El cuerpo diseccionado frente la artificialidad del espejo

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I

John Casti, a quien tuve la oportunidad de conocer en South Carolina University, publicó en 1998 el que quizás sea uno de los textos más atrevidos por su carácter especulativo: “The Cambridge Quintet” [1], que no es una novela sino un texto que solo puede ser cotejado dentro del vocablo japones shosetsu 小説, narra el hipotético pero posible encuentro entre C.P. Snow, Alan Turing, J.B.S. Haldene, Erwin Schrödinger, y Ludwig Wittgenstein en Christ’s College de Cambridge, en el verano de 1949.

La posibilidad de narrar un escenario ficticio desde problemas intelectuales y cognitivos pone en perspectiva un conflicto que tiene en Ludwig Wittgenstein y en Alan Turing dos mónadas, a partir de las cuales se organiza la pregunta: ¿es posible que una máquina piense?

El carácter psicológico, filosófico, sociológico y lingüístico en torno a esta pregunta encierra al menos dos cuestiones que han pulsado el debate sobre Inteligencia Artificial en los últimos cincuenta años. ¿Qué tienen de especial los seres humanos? ¿Podría desarrollarse alguna vez una máquina hasta el punto de otorgarle plenos derechos humanos?

En abril de 2023, Cal Newport publicó en la sección Annals of Artificial Intelligence en The New Yorker el texto “What Kind of Mind Does ChatGPT Have?”, donde explicaba cómo en noviembre de 2022, poco después de que OpenAI lanzara ChatGPT, un desarrollador de software llamado Thomas Ptacek le pidió a este que proporcionara instrucciones para remover un sándwich de mantequilla de maní de un VCR, escrito al estilo de la Biblia King James.

Newport explica igualmente cómo un profesor anunció que ChatGPT había aprobado un examen final para una de sus clases y cómo alguien había usado la herramienta para escribir el texto completo de un libro infantil, que luego comenzó a vender en Amazon. Cuando OpenAI anunció que el software estaba disponible, más de un millón de personas se habían registrado para experimentar con ChatGPT.

Sin embargo, todo comenzó en 1935, cuando en un verano inglés Alan Turing, estudiante del Christ’s College en Cambridge, trataba de resolver el Problema de la Decisión en una cuestión pendiente en la lógica matemática.

Si a ello le sumamos ―en apretadísima síntesis― los trabajos de John von Neumann, así como el artículo seminal publicado en 1948 por el matemático Claude Shannon “Una teoría matemática de la comunicación”, asistimos de alguna manera a la puesta en cuestión de una tradición epistemológica que se ha sustentado en la demarcación entre dos culturas: las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales y humanas. Sobre todo, y quizás sea la parte que más nos interesa, la demarcación que ha supuesto la epistemología kantiana, que ha descrito los procesos para los cuales los principios en sus tres críticas han desempeñado un papel protagónico.

Aunque la epistemología, más allá de su denominación analítica, ha generado un carácter abarcador casi hegemónico en las universidades anglo-americanas como paradigma o teoría dominante en la cultura occidental en el último siglo, este tipo de percepción dominante “pierde” el verdadero significado de las cuestiones filosóficas sensu stricto, sobre todo cuando los desarrollos contemporáneos de las ciencias cognitivas, las neuro-ciencias, la inteligencia artificial (IA) y las redes neuronales, han comenzado a jugar un papel sustancial en una nueva configuración epistemológica [2].

De este atolladero segregacionista, las ciencias sociales y humanas y sus derivaciones teóricas han sido desplazadas, al menos en sus formulaciones epistemológicas. Por ejemplo, un autor como Evan Thompson, en textos como Waking, Dreaming, Being: Self and Consciousness in Neuroscience, Meditation, and Philosophy y The Embodied Mind: Cognitive Science and Human Experience, pone de cabeza saberes a partir de la significación que para este autor tienen las intersecciones en la comprensión cognitiva de lo que llama “phenomenal consciousness and access consciousness”.

¿Y si todo resultara en un malentendido? ¿Y qué pasa si en la disección del cuerpo en la lección de anatomía encontramos más obstáculos epistemológicos que capacidades de explicativas? ¿Qué pasa si el error de Descartes [3] fue tratar de explicar lo que no se sabe, con los instrumentos analíticos y lingüísticos de un conocimiento secularizado?

