Ten del universo una contemplación atomística.
Sé el alba mezclada al ocaso.
No esperes a la muerte: ella está en ti.
Marcel Schwob, El libro de Monelle
En una época en que el mundo se presenta cada vez con más frecuencia para nuestro primer uso a través de la inmaterialidad digital de la imagen, disponible en todas partes y en todo momento, José Bedia, en un incansable acopio de saberes y conocimientos que comenzó en La Habana hace unos 40 años, afirma lo real como irreductible, la posibilidad de lo real que el arte todavía puede ofrecer.
Bedia hace inagotable el mundo porque cree en el origen divino del universo, y confiere una cualidad infinita y trascendente a los elementos que lo componen. Por su propia actividad, participa en el proceso de reificación y fetichización; juega con ellas, mostrando que constituyen las dos caras contradictorias de nuestra relación con el mundo.
El aura del que goza el objeto convertido en obra de arte procede de su creador. La mano de Bedia es la de un alquimista o un chamán, un demiurgo que transmuta su vida personal, sus encuentros y los lugares que visita en un Ars Magna, esta concepción más ambiciosa de la alquimia, revelada en Europa ya en el siglo XVI.
Si llevamos la analogía con la alquimia a su conclusión lógica, la “piedra filosofal” que busca Bedia no es ciertamente de orden material. Se trata de un impulso amoroso, una energía vital y una conciencia universal que abrazan y acogen en su capacidad de transformación la anarquía de los vientos contrarios. Se trata de una búsqueda eterna, fuera del tiempo, cuyo designio primordial es restituir el sentido original, la forma esencial.
El trabajo artístico de Bedia se centra en la superación de los modos tradicionales de pensamiento y creación, así como en la superación de un enfoque cronológico de la historia y el tiempo.
Todo es indisociable, todo está contenido en un gran Todo que constituye la esencia misma de la presencia en el mundo. Sin embargo, el rechazo de las categorías le permite, de forma muy espontánea, abordarlas todas, intentar una síntesis entre dibujo, pintura, escultura, instalación.
De hecho, a través de esta transgresión de los géneros y las categorías elabora un lenguaje nuevo que abole las fronteras, supera los límites entre lo formal y lo informal, entre presentación y representación, entre arcaísmo y modernidad.
Bedia desecha la retórica de una cultura contemporánea demasiado pulida para redescubrir las fuentes vivas de la humanidad, porque él “es realmente un ladrón de fuego. Está cargado de humanidad, aun de la animal”, como diría Arthur Rimbaud.
Su obra es el testimonio de una profunda fe en la humanidad del hombre, en la superioridad de las fuerzas de la vida sobre las de la muerte. Para él, crear es ante todo comulgar con los elementos en un mismo impulso demiúrgico. Bedia es a la vez un hombre del siglo XXI y un animal procedente de la noche de los tiempos, porque ama esa región distinta del hombre que son los animales.
José Bedia, al estimar que es tarea del artista dar cuerpo a los mitos, reivindica esta alta función (casi esta misión) del artista dentro de su sociedad, la que nació con el Renacimiento. Es en el deseo de ósmosis entre el individuo y el cosmos, entre el cuerpo del artista y el de su obra, en este engullimiento, en esta metamorfosis del uno en el otro, en las profundidades míticas del artista, “en la cálida camarilla fantasmagórica de su cerebro con las ventanas pintadas y las paredes historiadas”, como escribió Robert Louis Stevenson, donde nace la pujanza íntima de su obra, su estilo, esta magnífica fusión de sabiduría ancestral y conciencia contemporánea.
El otro mundo es este mundo que José Bedia ha ido construyendo a partir de la realidad portadora de símbolos de sus maravillosos relatos, de sus personajes, híbridos de hombres y animales, que se mueven por un territorio en el que uno de los componentes es el motivo omnipresente de la dualidad o unidad de los contrarios: hombre y animal, hombre y máquina.
Este mundo de resonancias, de truenos, que aborda nuestros dilemas pero ni quiere ni puede ofrecer una solución, no es un mundo alternativo, sino un mundo de gran presencia, como un sueño sobreexpuesto. Las raíces históricas y geográficas de este nuevo paradigma poético proceden de las tradiciones de las culturas occidentales y de las culturas llamadas “primitivas”, de las que Bedia es uno de los más insignes conocedores.
