Ramón Williams: ‘Nací exiliado’



En alguna publicación digital puede leerse que Ramón Williams (La Habana, 1969) “es un artista visual de consistente propensión al ejercicio de la escritura”. Su novela A dónde, (Editorial Bokeh, 2019) y el vasto conjunto de su “escritura solar”, o sea, su abundante obra fotográfica, son algunos de sus avales (o avatares) como creador, junto a la pintura, el video-arte y la cinematografía.

Versatilidad puede ser la palabra clave para describir la obra artística de Ramón Williams, que desafía cualquier clasificación genérica simple. Su cortometraje Feedback Time acaba de ser seleccionado para integrar la Biblioteca de Video Digital del Instituto Hemisférico, o HIDVL, sus siglas en inglés.

Algunas piezas de su más reciente serie, Museum Traces, pudieron verse en Prototipoak, la Bienal de Nuevas Formas Artísticas que tuvo lugar en Azkuna Zentroa-La Alhóndiga, Centro de Cultura y Sociedad de Bilbao, en el mes de junio, que reunió a un pequeño grupo de artistas que encajan en lo que pueden considerarse novedosas formas de encarar el hecho artístico, con vistas a un futuro que ya está aquí (siempre frente a la imagen estamos frente al tiempo).

De lo más representativo de su obra fotográfica es el cuerpo de trabajo que lleva más de veinte años produciendo titulado Trace Crop Off, que integra mucho del Street Photography, y donde también son reconocibles elementos del Pop Art, el arte conceptual, el diálogo con la pintura gestual, y la estética oriental, principalmente zen.

Cuestionar, explorar, expandir los límites del lenguaje visual y los campos semánticos del entorno urbano, potenciando su visualidad y subvirtiéndola a un tiempo, son actos claves en su modo de encarar el arte. No pasa desapercibido su interés por indagar en el reciclaje, lo accidental, lo aleatorio, a la hora de intervenir en el mundo de las imágenes para generar posibles significados alternos.

El trabajo fotográfico de Ramón Williams, animado por una reflexión crítica respecto de las imágenes y la epidemia de la realidad sobre estas, instaura un nuevo grado de verdad, ya que no copia la realidad, sino que la moldea para que lo ficticio se asemeje a lo real. Sus imágenes constituyen su memoria, su imaginario, su inconsciente, estas pequeñas percepciones confusas.




Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia…

El centro de las ciudades tiene márgenes. Estos márgenes tienen algún centro que a su vez produce, en su centrifugar, otros márgenes, y así. En algún rincón de esa fractalidad se me dio el ser.

Nací dentro de una pipa, una buena pipa en La Lisa. Las permutaciones de la pipa continuaron en Marianao, derivación de Mayanabo, “Tierra entre dos ríos”, en lengua aborigen (tipo Mesopotamia, digo yo), sobre un manantial que aún no han sellado gracias a la afortunada incompetencia de las autoridades competentes.

Soy hijo de un negro norteamericano de pies ligeros en rumbas delirantes, nacido en el extranjero (Cuba), y una trigueña pinareña naturalizada en La Habana. Abierto desafecto al gobierno él, ama de casa consagrada ella, pasé mucho tiempo de visita en prisiones, a las que se sumaron las de mi hermano del medio, atrapado a punto de volar en Iberia sin cierto cuño oficial en su pasaporte… a sus quince años.

Lo bueno es que, gracias a todas esas jabas cargadas junto a mi madre, me quedaron buenos brazos, y que muy temprano recibí una clara noción acerca de los barrotes invisibles fuera y dentro de uno mismo, tan temprano como esa otra noción, la de la libertad que habita en la actitud de cara a la vida, sobre todo cuando esta te mira duro a los ojos y vigila hasta el aire que respiras o sueñas respirar.


¿Cuál fue tu primera emoción estética?

Fue temprano en los años 70, en una mañana de septiembre, en La Lisa. Sobre mi cama y de cara al techo, dejé que la luz del sol que se filtraba por una hendidura en la puerta de la pipa recorriera mis párpados cerrados.

