Alberto Casado nació en 1970, en La Habana. Estudió en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro y en el Instituto Superior de Arte de La Habana, donde se graduó en 1996. Vive y trabaja en La Habana, concretamente en Guanabacoa.
Alberto Casado inició su obra artística a principios de los años noventa, evocando muchos de los sucesos relacionados con los actos de censura, de represión y de intransigencia que afectaron la vida cultural cubana bajo el régimen castrista. Casado se convirtió en el cronista, el historiógrafo de los pequeños acontecimientos, las anécdotas, las verdades que fueron ocultadas, enterradas, silenciadas, por cuanto constituían la parte fea de un periodo de la historia artística cubana. Fue una actitud valiente que lo convirtió en un artista maldito, marginado, cuyas obras todavía no se exponen en ninguna galería oficial cubana.
Las temáticas de Casado fueron evolucionando, abordando historias más complejas y escenas más elaboradas, relacionadas con las circunstancias políticas, económicas, sociales, espirituales en Cuba. Su obra bebe de las fuentes de la cultura popular, vernácula, marginal, para exponer su cosmovisión personal mitificada en un campo de acción para la libertad.
La técnica que Casado usa desde el principio, única en el mundo del arte contemporáneo, pertenece a una tradición muy difundida en Cuba: la técnica del papel de aluminio colocado bajo un vidrio pintado, que los artesanos cubanos fabrican para adornar las casas de la gente humilde con imágenes a menudo kitsch o vulgares. De ahí la gran originalidad del trabajo de Alberto Casado, fundamentado en la llamada pintura popular, naíf —la de los autodidactas, los no profesionales, los artesanos, y no la de los sectores encumbrados e institucionalizados del arte—, para expresar situaciones y conflictos profundos de la sociedad cubana.
La obra de Casado no es liviana, decorativa, humorística o pintoresca: es profunda, melancólica, hermosa, sutil, y demuestra que la creación no es una gracia divina, sino una función vital, un medio para seguir vivo.
Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia…
Nací el 17 de agosto de 1970 en Guanabacoa, una hermosa Villa Colonial fundada en 1554 y ubicada en la periferia de San Cristóbal de La Habana.
De niño me gustaba mucho dibujar. Tirado en el suelo y con el viejo sofá de caoba de mis abuelos como improvisada mesa de dibujo, me pasaba horas garabateando. Vivía con mis padres, pero pasaba los fines de semana con mis abuelos paternos. Fue de la mano de mi abuelo Alejandro que subí por primera vez las escaleras de la Casa de Cultura de Guanabacoa, antiguo Liceum Artístico y Literario (donde José Martí pronunciara uno de sus más fervorosos discursos), para matricular en un taller de artes plásticas para niños, dirigido por el profesor Ariosa. Tendría seis o siete años. Estuve poco tiempo; solo unos meses, creo.
Estudié en la Escuela Primaria Municipal Miguel de Cervantes, donde los distintos profesores que tuve dejaron constancia de mi temprana vocación en las páginas de mi incipiente expediente estudiantil.
Así pasaron los años y mi interés, mi entusiasmo por las artes plásticas, me harían regresar, ya siendo un adolescente, a la vieja Casa de Cultura, esta vez para vincularme a un taller para jóvenes y adultos que se impartía en las tardes. Mi vida empezó a gravitar entonces alrededor de este centro cultural. En cuanto terminaba las clases en la secundaria salía corriendo para el taller, y me cogían las noches dibujando y pintando. Como decía mi profesor Ismael: solo me faltaba llevar las sábanas y quedarme a dormir allá.
Por el año 1982 participé en la inauguración del campamento artístico Ignacio Villa (Bola de Nieve), nombrado así en homenaje a una de las grandes figuras artísticas de Guanabacoa. Cuando las escuelas secundarias se iban al campo por cuarenta y cinco días, para trabajar en la agricultura, algunos “afortunados”, previamente seleccionados por su vocación para el arte, nos quedábamos durante todo ese tiempo recibiendo clases de pintura, música, teatro y danza. Estos estudios previos como aficionado a las artes plásticas me sirvieron para prepararme y, por suerte, para aprobar los exámenes de ingreso a la Academia de San Alejandro en el año 1985.
Crecí en una familia de padres profesionales formados en la Revolución, de sencillos orígenes. Mi madre es maestra de primaria; mi padre era electricista. Luego ella se haría licenciada; él, ingeniero eléctrico del puerto de La Habana.
