Raychel Carrión: “La multiplicidad es inquietante para el poder”

Raychel Carrión nació en 1978, en La Habana. Egresado del Taller Arte de Conducta de la artista Tania Bruguera en 2008, y del Instituto Superior de Arte en 2011. Hoy vive y trabaja en Albarracín, España.

Raychel Carrión es uno de los dibujantes más virtuosos y profundos de la escena artística cubana actual; su obra resulta fascinante en la forma y en el fondo. Es un artista atípico, ya que se toma su tiempo, el tiempo de dibujar, y por tanto de pensar, que es un tiempo de resistencia. De ahí que pueda resultar un aguafiestas en el mundo del arte contemporáneo, que no deja de celebrar su vacío con cinismo y presunción.

En el arte de Raychel Carrión, el virtuosismo no se autosatisface, sino que se combina con un verdadero pensamiento de su práctica, que se dirige a la función del ver para pensar mejor. La utilización del carboncillo, por ejemplo, no es anecdótica en su trabajo: el carbono es uno de los principales componentes moleculares del cuerpo humano, y cuando lo deposita en el papel, procede a una fusión orgánica.

Carrión aborda la influencia de la política en las relaciones afectivas, la construcción de la percepción desde los centros de poder, a partir de formas estereotipadas de las ideologías, y a través de la historiografía manipulada, que da lugar a la normalización de estas y del papel que juega el culto al líder. El enfoque se centra en “la politización de lo afectivo” como generador de unidad y de empatía entre los sujetos de un mismo grupo étnico o clase social, en la afectación del reconocimiento de la diferencia a través de la represión de las libertades individuales.

Sus últimas series de dibujos (Ignominia, Jaws Missing, Ostrakón, Artemis, Incautos, Sharing, Unión falangista, Extenso…) constituyen magníficos y estremecedores ejercicios de introspección, donde aborda cuestiones filosóficas, sociales, históricas y políticas. Sus distintos registros narrativos se mezclan en una obra compleja que nos conmueve, nos estremece, nos sacude y nos interroga acerca de nuestra relación con la representación y la realidad. Carrión no reescribe la historia, sino que la revela para convertirla en memoria.

Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia…

Crecí en Pueblo Nuevo de Ceiba, un pueblito de la actual provincia de Artemisa, en medio de plantaciones de naranjas y mandarinas asentadas en un suelo rojizo, de donde tomábamos terrones para lanzarlos entre la cuadrilla. Recuerdo las tardes en el río Capeyanía. Las cálidas noches propensas a la captura de cocuyos. Tumbar mangos. Las horas con dos amiguitos rusos de mi edificio, haciendo collages con aquellas revistas rusas. Gritar y fastidiar a todos los vecinos.

También recuerdo las visitas a Holguín para ver a mi familia. En casa de mi tía Cachita, me encantaba resbalar encuero sobre el suelo de la terraza llena de agua. La manipulación de reptiles y arácnidos. Salir con la carriola de palo. Caminar por el monte y observar las formas de las plantas y las hojas. Esas cosas de la infancia son eternas en mí.

Mis padres trabajaban en la Escuela Interarmas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, General Antonio Maceo. Él: Teniente Coronel, y ella: trabajadora civil en el Área de Tanques y Transporte. Me encantaba cuando el círculo infantil del pueblo cerraba los sábados, y mis padres me llevaban allí junto con otros hijos de oficiales. No solo jugaba en un parque, también iba a ver los tanques de guerra aparcados en los hangares de aquella interminable unidad militar.

El corazoncito me explotaba en el pecho mientras veía monstruos como el T-52 o mi querido anfibio BMP, el más rápido de todos en aquel tiempo. Los pude ver de cerca y me fascinaba la exactitud de los detalles en las líneas mecanizadas. Los imponentes motores eran una maravilla. ¡Cuántos cables y tubos! Aquellos largos y terribles cañones… Por otra parte, el sonido de los AK-47 en alguna práctica lejana era estremecedor.

Los domingos rojos en mi pueblo también eran emocionantes: mis vecinos enmascarados y vestidos de milicianos con sus fusiles. Aquello era potente.

¿Cuál fue tu primera emoción estética? ¿Qué pasó para que te decidieras a ser artista plástico? ¿Cuándo se convirtió el arte en el centro de tu vida?

Sufro y gozo de hiperactividad, así que, cuando niño, yo era un ciclón. Por eso me llevaron a un especialista. Allí pasaba como dos horas jugando en un cuartico lleno de juguetes. Luego de varias sesiones, recomendaron apuntarme al fútbol para canalizar toda aquella energía.

Lo que pasó fue que mis padres descubrieron que me calmaba muchísimo cuando leía libros de cuentos, y sobre todo con las ilustraciones. Ellos me compraron materiales, libreticas y libros de dibujo. Recuerdo que revisaba todos los tomos del Atlas de mi padre y, de forma natural, empecé a dibujar obsesivamente, a reproducir y recrear aquella información. Así me calmé mucho, hasta hacer de eso un hábito. Mi entero goce era observar la luz y cómo cambiaba, además de su comportamiento sobre las formas de los objetos, y la sombra proyectada.