Ahí descubrí del color su naturaleza luminosa, sus tonos y gradaciones; también su ausencia, si aplicaba mayor presión con los párpados y entornaba suficientemente los ojos hacia mi frente. Una vez que el haz sobrepasó mi frente, abrí los ojos y quedé frito por la visión: incontables puntos blancos danzaban en torbellino dentro de la banda de azulada luz lechosa sobre mi cabeza.

Ahí, todavía sin mudar los dientes, presentí por primera vez la inmensidad del espacio y el tiempo, si no el propio concepto de eternidad. Alguien fumaba dentro de una pipa en La Lisa, mientras en California alguien esbozaba el guion de La Guerra de las Galaxias.

Veinte años después, escucharía de ese crack in everything por donde la luz entra.


¿Qué pasó para que te decidieras a ser artista plástico?

En 1986 mi veterinario hermano mayor (no el expreso político y marielito) me regaló uno de aquellos primeros relojes electrónicos rusos recién diseminados en Cuba. El objeto debió funcionar como estímulo “moral” ―“lacrimoso”, me dijo― por mi inscripción en el pre-destacamento de estudiantes de medicina.

Ahora pareciera elemental que se trataba de su propio sueño perdido, pretendiendo realizarse a través de mí, pero no entonces. No pasaron tres días de la ceremonia del reloj, cuando un palo de agua me sorprendió de flâneur por el Boulevard de San Rafael.

Debo haber tardado nada en guarecerme bajo el techo de una librería, a unos pasos de la explanada que dejó la memorable tienda El encanto al arder. Consulté la hora, pero todo lo que alcancé a ver fue un dibujo en tinta negra, allí donde debían mostrarse los números. “Puro y duro expresionismo abstracto”, pensaría años después.

Por si aquella evidencia no hubiera bastado para descartar el sueño de mi veterinario hermano, me tocó visitar la piscina de formol (también conocida como “el cuarto de las papas”) en la escuela de medicina. Esa vez, mientras el sazonado galeno a cargo de la presentación se dirigía al grupo de aspirantes a galenos, el haz de luz que conocí en la pipa de La Lisa, atravesó los cristales de una ventana, y fue directo a peinar la docena de cuerpos que flotaban en el recipiente.

Cuerpos de todo sexo, edad y raza, azules todos, impasibles y desnudos, casi sonrientes, como sumidos en la nota profunda del aldehído. De nuevo el polvo galáctico, cursi como es, había danzado para mí, esta vez había hecho arder para siempre el encanto, el sueño de mi veterinario hermano en mí, al tiempo que me despertaba en dirección de mi propio sueño.

Luego llegó la modelo de las tres tetas, pero eso ya es arena de otro contar, tretas del destino.


¿Cuándo se convirtió el arte en el centro de tu vida?

Poco después de aquella mañana luminosa de septiembre, cuando un cine de Marianao, que hacía las veces de almacén del Ministerio de Cultura, ardió moderadamente.

Mi padre se apareció en casa con toneladas de materiales para pintores, todavía calientes. Mi madre dejó en mis manos las paredes de toda la pipa. Considérense con suerte aquellos vecinos de entonces, que baterías y tubas no sobrevivieron al siniestro.


¿Qué formación tuviste? ¿Cómo valoras la enseñanza que recibiste?

La de un autodidacta que llegó (y llegaba) tarde a las escuelas de arte. Pero sí, secuelas de escuelas tengo. Allá por 1987 comencé simultáneamente en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona en la especialidad de Artes Visuales, y en el curso nocturno de San Alejandro.

No era legal cursar dos niveles de educación al mismo tiempo. Tardaron, pero me descubrieron. Me echaron de la Academia y proseguí con el Instituto. Allí convalidé idioma y varias asignaturas técnicas. Compraba tiempo para aprender lo que “no se aprende en escuela ni en hogar”.

De todas formas, no pude librarme del magisterio de algunos de aquellos egresados del ISA ochentero que, poco antes de salir en desbandada hacia México, muchos con destino a USA, cumplían parte de su servicio social en el instituto.

De ellos valoro el tono reflexivo sobre el arte, la resaca de pensamiento crítico que alentó toda una década. Un legado de cierta virulencia, ya que no violencia abierta y directa, contra el accionar opresivo de aquel poder aún vigente en la Isla.