En nuestro seno familiar no había nadie con una inclinación hacia el arte. Solo un primo lejano, pintor, nieto de una hermana paterna de mi abuelo Alejandro, del cual él me hablaba a menudo. Un primo que, después de estudiar en San Alejandro, se ganó una beca en la antigua Unión Soviética y hasta se casó con una ceilandesa. Nos conocimos años después, cuando yo ya estudiaba en San Alejandro, y, por fortuna, fue hasta el tutor de mi tesis. Francisco Sánchez es su nombre, pero en el medio artístico y docente es conocido por todos como “Guanabacoa”.
¿Cuál fue tu primera emoción estética? ¿Qué pasó para que te decidieras a ser artista de la plástica? ¿Cuándo se convirtió el arte en el centro de tu vida?
Retrocediendo en el tiempo, no logro recordar bien cuándo sucedió. Tal vez con los viejos muñequitos americanos que veía de niño, y que luego trataba de copiar. Recuerdo que en la adolescencia, temprano en la mañana, antes de irme a la escuela, esperaba con entusiasmo la sección de animados de la Revista de la mañana, no solo para disfrutar de ellos, sino con libreta en mano para copiarlos. Luego creaba mis propias historietas con esos personajes y algunos otros que inventaba. Llené una gran bolsa de cemento con todos esos dibujos e historietas que, lamentablemente, con el tiempo se perdieron.
También recuerdo que, en la barbería Don Quijote, a la que de niño me llevaba mi abuelo Alejandro, colgaban varios cuadros de gran tamaño que representaban escenas de ese clásico de Miguel de Cervantes. Eran como grandes ilustraciones a color, un poco caricaturescas, que me mantenían medio embobecido mientras me pelaban al cero.
O tal vez fue a través de los dos primeros libros de arte que tuve en la adolescencia. El primero era un libro maravilloso sobre arte y pintura medieval que me dejó muy impresionado con los retablos de Giotto, de Cimabue, de Andréi Rubliov. El otro versaba sobre la obra del gran pintor español Diego Velázquez.
Desde que tuve la oportunidad de entrar en contacto con la pintura y el dibujo (primero en la infancia, luego en la adolescencia y la juventud), el arte se convirtió en el eje central de mi vida, en una fuente vital. Hizo de mi vida en Guanabacoa, antigua tierra de ríos cristalinos y ojos de agua, un sano manantial de alegrías, de conocimiento y de placer. Agua pura y revitalizadora de la que bebo aún hoy cuando llega la inspiración, la motivación, el entusiasmo por algún nuevo proyecto.
¿Qué formación tuviste? ¿Cómo valoras la enseñanza que recibiste?
Como te decía, mi formación comenzó primero como aficionado, en los talleres iniciales en la Casa de Cultura de Guanabacoa. Luego tuve la dicha de cursar, durante cuatro años, la enseñanza media en la Academia de San Alejandro, y cinco años de estudios superiores en el ISA, la universidad de las Artes: desde 1989 hasta 1994.
Todas esas etapas fueron importantes y me aportaron conocimientos sobre el arte. Claro, gracias a mis estudios en el ISA pude tomar una mayor conciencia del proceso creativo. Fue clave en esto un texto del crítico Thomas McEvilley, que sirvió de base al programa de estudios de los dos primeros años. Este texto, enfocado en la importancia de los niveles de contenido que confluyen en la creación de una obra de arte, y el programa elaborado por Osvaldo Sánchez, escritor, profesor y crítico de arte, me llevaron a tener otra dimensión de la creación, una mayor conciencia del proceso creativo.
Realmente, me siento afortunado de haber recibido los conocimientos y las enseñanzas de varios profesores, entre ellos: Luis Reina, Eugenio de Melón, Flora Fong, Fernando Gómez, José Ángel Toirac, Carlos Alberto García, Eduardo Ponjuán y, de manera indirecta, Francisco Sánchez, Flavio Garciandía, René Francisco.
¿Qué es el arte para ti?
El arte, de cierta manera, es un desahogo. Una forma angustiosa y a la vez placentera de aligerar la carga. El medio que encontré para visibilizar la necesidad de comunicar, de compartir una idea, una emoción; para iluminar alguna que otra historia. Esto mediante la ardua tarea de crear imágenes. Soy una persona bastante tímida, se me hace difícil conversar, y el arte me ha permitido sortear en algo esa timidez, liberarme.
¿De qué manera has evolucionado como artista?