Lo cierto es que de haberse producido la cena imaginada por John L. Casti en el verano de 1949, quizás la comprensión de la inteligencia artificial estaría más “cerca” de eso que Piaget llamaba “conducta inteligente como proceso de construcción de la realidad” y el embrollo del representacionalismo, donde se ejecuta la obsesión por el objeto, no hubiese dado paso a un estado de la crisis epistemológica expresado como “vacío modal”.



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II

He venido observando con vocación profiláctica a Kevin Beovides Casas, quien padece una extraña condición que, para suerte de todos, no es contagiosa. Desde que nos conocimos en la universidad, donde compartíamos cátedra, me pareció siempre un sujeto que, habitando en zonas limítrofes, intentaba acceder a un simbolismo donde la demarcación de los territorios en los objetos quedara anulada.

Si difícil es historiar las ideas en Cuba, más difícil aún es cotejar a quienes, desde una demarcación epistemológica, han tenido el coraje de arrojarse al vacío, con el único propósito de propagar una visualidad. Kevin Beovides es ejemplo de ello, como lo han sido también Abdel Hernandez o Julio Lorente. Lo cierto es que la generación de zonas limítrofes se valida sólo cuando una capacidad propositiva articula una narratividad que termina establecida en una visualidad o dominio teórico contundente.

Desde dos universos paralelos, coincidentes en algún punto del espacio tiempo, Beovides, qué duda cabe, ha construido una visualidad que, para lograr severidad, es formulada a nivel conceptual desde un instrumental epistemológico sobre el que subyacen cada uno de sus fundamentos. Para ello se concibió “Perspectivas del arte digital: una interpretación hermenéutica”, un texto que compila ensayos Caleb Olvera Romero, Hermann Omar Amaya Velasco y Kevin Beovides.

Aunque no ha sido francamente un sujeto prolífero, ―qué sentido tiene serlo, si quienes lo han sido han dragado una visualidad hasta su osamenta― no son sus primeros trabajos (quizás debería decir: ejercicios) los que me han llevado a escribir estas páginas. Sin embargo, cuando visité “Coincidence[4], show del cual formó parte, comprendí que estamos asistiendo a algo completamente nuevo y me atrevería decir también que renovador. 



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III

 “Filosofía Antigua” no podríamos decir que es una serie fotográfica, tampoco sería justo reducirla a una instalación, y mucho menos a una obra de tipo interactiva. En todo caso, es una obra que se desempeña precisamente en esas zonas limítrofes donde todo aún está por ser nombrado. Agrupado desde lo fotográfico como soporte tradicional, se recurre a la realidad aumentada, la codificación, al suplemento verbal, al video, a un sonido personalizado y, por supuesto, a nuestro inseparable smartphone a través del cual hoy consumimos todo, incluso una obra de arte.

Explico rápidamente el proceso. Usando la inteligencia artificial [AI], se anima una imagen escultórica de un filósofo antiguo, sobre la cual se interpone una referencia de pensamiento. Esta imagen de convierte, me explica Kevin, en un marcador y se programa una aplicación [app] que la reconoce y superpone un video como augmented reality. Dicho mal y pronto, parece sencillo pero no lo es. Quizás lo sea a nivel técnico, pero lo técnico aquí es lo que menos importa.

Lo que me cautiva en “Filosofía Antigua” es cómo Beovides, valiéndose de una inteligencia que no es humana, exhuma la sabiduría y les da voz a cuerpos sepultados en el tiempo. Son cuerpos en descomposición, como la propia cultura que fundamentaron.

El carácter teatral de la puesta en escena trabaja a favor del sobresalto. Si bien las obras fotográficas están agrupadas coherentemente, para formar un cuadrado dentro del cual hay pequeños rectángulos que enmarcan las “instantáneas”, hay un carácter luctuoso y dramático en este emplazamiento que podría ser mejorado aun más.

Uno tiene la percepción de que está en presencia de sarcófagos abiertos, criptas, sepulturas, nichos, cuerpos expuestos después de ser desenterrados, huecos en la tierra donde, los restos de lo que un día fueron, son reanimados por una inteligencia que no es humana. Como si nada humano quedara sobre La Tierra. Como si las máquinas estuvieran dispuestas a descubrir nuestro pasado a través de avatars.