Mis influencers de esa etapa, los que aún no alcanzaron la pureza de la desmemoria, pueden decir sus nombres.


¿Qué es el arte para ti?

Instrumento vivo capaz de trascender retinas y rutinas, ojeras y orejas, propias y ajenas. Pócima decantada de algún Absoluto maniático que no salva pero alivia.


¿De qué manera has evolucionado como artista? ¿Han cambiado tus ideas sobre el arte?

Mi relación con el arte paró en seco poco después de mi llegada a USA y el reencuentro con mi padre, después de 17 años de separación forzada (de la prisión lo habían lanzado a un barco durante el éxodo del Mariel en 1980).

Pasé del óleo sobre lienzo y las alegorías pictóricas tan típicas del arte cubano, a experimentar con materiales menos industriales, en un territorio visual más ligado a la abstracción, a una serie de fotografías y videos cuyo sujeto fue mi padre, dinosaurio de vivos ojos rojos, por los próximos cinco años.

Con la última partida de mi viejo, también desaparecieron las figuras y los rostros de las calles de mis fotografías hasta el presente. En términos de visualidad, lo humanamente relevante se me da ahora mejor en la involuntariedad de sus trazos que en la obviedad de acciones y apariencias con intención de duración, apreciación, fijeza.


¿Cómo definirías tu práctica artística?

Un cluster interdisciplinario en pausado y discreto desenvolvimiento. Mi avatar viene a ser el de ese gato que, con su obrar, agota en sólo una sus siete vidas. Uno que corre a su aire sin echar carreras de corto circuito.


¿Cómo contemplas tu estatus de creador en el siglo XXI?

Bueno, $500 mil al año no está nada mal, sólo que me pagan en rupias y termino percibiendo poco por lo que percibo y hago percibir.

No, en serio, mi estatus es de un perfil nebuloso. En el campo artístico literario, en dependencia del lado del observador, puedo parecer un outsider que entra más de lo que sale, o un insider que sale más de lo que entra. Es un campo donde las minas no contienen flores, pero las flores a menudo contienen minas, y yo, sazonado jardinero o zapador no soy.


¿Eres reacio a explicar tu trabajo, al acercamiento crítico?

Si mi trabajo no se defiende solito, no lo dejo salir de casa, lo transformo en otro trabajo hasta que hable y diga cosas que importan a mi decir, a la usanza barroca o minimalista, en lengua arcaica o neofuturista, por cualquier medio, material o soporte, pero que las diga.

Por momentos, dejo pistas en el “suplemento verbal”, suerte de condimento constitutivo que ayuda con el contexto del trabajo en sí. Pero lo que se dice explicaciones-explicaciones, siempre las debo.

Bienvenidos los críticos, las críticas, los criterios, y que en el cielo postsoviético descansen los Desiderios. Creo haber superado esa alergia. Es menester bajarse uno mismo los humos antes que lleguen los otros. Hacerlo preferiblemente con buen humor, aun si con ello se pone en juego algún aspecto de la seriedad del gesto artístico.


¿Qué artistas han influido en ti y a cuáles sigues admirando?

La listas pueden ser injustas, fabricadas a posteriori, de una organicidad sospechosa, pocas veces misteriosas de verdad. La mía es variable y contradictoria, lo siento por los buscadores del Arca perdida de la coherencia:

Miles Davis, por Fénix, por su capacidad musical (y vital) de resurgir.

La trova tradicional cubana, por la síntesis de riquezas de procedencias dispares.

Chano Pozo, por reventar los cueros del Marianao profundo en el meollo musical de la Gran Manzana de su tiempo guapo, y por amigo de juventud de mi padre.

Los espejos (sus reflexiones y refracciones eruditas) insaciables en la escritura de Jorge Luis Borges.

Los tentáculos semánticos en la pluma de Cabrera Infante.

El coraje de Kundera para pasear al animal Belleza por paisajes políticos inaceptables.

La facilidad de Akira Kurosawa para navegar de un lenguaje visual a otro. Sus storyboards, excelentes acuarelas por derecho propio, me tendieron un puente sutil entre plano fijo y plano en movimiento.

La asepsia inquisidora de Stanley Kubrick, el renegado que sabía demasiado.

