parte del ABC en la formación de artistas visuales, pero no son pocos los ejemplos de piezas —pudiera decirse— efectivas, que desacralizan dicho postulado. La práctica ha demostrado que también es natural apostar a una visualidad antes de tener claro cualquier otro elemento de la propuesta. Sin dudas, todos los detonantes para decidir en qué medio realizar el proyecto ideado han terminado siendo válidos (desde el confort de una técnica hasta el éxito comercial, pasando por otros tantos menos declarados). Me resulta interesante conocer cómo se da este proceso en jóvenes autores. ¿Qué determina la elección del soporte para sus enunciados? 

Entonces, selecciono a un artista para que se manifieste acerca del tema desde sus experiencias y extienda la convocatoria a otro colega, dejando abierta la posibilidad de ejecutar una cadena de invitaciones. En esta entrega les comparto la primera intervención del “Challenge” por Joaquín Cabrera. 


En el fenómeno artístico, un principio básico es que la forma es el contenido y el contenido es la forma. A mi juicio, solo así la obra de arte es efectiva, cuando no se pueden clasificar y ver por separado a ambos. Otra cosa son las denominaciones, llámense el “contenido político o ideológico de la obra”, pero ya eso no tiene nada que ver con el contenido artístico. En esta afirmación me refiero al resultado y no al proceso. Las disímiles metodologías adoptadas por los artistas me parecen válidas. Coincido en que es lo interesante del proceso, el hecho que no exista una sola vía o una manera superior a las demás. El arte (desde el medio más tradicional al más sofisticado) es manipulación. Por definición, aquí los medios justifican el fin. 

Desde mi experiencia, puedo afirmar que no soy un “artista del medio”. Trabajo en un nomadismo del lenguaje, deslizándome por diferentes soportes. La operatoria parte de una idea para buscar el medio más idóneo que me permita expresarla orgánicamente. Aunque también he empezado la casa por el tejado (un título o material), acostumbro iniciar la pieza por un problema que me inquieta y me parece interesante tratar en el plano artístico. Se trata de un proceso de codificación en el que se trenzan preguntas y respuestas, lo racional e instintivo. Donde la imagen se concibe como un gesto vital y simbólico, como residuo de una operación mental y subjetiva.

Esta estrategia de creación, sin una coherencia estética o estilística, con la duda como oficio, surge en mi etapa de formación y ha sido una constante. Tuve un interés común por la escultura, la pintura, el dibujo y la instalación. Pero lo que más determinó esa pluralidad formal fueron las circunstancias. El no disponer de los recursos materiales para que la idea que tenía proyectada fuese realizable, definió que adoptara una actitud más flexible y distante con mis propias convenciones del arte. Irónicamente, mi trabajo padeció una desmaterialización involuntaria. 

Mi acercamiento al video, un medio recurrente en las obras que realicé en esa etapa, sería en parte consecuencia de ser la cámara la herramienta que logré tener a disposición. Este medio implicaba entender otras lógicas discursivas. Trabajar con la imagen en movimiento, una imagen además polifónica, que incluye otros lenguajes como la música, el sonido y lo textual. Gracias a la ayuda de excelentes maestros, logré comprender el video como lenguaje artístico más allá de la técnica y a encontrar sus posibilidades expresivas para llegar a producir algo sensible.  

Lo más importante para mí fue entender que las “limitantes materiales” pueden ser posibilidades artísticas siempre que se utilicen conscientemente y de manera desprejuiciada. Para ilustrar esta idea suelo pensar en los inicios del video. Este medio fue considerado por algunos formalistas como un arte menor en relación al cine. Utilizaba una tecnología barata, que no permitía una alta calidad de imagen y de sonido, despojada de ese carácter aurático de imagen-obra. 

Sin embargo, no fue así, gracias a que el video no perseguía los mismos fines o postulados artísticos que su predecesor. Esas “limitantes”: una cámara ligera sin un equipo de especialistas y producción detrás, serían ventajas para explorar nuevos territorios dentro de lo audiovisual. Entre la fatiga representacional del cine y el tiempo que se invertía desde la grabación y presentación del material fílmico, el video logró alcanzar una relación más directa, espontánea y de inmediatez con lo profílmico.

La voluntad de no estar anclado a un régimen estético ni de tener pretensiones iconoclastas es porque me interesa mantenerme creativamente crítico, asumiendo la obra como un intersticio. El intersticio entendido como ese espacio de intercambio y diálogo horizontal, fuera de las relaciones de poder, económicas o políticas. La pieza como un estado de encuentro, donde muchas veces lo sustancial no habita en la morfología como en la relación con su contexto. Me considero un artista amateur, un iluso jugador que lo pierde todo en la partida menos las ganas de seguir jugando.


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