Aun así, de niño siempre quise ser policía o cosmonauta. Con los años, quise dedicarme de manera profesional a la danza, pero mis problemáticas rodillas, y mis padres, hicieron que aplicase a San Alejandro, la Escuela Nacional de Bellas Artes de Cuba, por un motivo de longevidad profesional y porque, “en la vida real”, el uso del arte había sido para mí, desde niño, una forma de estar en el mundo.

¿Qué formación tuviste? ¿Cómo valoras la enseñanza que recibiste?

En el año 2000 fui a presentarme a las pruebas de San Alejandro y pasé los cuatro años más fecundos en cuanto a técnica; fue algo decisivo. Éramos un piquete de artistas que pasábamos todo el tiempo mirando a los grandes artistas de la historia. Trabajábamos mucho, sobre todo extraclase. Nos quedábamos muchas veces hasta la madrugada dibujándonos al natural; había una escasez terrible y lo hacíamos con lo que encontrábamos, con procesos terribles, pero ingeniosamente fantásticos, por ejemplo: calentando asfalto.

Lo importante era el disfrute del proceso, y perseverábamos muchísimo bajo un hambre cruel. Siempre he pensado que la actitud ante la vocación es la salvación del alma, y eso es un hecho mayúsculo.

Recuerdo a algunos profesores queridos, como a la profesora de historia del arte, Florencia; o a Magda, de cine; y al artista Elio Rodríguez, “El Macho”, al que admiro.

Luego fui al ISA, y el pequeño Dionisos que siempre he llevado conmigo se desató de una manera terrible en todos los sentidos. Mi memoria le dedica un especial cariño a la profe de literatura, una mujer increíble que venía desde Lawton en un viaje de dos o tres horas en esas guaguas odiosas, para darnos una clase con muchísimo amor. Le debo una obra que le prometí.

Por otra parte, conocí a algunos artistas y empecé a frecuentar galerías que solo conocía de oídas. Estas nuevas relaciones me aportaron nuevos modos de comprensión del arte, de vivirlo, de habitarlo. Mi mente y mi alma se abrieron a horizontes de posibilidades hasta entonces no contemplados por mí.

Pasé dos años en La Cátedra de Arte de Conducta de la artista Tania Bruguera, a la que quiero y admiro. Allí, el contacto directo supuso conversar con artistas internacionales (que hasta entonces solo había visto en catálogos); fue un espacio de apertura donde pensar en torno a los procesos creativos desde la interdisciplinaridad. El “Showing” y el “Telling”, como mecanismos de lo performativo en el espacio público, significaron una nueva percepción respecto a la producción artística frente a un poder totalitario como el que tenemos en Cuba. Un punto y aparte en mí, pero también un punto muy seguido, en realidad. La demostración de esto, a mi juicio, fue mi obra Fallas de origen.

La Cátedra también supuso un acercamiento a la realidad mundial del mercado del arte, tan lejano para nosotros, por motivos obvios.

¿Qué es el arte para ti?

Me parece que es el artificio por antonomasia de la existencia humana. La educación del espíritu más cabal, que pudiera traducirse como una ardua empresa orientada hacia la problematización de la “falta”. También creo que es transitar este corto plazo por la Tierra con la vigilia estetizada. Volver al centro de uno mismo a través del examen continuo, internarse en los procesos mentales y allí frecuentar el espejo del… socorro. Enfrentar los miedos y las angustias para la transformación del alma.

¿De qué manera has evolucionado como artista? ¿Han cambiado tus ideas sobre el arte?

Es prematuro aventurarme a hablar de alguna evolución destacable.

Pienso que llego siempre tarde, no sé si es una queja, lo cierto es que voy lento, supongo que es mi propio tiempo; voy haciéndome con lo que puedo atrapar en torno a algunos conceptos e ideas. No soy el mismo desde que salí de aquella isla, al menos en algunas áreas de mi vida, y eso es lo que pretendo expresar.

Creo que comienzo a organizarme consciente y concienzudamente en mi trabajo. Las ideas empiezan a no ser tan ambiguas en mi cabeza, y el mensaje de la obra es más concreto para mí.

Intento evolucionar hacia mí mismo, es decir: del centro a la periferia, y no al revés; evitando ritmos o tendencias que me sean ajenos. Atendiendo principalmente a mis propios intereses y motivaciones.

Mis ideas sobre el arte maduran igualmente conmigo, incluyendo aquí algunas convicciones que me acompañan desde que soy consciente de él y sus procesos, como hacer un arte socialmente útil o mantener una actitud ética y estética abordando problemáticas sociales.

¿Cómo definirías tu práctica artística?