Una novia perdida de Duchamp, por desbordarle a este los límites del Arte en su tiempo.

La cristalización de algunas cruentas notas de Jean-Michel Basquiat, su espíritu indomable revolviendo, en lengua bruja y propia, grandes temas de la pintura occidental.

La fabulación sin filtro ni fin de Joan Fontcuberta.

Chapeau para Ed Ruscha por devolverle su poder de imagen a la palabra escrita.


Desde la distancia, ¿cómo juzgas a tu generación, la de los años 1990?

La veo mayormente como una generación de tránsito, aunque con méritos propios. Me parece que contiene la reminiscencia de cierto riesgo estético en función del discurso socio-cultural dominante en las artes de los años 80, a la vez que le busca el punto G al mercado internacional del arte.

Una generación astuta, ma non troppo. No como la siguiente, que tiende a trabajar excesivamente con el Nitrato: “Si no eres puente para mi crossover, de alternar contigo ni trato”, he leído en alguna joven frente, tras el cristal de su simulador de vuelo, mientras inspeccionaba mi potencial de mentor, presentador, patrocinador, etc.; nada terrible en sí, pero sí altamente limitado.

De seguro que en esa reciente cría, como en todo tiempo que fue, también refulgen los excepcionales, los del trato franco, por encima de las estrategias de avance personal hacia alguna gloria estratosférica.


¿Cuál es tu apreciación respecto al arte cubano contemporáneo?

Según sus artífices se han desperdigado (no erratas aquí, por favor) por el mundo, así han ganado en diversidad dichos contemporáneos, en términos de influencias y estilos hablando. Saludable desperdigue, tal vez.

Por otro lado, la eclosión “artivista” me resulta un revival de la usanza contestataria en la Cuba de los años 80, esta vez más anclada en parajes de intereses ideológicos y mercantiles globales (o discales), o al menos de manera más obvia.

Si en ambos casos se trataba, o se trata, de “disidencia controlada”, o de “consciencia crítica” ida de las manos de los alfabetizadores, pudiera ser material de tesis en algunas universidades. Va y descubren la profusión de un artivismo de corte patriótico fundamentalista ingenuo, protagonizado por estetizados cuasi próceres que se avispan en una criolla “verdad instrumental”, o no.

Igual, conspiranoia o simple paranoia, no es difícil olfatear en todo el orbe que lo que en los 60 llamábase “actitud de protesta”, hoy recibe leche de la misma fuente que amamanta lo protestado. ¿Será que ciertamente todas las paradojas son reconciliables? En Estambul, cuerpos de especialistas dilucidan si es viral o bacteriano el arte cubano.


¿Qué relación mantienes con los artistas cubanos? ¿Y con los otros?

Inspirado por unos; levemente derivado por otros. Enemistades más o menos fortuitas o ganadas, en todo caso bien balanceadas por empatías inesperadas y amistades nuevas. Es lo habitual entre entidades sensibles con formaciones y deformaciones variadas, dadas al crear, con sobrados egos, un mínimo poder sobre la vida y ninguno sobre la muerte.

Los artistas de otros paisajes suelen interesarme más; no tienden a tirar de uno hacia el cieno de localismos compartidos con sobredosis de patriotismo poco integral. Artistas sicilianos he conocido que asoman con auténtica curiosidad por lo que uno obra, con agudeza pero sin choteo ni temor a sombras de gremio, fantasmagorías y sus consecuentes defensas sicilianas fuera de lugar.


Háblame de tu proceso de creación.

Nada de suprema serenidad y sistematicidad, tampoco arrebato visceral o parto tortuoso. Pero sí que parto de alguna experiencia emocional directa que voy filtrando hasta llegar, una vez alcanzado un cierto nivel de consciencia de la misma, a una imagen cuya definición aporte un cuerpo apropiado a la idea agazapada tras la emoción inicial.

Aparte del dominio del oficio, del manejo de los medios y del lenguaje, que permiten materializar la idea en un objeto sensible, tal vez lo más complicado sea compartir los resultados de manera efectiva, con verdaderas ganancias para los involucrados.

