Para los cubanos, la metáfora de la isla es un sino que cargamos a diario. La sensación de encierro/asfixia en un lugar rodeado por los cuatro costados de agua es más que la imaginación de algo sugestivo, neurótico. La isla es ese dibujo que nos tatúan al nacer y de la que no podremos desprendernos nunca; sin embargo, el placer del juego con la ambigüedad es el resultante de esta condición.
El lenguaje de las artes ha sabido hilar estas metamorfosis desde una particularidad que destaca por su adaptabilidad. Los artistas cubanos mantienen una habilidad, desarrollada durante el crecimiento biológico del cuerpo, que permite el trasiego por los resquicios de las simbologías vedadas sin rasguño aparente. Y es la documentación de esa epopeya la que podemos encontrar enunciada en la exposición La otra isla, que se exhibe en México en la galería de la Casa Rafael Galván, de la Universidad Autónoma Metropolitana, curada por la Dra. Yissel Arce Padrón.
La otra isla es uno de los “espacios visuales” dentro del Coloquio Internacional ¿60 años de qué? Itinerarios de la Revolución Cubana. La exposición reúne a una nómina de creadores que se mueven entre varios de los tópicos constantes dentro de las preocupaciones de los cubanos: roces con lo político, lo antropológico, lo racial y el género.
Rolando Vázquez, Ángel Delgado, Marta María Pérez Bravo, Eric Silva, Luis Manuel Otero Alcántara, Humberto Díaz, Celia-Yunior, René Peña, Alexandre Arrechea, Reynier Leyva Novo, Raúl Cordero, Luis Gárciga y Miguel Moya son los nombres que ocupan la galería.
Y es que el arte contemporáneo no modifica las temáticas discursivas, sino la diversidad de acercamientos personales. En el caso de la visualidad de los cubanos, se mantiene en muchos casos a flote desde un diálogo con el humor y la ironía como lugares seguros para nombrar las estrategias de producción conceptuales.
A lo largo de la Historia se nos ha permitido recorrer el camino más largo, el de las iniciativas citatoriales, referenciadas a partir de los documentos oficiales de la nación, como punto de partida para revelar sus ángulos ensombrecidos. El arte de “la otra isla”, la que nos pesa como a Sísifo, es un cúmulo de propuestas de una red significante, y esta particularidad podemos encontrarla en cada una de las piezas de la presente muestra.
Las obras de Ángel Delgado destacan por la presencia de hechos biográficos camuflados en la poesía de una enunciación mordaz. Su pieza de la serie Memorias acumuladas (2004; madera, jabón y objetos varios) es un fragmento del tiempo en prisión, narrado desde la materialidad del jabón como principal fisicalidad.
Hay muchos mitos alrededor de quienes permanecen/pasan/son afectados por el espacio coercitivo de la cárcel, y cómo usan el jabón para narrar sus anhelos, sus imágenes retenidas en la dimensión objetual cual cordón umbilical. Lo cierto es que la propuesta presentada por el artista evoca desde su morfología un calendario que se repite, una rueda que no se detiene; las cuatro filas de jabones con objetos encrustados/enmarcados posibilitan un trance temporal apegado al encierro como espacio inspirador.
La obra contiene una fuerza que se nos viene encima, y a su vez devolvemos, en un intercambio de vivencias, porque si bien nos queda lejos la prisión más literal, muchas veces hemos cargado con objetos múltiples, portadores de una memoria, para enmarcarlos y usarlos como atrapasueños, como dispositivos de retención expectantes.
Escape (2006; madera, jabón y acrílico sobre pedestal) es otra de las piezas presentes en la exhibición. Como la anterior, en esta ocasión se mantiene la materia prima sobre la que se esculpe, ahora, los tres juanes que acompañan en la parte inferior la iconicidad de la Virgen de la Caridad del Cobre. Sin embargo, esta referencia cambia hacia otro tópico, que, aunque comparte la balsa, no va hacia el mismo destino.
La obra presenta tres bustos, detalle importante esta manera de colocar los personajes en la narración de la urna de acrílico, pues en Cuba (y en la de Historia del Arte en general) esta tipología escultórica es reservada para las figuras de la política que trascienden el tiempo por su ejemplaridad ante las sociedades.