Hace un par de días, un amigo, hablando acerca de mi trabajo en tono irónico, decía: “Tu obra, lo del incendio de tus trabajos y tus piezas de barro, es efímera. Toda tu obra, como la vida misma, la tuya y la de todos nosotros, es efímera. Estás metido en ese canal y ese es uno de los elementos conceptuales que dotan a tu obra de una omnicomprensión sobre la naturaleza, jaja”.

Me hizo pensar y cambiar la respuesta que te tenía preparada.

En cuanto a mi práctica artística en sí, es multidisciplinar, o como decimos en Cuba: “regao como un juego de yaquis”.

¿Cómo contemplas tu estatus de creador en el siglo XXI?

Alguien ha discutido por ahí sobre la claridad en la vida y la oscuridad en su profesión; oscuridad como velo, confusión, misterio, y también lo contrario, o a veces las dos van para un mismo lado. Esto sucede con no pocos artistas, pero no sé si hay una relación causal en esto.

Borges decía que lo había intentado con la religión, y no le salió, con la vida, y fracasó, solo le quedaba intentarlo con el arte. Era Borges, y lo que intentaba era ser virtuoso, único, digno. Me parece primordial el hecho de intentar convertirte en tu mejor versión en cada aspecto de la vida.

¿Eres reacio a explicar tu trabajo, al acercamiento crítico?

Puedo explicar mi trabajo claramente, sin ninguna afectación, y soy muy dócil a las críticas. Mi extroversión me permite eso, y trato de ser sincero y transparente.

¿Qué artistas te han influenciado y a cuáles sigues admirando?

Debo decir que para mí la idea de influencia se manifiesta no solo en la semejanza entre el pasado y el presente, en el sentido de las producciones simbólicas o técnicas. Esa transformación en algo más o algo distinto a partir de lo que ves y entiendes, como la excelencia, no necesariamente tiene que derivar en una mímesis entre los resultados de dos o más artistas; más bien lo veo como un aliciente para no salirme del camino constructivo de la obra, aun siendo evidente que de la nada, nada sale.

Siento que es en la vida, en la realidad, donde la ética y la estética alcanzan su mayor esplendor y oscuridad; por tanto, a partir de ahí, intento someterme a examen, que es el modelador de la actitud ante el arte.

Quiero subirme sobre los hombros de los muertos y desde allí observar atentamente. En mi opinión los influencers son Platón, Aristóteles, Ortega y Gasset, Oscar Wilde, José Martí, Cervantes, Rembrandt, Velázquez, Goya, Caravaggio, Buonarroti, Sorolla, Fellini, Titón, Fritz Lang o Buñuel.

De ninguna manera soy ingrato con el presente, porque tengo la dicha de navegar con Yaima Carrazana, Hamlet Lavastida, Loydis Carnero, Jesús Hernández-Güero, Reinier Quer, y otros; ellos saben perfectamente lo que suponen en mi trayectoria.

Estos últimos siguen siendo influyentes, porque pasábamos muchas horas dibujando juntos, hace muchos años, cuando estábamos en la escuela de nivel medio, y eso fue importantísimo para salirme del hiperrealismo relamido en el que estaba atrapado, para explorar otras formas de representatividad. Por otra parte, hemos compartido experiencias en la vida cotidiana.

Hamlet, un gran amigo querido al que admiro mucho, está siendo central. En las muchas conversaciones que hemos tenido en mi casa recientemente, hablamos no solo de su trabajo, sino también de este ingreso en la comprensión de los procesos históricos en el plano sociológico, político y cultural del mundo. Es algo que también me ocurre cuando, presencialmente o por video-chat, me encuentro con Yaima Carrazana, Loydis Carnero o “El Güero”, involucrados a menudo en horas de reflexión sobre arte o temas cruciales de la vida, y confieso que después aparecen más preguntas. Me abren el camino hacia la literatura, el cine y otras disciplinas. Después de dieciocho años, forman parte de mi aurícula izquierda.

Los recuerdos de las interminables charlas con los artistas Ezequiel Suárez y Yali Romagoza, y su influencia, no me caben en ningún cajón.

La más importante es Alicia, la que se dice no artista, amor, “yunta” y esposa. La aniquiladora de mis humos perversos y mis estupideces en toda su extensión.

Desde la distancia, ¿cómo juzgas a tu generación, la de los años dos mil?

Hacer un juicio es difícil, no existe la distancia suficiente, y además soy parte de ella. Se hicieron cosas importantes. Algo que aprecio muchísimo fue la creación de espacios independientes (algunos ya venían de los años noventa) en los que conocí a varios artistas con una visión crítica sobre el arte, la sociedad y el poder en su forma foucaultiana, es decir, en la generación de espacios de resistencia a ese poder.

