Darwin Estacio Martínez: “Ahora todos andan detrás del dinero”

Darwin Estacio Martínez es un pintor por excelencia, un conocedor culto de la historia del arte, pero sus preocupaciones finales no se limitan a consideraciones visuales o a la naturaleza de la percepción visual. Es ante todo un narrador (toda obra es ficción, y su autor también), crea relatos estructurados visualmente: una serie de narraciones (es un agudo observador social) que reflejan cierto impacto del mundo e intentan restituirlo a lo visible por las huellas de la mano.

Como dijo Jean-Luc Godard, “el cuadro está en el tiempo”, y sabemos hasta qué punto Godard acercó y fusionó el cine y la pintura. Darwin pretende hacer lo mismo, pero al revés. Su pintura, intemporalidad de lo real, está cercana a una pantalla de cine por cuanto recibe los haces luminosos que refleja, los carga de colores y de imágenes para mostrar lo invisible. Darwin es un pintor de la superficie, una superficie llana y lisa; su pincel no atraviesa la piel de sus personajes: la roza, se limita a sus apariencias, sus gestos y “poses”.

Darwin nos confronta a un espacio puramente psicológico donde el inconsciente reina y crea en el espectador una serena dubitación. El suyo es un sistema de conocimiento poético que nos proporciona “un estado de conciencia de las sensaciones”, como lo quería Matisse, el cual evidencia simultáneamente dos construcciones antagónicas o complementarias, o por lo menos vinculadas entre sí, y logra su propósito llamándonos la atención sobre el viejo enigma del significante y del significado.

Sus cuadros ponen de realce la pura belleza física, una belleza que posee una función estructural específica: crear una “apariencia” de belleza que ofrece una tentación más que una fascinación, y que no existe para ser admirada, sino para descollar. La perfección absoluta de las superficies de las telas de Darwin, su claridad seductora, sus colores monocromáticos voluptuosos y sin embargo desprovistos de expresión y de emotividad aparentes (“transparencia lisa que es el estrangulamiento de la elocuencia”, diría Bataille), sirven para disipar las angustias contenidas en sus profundidades. En Darwin, el deseo de pintar se manifiesta como una fuerza de presentación antes que una estrategia de representación.

La influencia de Magritte en la obra de Darwin estriba en la intensidad y el impacto de las imágenes que nos hacen alcanzar una potencia expresiva. En su pintura, el rostro humano está ausente, desprovisto de identidad verdadera; en esta obra no se trata en realidad del Hombre: se trata de la mutilación y de la violencia sufridas en el orden de lo imaginario. Paradójicamente, sus personajes, sus figuras, parecen a la vez extraños y conocidos, son intemporales y contemporáneos; están como fuera del mundo, fuera del tiempo, sin cronología: pertenecen al espacio del arte.

Darwin pinta signos de color puro que constituyen una materialización de la visión y de la memoria, una epifanía estética velada donde lo figural es la aparición fugitiva e inestable de una permanencia inmemorial.

Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia…

Nací y crecí en un pueblo del sureste de Cuba llamado Manzanillo; un pueblo costero con un pasado cultural glorioso que el tiempo opacó, pero que siempre mantuvo la magia y la buena energía que permanecen en los lugares sin que el paso del tiempo o de las gentes les hagan mella: solo con un poquito de sensibilidad, era posible conectar con ellas otra vez.

Mi padre era profesor de Filosofía y Marxismo, y mi madre era costurera. No fueron una influencia cultural muy fuerte, pero tampoco fueron un impedimento para mi desarrollo; siempre me dieron la estabilidad y el soporte necesarios para poder dedicarme al arte. La aptitud artística parecía estar en la familia por parte de mi padre, ya que tanto mi abuelo como mi hermano tenían capacidad para el dibujo y la pintura.

Me gustaba imitar los dibujos que mi hermano hacía. En la casa de mi abuelo (era carpintero y en cierta forma un hacedor, al igual que mi mamá con el tema de la costura) había algunos retratos que él había realizado en sus años mozos y que siempre me llamaron la atención.