A través de esta (re)construcción, el icono del artista desmonta del imaginario popular las referencias a lo inalcanzable de esos personajes y realiza una apología a la emigración como sacrificio inolvidable; no llama al riesgo, sino que resignifica el punto de vista desde el que se juzga a tales personas en el discurso oficial.
Cuando se coloca un signo en el marco de una contextualidad cultural, sus lecturas aprehenden los sedimentos del espacio geopolítico referido. Por lo tanto, se muta, se complejiza el producto artístico adquiriendo una doble maternidad. Así el jabón, y su vulnerabilidad ante el agua, es un punto de inflexión en la recepción para que el espectador no solo evoque las penurias de las que se “escapa”, sino la fragilidad del proceso, y su muy posible disolución en el camino.
Las piezas de Ángel Delgado no pertenecen a una narratividad de lo altero solo a partir de las temáticas referidas, o las memorias dibujadas en el campo artístico, que se expande hacia vivencias alejadas de su mismidad estrecha, sino que rompen con su gubia la seguridad de una vida estéril.
Las obras presentadas por la curadora proponen una mirada al país que se oculta en las reseñas de Tripadvisor, concibiendo la isla tras la cortina de humo, mapeada en el recorrido por los textos objetuales.
La dupla Celia-Yunior presenta la pieza Deshijar (2019; 8 fotografías impresas en metal y 6 textos impresos en soporte rígido).
Cuando hablamos de la adaptabilidad que poseemos los cubanos, y de cómo esta capacidad se va desarrollando a la par de nuestra propia madurez, puede ser que pensemos en las historias de vida de cada uno, y cuáles han sido las condicionantes responsables de lo que hoy somos. Por lo mismo, los textos que acompañan las impresiones, devenidas de fotos a los racimos deshijados de plátanos, son el medio para deconstruir una idea que será terminada en los testimonios de los sobres que acompañan las fotos:
“Mi sección investigaba los problemas que iban apareciendo, por ejemplo, las autoagresiones. Las menores en Mulgoba se empezaron a tirar desde los tanques de agua que estaban sobre unas torres. Las muchachitas se subían y se tiraban del tanque, había un intento suicida. Nos dimos cuenta que habían malos procedimientos dentro del centro, como maltratos, ya no tengo datos de esas investigaciones, maltratos psicológicos, humillaciones, llevarlas a celdas por cualquier cosa. Entonces nosotros interveníamos” (Celia-Yunior, Deshijar, 2009).
Estas palabras son producto de la investigación antropológica que caracteriza las propuestas de estos artistas. Una suerte de paralelismo entre varios universos, aquí el vegetal y el humano.
El acto de deshijar es, según la RAE, “apartar las crías”. De ahí que la obra discurse sobre el funcionamiento de los Centro de Detención de Menores en la isla, los ambientes y anécdotas devenidas de estos espacios. La metáfora que se construye con la foto impresa en metal, de una belleza y tactibilidad, contrasta con las historias dentro de los sobres. Esta estructura de presentación coloca el conocimiento de los sucesos, otra vez, en una veladura.
Deshijar habla en primera persona de otros hijos que han sido separados de sus familias para alimentar la imagen de una perfección inalcanzada. La pieza funciona cual mecanismo de expresión hacia el interior de establecimientos seguros, para quienes consideran que su cosecha mejorará con el almacenamiento propuesto por las instancias de sanidad. Sin embargo, no todo lo que brilla, como el acabado de las impresiones, seduce a la experiencia de una memoria agradable.
La obra de Celia-Yunior consiste en el llamado de atención hacia los lunares cancerígenos que tenemos en la sociedad. No es la prueba de una más entre las fallas habituales: es la necesidad de mirar hacia el futuro y mirar cómo formamos el presente, y la ausencia de certeza en los métodos en que hemos confiado ciegamente durante años.
La adaptabilidad se modifica de acuerdo con los espacios donde ocurre, hacia donde sople el viento. Esta pieza descubre otra isla, frente a nuestras narices y sin haber sentido el hedor.
Por otro lado, la propuesta de Alexander Arrechea, El rostro de la nación (2019; video HD, 5´14´´) conecta a otra temporalidad alejada de la actual.