Un claro ejemplo fue la Cátedra de Arte de Conducta (2002-2009). Un proyecto que proponía, a través del “arte útil”, la discusión y el análisis del comportamiento sociopolítico y el papel del arte en su función transformadora de la ideología, algo que para mí es sumamente importante. El arte era de carácter social y directo, por medio de la acción en el entorno. El volcán, cuyo magma se podía encontrar en locaciones distintas, incluyendo la casa de la propia Tania, mostraba un carácter multidisciplinar en el cuerpo teórico. Antropología, ciencia, filosofía, audiovisual, fueron algunas de las arduas sesiones.

Por aquellos tiempos, también Espacio Aglutinador, creado por Sandra Ceballos y Ezequiel Suárez, o Cristo Salvador, creado por Otari Oliva, funcionaban como resquicios para la práctica de un arte independiente, puesto que la política cultural del gobierno en la Isla era, y sigue siendo, totalmente adversa a la libertad de expresión. Hoy recuerdo esos espacios con mucho cariño.

Me parece que en general hubo una mirada crítica hacia las reglas internas del arte y su relación con la vida social. Galería DUPP (Desde Una Pragmática Pedagógica), fundada por el artista y profesor del ISA René Francisco Rodríguez, supuso una práctica artística abierta a otras latitudes desde el propio contexto cubano, activando la dicotomía “local-universal con un carácter experimental y pedagógico. Ahí quedó un camino abierto para problematizar desde lo cubano los temas comunes de la humanidad, a partir de la potenciación de una lectura polisémica por medio de los objetos y de las acciones públicas; un camino que dio salida a otras formas de expresión que hicieron eco a lo largo de los años 2000, generando obras y artistas admirables.

Por otra parte, DIP y Enema también fueron una fuente de inspiración y una clara metáfora del accionar juntos con respecto a una cosa concreta, algo tan necesario hoy en el contexto cubano, atendiendo al campo sociopolítico desde el arte.

Creo que, para una creación más intelectual y más osada en la articulación de conceptos en relación con los materiales y las formas de expresión, la apertura fue mayúscula.

Hay que decir que, si bien se gestó una producción artística interesante, en cierta medida hubo despreocupación sobre la situación sociopolítica del país. Esto no quiere decir que no se sintiera un interés particular, ni tampoco tiene que ser este el foco de las propuestas. La búsqueda y el aprendizaje individual es tan lícito como meterse en berenjenales sumamente peligrosos, que son de toda la sociedad.

Además, el mercado comenzó a hacer una aparición más seguida, o estaba en sus comienzos al menos para los artistas emergentes, y hay que comer.

En general, no sé si hubo una coherencia entre los sucesos cotidianos en el contexto social y las libertades necesarias para que una sociedad se desarrolle.

Sabemos que la maldita “política cultural” cubana nunca se ha interesado por la promoción artística, ni siquiera en el sentido intelectual. La falta de esta importante cualidad humana por parte de los dirigentes gubernamentales y ministeriales es proverbial, y no generaron movimiento alguno de mercado interno ni crearon las bases para el desarrollo de una empatía con el exterior. Entonces, había que hacer algo con la producción, y está muy bien; otra cosa es la forma en que esto a veces se daba. Ya eso corresponde a la individualidad de cada uno.

¿Cuál es tu apreciación respecto al arte cubano contemporáneo?

Hay muchos artistas que trabajan intensamente, y eso es crucial para que se geste algo colectivo, dentro y fuera de la Isla. La producción de estos últimos años, creo yo, es muy buena. Hay artistas por todo el mundo haciendo bien su trabajo, y triunfando, ya sea con una obra polémica e interesante o en alguna discreta o supernumeraria venta. Las becas también están dando frutos.

Los que más me interesa son aquellos artistas con una obra potente en torno a lo sociopolítico. Los de allá y los de aquí están en consonancia con una transformación de la sociedad. Estoy en contra de la arenga personal o pública; simplemente creo que es fundamental la posición desde el civismo, como seres políticos que somos; y es ineludible, al menos en nuestro fuero interno. Esta preocupación, desde el arte, empezó por unos cuantos y ahora la multiplicidad es inquietante para el poder.

El compromiso desde lo que no nos pueden quitar: la capacidad creativa y la libertad de pensamiento, lo hemos visto y se ha vivido hace poco, el pasado 27 de noviembre. En la Isla nunca se había visto una cosa semejante, un movimiento tan masivo por parte de los artistas, y esto ha generado que muchos integrantes de diferentes generaciones comiencen a unirse por la libertad del país, permanezcan o no en Cuba.

Si los creadores, en tanto actores sociales, están en la frecuencia contextual del presente, entonces el poder se quiebra. Eso es lo que mejor podría hacer un arte contemporáneo inclusivo.

¿Qué relación mantienes con los artistas cubanos? ¿Y con los otros?