¿Qué pasó para que te decidieras a ser artista plástico? ¿Cuándo se convirtió el arte en el centro de tu vida?

Yo tenía un amigo con el cual jugaba los fines de semana. Cada sábado, religiosamente, yo iba a su casa para salir a mataperrear, como se dice en Cuba, hasta que un sábado llegué a su casa y, al verlo bien vestido, me dijo: “Mi mamá me apuntó a una clase de dibujo y tengo que ir”. Entonces yo, con tal de seguirle la rima y no quedarme sin socio los sábados, me metí en el curso, porque a mí también me cuadraba el dibujo. Ese fue mi comienzo en este mundo.

Luego resulta que mi amigo se rajó y yo decidí continuar en las clases, porque allí me divertía mucho. Mi primer profesor se llamaba Sergio y era un recién graduado de la Academia de Santiago de Cuba; tenía un estilo surrealista a la manera de Dalí que en aquel tiempo era muy popular en Manzanillo, así que ese fue mi primer encuentro con la creación y mis primeras influencias.

Allí conocí a otros alumnos que ya llevaban más tiempo practicando y preparándose para estudiar en las academias de artes más conocidas, como El Alba en Holguín y la José Joaquín Tejada en Santiago de Cuba. Conocí a Yornel Martínez, que se preparaba para entrar en una de esas escuelas, y al profesor Fernando Chacón, que era egresado de Holguín y el artista que ganaba casi todos los Salones de la Ciudad; un excelente pintor. Luego conocí a Alejandro Campins, que ya cursaba el primer año en Holguín, y más tarde a Michel Pérez (El Pollo).

Entonces fue cuando empezó en mí la obsesión de presentarme a las pruebas y estudiar Artes Plásticas. Ya en aquel entonces lo tenía más claro; había llegado al punto en que no había nada más importante o nada que yo pudiera hacer aparte de esto. Al aprobar en la Academia de Holguín, creo que ya no podía dar marcha atrás.

¿Cómo valoras la enseñanza que recibiste?

La escuela de Holguín tenía muy buena reputación y, ciertamente, era excelente. Tenía maestros realmente muy buenos, la vanguardia del arte en la ciudad. Formidables artistas y maestros, lo cual era un privilegio. Fernando Gómez, Aguilar, Legón, Sanciprián, Rubén Echavarría, entre otros no menos importantes. Echavarría fue el que más influenció a los artistas de mi generación.

Lo más importante para mí fueron los amigos con los que tuve la suerte de compartir mi formación; la convivencia en la residencia de estudiantes; las aventuras y las noches de charlas, ron, cigarro y bohemia; la relación con músicos y con la rica vida nocturna de la ciudad en aquellos años; todo eso fue realmente fenomenal.

Luego, ya en la Universidad, entré en contacto con la vanguardia del arte cubano, las grandes exposiciones, los salones, las bienales; pude descubrir el teatro, el buen cine, nuevos e importantes maestros, y entender el arte como parte indispensable e indisoluble de mi vida.

En la Universidad se respiraba más el espíritu de confrontación, sobre todo entre los distintos grupos y enfoques que predominaban. Pudiera hablar del colectivo ENEMA, que lideraba el artista Lázaro Saavedra. Algunos de los artistas que pertenecían a Desde Una Pragmática Pedagógica (DUPP), el proyecto pedagógico y artístico liderado por René Francisco, estaban de profesores en la Universidad y era posible tener contacto con ellos. También estaba el Departamento de Intervenciones Públicas, fundado y organizado por Ruslán Torres Leyva. Todo eso fue altamente enriquecedor.

