Ahmed Gómez nació en Holguín en 1972. Salió de Cuba en 1994 y vivió en México, en Estados Unidos y en Curazao, lo que generó un proceso de adaptación de su obra a los contextos en los que le tocó vivir.
Desde muy temprano, Ahmed Gómez comenzó un diálogo constante con el arte, al que considera ante todo como un ejercicio de los sentidos. Frente al embotamiento general de la sensibilidad que se va organizando cada vez más a nuestro alrededor, siempre hace falta reaprender a ver el mundo, a revisitar lo real que tan a menudo está enmascarado tras las costumbres, los prejuicios, las jerarquías, las redes instituidas. La obra de Ahmed Gómez nos invita a ello.
En el cruce de caminos de su trabajo (entender su aventura estética es también entender la idiosincrasia de su país de origen, cuyo fondo es sincrético), Ahmed Gómez siente una preocupación casi obsesiva por deconstruir y revelar las estructuras que llevan al significado de la obra misma, y por mantener una conversación sistemática con la historia del arte.
Sensible a las multiplicidades del mundo, Ahmed Gómez maneja sus obras por hibridación y confrontación entre distintos referentes y medios artísticos, provocando así uniones (poéticas, políticas, etcétera) abiertas a las interpretaciones. Interroga sin cesar nuestra herencia de las vanguardias artísticas, y lo que podemos rescatar hoy día de sus anhelos revolucionarios. Honra con su obra a todos los artistas singulares que mezclaron su sensibilidad e inteligencia con el rigor formal, y rinde homenaje al devenir pictórico del mundo, a las relaciones ambiguas que la comunicación y la “contaminación visual” mantienen con el proyecto reificador de la modernidad.
Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia…
Mi infancia transcurrió en Holguín. Creo que el entorno del taller de mi padre y los talleres de sus amigos marcó desde el principio mi interés por el arte.
Mi padre es un pintor abstracto que vivió en primera persona los cambios políticos en los años setenta y ochenta: pertenece a esa generación que quedó un poco oculta en la historia del arte cubano. Trabajaba como restaurador en el museo de Holguín, y siempre estuvo rodeado de ese mundo de artefactos y objetos culturales.
Era una época (según recuerdo) de cierta estabilidad social en Cuba; la vida transcurría en una burbuja de rutinas y eventos masivos, muñequitos rusos y optimismo delirante.
Fui un niño bastante solitario, leía mucho.
¿Cuál fue tu primera emoción estética?
No recuerdo ningún evento particular que me marcara o me inclinara hacia la pintura. En mi realidad, cosas como cuadros, esculturas y discusiones de arte, eran lo normal.
¿Qué pasó para que te decidieras a ser artista plástico?
Recuerdo que de niño pensaba que todo el mundo era pintor; luego comencé a entrenarme formalmente dentro del sistema educativo cubano y cursé todos los niveles, en un proceso de selección que es bastante severo y creo que a menudo injusto, pues muchos buenos artistas iban quedando en el camino por tener malas notas en matemáticas o marxismo…
¿Qué es el arte para ti?
Cuando pienso en la palabra “arte”, su significado cambia mucho en relación a la época de mi vida en que la proyecte, pero siempre permanece un sentido lúdico. El arte es principalmente un juego.
No creo que la noción de evolución se aplique a la práctica artística: hay cambios, pero en un sentido heurístico, no evolutivo. Aunque existe la impresión de que un discurso se mueve hacia su propia estilización, creo que es algo adoptado de la modernidad, la maquinización, la tecnología, el progreso: todas palabras peligrosas para el arte. La vanguardia, por ejemplo, sucumbe a la idea inmanente de su propia superación por medio de manifiestos, estilos, gestos.
Veo el arte más como una forma de pensamiento, que no excluye a nadie; una aplicación de la inteligencia que llega a ser fascinante a medida que revela una forma de la realidad no pensada.
¿Cómo contemplas tu estatus de creador en el siglo XXI?