Crear, como apuesta de vida, es lo más parecido a meter las manos mentales en el gran hormiguero abandonado, donde hay enterradas joyas de consciencia humana de todo orden, en compañía de todo orden de “ocupas”, monstruosidades impredecibles e igualmente humanas.

Todo consiste en intentar extraer y compartir unas, sin que me devoren las otras. No hay garantías, sólo la consagración de la intuición por encima del cálculo pragmático, el golpe de adrenalina que trae la posibilidad de acertar en lo que extraigo, contra todo pronóstico u advertencia.


¿Qué particularidad tiene la fotografía en comparación con la pintura o el dibujo?

Fotografiar nos ata al fenómeno en su apariencia, lo hace con su fijeza de plano inamovible, bajo el dictado del “momento decisivo”. Esa prisión de lo evidente calcificado en el tiempo debe ser atravesada por el singular modo de ver en el mundo de aquel que se da a la fotografía, con toda intención. A quien le importe ir más allá de una objetividad documental estricta, debe salir al encuentro de (o dejarse encontrar por) ese meollo esquivo del fenómeno que se oculta a plena vista.

Por medio de la fotografía, lo mismo podemos acceder a la quietud casi imposible en una calle repleta de entidades, que a escándalos vitales en un rostro vacío, en un cuarto vacío. Como ya no se precisa ser fotógrafo para registrar imágenes, ahora todos somos fotógrafos, se diría. En consecuencia, por cada segundo transcurrido, una imagen es arrojada al mundo. Una o mil, trilladas, vistas y hechas por millones de lentes en trillones de irrelevantes variantes.

La diferencia entre la imagen trivial perfectamente prescindible y una obra de arte hecha con luz grabada, radica en el conocimiento y preparación adecuada del aparato, en función del sentido que se intenta atribuir a la imagen.

La paciencia desplegada en el acecho de la imagen, el ángulo que se escoge, y la conciencia de qué dejamos fuera del encuadre, pueden convertir lo fotografiado en algo profundamente distinto de lo que aparenta cuando el observador común mira sin ver, o cuando oprime el obturador por vicio, malcriado por la tecnología. En cambio, el dibujo y la pintura no sólo son relativamente menos aparatosos, sino que también pueden prescindir de un referente.

Con trazos y pigmentos sobre una superficie dada, no estamos obligados por nada más que por los límites de la imaginación, más que por las dimensiones de la superficie. Se puede pintar o dibujar desde el Todo hasta la Nada, pero fotografiarlos resulta imposible, no pueden ser abarcados por fotógrafo alguno, pues sólo se fotografía algo que está ahí.

A no ser que olvidemos montar la tarjeta de captura en la cámara o retirar la tapa del lente. Raras veces el agua anega un estudio para disolver docenas de dibujos que no verá nadie más que su autor. No tan raramente la falla mecánica se interpone en el intento y la fotografía queda for your eyes only.

Por otro lado, a cada idea al centro de una obra le corresponde un vehículo idóneo, y toda manera de obrar conlleva sus chances de expresión única y sus propios riesgos de no realización. Cada lenguaje es su viaje.


¿Creas sin pensar en un público, sean amigos, coleccionistas, galeristas?

No los pienso, más bien los escucho como una música de fondo que puede ir, desde maracas apocalípticas en la casa de cultura en Holguín, unos solos de sirena en Coral Gables y descargas yokoónicas en Ohio, hasta la Música de las Esferas. Sean las esferas de influencia del café Versailles en calle Ocho, las de un séptimo piso en New York o de un apartamento chulo del Vedado, acaso el crepitante eco de naves ardiendo en los hombros de la constelación Orión, joder. Claro, todo sin minimizar las claves cruzadas de un guaguancó cuántico en el barrio de Wynwood.

Vérselas con un tinitus tiene las ventajas del adiestramiento a la hora de lidiar con la parte indeseada de la música del mundo, sin perder la pauta. El “ruido” es sólo el vestido más oscuro de las armonías. No sé si, en esto último, Stravinsky y Los Papines me apoyarían.

Por mi parte, asimilo el arte paradigmático que destila desde el intelecto sofisticado, como aquel otro que a voluntad devuelve sus dosis de pensamiento mágico, reivindica la capacidad de trance, y da de sí, en frecuencia con el latido originario que marcó las paredes de las cavernas. Llamarle a éste “arte primitivo” es subestimar la potencia conceptual en el entramado de su magia.