Yo pertenecía a la generación de los “huérfanos”, puesto que nunca nos organizamos en torno a ningún gran proyecto pedagógico, y sentía un poco más de afinidad con la manera de enseñar de Eduardo Ponjuán. En ocasiones entraba en las clases y charlas que él daba para algunos amigos que sí mantenían un vínculo fuerte con él. Su enfoque más personal me parecía más acorde a mis intereses, además de que en esa época era el profesor que tenía más interacción con los que pintaban. Pero sin duda todo ese ambiente fue sumamente rico, y una vez más los amigos, los encuentros y las charlas de pasillo fueron lo más enriquecedor.

¿Qué es el arte para ti?

Por mucho tiempo, la respuesta a esa pregunta ha sido para mí una incógnita, y su significado ha ido variando a través de los años. Incluso ahora, no creo que te pueda dar una respuesta muy clara que digamos; en última instancia tendría diversas repuestas, atendiendo a los distintos niveles en que el arte afecta a un ser humano, en especial al que se dedica a esto.

Desde el punto de vista existencial, como artista, te puedo decir que es como una manía, un hábito, una obsesión, una manera de ser y de ver; sobre todo eso: de ver y de entender en la medida en que veo.

Siempre he pensado que el artista es alguien que vive y comparte la misma realidad que los demás, pero que la procesa de manera distinta y luego comparte esa visión.

Por otro lado, es el arte como parte de la cultura lo que nos ha hecho lo que somos hoy en día; nosotros somos modelados por la cultura y a la vez producimos cultura. La cultura constituye una suerte de exocerebro que opera de manera paralela a la función biológica, ambas están conectadas de manera sutil y no existe una sin la otra; al menos no de la manera en la que somos hoy, como individuos.

Y en el plano más mundano, pero no menos importante, te diré que para mí el arte es el intento constante de que se convierta en un sustento, en un trabajo del cual pueda vivir, algo a lo cual dedicarme completamente.

¿De qué manera has evolucionado como artista? ¿Han cambiado tus ideas sobre el arte?

Cuando uno es joven tiene mucha energía que no controla, y se le llena la cabeza de muchas ideas, a menudo de muy distintas procedencias; es una locura. Uno quiere ser dadaísta, surrealista, conceptualista, de todo; uno quiere hacer toda la historia del arte de nuevo, pero eso es parte de la formación, parte del proceso. Con el tiempo, uno sencillamente madura y empieza a enfocarse en lo que realmente puede hacer.

La fuerte influencia conceptualista de la formación artística en Cuba es algo de lo cual es casi imposible escapar; entonces, mis primeras obras, aunque siempre fueron pictóricas, tenían ese sesgo conceptual y cerebral que ponía todo en función de una estrategia, una idea; pero con el tiempo empecé a ajustar esas influencias y a dejar salir mi motivación más arraigada, que siempre fue la pintura.

Luego, a través de esto, de practicar algo en profundidad, es como se puede comprender el valor de todo lo demás; es cuando incluso lo que uno hace se puede mover libremente y aun así seguir respondiendo a una visión. Pero esto es mi forma de verlo, por supuesto.

En mi caso, la abstracción y el conceptualismo constituyeron una base importante en mi formación; me proporcionaron una estructura de pensamiento que es muy útil a la hora de pensar lo que se hace. Con esto no estoy diciendo que mi obra sea conceptualista, pero el ejercicio crítico y analítico me ha proporcionado las herramientas para discernir y enfocar mejor mis intenciones. Lo mismo me sucede con la abstracción, incluso cuando mi trabajo parte de presupuestos figurativos naturalistas.

¿Cómo definirías tu práctica artística?

Más allá de las aseveraciones y conceptos preparados de ocasión, te puedo decir que todo lo que hago en arte, incluso las cosas que parecerían más alejadas de lo que usualmente he hecho, giran en torno a la pintura. Los videos que he venido realizando de a poco tienen su punto de partida en mi obra pictórica; ver e interactuar con el mundo y darle a esa interacción una forma particular de ver (porque no existe otra), es la base de mi trabajo.

¿Cómo contemplas tu estatus de creador en el siglo XXI?