Visualmente me he mantenido fiel a un mismo patrón estético, por el uso casi ortodoxo de una técnica artesanal proveniente de la cultura popular. La evolución de mi obra ha sido más bien en lo temático, en los contenidos de la misma. De registrar en un principio hechos y sucesos del mundillo artístico y literario cubano, chismes e historias que nos hablaban de la censura, la intolerancia, la irreverencia del arte joven, pasé a un registro mucho más amplio del entorno sociocultural en el que vivo. Las referencias a la Bolita (la lotería clandestina que se juega en Cuba), al micromundo de la religión Abakuá, a los comentarios sobre la Cuba de hoy, son un testimonio de esto.
Lo culto y lo popular, lo universal y lo local, son categorías que me gusta explorar en mi trabajo, en el que pudieras encontrar hasta cierto destello de costumbrismo, con la intención de retratar, de conservar, aquellos fragmentos dispersos y oscuros que van conformando nuestra historia.
¿Cómo definirías tu práctica artística?
Veo y concibo mi práctica artística desde la crónica, intentando visibilizar en mi arte “los buenos e insanos procederes” de esta época.
¿Cómo contemplas tu estatus de creador en el siglo XXI?
Me veo como un cronista que intenta hacer un registro de algunas de las “buenas costumbres” de este tiempo oscuro y convulso que vivimos. Tengo la intención de que mi trabajo no solo sirva para deleitarnos, sino que a la vez nos enamore, sin prejuicios, de esa señorona de cuerpo amorfo, de andar no siempre elegante, que llamamos Historia, develando zonas de ese inmenso vitral multicolor en el cual quedaremos todos reflejados.
¿Eres reacio a explicar tu trabajo, al acercamiento crítico?
Muchas de las piezas, principalmente las que conforman el anecdotario del arte cubano, necesitan lógicamente estar acompañadas de una pequeña reseña, explicación o comentario sobre el suceso real, sobre la historia que cuentan. Esto funciona como una pista, un detonante, para descifrar los verdaderos motivos y la intención de la obra.
Como creador, como persona, humildemente siempre estoy abierto a la crítica. Creo que es importante y siempre me enriquece en todos los sentidos.
¿Qué artistas te han influenciado y a cuáles sigues admirando?
Como decía en otra entrevista: de cierta manera todo el arte que nos gusta termina directa o subliminalmente influyendo en nuestro trabajo. Las influencias llegan a mi obra desde el arte y la cultura popular, la pintura naíf, el ArtBrut. Desde ese torbellino creativo que fue la plástica cubana de los ochenta, con su ironía, su actitud crítica e irreverente, su reivindicación del kitsch, del arte político.
Admiro el trabajo de muchos artistas cubanos: el Pop de Raúl Martínez, la obra de Flavio Garciandía, Lázaro Saavedra, José Bedia, Marta María Pérez Bravo, José Ángel Toirac, René Francisco, Tomás Esson, Maldito Menéndez, Eduardo Ponjuán; la obra de Fernandito Rodríguez y Francisco de la Cal, con su fuerte ironía, su fino humor; el trabajo de Manuel Mendive, Roberto Fabelo, Pedro Pablo Oliva, Francisco Sánchez, Santiago Rodríguez Olazábal, Carlos Garaicoa, Jorge Luis Marrero, Ángel Delgado, los Carpinteros, Sandra Ceballos, Tania Bruguera, Belkis Ayón, Sandra Ramos, Ezequiel Suárez, Zarzita, Bernardo Sarría… Y así, muchos otros artistas cubanos a los cuales respeto y a quienes siempre tengo como referentes de buen arte.
Cruzando los mares: la obra de Warhol y los artistas del Pop; Basquiat, Joseph Beuys, Mark Tansey, Francesco Clemente y la transvanguardia italiana; la pintura de Luis Cruz Azaceta y muchos más que también admiro y han enriquecido, ampliado, mi concepto del arte.
Desde la distancia, ¿cómo juzgas a tu generación, la de los años noventa?
Veo a mi generación como la de la resistencia, aquella que desde la más absoluta oscuridad y precariedad del Periodo Especial, supo hacer florecer un arte nuevo, auténtico y vigoroso. Una generación que tuvo que tragar en seco y aceptar que es difícil, casi imposible, transformar nuestra realidad política y social desde el arte y, ante esta evidencia, se sumergió en el arte mismo, se abrió al mercado del arte y, con inteligencia, supo lidiar con él.
¿Cuál es tu apreciación respecto al arte cubano contemporáneo?