Nietzsche tenía razón, por eso enfermó de locura. Hay una fuerza opuesta a la sociedad que terminará convirtiéndose en una patología, decía en Humano demasiado humano.

El valor simbólico de estos desechos humanos está precisamente en la capacidad lingüística que se interpone entre la fotografía y el dispositivo inteligente. Como todo es audible y visual, lo cual habla de nuestras incapacidades para leer el pasado, los muertos, en su proverbial sabiduría, nos enrostran principios universales que parecerían olvidados.

Nos hablan, nos interpelan cuando una sonrisa nerviosa nos recorre el cuerpo y nos cubre el rostro. Escucharlos desbanca todo artilugio Woke, que más que filosófico, es una vulgar y aborrecible ideología.

Todo cuanto nos constituye, está en el pasado. Si hemos llegado hasta aquí es porque, en una página en blanco, como en un lienzo en blanco, está toda la historia de la literatura y el arte. Negarlo o desconocerlo, como hoy se pretende, argumentando derechos individuales, no solo es abandonar la distinción clásica entre doxa y episteme, sino reconocer que los que niegan que La Tierra es redonda solo pueden estar como la vaca frente a la orquesta, desconcertados.

Kevin Beovides ha logrado una síntesis, un silogismo formal que pone en perspectiva cuanto hoy acontece. El solo hecho de reanimar con AI a aquellos que por su propia naturaleza son los pilares de una civilización, habla del deterioro de una cultura que, con el pretexto de la otredad, ha potenciado la autopercepción como vehículo de emancipación individual.

Antístenes, Aristóteles, Demócrito, Diógenes, Epicuro, Heráclito, Marco Aurelio, Pitágoras, Sócrates, Platón, San Agustín, Séneca, son los protagonistas; y la severidad de su presencia debe ser más que suficiente para desbancar a los sujetos ágrafos, incapaces, precisamente por el self-perception de definir qué es una mujer y esconden su inoperancia en una gestualidad que, a fuerza de gritos o aullidos, intenta ser argumental.



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Fotos tomadas de “Filosofía Antigua” de Kevin Beovides Casas.






[1] Casti, J. L. (1998). The Cambridge Quintet: A Work of Scientific Speculation. Perseus Books.

[2] Los desarrollos contemporáneos antes enunciados tienen en la Inteligencia Artificial (IA), las neurociencias, y la neurociencia computacional un espacio referencial. La IA se ha venido ocupando de la simulación y producción de sistemas auto-organizados, emergentes y distribuidos; mientras que las neurociencias se han ocupado principalmente del análisis de estas mismas estructuras en el sistema nervioso. Especialmente interesantes son las líneas de investigación que atraviesan ambas disciplinas; aquí encontramos la robótica evolutiva, la robótica seudocientífica, el programa de simulación de conducta cognitiva mínima, los estudios de complejidad en el sistema nervioso, la biorrobótica y un largo etcétera de iniciativas que buscan integrar lo que sabemos de los mecanismos neuronales para sintetizar conducta cognitiva en robots, con la intención de avanzar en la compleja tarea de naturalizar operacionalmente el fenómeno de la cognición. Es una empresa que requiere la conjunción de diversas disciplinas y métodos en algo que los cibernetistas de los años cuarenta dieron el nombre de epistemología experimental. La epistemología experimental se encuentra hoy enriquecida por una reorganización radical de los presupuestos en ciencias cognitivas (con consecuencias claves para la epistemología naturalizada) y un avance significativo en las metodologías de simulación y modelización de sistemas complejos.

[3]I do know when I became convinced that the traditional views on the nature of rationality could not be correct”, Antonio R. Damaso. Descartes´ Error: Emotion, Reason and the Human Brain. QuillEdition. New York, 2000. p.11.

[4] La exposición “Coincidence” se inauguró el 3 de agosto de 2023 en la Colour Senses Project, Miami, EUA. “Coincidence” agrupó las obras de Iskra Ravelo García, Kevin B. Casas, Lainier Díaz López, Jorge Llópiz Forján y Jashe Oltuski. Véase mi nota en ArtCronica.






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Lenguaje provisional

Kenneth Goldsmith

La degradación colectiva del inglés ha sido nuestro logro más impresionante; le hemos fracturado la columna con nuestra ignorancia y nuestro acento, con la jerga, el ‘slang’, el turismo y la multitarea.








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