Hay una parte de lo que hacemos como artistas que escapa totalmente de nuestras manos. La industria del arte tiene bien claro el lugar que le concede a cada cosa; pienso que lo único que uno puede y debe hacer es lo que uno cree, y pienso que la responsabilidad del artista en el mundo reside en tratar de ser fiel a eso, en defender su autenticidad, más allá de las exigencias del campo cultural en algún contexto.

Por ejemplo, ser artista cubano te pone siempre bajo la égida de lo político; entonces se espera cierta responsabilidad, cierta actitud. Pero esto está presente también en otras partes del mundo: los artistas, en especial los más conocidos, se convierten (o se espera de ellos que se conviertan) en la voz de los que no pueden o no saben hablar, y eso conlleva una alta responsabilidad.

¿Eres reacio a explicar tu trabajo, al acercamiento crítico?

Antes que “explicar mi trabajo”, usaría la expresión “comentar acerca de mi trabajo”, que al final es todo lo que uno puede hacer. Yo insto a los artistas a que lo hagan; desde mi posición de profesor de artes, es una de las cosas que defiendo. Creo que es sumamente importante que los artistas hablen sobre sus trabajos y sobre sus experiencias; todo eso para mí tiene un gran valor educativo.

Fíjate que, si eso no importara, nadie escribiría biografías o hiciera entrevistas como esta que ahora mismo me haces. Lo que pasa es que se ha tergiversado todo el asunto; hablar sobre la obra en el contexto cubano, al menos en el contexto pedagógico, ha dado lugar a una crítica mal intencionada.

Recuerdo, en mis años de estudiante, cuán engorroso era esto: el buen artista se creía que era el que sabía hablar bien y el que se suponía que podía explicar su trabajo. Pero no existe nada más alejado de la verdad: eso solo contribuye a reafirmar egos y posturas pedantes, y a crear un tipo de jerarquía entre los artistas que a mi juicio no sirve para nada, al menos en el plano educativo. Muchas veces las clases de crítica se convertían en clases de sofismas.

Asimismo, pienso que la proyección que se promovió en los inicios del sistema educativo, específicamente del ISA, por todo ese carácter analítico, se fue mucho al plano teórico, y un artista nunca va a hablar de su trabajo como lo puede hacer un crítico. Se puede hacer, de hecho, hay artistas que son famosos por ello, pero creo que la obra en sí misma debe tener la primera palabra; luego están los comentarios que uno hace acerca de ella, y el ejemplo de la propia vida. Nuestra actitud completa el panorama; uno no debe suplantar la experiencia que propone enfrentarse a la obra, la tarea de teorizar y hacer conexiones con toda suerte de ideas es la tarea de los críticos y teóricos del arte.

¿Qué artistas te han influenciado y a cuáles sigues admirando?

Yo siempre les digo a los estudiantes que nada sale de la nada, que del mismo modo que el repostero o el albañil aprenden observando a alguien, nuestra visión y desarrollo se forja mirando a los artistas, aprendiendo sus mañas, leyendo y escuchando lo que dicen. Obviamente, todo el arte es sumamente importante, cada etapa y artista conforma un elemento esencial del todo, y después de seguir a aquellos que en la escuela te dicen que fueron pivotes, las claves de los grandes cambios que se sucedieron en la historia del arte, ya queda en nuestras manos descubrir a aquellos que son los que en verdad te parten la cara de un golpe.

Entonces es cuando todo se vuelve patas arriba, es una suerte de iluminación artística. Entonces tienes que empezar de nuevo, obligatoriamente, y repasar a aquellos que pasaste por alto. Por ejemplo, mirando una retrospectiva de David Hockney en el Getty Museum de Los Ángeles, me resultó obligatorio ir a ver a Matisse, quien a su vez me hizo sentir esa energía positiva que me llevó a Van Gogh, y más para atrás, hasta los pintores holandeses, deteniéndome en Vermeer.