Como no reconozco “evolución”, el tema “creador del siglo XXI” me parece un poco baladí. Aunque se hace presente la tecnología, e incluso la inteligencia artificial, creo que la obra de arte siempre será el algoritmo imposible. La noción de creador me parece un poco vaga para referirme a lo que hago; prefiero llamarlo “producción”.
¿Eres reacio a explicar tu trabajo, al acercamiento crítico?
A veces disfruto más explicar mis obras que hacerlas. Muchas veces me basta con contar una idea para darla por hecha.
¿Qué artistas te han influenciado? ¿A cuáles sigues admirando?
Muchos, muchos, muchos… A veces me sumerjo tanto en la obra de otros artistas que genero nuevas ideas dentro de sus propias poéticas; es un ejercicio de desdoblamiento que disfruto.
Piet Mondrian, Fujita, Malevich, Walt Disney, los ilustradores americanos de los años cincuenta… También siento una particular admiración por la obra de Flavio Garciandía.
Desde la distancia, ¿cómo juzgas a tu generación, la de los años noventa?
Llegué a La Habana a finales de los años ochenta, y en ese momento la sensación que se respiraba era que había pasado algo, pero ya se había terminado. En ese sentido, los años noventa (los de mi generación) comienzan como una larga resaca de la embriaguez de los ochenta. Frecuentemente se habla de cinismo y pragmatismo, pero en el fondo lo que había era una gran desilusión.
Las instituciones oficiales se las habían arreglado para canalizar el discurso crítico-político en una especie de folclor-nacionalismo-estético que ocupó todos los espacios. También hubo una vuelta al oficio y a la llamada “buena pintura”; signos inequívocos de una decadencia inevitable. Debo mencionar también un abandono del arte abstracto, nunca bien visto por los funcionarios a causa de su irreverente apatía.
Aun así, no me siento en posición de juzgar o señalar a otros artistas por su oportunismo o cinismo, pues mi salida (que prefiero llamar escape) de Cuba fue precisamente usando el privilegio que tenía yo, por ser artista y alumno del ISA, de poder viajar al extranjero, algo que los ciudadanos comunes no podían hacer. Este es el acto fundacional de gran parte del exilio o inmigración de los artistas en los años noventa.
Debo decir también que no deja de impresionarme cómo los artistas se sobrepusieron a las limitaciones generadas por el Período Especial y produjeron obras de gran calidad. También el arte más reciente ha retomado cierta crítica social y activismo. Sigo obras como las de Ezequiel Suárez y Hamlet Lavastida.
¿Cómo valoras el arte cubano contemporáneo?
El arte cubano contemporáneo para mí ocupa un lugar más dentro de un grupo mayor de tendencias actuales. Mi condición de vivir afuera me otorga una distancia particular. Creo que hay más de un “arte cubano”, y que varía según el sector y los canales por donde se mueve.
Aun así, se ve una huella común, una especie de source-code, en gran parte de la producción de la Isla: se repiten mecanismos discursivos, tópicos… Llega a ser interesante cómo se reconoce el manejo de los contenidos, de la metodología y, hasta cierto punto, una falta de libertad.
¿Qué relación mantienes con los artistas cubanos? ¿Y con los otros?
Tengo muchos amigos dentro y fuera de la Isla. Las redes sociales han propiciado un reencuentro único.
Háblame de tu proceso de creación.
Mi proceso de creación (prefiero llamarlo de producción) parte normalmente de una idea, una pieza nueva del rompecabezas que puede emerger de un libro, una película o cualquier otra cosa. Siempre trato de pensarla dentro de sus límites de lo pictórico o visual. Hay una visión primaria, pero es más una emoción; luego establezco lo que yo llamo las “leyes” de ese nuevo juego, y comienzo a tratar de darle forma.
Normalmente hago series de trabajos, nunca pienso en una sola posibilidad. El dibujo, que suele llamarse boceto o sketch, muchas veces tiene una carga y una efectividad que no se puede repetir en una pieza terminada; por eso trato de ir directamente al cuadro u objeto.
Los materiales son muy importantes, para mí son portadores de la mayor parte del contenido de una obra. Dedico mucho tiempo a seleccionar el material. Cuando descubres el material se revela el sentido, creo.
