El pasado 4 de mayo fue inaugurada una exposición de arte outsider en Galería Taller Gorría (La Habana), con la conferencia: “Art Brut. Una forma de asomarnos al misterio que somos”, de la artista, comisaria e investigadora española Graciela García, como acción complementaria.
De la muestra en particular, dejaré un apartado antes de concluir este escrito.
Comienzo por la charla, en la que Graciela involucró a Julio Cortázar y a artistas históricos del art brut y el outsider art, tanto como poesía y ciencia en su mismo relato. Esto último, con la particularidad de que unía los discursos de un creador “profesional” y otro “outsider”, los cuales presentó como dos caras de una misma moneda. Moneda que, al fin y al cabo, no era otra que el arte al que le ponemos las mayúsculas. Nada que rebatirle, ni en lo que discordar.
Yo estaba embobada, escuchándola y sintiendo el espíritu de Szeemann[1] posesionado de las dos. Agradeciéndole, además, haber comenzado su conversatorio con el aviso de que no entraría en explicaciones sobre qué es art brut, arte outsider o arte marginal. Conceptos escritos un siglo atrás que al día de hoy todavía desconocen segmentos no descartables de públicos. Aquellos que terminan forzando al ponente a disertaciones incómodas, cuando ni siquiera académicos y especialistas a cargo de estudios actuales se han puesto de acuerdo sobre nuevas teorizaciones al respecto.
Esto nos coloca, a quienes estudiamos el tema, en un callejón sin salida, en el que no aparece otra opción que agarrarnos de los primeros conceptos instituidos por Dubuffet[2] y Cardinal[3], difícilmente aplicables en tiempo real, por no cubrir el gran arco de temporalidad en el que continúan vivas y transformándose las manifestaciones artísticas marginales en su perenne viaje.
El propio Dubbuffet se cuestionó tantas veces sus formulaciones, que le fue sumamente difícil llegar a consensos con él mismo[4]. Laxitudes que encontraban explicación en la continua reestructuración de una colección viva, que crecía constantemente y que lo llevó a poner en crisis cualquier certeza teórica a la que creyera haber arribado. También por tratarse de expresiones a las que tomarles el pulso, es tener que desaprender cualquier regla ya escrita: aspecto harto conocido del arte marginal que no ha perdido un ápice de actualidad.
Yo, como Graciela, inclusive como expresó alguna vez mi querido Gombrowicz, diría: dejemos “¡los festines del intelecto! ¡esos refinamientos! ¡esas concepciones! ¡esos descubrimientos!”[5], que asuntos más importantes hay de los que ocuparse —el hombre en el centro de ellos— en lugar de tener que esclarecer “conceptualizaciones que solo sirven para la ocasión”[6].
¿Cuáles asuntos serían esos? Me funciona poner como ejemplo la preocupación de Jorge Peré, curador de la muestra Con voz propia. Outsider Art en La Habana —según se lee en su folleto promocional—, quien luego de terminada la charla dijo sentirse incómodo por ver obras tan íntimas expuestas en el cubo blanco.
Son sentimientos encontrados que tienen lugar en los viajes iniciáticos de todo aquel que emprende un acercamiento hacia lo brut y lo outsider, y a donde viene a rondar, a atormentar el fantasma de Dubuffet, su actitud proteccionista. Aquella que lo llevó a debatirse tanto tiempo en si permitir o no que su colección pudiese ser apreciada por visitantes distintos a los de su círculo, bastante estrecho, de conocidos. Muy vigente en curadores como Peré, y sabe Dios en cuántos más.
Pero lo preocupante al respecto, sería ¿deber aceptar? que medio siglo[7] no ha sido suficiente para el concocimiento y asimilación de todo el proceso reinvindicativo de un arte que ya bastante ha recorrido contenes y centros mismos de las avenidas más anchas del mainstream artístico internacional outsider.
¡Señores! —lo vengo diciendo hace un rato—, la balanza se movió desde hace un tiempo hacia la voluntad por conservar, desarrollar, estudiar, promover y comercializar este arte. Inclusive, tras estas acciones, ya los artistas outsiders reconocen y encuentran representatividad.
Me parece un absurdo continuar actuando u opinando bajo el acecho de ese espíritu dubuffeano, fuera de lugar que separa “obra” de artista y “artista” de “gestor”. Que sería lo mismo que contradecir una realidad, un nuevo relato, donde no podemos seguir omitiendo que los creadores bruts/outsiders/marginales —o al menos un grupo considerable de ellos— exigen tener voz, piden y se les pide opinión, y son cada vez más conscientes de lo que hacen y obtienen. Salvo muy pocas excepciones, ninguno de ellos desea prescindir de una representatividad —fortuitamente adquirida— que los ha llevado al cubo blanco y a recibir recompensas tan valiosas como una autoestima más fuerte, economía y reputación.
Esto no los hace perder sus motivaciones primeras, sino que serían nuevas y humanas ambiciones que sumarles. No entraré en detalles de si tiene sentido o no —en esos intermedios o claroscuros del fenómeno outsider— continuar usando los mismos términos que la historia instituyó. Que sean usados por quienes mejor les funcione, hasta tanto no disponer de otros.
Lo que creo más importante en todo este asunto es acabar de admitir que un número en ascenso de artistas outsiders sí esperan recompensas —¿es eso condenable?— y sí tienen representatividad. No se trata de una negociación en la que sea juez y parte una sola de las variables de la ecuación obra-artista-gestor, sino que cada una de ellas es decisora y suelen marchar en la misma frecuencia.
