La condición humana en la obra de Santiago Betancur

El sujeto de la modernidad ha discernido históricamente en la disyuntiva de una razón instrumental o emancipatoria, prefigurando las condiciones a priori de una existencia desprovista de esencia. Qué es el sujeto moderno sino una entidad, como bien coteja mi colega Denise Najmanovich: “una sustancia pura, independiente, incorpórea pero interior —a la vez y paradójicamente—, al modo de un carozo que anida en el cuerpo, pero que misteriosamente es radicalmente ajeno a él”.

Los modelos teóricos de la modernidad —ya sea en su dimensión filosófica, sociológica o política— han hecho del sujeto moderno un hombre que no podía ser otra cosa que blanco, hombre —en el sentido del género—, heterosexual y patriarcal. Cualquier derivación de esta lógica secular carecía de sentido. Toda la narratividad argumental que viene de la tradición kantiana y hegeliana ha establecido —no solo en la comprensión del hombre— una suerte de “metafísica de la actividad teleológica” como condición ineludible para su existencia.

El giro epistemológico y lingüístico que se comenzó a operar a inicios del siglo XX y que pone en perspectiva las fisuras del pensamiento racional positivista, relocaliza la indagación en torno a la comprensión del sujeto moderno.

El sujeto de la modernidad —el hombre— y su condicionamiento a priori ha conducido, en la “tradición” posmoderna, a una crítica de la racionalidad y la teleología dominante, haciendo evidente la disolución de la entidad para que emerja de la noción de cuerpo. Como el cuerpo “posmoderno” carece de una finalidad a priori, la razón instrumental y emancipatoria dan paso a la acción comunicativa en sentido habermiano.

Un ejercicio hermenéutico y lingüístico que sustituye el curso teleológico del episteme moderno en su fuerte orientación escatológica, una vez que trata de buscar la identidad no cifrada en el reconocimiento de la racionalidad instrumental, sino en la evaluación de la individualidad y los contenidos que esta es capaz de generar través de niveles de orden y complejidad. Algo que Heinz von Foerster llamó, en Las semillas de la cibernética: sistemas (auto)organizados y los ambientes en torno a ellos.

La obra del artista colombiano Santiago Betancur podría inscribirse en este espacio intelectivo, sin que ello signifique un condicionamiento o reduccionismo. Pues es cierto que la obra de Betancur, tanto la pictórica como escultórica, hace visible al otro de la condición humana, antítesis del sujeto de la modernidad.

La contundente, descarnada y nada relamida visualidad, hacen de Betancur un creador visual consumido por una agonía que cobra sentido en sus preocupaciones existencialistas. La subrayada condición antropológica en su obra conduce a una comprensión de lo humano en un deterioro profundo, en una cómplice descomposición de su condición fundante. Tanto su pintura como sus esculturas en pequeño formato, colocan al cuerpo en la mesa de vivisección, exploran sus entrañas para tratar de hallar una identidad perdida; un tesoro que, como el anillo, se ha extraviado en el estanque.

Si el sujeto de la identidad desaparece, solo queda un cuerpo descarnado en un “éxtasis” profundo. Hay placer también en el dolor; el cuerpo mortificado por el cilicio encuentra en el éxtasis de Santa Teresa la contemplación del argumento divino, aunque este sea —como ha sido— una premisa incumplida.

Tanto la pintura como la escultura de Santiago Betancur hacen coincidir estados contrastantes. Hay libido y morbosidad, lirismo y aberración, consternación y éxtasis. Los cuerpos —amórficos— con algún vestigio de lo que un día fue humanidad, yacen con sus extremidades extendidas, como danzando, dispuestos a compartir su carne, su sangre, sus extintos fluidos en un rictus de amargura y desesperación. Tratando de vocalizar una queja, un suspiro que se transforma en un grito hecho silencio, los danzantes escamotean su sufrimiento para disimular lo que es una verdad contundente: nunca podremos escapar…

El manejo de la luz, las sombras, y por consiguiente las penumbras recurrentes, crean un ambiente siniestro: ¿habrá futuro para la humanidad? Y es que hay algo de escalofriante en la obra de Santiago Betancur, sobre todo en el manejo cromático que tanto me recuerda los procesos de descomposición de los cuerpos documentados en la fotografía de Andrés Serrano, o en el trabajo fotográfico del artista cubano Rodney Batista.

Sin duda alguna, la visualidad de Santiago Betancur es la antítesis a todo esfuerzo de complacencia; sus personajes descarnados nos enrostran una realidad, difícil de eludir, ética en un sentido profundo.

Sófocles, en Edipo rey, medita sobre el destino de este, pero sobre todo medita sobre sentido de la condición humana. La imagen de Sófocles difícilmente podría ser más sombría: lo mejor para nosotros es no haber nacido o, dado el caso de haber nacido, lo mejor es morir pronto.

Sería difícil pensar en una expresión más sucinta y poderosa. Al igual que Sófocles, la obra Santiago Betancur subraya la extraña percepción de que la vida es, por sobre todas las cosas, trágica.  


Galería


Santiago Betancur – Galería.




Ciro Quintana

Ciro Quintana: “Mi generación es una generación de titanes”

François Vallée

“El arte cubano está lleno de buenas creaciones, de excelentes artistas que día a día elaboran una obra más seria de lo que la gente cree. No se le ha dado el lugar histórico que merece. Ha sido saqueado, humillado, confundido, manipulado y vendido sin sentido. Y aun así sigue flotando”.