¿Qué particularidad tienen la pintura y el dibujo para que continuamente se anuncie su muerte y su resurrección?
Creo que esos enunciados de muerte de la pintura o del dibujo, o su resurrección, son de un nivel muy superficial de entendimiento del arte. También creo que actividades como la tercerización de la producción, o la posición del artista como empresario de su propia “marca”, matan algo en la obra de arte.
¿Creas sin pensar en un público, sean amigos, coleccionistas, galeristas…?
La creación está constantemente atravesada por otros campos. No existe aislada del público. Cuando produzco una obra soy en cierta medida el público, el coleccionista, el galerista. No veo ese límite. La pintura está hecha para ser vista, está hecha fundamentalmente para el público.
¿Qué relación mantienes con las otras artes? ¿Cuál es su importancia en tu vida y en tu trabajo?
Todo el arte está conectado: la literatura, la poesía, la música. Cuando hablo de esto pienso en Mondrian, en sus cuadros neoyorquinos y su pasión por ir a bailar a los antros. Son realidades inseparables. Incluso creo que a veces es más fácil escuchar, por ejemplo, a Stravinsky, si contemplas un Kandinsky.
¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo? ¿Piensas que el mercado orienta la creación?
Realmente no tengo muy presente el mercado del arte, y creo que es un sentimiento mutuo desde que salí de Cuba y del ISA. He logrado ganar dinero trabajando en otras áreas, como la restauración y la construcción; eso ha evitado que sienta la presión del mercado en mi obra. Aunque hace tiempo que el mercado es parte de la estructura de la obra de arte.
¿Qué relación tienes con los galeristas?
Actualmente, ninguna.
¿Qué papel le concedes al arte en nuestra sociedad actual?
Creo que fue Adorno quien dijo algo como: “toda obra de arte es un crimen no cometido”. Supongo que por ahí comienza el papel del arte: desde el mismo sujeto; luego se fijan otros valores, a un nivel social. Creo también que en los últimos sesenta años asistimos a una transformación importante del arte en cultura, y de la cultura en entretenimiento.
En un sentido más práctico, el arte puede ser una herramienta para destruir, pero también para perpetuar el poder. Mientras escribo esto están sucediendo en Cuba eventos de carácter histórico donde los artistas están jugando un rol fundamental en el cuestionamiento de las políticas del régimen. El arte en San Isidro se extendió más allá de los límites estéticos: aspira a crear una construcción en el espacio de lo real.
¿Por qué decidiste exiliarte?
En mis años en Cuba desarrollé intolerancia a las instituciones, la burocracia, las formas de control que, en aquel caso extremo, se manifiestan en el Partido Comunista y sus instrumentos de manipulación. Al salir del país encontré otras formas de control, y me percaté de que estas no eran exclusivas del régimen. Sin embargo los gobiernos democráticos tienden, con gran sabiduría, a dejar tranquilos a los anarquistas pacíficos.
Salí de Cuba buscando ese espacio esencial para la creación. Me siento exiliado, pero no en un país específico, sino más bien en esa Pangea de emigrantes que postuló Tania Bruguera.
¿Qué representa Cuba en tu vida y en tu arte?
Hace veintiséis años que salí de Cuba, no he regresado. Todo es una reconstrucción, afectada por una inevitable nostalgia. Sin embargo, el hecho de haber crecido allí me provee un referente distinto cuando observo una situación puntual. También me sirve para resistirme a los estereotipos culturales tan comunes en las comunidades de exiliados.
Galería
Ahmed Gómez – Galería.
Pedro Vizcaíno: “El arte es un medio de control, igual que la religión”
“Cuba está presente en el espíritu. Me llevé a Carlos Enríquez, a Amelia, la luz de la playa en Varadero, los recuerdos de mi familia, que luchó por la libertad de esa isla. Lo que no me llevé conmigo fue ese Partido, ese director de la Escuela de Arte, ese ministro de Cultura, ese espía del G2 que vigilaba los muros de Arte Calle”.