Déjame decirte que es sorprendente la vitalidad del mismo. Te soy sincero y te digo que no estoy conectado todo el tiempo con el mundo del arte, con el medio; regularmente me aíslo, me ausento por largos o breves periodos, y cuando visito alguna nueva exposición, no deja de sorprenderme constatar la existencia de muchos jóvenes talentos, y la variedad y calidad de sus obras. Esto reconforta mucho.
En fin, creo que la llama creativa y transformadora que revolucionó el arte cubano desde principios de los años ochenta se ha mantenido viva.
¿Qué relación mantienes con los artistas cubanos?
A pesar de tener como inconveniente mi carácter tímido y retraído, y ser poco conversador, he mantenido buenas relaciones con otros artistas, independientemente de su personalidad, de su ego, de su forma de pensar. Con humildad, siempre trato de ser chévere y llevarme bien con todo el mundo.
Háblame de tu proceso de creación.
Casi siempre es la historia (un suceso, una anécdota), la que me sirve de motivación. Después viene un proceso de análisis en el que realizo varios dibujos o bocetos, en busca de la imagen final, y así van apareciendo las ideas.
El dibujo es fundamental en todo este proceso. Cuando ya tengo la imagen definitiva de la obra, primeramente realizo el dibujo de la misma sobre papel blanco. Este funciona como una plantilla que luego transfiero o copio sobre el cristal, utilizando un centropen con tinta china. Todo el dibujo de las imágenes y los textos debo realizarlos al revés, como si estuviera haciendo un grabado, ya que serán vistos desde la cara opuesta del cristal.
Ya en la fase final aplico la pintura, los colores que, por ser transparentes, dejan ver el brillo del papel de aluminio, previamente arrugado, que les sirve de fondo, creando ese efecto de luminosidad, de brillantez en los colores.
Déjame explicarte que mi trabajo rescata una vieja tradición artesanal proveniente de la cultura popular, y que desde la alta cultura siempre fue asociada al kitsch. Fiel a esta tradición, dibujo y pinto sobre cristales con lacas y tintas transparentes, las cuales son iluminadas por una fina hoja de papel de aluminio, estrujado, arrugado, creando un rico y a la vez estridente efecto visual.
Cuando estoy motivado por algún nuevo proyecto, alguna nueva exposición, trabajo casi diariamente. Con algunas obras he tenido la sensación de que no estaban terminadas, y con el paso del tiempo aparece el deseo de corregir, de cambiar algo en ellas, de mejorarlas, incorporándoles algún elemento nuevo que creo que las enriquecen: un color, un texto… Pero muchas ya están vendidas, forman parte de alguna que otra colección. Claro, he hecho mis versiones, principalmente de las que más me gustan. Creo que esto es normal; muchos creadores experimentan lo mismo.
¿Qué particularidad tienen la pintura y el dibujo para que continuamente se anuncie su muerte y su resurrección?
No doy mucho valor a esas premoniciones. Creo que ambos son imprescindibles y sobrevivirán, más allá de cualquier vaticinio.
Se me hace imposible visualizar una idea sin el dibujo, sin garabatearla sobre un papel o cualquier otra superficie. Ese registro primero es fundamental, y solo a través del dibujo puedo palpar su evolución. Es una parte muy importante en mi proceso de trabajo, a la cual le dedico mucho tiempo: desde los esbozos o bocetos hasta el dibujo definitivo en la plantilla y su transferencia definitiva al cristal.
Lo mismo me sucede con la pintura. Llegado el momento, pintar y dibujar se convierten en algo vital.
¿Creas sin pensar en un público, sean amigos, coleccionistas, galeristas…?
No trabajo pensando en un público o audiencia en particular. En cuanto llegan la motivación y las ideas, todo el trabajo va fluyendo del diálogo y la confabulación con ese inquieto, jocoso, ingenuo y, a la vez, crítico espectadorcillo que es el Yo creativo. Aunque inconscientemente mis gustos puedan coincidir con los de otros colegas, galeristas o coleccionistas. Obviamente, cuando se trata de una comisión todo cambia, y tengo que reducir en algo mi dosis de libertad.
¿Qué relación mantienes con las otras artes? ¿Cuál es su importancia en tu vida y en tu trabajo?
Hay momentos en que oigo mucha música, sin distinción de géneros; otros en los que leo mucho y de todo, aunque prefiero la historia, las biografías, las entrevistas, las noticias y, claro, la buena literatura.