Mantengo una magnífica relación con artistas de generaciones distintas, y en especial con algunos que estudiaron conmigo hace dieciocho años, a los cuales tengo en altísima estima en lo personal y por sus prácticas artísticas. Hoy seguimos en la virtualidad, pero por suerte varios de ellos han venido a verme a estas montañas.

Duniesky Martín, mi gran amigo y hermano, con el que viví un tiempo en Cuba; Jesús Hernández-Güero, otro que ha estado aquí dos veces; Yaima Carrazana, a quien quiero en grado superlativo; y mi queridísimo Hamlet Lavastida, que ha estado varias veces y la última por largo tiempo en este terrible año, así que fue muy enriquecedor.

Otros artistas también han venido, es algo que aprecio mucho de todos ellos; porque, aunque lejano, mi búnker medieval de yeso rosa, flanqueado por un gélido meandro, es hermosísimo por los valores artísticos y por su gente.

También estuvieron por aquí los grandes Léster Álvarez y Kiko Faxas, en una grandiosa visita; Leandro Feal, Claudia Claremi, Yimit Ramírez y “la flor silvestre de la eterna danza”: Alena León Velázquez. Con varios he colaborado, hemos trabajado juntos en algún proyecto y eso me ha hecho muy feliz. Anna Richardottir (performer) y Wolf (músico), son otra pareja con la que he compartido mucho aquí también, y que de año en año nos visitan.

No encuentro las fronteras por ningún lado cuando se trata de la empatía y el aporte que pueden generar artistas de latitudes tan distantes.

Háblame de tu proceso de creación.

Al principio de llegar a España estuve pintando mucho, lo que fuera, solo por disfrutar del proceso y de los materiales. Hice mucho acrílico, algo impensable para mí. También hice algunos óleos, porque las vistas son hermosísimas aquí donde vivo. Mucho retrato; la anatomía humana es algo que me fascina. Me emocioné y quise hacerlo todo al mismo tiempo.

Necesito decir a través del arte, como cualquiera, así que los temas principales en mi vida, los polémicos, que a la vez son temas de muchos (artistas o no), por ahora intento llevarlos directamente al papel.

Me interesa la teología negativa como idea, mostrar los demonios para ver a Dios. La visión de la imagen está en mi cabeza, y a veces vienen muchas, entonces garabateo cada una de ellas en una libretica, para ordenarlas. En mitad de una realización vienen otras imágenes, y las hago secuencialmente, entre el dibujo que estoy elaborando y los otros que estaban anotados. Voy directo, sin bocetos, tres o cuatro dibujos al mismo tiempo o alternándolos. La idea preexiste, e intento hacerla exactamente; a veces cambiando algo, depurando.

Lo mejor es que a veces se me sube el santo y me absorbe compulsivamente; el mundo y el tiempo se paran y me sumerjo en la pincha. Obviamente, en mi opinión, esos son mis mejores dibujos.

Hay dos cosas que marcan en mí un antes y un después, y que detonan necesariamente mi reciente frontalismo ante la temática socio-política cubana. Una fue la visita de mi papá en septiembre de 2019, con largos y sincerísimos encuentros y desencuentros. La otra, que coincidió con la primera, fue cuando me llegó la noticia de que mi amiga Anamely Ramos había sido golpeada por primera vez. Entonces yo estaba realizando otro trabajo, a mi juicio más abierto y más complejo, en dibujo, escultura y pintura. De ahí vienen algunos performances que tengo en mente también. Pero fue en ese momento cuando surgieron estas series actuales, en las que necesité abocarme al activismo más directo e imperativo, porque me duelen en demasía las atrocidades acumuladas desde hace sesenta y dos años.

He hecho algunos trabajos en Cuba con el performance,y específicamente el de Fallas de origen es el único al que hoy le doy crédito. Fue una idea directamente in situ, sin intermediarios, como mis dibujos en un soporte: si no lo hago yo, con el cuerpo, con mi mano, no existen; son mi extensión natural y más directa.

Hago arte porque estoy, y soy falto. Siempre ha sido así para mí, aunque estuviera desparramado por toda La Habana en aquellos años licenciosos.

Por otra parte, Alicia (a quien consulto muchas de mis ideas) y yo tenemos un bebé de casi dos años, así que divido el tiempo con ellos y con mi trabajo, porque la hiperactividad y el amor a esta vocación me lo permiten. Duermo poco.

Las piezas individuales las doy por terminadas sin duda, pero siempre me queda algo suelto, quizás porque necesitan una extensión en otras piezas. Si son una serie, termino cuando me doy cuenta, no sé de qué manera.

¿Qué particularidad tiene el dibujo para que continuamente se anuncie su muerte y su resurrección?

El dibujo es eterno, nos trasciende, porque cada cosa que pensemos y hagamos necesita una forma previa, al menos en el pensamiento, y ese es el primer dibujo, lo demás es materializarlo. Lo maravilloso del dibujo es que es un proceso mental, ya sea definitivo o en boceto.