En mi caso, comencé a realizar obras abstractas y me influenciaron fuertemente las visiones de los artistas minimalistas, especialmente los pintores; esta tradición me hizo ver la importancia de la composición y el color: lo sintáctico es en gran medida lo semántico. Luego, siguiendo y rindiéndome a mis propias influencias figurativas, empecé a estudiar a los pintores americanos que me servían de conexión con toda esta filosofía.

Explicar esto puede requerir una tesis, pero al artista no le hace falta perder ese tiempo: uno sencillamente aprende a hablar con la tradición de una manera intuitiva que no necesita dejar constancia; ese siempre será el trabajo de otros.

Por otra parte, cada etapa de desarrollo por la que uno pasa está acompañada de sus ángeles guardianes o sus referentes. Hopper fue súper importante, Andrew Wyeth, el realismo cinematográfico, como yo lo llamo, fueron realmente claves. Otros siempre han estado ahí de una forma u otra: Magritte, por supuesto.

Entre los más contemporáneos, siempre he seguido la obra de David Salle, John Baldessari, Michaël Borremans, Luc Tuymans, hasta llegar a dos de los artistas que siempre he admirado más: Domenico Gnoli y Alex Katz.

A la par de todo esto siempre ha estado el cine, especialmente el cine negro norteamericano, el thriller.

Desde la distancia, ¿cómo juzgas a tu generación, la de los años dos mil?

Pienso que fue una generación que, si bien en un inicio no contó con el apoyo unánime del contexto del arte, como sí ocurrió con las generaciones anteriores, al final impuso el cambio de paradigma de una manera u otra. También un cierto despertar del coleccionismo, y de un pequeño mercado, ayudaron a consolidar las nuevas propuestas.

Siempre se ha hablado de esta generación como comercial, superficial y otros calificativos, pero pienso que es propio del cambio de paradigma: el contexto crítico del arte cubano ha aprendido a la fuerza, y a base de golpes, la necesidad del mercado. Por mucho tiempo hemos vivido aislados de esta realidad, y pasamos de la etapa inquisidora a la etapa permisiva.

Ahora pienso que es al contrario: se les fue de la mano. Ahora todos andan detrás del dinero, pero es lógico que suceda en una sociedad que ha permanecido cerrada durante tanto tiempo. Espero que las cosas cojan su nivel algún día y se aprenda a convivir con estos temas de modo más natural.

Si algo bueno trajo la promoción de esta generación, fue mostrarles a los que venían detrás que podían hacer lo que les viniera en gana y que no aceptaran otra autoridad que su propia consciencia.

Si no me equivoco, y con permiso de los estudiosos, creo que es la generación que ayudó a democratizar un poco más la mentalidad del arte cubano.

¿Cuál es tu apreciación respecto al arte cubano contemporáneo?

Me gusta la diversidad; me gusta que existan, cada vez más, todo tipo de artistas y proyecciones. Hay muchos artistas talentosos, y el monopolio conceptual se ha descentralizado, lo cual es bueno y saludable. Asimismo, espero que en un futuro existan espacios donde promover todo tipo de enfoques; el monopolio promocional solamente favorece la corrupción y el oportunismo.

Siempre he atacado, desde la escuela, el enfoque pedagógico basado en la misma estrategia; tal parece que todo el arte que surge está hecho por el mismo artista. Eso no solamente es enfermizo, sino que atrasa y va en contra de los fundamentos del arte.

Siempre recuerdo con agrado una historia que escuché una vez, y todavía a estas alturas no sé si es una historia real: cuentan que había un muchacho que le enviaba sus escritos a Mark Twain en espera de consejos, pero al parecer al escritor no le gustaban mucho los textos del joven. Tras varios intentos sin recibir ningún consejo del maestro, el joven recibió una carta donde este le decía que quizás sería mejor que se dedicara a otra cosa, puesto que no le veía ningún futuro. Resulta que este joven era nada más y nada menos que Julio Verne.

Realmente abrazo todo lo que huela a diversidad y defiendo la individualidad de los artistas y su derecho a recibir una formación abierta y basada en sus intereses, así como a que existan distintos canales de promoción afines a sus proyecciones.