El video es una atractiva mirada que superpone, desde la similitud de trazos geométricos de una máscara, varios diseños que parten de las líneas, las espirales y los triángulos. La figuración de la(s) máscara(s) es una lectura del mestizaje que nos ha caracterizado como nación; tomando como apoyo la banda sonora de la pieza, el espectador puede recorrer la historicidad del país, desde la apropiación de los pictogramas que encontramos en las cuevas de los primeros pobladores, hasta las raíces chinas y africanas.
El video presenta, desde las rostricidad de una máscara, el tiempo superpuesto. No persigue solo la exposición de nuestra savia ancestral, sino las similitudes que nos identifican como nación, porque las máscaras son construidas saliendo una de la otra, es decir, a través del stop motion: cada trazo es el comienzo y final de una línea interminable de personalidades/influencias/raíces.
La técnica de animación escogida para la pieza es uno de los textos a tener en cuenta para pensar su lectura. No hay un único rostro, como tampoco hay una fluidez entre ellos; la torpeza de la propia consecutividad demuestra las fracturas entre una y otra etapa, entre los arroyos que forman las espirales, que son por momentos olas, ojos, bocas.
La obra de Alexander Arrechea abandona la simplicidad de un discurso sencillo y trillado sobre la Historia para mostrar las cicatrices de combate, las huellas de una memoria más compleja que una simple cronología lineal. Por eso las máscaras se repiten, suman, superponen, hilvanan desde un factor común, la elipsis, porque es lo único fijo, el marco de donde provienen todas esas figuraciones, la isla.
Hay otra dupla que también emplea el video para mostrar su visión del tiempo de nosotros en la “lucha”. La pieza de Luis Gárciga y Miguel Moya, Censo (2003; video HD, 11´57´´) es la mirada acuciosa, antrolopológica también, al sentir de un país que puede compartir una misma estrategia de subsistencia en diferentes formas.
Para los cubanos, la expresión “Aquí, en la lucha” como respuesta al saludo matutino es algo común. Sin embargo, cuando alguien le pregunta por teléfono y fuera de contexto si “¿Está usted en la lucha?”, como hacen los autores del material con números telefónicos escogidos al azar, la respuesta se descoloca, dependiendo de la persona interrogada.
La pieza es una interesante muestra de cómo los cubanos vivimos en una constante paranoia, de ahí que sean tan múltiple los resultados del “censo”: “Los que están en la lucha 31,48; los que no están en la lucha 24,07; los que se abstienen 7,41, y otros, 37, 04”.
La obra es un plano negro con los números y el audio de las llamadas realizadas por los creadores. En las respuestas emitidas por los “entrevistados” se muestran las diferentes acepciones del término “lucha” al tiempo que se deja claro, cuando el receptor de la pregunta lo estima, el tipo de lucha en el que se encuentra.
Hay una búsqueda que se desplaza entre lo político, lo social, lo antropológico y lo humorístico para exponer las metáforas de una concepción del lenguaje como extensión de lo cultural. Los artistas se caracterizan por mostrar un ángulo de la sociedad que retrata particularidades como la jocosidad, la ambigüedad expresiva, las añoranzas utópicas y la mayoría de sus creaciones desde una doble asertividad: una primera e inocente que implica al público, y una segunda como estocada que revela las intenciones de una morbosidad que no hace más que mostrar nuestro propio reflejo.
Censo postula el modus operandi de una sociedad. Luis y Miguel se dedican a preguntar por la “lucha”, a cuestionar la inocencia de una frase popular para demostrarnos el lado pícaro de nuestra propia performance cotidiana. La obra de arte funciona en un nivel simbólico y adquiere, con su transparencia enunciativa, la estocada de un gancho al mentón.
La exposición que la curadora presenta en tierras mexicanas es una mirada desde las artes al cúmulo de resquicios por los que se muestra la ambigüedad en la que existimos los cubanos. Dentro y fuera del territorio nacional, quienes sentimos por la patria volvemos, en pensamiento y cuerpo, a recorrer esas millas acuáticas que nos regresan cada cierto tiempo al campo de batalla.
La otra isla es un modo de exhibir diversas estrategias discursivas que comparten un bien común: la figuración de un tatuaje que nos identifica como luchadores perennes, como gladiadores de un combate que no termina.
Galería
Here come the Cubans
La identidad nacional como constructo y otros espejismos del arte cubano contemporáneo.