Aqua Vitae: del libro arte y el alcohol

Yerandee González Durán y Hanoi Pérez Cordero son dos artistas visuales cubanos que, desde hace unos años, y por separado hasta hace muy poco, han venido haciendo libros y gráfica, entre otras actividades plásticas. 

Yerandee y Hanoi ensamblan ocasionalmente grabados con libros, o viceversa, pero es más frecuente que burlen esa antigua relación de manera irónica. En cualquier caso, los resortes que les llevan a la factura final de cada una de sus obras siguen estando ceñidos por la minuciosidad y el acucioso estudio de las técnicas y materiales empleados tradicionalmente en estas disciplinas. 

Por su ascendencia medieval, el libro es de las modalidades visuales que más anclaje tiene en el pasado. Para el común de los espectadores cubanos, con sus diferentes grados de sensibilidad y observación, todo el engorro creativo asociado al libro pasa regularmente desapercibido. Incluso artistas versados en otras manifestaciones plásticas, ignoran a veces las articulaciones que conlleva una obra de esta naturaleza: el libro arte.

Vamos, que no es lo mismo que un óleo sobre tela. 

Pero no hay cómo culparlos, pues se trata de una de las aristas del arte contemporáneo menos conocidas en nuestro medio. Aun cuando ya existen en el mundo prestigiosos coleccionistas privados e institucionales que atesoran dichas piezas, además de circuitos de galerías expresamente consagrados a su exhibición y comercialización. 

Piezas conocidas como (en un rango que suele confundir las verdaderas esencias de cada denominación, procedimiento y finalidad): libro arte, libro objeto, poesía visual, libro manufacturado, etcétera; se llama así, indistintamente, a cualquier resultado que no sea el industrial. Para las obras de Yerandee y Hanoi, por las evidencias tácitas que muestran, yo prefiero usar el término libro arte

En Cuba, el libro arte va ganando adeptos gradualmente, si bien la propensión entre los artistas es utilizarlos como obras colaterales en proyectos de otra envergadura, pictóricos o instalativos. Y en esas circunstancias los creadores pueden encargar la ejecución a algún encuadernador tradicional, de los que ya quedan pocos. 

Lo peculiar en estos dos artistas que me ocupan es que son partícipes de todo el proceso desde su concepción. Esto les permite alterar arbitrariamente los códigos factuales en función de los conceptos manejados en sus obras, que usualmente no sobrepasan los cinco o seis ejemplares originales. Un proceso que, de no ser por una formación técnica tan desacostumbrada para un creador visual, resultaría bastante engorroso.

Yerandee González Durán es graduado de Restauración en la especialidad de Cantería; en Conservación preventiva en clima tropical de archivos y bibliotecas; y en Restauración, encuadernación y fabricación de papel manufacturado. Ha impartido cursos y acometido la curaduría de varias exposiciones en la Biblioteca Nacional. 

Por su parte, Hanoi Pérez Cordero es graduado de la Academia de Artes Plásticas San Alejandro (especialidad Pintura), del Instituto Superior de Arte (especialidad Grabado), y diplomado en Producción Simbólica. Fue miembro del grupo de experimentación artística Enema. 

Ambos son cofundadores del estudio Prueba de Taller y miembros activos del grupo de renovación gráfica Haciendo Presión



Más allá de la experiencia, de las muestras colectivas y personales, premios, becas de estudio o residencias: las inquietudes irreverentes de Yerandee y Hanoi están agitándolos continuamente, como una maldición que no da respiro. Tal vez por eso la frágil y consagrada elaboración de cualquier edición de sus libros está envestida de ese contrapeso, de ese sarcasmo blasfemo que tiene el don de convertir un embalaje de ron en literatura de “consumo”. 

Con antecedentes en La enciclopedia del borracho, obra en la que Yerandee encuadernó todas las cajas de ron que bebió solo o acompañado, surgió un proyecto al que Hanoi y él decidieron nombrar con el eufemismo de Aqua Vitae

El arte puede ser un descubrimiento a posteriori, siempre con tiempo para retomarlo en el punto en que parecía no dar más. Aqua Vitae no se trata de los anales de glorias etílicas pasadas, sino de las que se pueden auspiciar en lo adelante, con cajas de alcohol rebosantes de evasión. Estos artistas no son monjes obcecados en la enjundiosa elaboración de una obra bíblica, sino desacralizadores artífices de nuevas metodologías semánticas. 

Si esto fuera todo, sería suficiente. Pero no: como derivado del objeto destinado al consumo “intelectual”, como catadores de una página henchida de otros códigos, los autores se han bebido luego su propio resultado creativo, en numerosos performances desarrollados en los sitios donde fueron exhibidas las piezas. 

Sentados uno frente al otro, como en una biblioteca, como en una cantina, donde las culturas y los saberes de ambos medios se entrecruzan, tal como se cruzan las experiencias individuales de cada uno de estos artistas, no hubo más diálogo que el de la complicidad de un acto compartido: otra manera de interconectar, ebrios, híbridos; en fin, instruidos. 

¿Para qué más? 

Rebasando el puritanismo que se oculta en la eventual necesidad de darse un trago, de desahogar las penas en algún nivel concéntrico y desinhibidor de nuestra existencia, quizás escondido tras las bambalinas de un libro, la historia humana también se ha erigido con el consentimiento de más de una borrachera. 

Muchas de estas cosas ya yo las sabía; otras, las pesqué el pasado diciembre, en el conversatorio que la profesora Beatriz Laffita coordina mensualmente en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. 



Ante el auditorio de estudiantes e interesados, entre los cuales se encontraba la especialista Karina Pino Santos y el artista audiovisual Edgar Hechavarría, Hanoi Pérez y Yerandee González mostraron sus obras (físicas y prueba audiovisual de su trabajo), desplegaron su acervo y su poética visual con pitcheos muy personales. 

Y no como lo hubiese hecho Ernest Hemingway, quien también bebió y escribió, simultáneamente.