Siento nostalgia por el cine, por aquellas salas repletas de gente, de acomodadoras como salvavidas en la oscuridad, del poderoso hechizo de la gran pantalla. Me causa gran dolor ver muchos cines en ruina, como el Cine Teatro Carral de Guanabacoa, al que asistía de niño casi todos los domingos de Matiné.
Cuando era estudiante del ISA, mi abuelo Alejandro me regaló su VEF 206, un antiguo radio ruso que compró por los años ochenta. Cuando cesaban los apagones, me ponía a pintar y a dibujar oyendo la radio en mi cuarto durante horas. Con el tiempo me acostumbré a trabajar acompañado de esa polifonía, esa plática incesante sobre literatura, política, historia, cine, teatro o artes plásticas. Desde entonces tengo el hábito de trabajar escuchando música variada, de cualquier género.
Todas las artes confluyen en este aparatico maravilloso, este medio imperecedero que me ha sido útil para cultivarme, mantenerme informado, oír el palpitar de Cuba desde sus dos aceras (en AM o FM). El barullo y cotorreo noticioso del mundo. Sin necesidad de “paquetes”, ni de “megas”.
¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo? ¿Piensas que el mercado orienta la creación?
No tengo prejuicios contra el mercado, ni contra el dinero. Ambos son igual de necesarios y juegan su papel en la promoción y la validación de la obra. Es bueno que la obra sea valorada y se venda, y ¡¡¡re-que-te-buenooo poder vivir de ella!!!
¿Qué tipo de relación tienes con los galeristas?
Hasta ahora mis relaciones con los galeristas y galerías oficiales han sido más bien intermitentes. He participado en alguna que otra muestra colectiva.
En cambio, Art in General y Espacio Aglutinador han sido los espacios expositivos (sin mencionar mi presencia en la octava Bienal Internacional de Estambul), en los que he podido mostrar mi trabajo en su totalidad, sin censura, con total libertad.
Mi obra ha circulado más bien por los canales alternativos del arte. Y pienso que incluso por fuera de estos, increíblemente: desde la marginalidad, sin necesidad de galeristas ni institución oficial que la promueva.
También ha sido de gran ayuda el coleccionismo privado, como agente difusor de mi obra. Creo que he logrado algo de éxito vendiendo y promocionando mi arte desde la sala de mi casa.
¿Qué papel le concedes al arte en nuestra sociedad actual?
Creo que acercarnos al arte hace más grato nuestro breve paso por la vida. Puede ser un cálido refugio desde donde miramos con asombro nuestra opaca realidad o, tal vez, una barricada desde la cual lanzarnos, a pecho descubierto, con el noble ideal de hacerla estallar.
Contrariamente a muchos artistas de tu generación y de la generación anterior, sigues residiendo en Cuba. ¿Por qué?
Recuerdo que cuando hice mi primer viaje, en el verano de 1997, con mis veintisiete años recién cumplidos, mientras estaba esperando mi vuelo de regreso a La Habana en el aeropuerto internacional de Miami, un señor que estaba sentado a mi lado me dijo: “¿Y? ¿Vas a regresar a Cuba? Mira… Aquí hay democracia, hay libertad”.
Sin pensarlo mucho le respondí que sí, que no dudaba de lo que él decía, pero que como artista me debía a mi obra, y eso me hacía regresar a Cuba. Precisamente gracias a mi obra había tenido el privilegio de conocer los Estados Unidos, su cultura, y respirar ciertas dosis de democracia y libertad. Me miró medio asombrado, pero con mucho respeto; no cuestionó mi respuesta.
Y así ha sido, durante estos últimos veinticuatro años.
¿Qué representa Cuba en tu vida y en tu arte?
Cuba es el lugar donde vivo, la fuente inspiradora de todo mi trabajo. Mis obras se nutren de su cultura popular, de su religiosidad, de su historia, de su acontecer político, de las venturas y desventuras de su mundillo artístico y cultural, de vivir día a día su cotidianidad, con dinero o sin dinero, todos los días amaneciendo igual, como diría Miguel Ángel Aspirina, gran rumbero de mi barrio, Cruz Verdino.
En fin, Cuba le pone color a los cristales que pinto.
Galería
Alberto Casado – Galería.
Andrés Montalván: “En algún momento tendré que sentar cabeza”
“Produje mi obra al mismo tiempo que ellos, pero no creo pertenecer a la generación de los noventa. Tampoco creo ser el representante más importante en el campo de la escultura y el dibujo de esa generación, como lo escribes, no creo ser representativo de ella: los textos críticos y las exposiciones lo muestran”.