Y en esta cuestión de la representatividad, específicamente hablando de arte outsider, es donde entrarían a jugar su rol nombres como NAEMI, Art Brut Project Cuba, Espacio Aglutinador; aunque deteniéndome en los dos primeros por tener en común la voluntad de coleccionar —aspecto imprescindible para estudiar la expresión outsider— y por compartir en sus nóminas algunos de los artistas exhibidos en la exposición que por estos días permanece abierta al público en Galería Taller Gorría. Amén de que ambos (NAEMI y Art Brut Project Cuba) son espacios/organizaciones/proyectos que se ocupan —entre otras acciones— de localizar, promover y estudiar —específicamente— a creadores con potencialidades dentro del art brut[8].
Por tanto, “si tomamos la corriente desde la fuente”, es preciso decir que los once artistas que forman parte de la muestra Con voz propia. Outsider Art en La Habana (Damián Valdés Dilla; Guillermo Rigoberto Casola Marcos, Rigo; Federico García Cortiza; Gloria de la Caridad García; Ramón Losa; Yaniel Agrafojo; Jorge A. Hernández Cadi, El Buzo; Marco Antonio Guerrero Herrera; Leopardo María Panero; Andrés Miguel Cruz; y Adriam Horta) no llegaron a Galería Taller Gorría porque un curador tocara, una a una, las puertas de estos autores “desconocidos”. Sucedió a través de NAEMI, organización que, en este caso, llevara la credencial de gestor e intercediera para realizar la exposición.
A esto, añadir que los tres primeros artistas arriba mencionados han tenido su solo show en Riera Studio, sede habitual de Art Brut Project Cuba desde hace diez años de su existencia, como parte de las muestras sistemáticas que organiza el proyecto. Así como Marco Antonio Guerrero y Gloria de la Caridad García han sido promovidos más de una vez en exhibiciones colectivas, también organizadas por el mismo proyecto.
Omito el pedigrí de NAEMI —que no me es ajeno— por sentirme más cercana y conocer mejor al proyecto cubano, que me ha permitido aquí, en La Habana, la posibilidad del encuentro directo con artistas localizados a lo largo y ancho del país. Mientras que NAEMI tiene su sede en Miami, exhibiciones poco frecuentes en Cuba, la mayoría de ellas en enclaves de la Embajada de España, además de una nómina de creadores cubanos considerablemente inferior a los artistas que he podido conocer en Riera Studio, cuya cifra ronda los cincuenta. Cosa que menciono y quiero resaltar por lo inexplicable que me resultó el hecho de chocar con un repertorio demasiado limitado de obras y creadores en Galería Taller Gorría, lo cual quebró todas las expectativas que había albergado tras leer el anuncio “Outsider Art en La Habana”.
Al llegar a la muestra in sito, no vi novedad ni panorama visual que me sobrecogiera por haber vivido y disfrutado en tantísimas ocasiones de la diversidad de autores y propuestas estéticas a la que nos tiene acostumbrados Riera Studio dentro de su espacio doméstico.
El Outsider Art en La Habana, lamentablemente, no es, ni por asomo, lo que emergió de entre las bambalinas de “Con voz propia...”. A ese catálogo tan rico que es la producción artística outsider en esta ciudad, debió hacérsele mejor honor con un número mayor de artistas representativos y obras que marcaran la diferencia, museográficamente hablando y en lo curatorial.
Pero ya lo decía el propio Peré en sus palabras al folleto promocional: “estos artistas […] apenas representan una puerta de entrada a la producción artística outsider en Cuba”. Lo que no me quedó claro fue ¿por qué desaprovechar un espacio como Galería Taller Gorría, cuando existe el acceso a proyectos y colecciones —de cuyo rol ya hablé— dedicados a estudiar y coleccionar producciones outsiders en este país?
Solo espero no tener razón en lo oportuno que sería usar ahora el refrán de “nadie es profeta en su tierra”, que tan bien describe circunstancias de proyectos independientes como Art Brut Project Cuba y otra larga lista, de la que fuera lindo hablar aquí, pero que, evidentemente, no viene al tema.
Galería
Notas:
[1] Harald Szeemann (1933-2005): artista e historiador del arte suizo; comisario de más de 200 exposiciones, muchas de las cuales han sido calificadas de revolucionarias, Szeemann contribuyó a redefinir el papel del comisario de arte. Como director de la Kunsthalle Bern, organizó una exposición de obras de “enfermos mentales” de la colección del historiador del arte y psiquiatra Hans Prinzhorn en 1963. Más tarde, como director de Documenta 5 (Kassel, Alemania), en 1972, incluyó una gran instalación de obras del reconocido artista suizo de art brut Adolf Wölfli.
[2] Jean Philippe Arthur Dubuffet (1901-1985): pintor y escultor francés que acuñó el término “art brut”.
[3] Roger Cardinal (1940-2019): escritor y catedrático de literatura y artes visuales, quien dio origen al término “outsider art”, en 1972, a partir de su libro homónimo.
[4] Esto se refleja a lo largo de toda la correspondencia que mantuvo con Witold Gombrowicz (Witold Gombrowicz-Jean Dubuffet. Correspondencia, Anagrama, Barcelona, 1972.
[5] Ídem.
[6] Ídem.
[7] Marcando una línea temporal a partir de que La Collection de l’Art Brut (Lausana, Suiza), primera institución de su clase y heredera de toda la colección de Dubuffet, abrió sus puertas en 1976 a todo tipo de público.
[8] Dentro de algunas colecciones, se opta por separar en favor de estudios más especializados el término outsider art del término art brut.
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