Ernesto Leal, o la disidencia creadora

Inmensidad del mundo que tengo dentro de la cabeza, pero ¿cómo liberarme y liberarlo sin que yo estalle? Prefiero estallar mil veces que esconderlo o sepultarlo dentro de mí. Es para eso que existo, en este sentido no tengo la menor duda.
Franz Kafka, Diario, 21 de junio de 1913.

En estos tiempos en que la mutación del sentido de belleza es pasmosa y la pasión por lo exquisito va desvaneciéndose, en que la prepotencia del marketing se afana para anegar cualquier singularidad de sensación o pensamiento, en que el arte se convierte en una producción; en esta época de divertimento desenfrenado, de comunicación a ultranza, esto es, de simulacro de presencia y de adhesión (las pantallas nos quitan hasta el tiempo de mirar), Ernesto Leal ha erigido una muralla orientada toda hacia su obra artística, la cual es un acto de pensamiento, o mejor dicho, una exteriorización, una estratificación, un proceso tanto de análisis como de síntesis generativa (crear es entrar en sí mismo). 

La obra de Ernesto Leal presenta todos los signos de una complejidad perturbadora, ya que transgrede las convenciones estéticas, ensancha los límites de la conceptualización visual y constituye una prolongación del pensamiento cuyos recursos insospechados explota, dado que es su exteriorización (“un pensamiento del afuera”, diría Foucault).

Una obra densa, una rareza, lo que podríamos llamar con Duchamp una “estética superior”, llena de alusiones, de citas, de referencias que operan en los más diversos géneros y componen un proyecto intelectual y crítico singular, construido con una notable coherencia, una lucidez dolorosa, una ironía feroz, una constancia pasmosa, cuasi sagrada, un rigor absoluto, una inteligencia aguda, una cultura amplia, una espiritualidad intensa, como una ascesis, una especie de camino de perfección individual que le otorga a su taller, lugar metafórico de la metamorfosis intelectual, espiritual y mental, un aura enigmática.

Ernesto Leal aspira de manera cada vez más consciente a una posición independiente, sin preocuparse lo más mínimo por la opinión de los pequeños círculos del arte sobre su trabajo o su filosofía artística (sus epígonos son legión) que no requiere ningún comentario teórico, ninguna exégesis, ya los contiene y de antemano se mofa de ellos, pues lo que cuenta para Leal, como para Artaud, “son sus posibilidades de expansión más allá de las palabras.

Su arte surge de una libertad donde su propia personalidad, con sus particularidades, está desprovista de importancia, donde lo único esencial es la obra, esta concretización de la visión de la existencia espiritual e intelectual. Escribir, dijo Maurice Blanchot, como si aludiera a Leal, es “entregarse a lo interminable, a lo incesante”. 

Leal es un experimentador incansable, su arte se inspira en la pintura, el dibujo, la fotografía, la escultura, el video, la instalación, la performance, las nuevas experiencias del arte conceptual o procesual, pero siempre lo remite a su origen esencial (sin hacer ruido, sin grandes declaraciones didácticas, Leal es un anti-ilusionista por excelencia), ya que el arte no puede ser moderno, el arte vuelve eternamente al origen, que es la imagen, el pensamiento figural. 

La referencia a la vida, a la existencia humana, caracteriza la obra de Leal desde sus inicios a finales de los años ochenta con el subversivo grupo Arte Calle del cual formó parte.

25 / 50. Un recorrido por mi obra visual

25 / 50. Un recorrido por mi obra visual

Cirenaica Moreira

Desde Ojos que te vieron ir… (1994) hasta Últimas fotos de mamá desnuda (Trabajo en progreso, 2017).

Su trabajo se refiere directa o indirectamente a cuestiones sociales, políticas, económicas de su país de origen, Cuba. Su obra cuestiona el poder, afronta las anomalías, abyecciones, cobardías y abominaciones de las cuales es capaz el ejercicio de la dominación, de la opresión, transformando el sufrimiento en un acto de pensamiento y creación, como lo mostró Peter Sloterdijk: “Tenemos que ser desgarrados por algo que nos supera para pensar”. 

La disidencia creadora de Leal es una crítica mordaz y sutil del poder absoluto, pero sus trabajos nunca son imágenes sobre el poder, ni desde; Leal produce obras que se adentran en lo más profundo de lo que es el poder para hacer surgir mejor su opresión y generar una capacidad de creación mucho más poderosa.

El arte de Ernesto Leal, como creación y pensamiento, actúa como un poder dentro del poder. Para alcanzar, por mediación del arte, la capacidad de actuar o denunciar, no conviene incurrir en un expresionismo patético o en un arte político ilustrativo, sino tomar el riesgo de infiltrar los dispositivos de la representación para desenmascararlos y ponerlos a prueba.

La trayectoria artística de Leal está inmersa en un contexto político y económico muy particular impuesto desde hace sesenta años por el régimen castrista, pero su obra no se reduce a lo político, con su sutileza poética y filosófica socava los códigos de creación y percepción del objeto de arte y genera modalidades de representación que dejan entrever un potencial inesperado para el arte y el pensamiento: revelar la secreta polifonía de lo real.

Leal trabaja desde siempre combinando lengua (textos, vocablos) e imágenes (fotografías, dibujos, pinturas…). Siempre ha tomado como tema de reflexión el lenguaje como herramienta visual y el contexto adverso en el cual vivía.

Según él, el arte tiene que ver con la energía, la cual no se traduce ni por mediación de la imagen, ni por mediación de la escritura, sino a través de ambas. Siendo las palabras insuficientes para existir como entidades incorruptibles, imperecederas y puras, han de coexistir con otra cosa, como la imagen.

En sus obras, la lengua no está para enseñar, explicar, analizar, no cuenta historias, está para significar, sus palabras resuenan, son como cosas en su condición más física, como material de la representación. Así, el pensamiento de Leal se identifica con la lengua, decir es pensar, es ser. El lenguaje hace del mundo exterior un reflejo de sí mismo, esto significa que el mundo exterior es lo que se dice de él, el lenguaje evalúa la dimensión del vacío de las imágenes. 

Según Plutarco, Simónides de Ceos llamó a la pintura poesía silenciosa y a la poesía pintura que habla. Porque las acciones que los pintores representan mientras suceden, las palabras las representan cuando ya han sucedido. La conciencia de ambas realidades constituye un rasgo propio a la obra de Ernesto Leal.

Equipara poesía y pintura como dos prácticas asimilables, concibe la palabra como algo visible, es la imagen de las cosas, materializa el pensamiento. De cierta forma, Leal prosigue la obra de Marcel Broodthaers e inventa un arte visual en el cual se inscribe “el valor plástico del lenguaje” como modelador y configurador de la realidad inmediata.

Este papel del lenguaje como constructor de la experiencia excede el ámbito de la función comunicativa inherente al lenguaje hablado o escrito. La diferencia entre el texto (portador de sentido) y la imagen (portadora de formas) constituye una dualidad que sirve para institucionalizar las significaciones y las estructuras significantes de una sociedad, las cuales hacen de la lengua algo que nos expresa, nos determina y nos identifica. Como Karl Kraus, Leal considera que “cuanto más de cerca se mira una palabra, desde tanto más lejos devuelve la mirada”. 


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Ricardo Alberto Pérez

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