¿Qué relación mantienes con las otras artes? ¿Cuál es su importancia en tu vida y en tu trabajo?

No bailo tan bien como quisiera, ese talento conmigo saltó una generación, todo un contratiempo en relación a las ya manidas expectativas del folclor, qué le voy a hacer, asere.

Temo el tema de la resistencia de los materiales en Arquitectura, demasiados derrumbes presenciados, quizá. Actuar o dirigir teatro me intimida, por los riesgos de su extrema inmediatez, lo irremplazable de cada acto.

De un modo u otro, el resto de lo que pueda asimilarse como arte es mi vida y mi trabajo neuróticamente entrelazados, hasta donde abarque el abrazo de la práctica y me dure el aliento del aprendizaje. Apretar no es importante, abrazar con toda amplitud e intensidad posibles, sí lo es.


¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo? ¿Piensas que el mercado orienta la creación?

El dinero suele saber qué arte le sirve para reproducirse, y el arte a menudo sabe qué dinero puede hacerle caso y alimentarlo con elegancia. Se orientan mutuamente, con la misma facilidad con que se abandonan.

¿Hay una posible vanguardia adinerada que antes no haya muerto de hambre? ¿Hay adinerado serio que no sepa o no le hayan cantado el musicalísimo tema El arte de los impuestos del arte?

El hecho es que medio milenio de mercado del arte en Occidente pesa demasiado en el camino de las filantropías. Sabemos que Don Dinero lo mismo auspicia que dicta, a la vez: No aro, no baro.

Del mercado del arte su cualidad más asombrosa quizá sea el enorme poder de absorción de toda forma artística que ronde a su alcance. Otra manera de (no)verlo: un agujero negro forrado en oro, donde el oro que aporta el arte se funde con las paredes del molde, cuando no se acrisola. Fundar, fundir, confundir, disolver, sublimar.


¿Qué tipo de relación tienes con los galeristas?

¿Bipolar, de mutua ignorancia, amor-desamor? Un poco de todo eso, y un par de breves buenos tratos cerrados y deshechos también.

¡Oh, tú, galerista de pulidas catacumbas cubiformes que me lees, desempolva tus atrevimientos y lánzate por esta ventana de tiempo-entrevista, que no somos eternos, por el momento! Cuando dé con el galerista adecuado, no creo que lo revele con algarabía, pero habrá señales.


¿Qué papel le concedes al arte en nuestra sociedad actual?

Parecido al papel del papel en la actualidad, acaso el de conservar su perfume de árbol. Toda una subversión, dada la sobreabundancia de plástico y circuitos integrados. El papel de retoñar, como puede hacerlo tal vez un árbol talado con fines de biblioteca.

Estirarse desde lo individual hacia una escala más alta, sin quemarse con los rayos fulgurantes del colectivismo idólatra. Conectarse al cuestionamiento del nuevo juego geopolítico y las ideologías a su servicio, que sin escrúpulos adulan, o sin piedad anulan, siempre a conveniencia de titiriteros mayores.

El papel de reinventarse como forma de conocimiento, de echarse al viento nuevamente, bien clara toda experiencia de vuelos, velos y desvelos acumulados. Al viento donde ya ha quedado escrito que lo único permanente es el cambio, que la energía no desaparece, solo se transforma, y que el arte puede ser valioso portador y catalizador de energías liberadoras del ser, desde la dimensión ontológica hasta la política.

Nada difícil para el arte (y sus artistas) regenerarse a sí mismo, si la práctica artística fuera puntualmente obediente a la teoría, que no lo es.

Como la complicación era poca, llegó la AI, sobre alfombra roja niquelada. Cohetes y aspirinas artísticos tienen a su alcance un dispositivo, todavía en versión Beta, que sirve y desafía a la imaginación como nunca antes. Si se trata de una promesa de apertura hacia un nuevo paradigma artístico, o de una amenaza de memificación del arte y momificación de los artistas, creo que muy pronto lo sabremos. De momento, la pantalla está servida. Ahí ya hay AI para todos.