¿Qué relación mantienes con los artistas cubanos? ¿Y con los otros?

En Cuba existen artistas con una trayectoria admirable, que yo sigo. Rocío García, por ejemplo, es una pintora excelente, con una obra muy sólida y coherente. Flavio Garciandía siempre va a ser un referente obligatorio; la obra de Segundo Planes siempre me ha parecido magistral también. Te estoy mencionando a aquellos de los cuales me he servido en espíritu, incluso cuando mi trabajo no se acerca en nada al de ellos.

Me parece impecable la obra temprana de Eduardo Rubén. El espiritualismo y la maestría en la composición de Tomás Sánchez. Las primeras obras en pintura de Raúl Cordero. El minimalismo y la consistencia de los hermanos Capote.

Otros artistas que por el fatalismo geográfico no son tan conocidos, pero que tuvieron una fuerte influencia en mi concepción de la pintura, fueron Alexander Lobaina y el propio Rubén Echavarría.

Por supuesto, sigo a los artistas de mi generación que desarrollaron una obra muy exitosa, como es el caso de Michel Pérez Pollo, Niels Reyes, Alejandro Campins, Orestes Hernández… En fin, son amigos que me han servido de ejemplo en el mundo del arte.

Del arte internacional, creo que te mencioné unos cuantos cuando hablé de mis influencias, pero siempre se escaparán unos cuantos más.

Háblame de tu proceso de creación.

Suelo pintar cuadros basándome en las visiones de lo que quiero que sean una pintura o un motivo específico. Muchas veces me creo una imagen mental de cómo quiero que luzca la pintura, y trato de lograrla, trato de llegar a ese ideal. Por esa, parte pudiera decir que soy un pintor platónico (chiste).

En ese proceso de construir ese ideal, esa imagen mental, recurro a las imágenes que me ayudan a llegar allí lo más rápido posible: una foto, un fragmento o captura de un filme, una revista; en fin, cualquiera que sea la procedencia de los motivos, están ahí para ser traducidos a mi esquema mental.

Al inicio comenzaba dibujando mis imágenes, pero esto retrasaba y podía comprometer el ideal, por eso proyecto las imágenes una vez que están definidas. El dibujo siempre es la base.

Si existiera el azar en mi trabajo, solo estaría presente en el proceso de combinar las áreas, los colores, y quizás un poco en el comienzo, cuando la ubicación de las figuras en el lienzo todavía está en proceso de sufrir cambios, pero no más. La composición es muy importante, así como los colores: para mí son casi como parte de la trama, como si fueran personajes con voz y voto; eso es algo que arrastro de la abstracción, y aunque mis motivos suelen ser simples, paso mucho más tiempo ajustando la combinación de colores que en todo lo demás, debido a que lo que busco con las imágenes es el efecto que generan, sus consecuencias en el plano de los significados.

No pinto todos los días; la relación que mantengo con la pintura, en cuanto a trabajo de estudio, es intermitente. Eso, en cierto modo, me permite mantener cierta distancia con el cuadro y conservar por más tiempo el ideal en mi cabeza, la idea inicial, antes que el propio proceso de trabajo empiece a cobrar sus cuentas.

Entiendo que el trabajo está terminado cuando ya no sé qué más hacer, y cuando lo que veo me hace sentir satisfecho.

¿Qué particularidad tienen la pintura y el dibujo para que continuamente se anuncie su muerte y su resurrección?

Creo que la antigüedad, el hecho de haber estado ahí desde el principio, y el hecho de que desde la visión crítica, avant-garde, se le exige renovación constante y proposiciones nuevas. Además, sobre la pintura pesa el tema comercial: es más fácil la logística para promover y coleccionar la pintura que para otro tipo de objetos físicos. Aunque si lo pensamos bien, el arte digital en general se lleva la delantera; pero, por supuesto, es cuestión de clichés: si se le pide a la pintura más de lo que ella es, entonces siempre vamos a estar hablando de su muerte.