Su muerte es imposible; de un modo u otro, con mayor o menor fuerza, el dibujo siempre está. Por ejemplo, la crisis financiera del 2008 hizo que muchos empezaran o retomaran sus habilidades en el dibujo para abrirse paso incluso a través del “chinchetismo” (montar los dibujos sin marco, cogidos con chinchetas directamente a la pared). Hoy hay artistas de toda clase dibujando, ya sea dibujo “expandido” o no, pero lo están haciendo.

Asimismo, considero que el dibujo es en sí un proceso de introspección necesario en cualquier artista, y por eso, sea la materialización final de la obra o el medio de idealización de la misma, hablar de su muerte es un desatino.

No hablaré de los antecedentes de la expresión artística de la humanidad, pero sí de nuestra condición más profunda y que está siendo olvidada: el trabajo con las manos.

Todos sabemos que en unos años será tradición el trabajo con las máquinas, los nuevos medios, la virtualidad o nuestra molicie. Yo persevero en mi resistencia a sucumbir a esto como medio de vida, e incluso a utilizar un proyector para dibujar o pintar. Es una majadería, lo sé, pero necesito el reto constante respecto a la técnica en el dibujo; ahí me solazo. El deseo se me ablanda cuando hay mediadores. Necesito el ojo humano, el mío: medir con la vista y trasladar directamente la imagen al soporte.

Contrario a la manera en que estamos perdiendo el abrazo físico desde hace algunos años, yo intento no permitirme la tercerización para realizar mi trabajo. Paradójicamente, como escribió por ahí Kiko Faxas, y como puede observar todo el que me ve trabajar: “…el proceso recuerda un poco la manera en que opera una impresora deskjet. (…) Su dibujo emerge de la nada, como si fuera la consecuencia de un extraño conjuro”.

Supongo que he hecho de mí mismo mi propia máquina. Quizás estoy atrapado en la absurda nostalgia de un pasado lejano no vivido: la Grecia Antigua, el Medioevo, el Renacimiento, el siglo XIX. Puede parecer un dislate, pero bueno, es que la modernidad empezó en el siglo XVI. Esto no constituye una justificación. Tengo que tocar y sentir de la forma más prístina. La ejecución manual me hace sentir vivo; me hace sentir que soy y estoy en lo que hago, porque es mi huella más cabal, con el oficio, siendo humano. Es una forma “viejuna” de ver el mundo, que equilibra mi existencia en esta constante aceleración en que vivimos.

¿Creas sin pensar en un público, sean amigos, coleccionistas, galeristas…?

Como dije en líneas anteriores, me interesa hablar sobre las faltas, las mías, y como creo que nuestros defectos nos unen, todos son cómplices en ellos.

Estéticamente no es así: me expreso como quiero. Detesto los arribismos, los oportunismos y las modas, a menos que vea el oportunismo en su forma más positiva: la de ser oportuno con el presente.

No hay que participar en todas las exposiciones, ni mucho menos atender a los dictámenes del mercado, de algunos curadores, galeristas y teóricos, con ese carácter oracular en la anunciación apocalíptica de lo que ni tal vez pueden sentir. Pero sí tengo que decir alto y claro lo que mi espíritu quiere y desea, mis incomodidades sociales, que pueden ser las de otros, como la injusticia, la indiferencia… Y con el dedo índice embarrado de chile habanero, ir empujando las córneas ajenas: las del poder y las de cualquiera.

¿Qué relación mantienes con las otras artes? ¿Cuál es su importancia en tu vida y en tu trabajo?

Son de suma importancia en mi vida, porque me salvan constantemente; pero no en un sentido monástico, alejado de la experiencia sensible en el bullicio citadino, sino más bien en la conversión de lo ominoso en algo reflexivo, en la introspección con respecto a las preguntas esenciales de la vida: Dios, la Muerte, la Justicia, la Belleza y el Amor, a través de la “candela” social y del papel que juego hoy en el mundo.

El baile y la danza me arrebatan, y en particular el baile popular, que es muy fuerte en mi vida. Mondrian, Gordon Matta-Clark o Sócrates bailaban (aunque este último lo hacía aburridísimo, y muy lento).

Al resto de las artes les tengo especial cariño, sobre todo a la música y la arquitectura. Es muy triste que la vida sea tan corta y no permita profundizar en todas las áreas que me interesan. Aun así, he incorporado algunas en varios trabajos.

Otras como la filosofía, la literatura o el cine, están aportando mucho a mis ideas, pero mi espíritu es un desobediente.

Hoy escucho radio independiente y sin publicidad: solo historia, literatura, filosofía, política, economía, crítica de arte… Todo en charlas, conferencias y entrevistas a escritores, sobre todo a Borges.

La imaginación constante te sostiene; la cultura te da licencia para ir hacia la belleza y el bien a partir de tus propias iniquidades.

Bueno, no siempre.