Artista viajero en perpetuo movimiento, heredero de la tradición occidental de los exploradores, José Bedia prosigue en su obra la emergencia del nomadismo y el mestizaje cultural de los signos como lugar de la multiplicidad y la diversidad que lleva a la idea de totalidad. Bedia está impregnado de cultura erudita, no ignora ningún rincón del planeta, se desliza por el espacio pero también por el tiempo: en su obra los años se restan, se diluyen, se esfuman, en un vertiginoso retroceso del tiempo.
Las investigaciones artísticas de Bedia van acompañadas de una pasión casi proustiana que recuerda el “tiempo perdido” entre mitología e historia. Bedia se identifica con la fluidez. Al hacer visible el flujo que riega, inunda e impregna todos los campos, esboza los cimientos de una nueva poética, de otro mundo, el de un Todo armonioso que no sufre partición alguna.
La obra de Bedia es un teatro orgánico en cuyo seno los procesos de metamorfosis no son simulacros mágicos o espectaculares, sino estrategias de resistencia a cualquier intento de confinamiento y limitación del ser humano. Aprehende al ser humano en una dinámica de extensión y resonancia con el espacio y el mundo.
Es la sensación de un flujo perpetuo de energía, la percepción vitalista del mundo, la puesta en juego de las potencias, las que infunden a su obra una fuerza liberadora. Se abre al mundo para hacer visibles las vicisitudes de los hombres doblegados bajo el yugo y su desarraigo por los conflictos y el exilio.
Es un mundo entregado a la hybris de la modernidad, al deinos, al aiskros, estos términos griegos que designan el imperio de la desmesura, la fealdad, lo espantoso. De este modo, Bedia expresa la fuerza del arte como experiencia primordial de la vida y la conciencia de ser más allá de cualquier límite.
Bedia es un romántico moderno cuya obra, impregnada de la “ilusión profana” del mundo material, constituye la revelación de una esencia espiritual. Más allá de la dimensión chamánica y totémica, heredada de Claude Lévi-Strauss y Marcel Mauss, el trabajo de Bedia explora la similitud de las interioridades. Ofrece al pensamiento y a la imaginación la amplitud de un Umwelt en el que cada individuo se convierte en el microcosmos del mundo.
La obra de Bedia es una cadena imantada de elementos convergentes y solidarios, tanto reales como imaginarios, de un destino humano transhistórico. Mientras el antropólogo busca comprender las otras culturas, un artista como Bedia es, por el contrario, quien las interioriza.
Lógicamente, pues, las obras de José Bedia suscitan ese sentimiento de “aura” que tradicionalmente acompaña la gran forma del arte, su forma heroica, y constituye su plenitud. No cree en ningún utopismo abstracto que exija que el arte colme el vacío del mundo. Para Bedia, el mundo ya está lleno; basta con reconocerlo y hacerlo visible.
La descompartimentación de las disciplinas en la que Bedia fundamenta su andadura ya se inscribe en el campo epistemológico del arte. La especificidad de su pensamiento reside en la realización de actividades que aúnan indistintamente los ámbitos de la cultura, del arte y de las ciencias humanas.
Contrariamente a Beuys, quien deseaba que “todo hombre es un artista”, Bedia piensa que hay artistas y no artistas, y que los primeros se distinguen de los segundos, entre otras cosas, por su capacidad para presentir una potencia y representarla, para mantener la idea misma de la grandeza del arte, acompañada de su doble corolario: una aguda conciencia de sí mismo como artista y una dimensión aurática de las obras.
De ahí su apasionado interés por el arte de las sociedades tribales, basado en modos de expresión primordiales inspirados ante todo por la sensibilidad y dictados por un movimiento que germina en la apariencia.
Lo que José Bedia consigue magistralmente es exhibir el foco de la creación, su origen, su alumbramiento a partir de una anterioridad ancestral, porque esta es su definición del arte: una captación de la génesis.
José Bedia: Galería
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