Pintar implica la aceptación de las condiciones de la pintura. Es el medio de la subjetividad, de la representación o del intento de negarla; es un medio atemporal y está indisolublemente ligado al que la practica, igual que la escritura: se parece al que la hace. Por eso es tan difícil no hablar de estilos en pintura; el estilo, en pintura, es como la mala educación, que siempre se nota, aunque quieras disfrazarla.

Luego hay determinadas ideas y dinámicas que son imposibles de representar o de proyectar en pintura, y hay que estar conscientes de esto: desde la pintura, nunca va a ser posible hablar de temas que se tratan en obras del performance, o de la instalación, o del llamado artivismo.

A la par de todo esto, está el hecho de que hay momentos en la historia en que desde la crítica especializada las miradas se vuelven hacia la pintura, debido a una decadencia o cansancio de las demás dinámicas artísticas, o porque existe un pujante movimiento de pintores luchando por hacerse notar.

¿Creas sin pensar en un público, sean amigos, coleccionistas, galeristas…?

Ciertamente, el arte viene de un impulso individual genuino que cumple en primer lugar una necesidad básica del individuo que lo practica, pero eso siempre está aparejado al deseo de reconocimiento: ¿para qué poseer una visión de las cosas si no se puede compartir? El arte, indudablemente, está hecho para compartir.

Con respecto a toda la industria del arte, siempre he tenido mis reservas. Creo que los dos individuos más importantes en todo este sistema son el artista y el coleccionista. Alguien dijo que el coleccionista, o simplemente el comprador de una obra, es el individuo que no solo tiene un criterio y una visión que obviamente comparte con el artista, sino que también es capaz de apoyarla con dinero, o sea, que dice: “lo entiendo, me gusta y lo quiero”, y es capaz de ponerle un valor. Todo lo demás, amén de su historia y sus diferencias, es un sistema que se ha organizado, para bien y para mal, a costa de estos dos entes esenciales.

Por otro lado están los museos, que deberían ser idealmente un elemento autónomo, y que cumplen una función realmente importante.

¿Qué relación mantienes con las otras artes? ¿Cuál es su importancia en tu vida y en tu trabajo?

Bueno, si bien no me creo un conocedor a fondo de la historia del cine, o un especialista en la materia, sí te puedo decir que no hay día en que no me acueste a dormir sin ver un filme, o al menos intentarlo. Se ha vuelto absolutamente indispensable para mí, y lo digo sin ninguna vanagloria, porque mi acercamiento al cine es como la de un espectador más.

Para mí el arte cinematográfico es el hermano menor de la pintura, y como mismo en su tiempo el cine aprendió de la pintura, ahora es esta la que se está renovando completamente gracias al cine.

La literatura, por supuesto, el teatro (el cual descubrí en mis años de universidad), y la música, siempre han sido el telón de fondo.

¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo? ¿Piensas que el mercado orienta la creación?

Pienso que el mercado siempre ha estado y siempre va a estar, no hay que ser especialista ni investigador para verlo. Todo el drama del artista consiste en cómo tener los fondos suficientes para poder dedicarse en cuerpo y alma a lo que hace, y esto no significa necesariamente que la calidad vaya a decrecer o aumentar. Para mí solo existen obras y artistas buenos y malos.

Si pensamos en los grandes maestros del pasado, vemos que siempre dependían de un mecenas o un rey para poder desarrollar su trabajo y legarlo a la posteridad. Si pensamos en Van Gogh, ¿cuál fue su drama?

Ahora, sí creo que las cifras astronómicas de hoy en día lo ponen a uno a pensar. No niego que una obra de arte pueda tener esos valores, porque me pregunto: ¿cuánto no estaría yo dispuesto a pagar por tener en mi casa a uno de mis ídolos? Solo la intensidad de mi anhelo, junto a mis posibilidades económicas, sería el límite. Pero luego está el factor humanista: ¿cómo es posible que en este mundo, con tantos necesitados, se destinen tantos fondos para otras cosas?