¿Qué opinión te merece el mercado del arte y el lugar que ocupa el dinero hoy día en este mundo? ¿Piensas que el mercado orienta la creación?

Es una cosa horrible y necesaria. Lo que siempre hay en mí es una batalla muy incómoda que tiene que ver con la honestidad respecto a hacer lo que te piden y lo que en realidad quieres hacer. Es algo que muchos hemos pensado y discutido.

Desde luego que el mercado orienta, esclaviza, y me cuido de caer en eso. No es nada nuevo, y es lícito trabajar para un marchante, como Michelangelo Buonarroti para el papa Julio II, o Maurizio Cattelan para cualquier forma del mercado potente (aunque Cattelan, al parecer, hace lo que le da la gana).

No quisiera trabajar para las directrices de alguna galería o museo. Me cuesta mucho hacer caso, lo odio.

El mercado aparece después, es una contingencia; puedes trabajar a tu antojo y si se interesan por lo que haces, y a uno le importa y le cuadra, entonces sí. En tus términos, el mercado puede domarse. Lo que te salva de ser un rendidor o un oportunista es que puedes seguir trabajando tranquilamente comiendo pan con azúcar sin miedo alguno; esto hay que hacérselo saber a los que te quieren gobernar, mirándoles directamente a los ojos.

Desde luego, el mercado va ligado al “éxito” (“exitus”, “exit”: salida, fin, término), “exitu incerto victoriae(“siendo incierto el resultado de la victoria”). Lo que pasa es que se ha tomado como el famoso y nunca mejor dicho success (el resultado favorable de un emprendimiento), y el resultado depende mucho de factores que todos conocemos.

Creo que, en definitiva, el “éxito” (salida), está en no salirse y seguir siendo, aun cuando no pises el supuesto salón de la fama. Fernando Castro Flórez, esteta y curador importantísimo al que admiro mucho, que ha estado dentro del mercado y conoce en profundidad el tema, contó hace poco que el artista español Nacho Criado le dijo: “No he vendido nada, y si a los sesenta años sigo haciendo arte, entonces estoy muy bien”.

A mí, personalmente, el dinero me viene bien. Como a cualquiera, supongo. Lo deseable es poder vivir de mi trabajo y que lo que gano me permita continuar.

¿Qué tipo de relación tienes con los galeristas?

Ninguna.

¿Qué papel le concedes al arte en nuestra sociedad actual?

Podría ser una manera favorable de ennoblecernos (esa nobleza de la que hablaba Ortega y Gasset en La rebelión de las masas). La ignorancia es un peligro, a menos que encontremos, que las hay, personas de corazón bondadoso de manera innata. La escritura y el pensamiento abstracto para ejercer una crítica argumental más profunda en torno a las problemáticas de la vida, son elementos claves. Y, si no: demostrar cierta docilidad ante la excelencia, escuchar con humildad sin llegar a ser un sumiso.

Aquí comienza la antigua controversia entre lo “importante” y lo “perentorio”, en aquello que alguien dijo sobre un programa social para un pueblo X: escoger entre hacer una escuela o poner conexiones para llevar agua potable, dado que el presupuesto no alcanza. Un ejemplo terrible, pero me parece que se confunden de raíz los conceptos antes mencionados. Si bien es perentorio comer para vivir y, entonces, poder hacer arte, este último es importante para la educación del espíritu con (y basada en el) amor al saber, para creernos libres a través de la Cultura. La cual supondría activar una percepción más aguda del mundo.

Ahora bien, ¿libres de qué? Tal vez de la soberbia en sentido inverso: la de los ignorantes. Quien no sabe leer y escribir, no tiene la culpa; pero, sabiendo, la verdadera ignorancia es la de los que no quieren saber y se internan en esta dictadura de la opinión instaurada hoy en día más que nunca, a través de las redes sociales y otros foros.

Claro que podemos decir lo que queremos, pero hay que hacerse cargo de las consecuencias y con responsabilidad, que es hija de lo que bien aprendemos. El arte puede ser (y ha sido) un elemento crucial en la vida, para los profesionales y para los que no lo son. No es un fármaco, como lo ha demostrado la historia, pero sí actúa de manera favorable en las peripecias de nuestra vida, en soledad o en grupo. Desde el entretenimiento más placentero o en la aguda introspección, que ya es un goce más ontológico, por tanto distinto, y que opera a través de la imaginación enriquecida por el conocimiento.

El filósofo español Gustavo Bueno consideraba al individuo, en relación a la Cultura, como un terreno virgen al cual hay que preparar para que dé sus frutos. De aquí todo lo relacionado con el Folke-Gaist, “el espíritu del pueblo”, esto es: el pueblo hace y es su propia cultura, no solo la ostenta la cúpula del poder.