Si errar es de humanos, y abundante humanidad puede encontrarse en el arte, queda claro que la AI aplicada al arte ha de aprender a equivocarse, pero entonces erraría de manera perfecta y quedaría en evidencia, quizá para bien de otro arte y otros artistas posibles.


¿Qué consejos le darías a un joven artista?

Recalibrar antes de los 27 la importancia del Club de los 27, porque, a decir verdad, en una escala cósmica todos, absolutamente todos, morimos jóvenes. De modo que la precocidad suicida resulta irrelevante, cuando se compara con la esperanza de vida de las más opacas estrellas. Distinguir la moda de lo que no pasa y apuntarse sólo a bombardeos que respondan a la bomba en el pecho, porque no nos está dada otra inmortalidad que la de parecernos a nosotros mismos en nuestra versión mejor.

A la misma vez, absorber y envenenar el canon heredado en los pupitres. Abandonar y volver sobre las tradiciones en un mismo accionar sobre la realidad del arte y la realidad del mundo que lo acompaña con condiciones. Juventud, traicionar y morir por lo traicionado en el mismo disparo, jugárselo todo sin creer en nada que no muera por esa juventud.

Lavarse bien los dientes en toda circunstancia, para morder el cable de los rechazos con la mejor sonrisa. Entender la diferencia entre el hobby, el business y la pasión. Entre la carrera por el “yo” y lo que vale la pena pasar a los otros, mientras se disuelve el susodicho “yo”.

Escuchar a locos de atar al azar, sin hacerles documentales necesariamente. Repasar los frutos secretos del talento personal, antes que los números rojos en la cuenta de banco. Mirar una y otra vez los Vanitaes de todos los maestros que duermen en los museos y los anaqueles.

Ah, joven poeta, si se tratara de esa Cuba que duerme con hambre múltiple y deshojados sueños, mientras respondo estas preguntas, pudieras intentar salir a las calles junto a los no tan poetas, a por lo que os toca. Alzad la frente y la voz fuera del arte oficialista, antes que se os endurezca la glándula pineal, seáis tragados por cláusula penal de la municipal zona de confort infernal, u os larguéis como tantos otros y yo, a por nuevas inconformidades y horizontes menos verticales.

Una astucia de orden sacrificial, un artilugio visceral que se lee en El joven y el mal, de Araña Anónima: “Con bola de esta hambre tejeré mis sueños sobre las aguas y sobre ellos andaré hasta la próxima orilla”.

Y, por supuesto, no hacerle demasiado caso a ningún artista mayor de siete años.


¿Cuándo y por qué decidiste exiliarte?

Nací exiliado; uno que tardó más de un cuarto de siglo en el trámite, entre la guerra fría y el calor de la exogenética.

La certeza de partir me llegó en un sueño, un par de años antes. Experimenté el vértigo del despegue en un Boeing sobre La Habana, e inmediatamente ya avistaba un sol naranja duplicándose sobre las aguas de lo que hoy reconozco como los Everglades.

A los pocos días de tal sueño, supe sobre la intención de reclamarme que tenía mi padre. Fue como un tirón de epifanía proveniente de mi negro viejo que tanto me había hablado del distante hielo. Tampoco se descarte la facilidad de convencimiento de la escasez y el asfixiante entorno derivado del distópico gobierno aquel. Ah, por si no les queda claro: ¡Viva la Revolución… de Copérnico!


¿Qué queda de Cuba en tu vida y en tu arte?

Quedan esas marcas de mental residual propias del celuloide añejado en barbacoa, una superficie pulsátil cubierta de craquelados y repintados superpuestos, por donde asoma la cara cándida de mi infancia y el esplendor entrecortado de mi juventud primera.

Recuerdo una frase escrita tras un mueble nunca corrido de lugar en la pipa de La Lisa (aquel primer campo de batalla junto a la luz, donde casi quedo ciego).

Atesoro un par de hermanos del barrio, entrañables amigos de la Facultad de Arte ya disuelta y, en el reparto El Palmar, unas novias que son abuelas ya, que ya no me esperan, no a mí, pero tal vez sí a los marcianos que, por fin, según informan fuentes serias, llegaron bailando rico chachachá.


Ramón Williams (galería)





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