Creo que establecer un rango de prioridades, un pequeño ajuste, quizás no estaría mal.

¿Qué tipo de relación tienes con los galeristas?

No he tenido la posibilidad de trabajar seriamente con ninguna galería de esas que realmente se ganan su tajada, las que trabajan para visibilizar tu obra y hacerte crecer como artista. Solo he tenido coqueteos con galerías comerciales y, si bien cumplen una función específica, me ha quedado claro que es uno mismo el que se tiene que preocupar por su proyección, y que un rango de libertad siempre es saludable.

En Cuba el fenómeno es muy distinto: aquí las galerías, debido a la precariedad y la falta de autonomía, normalmente quieren trabajar con artistas con los cuales ellas puedan ganar, y no a la inversa; o sea, cuentan con que ya tú tienes compradores y un mercado establecido, porque son ellas las que necesitan ingresar. El riesgo de apostar por alguien muchas veces está fuera de la cuestión. Pero quizás sea algo que pasa en todos los contextos.

¿Qué papel le concedes al arte en nuestra sociedad actual?

Pienso que el arte constituye una plataforma o matriz que, por el hecho de estar montada en nuestra experiencia común de la realidad, le ofrece infinitas posibilidades a esta. La más importante: proveer un mecanismo de comprensión que solo es posible a través de la experiencia sensorial, emocional, que el arte propone.

El desmontaje o alargamiento de las propiedades formales que constituyen nuestro universo cognitivo le otorgan al arte la capacidad de reparar, o incluso de suplantar partes: algo similar a la función de las células madre en un organismo vivo, las cuales contienen toda la información necesaria para restaurar un orden.

Contrariamente a muchos artistas de las generaciones anteriores a la tuya, sigues residiendo en Cuba ¿por qué?

Creo que eso es una decisión muy personal. El deseo de irse suele tener como trasfondo un componente económico, porque para nadie es un secreto que la situación económica de Cuba es muy precaria. También este limbo o estado totalmente atemporal de vida que hay en Cuba, puede proteger al artista de los vaivenes de la dinámica real contemporánea; puede ofrecer un espacio bien básico, pero necesario, para sentar las bases de una vida dedicada solamente al arte, sin importar el éxito comercial.

Pero no es más que eso: una vez ganados esos fundamentos, se torna casi una obligación moverse hacia fuera, aunque sea de manera temporal, porque luego todos estos elementos que te han protegido en un inicio se convierten en un obstáculo para tu desarrollo.

En mi caso, nunca diría nunca, y pienso que la vida es más grande que un lugar y una circunstancia. Incluso dentro de mi contexto vivo como un outsider, puesto que no siento en mi pellejo la diferencia que supondría vivir en un lugar u otro, hablando específicamente de las fuentes que mueven mi obra.

¿Qué representa Cuba en tu vida y en tu arte?

Cuba es la matriz, es como la placenta. ¡Vaya usted a saber por qué invariable movimiento del destino uno nace donde nace! Cuba es la sustancia de la cual estamos hechos, ¿qué se puede hacer ante esto? Realmente ser cubano, como ser de cualquier otro lugar, permea tu vida, te da un modo particular de ver. Por otro lado, Jorge Luis Borges decía que no había libro más icónico del islamismo que el Corán, donde sin embargo no se menciona a ningún camello, lo cual haría dudar de la condición árabe de Mahoma a más de un avezado.


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Darwin Estacio Martínez – Galería.




Enrique Martinez Celaya

Enrique Martínez Celaya: “Necesitamos con urgencia un espejo”

François Vallée

“La codicia, la obsesión con las apariencias, y la soledad, definen una gran parte de la experiencia contemporánea. Y ni los políticos, ni la tecnología, ni la academia vienen al rescate. Y no vienen al rescate en parte porque lo que necesitamos es un espejo, y los espejos no surgen de esos orígenes”.