Aparte de esto, es necesario comprender que estamos casi toda la vida desnudos; que la vida es breve y los saberes muy extensos; por tanto, sentirnos desgraciados, es decir, sin la “gracia” en sentido medieval (ayunos del conocimiento del mundo), es motivo para entristecerme. Plutarco decía que cuando uno escuchaba a Demóstenes se convencía de que hacerse la guerra a uno mismo es la más noble de las actividades.

¿Por qué decidiste vivir fuera de Cuba? ¿Te consideras un exiliado?

Conocí a Alicia y me enamoré. Ella organizó un “Workshop de Arte de Acción” aquí en Albarracín, y entonces resolví quedarme. Por otra parte, estaba frito con la situación existente en la Isla; y otra cosa no menos seria para mí: pasaba muchísimo calor, y aquí tengo nieve.

Soy, como todas las personas, un recipiente lleno de su cultura, en sentido antropológico y clásico. Nací en Cuba. Eres eso a donde quiera que vayas.

Me fascina el arte europeo, pero no practico el eurocentrismo sociológico ni político en ningún área de mi vida; de hecho, sigo con mis manías, sean cubanas o no. Quiero comer frijoles viendo a Caravaggio. No estoy arrastrado por las costumbres socioculturales del nuevo contexto. Simplemente soy Ray, o el “Negrón”, y llevo dentro a los mayas, al Período Edo, al Yggdrasil, a los moros y cristianos de la tierra donde me encuentro ahora, a los masáis…

No importa donde estés, somos multitud en un solo cuerpo.

Me cuesta mucho eso de “encontrarse a sí mismo en geografías ajenas”: es como si te negaras a fluir, temiendo perderte. Al contrario. Te haces más complejo con todo lo que vas incorporando a tu vida. Esto se puede hacer sin salir de casa; me refiero al conocimiento de la Historia del Mundo: está en los libros. Sucede que puedo habitar otras tierras sin sentir el famoso “gorrión” o Síndrome de Ulises con su pesadumbre de algo extirpado. Me manejo a través de la construcción ontológica a partir del presente, sin dejar de sentir Cuba y visitarla cuando puedo, porque eso es lo que se me ofrece. La tristeza y el dolor son flores omnipresentes, como la alegría. No me interesan los “nacionalismos”, una forma muy conservadora del fanatismo cultural devenido jurídico.

¿Qué representa Cuba en tu vida y en tu arte?

Yo, que envié dibujos del yate Granma al programa Revista de la Mañana de finales de los ochenta; que en mi ingenuidad de infante secundé la ideología comunista con canciones desdeñosas dirigidas al imperialismo yanqui; que acudí a actos políticos durante mucho tiempo; que vi a mi padre ejercitar la oratoria enalteciendo las “glorias” de la “Revolución”; que fui uno de los mejores de mi compañía, durante el Servicio Militar, en el arme y desarme del fusil AK-47; que fui un cederista destacado en los trabajos voluntarios, poniendo todo mi amor por la caligrafía en la pintura de consignas autorizadas en enormes muros, vallas y hasta en la calle, y chapeando los jardines hasta que la venas de mi antebrazo afloraban estrepitosamente de entusiasmo en mi última etapa de la adolescencia… solo a los diecinueve años miré a mi alrededor y vi una escala de grises avejentada y raquítica.

El tedio y el enojo hicieron temblar mi vergüenza. Entonces fue cuando lloré amargamente, mientras miraba una pequeña planta de orégano que había en mi balcón.

Luego empecé a sentir las caricias de la Cultura. La música cubana y extranjera me fueron sacando de la podredumbre oficialista; y por extensión el baile, muchos lo saben, en fiestas y reuniones. Posteriormente, me di a una maravillosa incursión por el mundo mágico afrocubano.

El arte hizo estremecer mi corazón, gracias a los lugares donde iba y los amigos que encontré. Sí, esos que me arrojaron con transparencia y naturalidad a la cultura, y lo siguen haciendo. Me liberé; esto es: entrar y salir, a través del pensamiento crítico, de donde no me llaman.

Profundo agradecimiento tengo para mis padres y mi hermano, y para todos mis amigos, artistas, profesores, colegas, socios, ecobios, consortes, yuntas, la sangre; hermanos, primos, tíos, puras, ocambos, técnicos, músicos, ingenieros, papis, los míos; aseres, bárbaros, piquetes, tribus urbanas, gentes, vecinos, bípedos implumes (con perdón de Diógenes “El Can”), personas del mundo, todos esos que hicieron de mí un hombre distinto.

Esos, y solo esos, son de verdad Cuba para mí.


Galería


Raychel Carrión – Galería.




Orestes Hernández

Orestes Hernández: “Soy parte del descalabro”

François Vallée

“Mi trabajo ha estado relacionado con la pobreza del país, no como denuncia, sino porque soy parte de eso: del descalabro. Soy parte de la psicología del hombre aislado. El que da vueltas y vueltas sobre lo mismo y ha llenado toda su tierra de huellas. Son las grafías de lo perdido, de la sequía y el abandono”.