Burócratas, anarquistas y las ruinas de las escuelas de ballet

Preparábamos una escena de violencia, así que nos aseguramos de buscar una locación inspiradora. En Corazón azul son muy importantes las atmósferas. Es una escena con solo dos actores. En la historia, es la continuación de la secuencia de la galería. 

Necesitábamos grandes cantidades de sangre. Fuimos a un agromercado cerca de nuestra casa. La dueña nos regaló dos botellas de sangre de cerdo. Como no podíamos fabricar varias copias del vestuario de Sofía, y debido a que Miguel repite muchas veces la misma escena, resultaba imposible utilizar la sangre sin que se ensuciara el vestuario. Entonces Miguel decidió solucionar este problema en posproducción. Más adelante regresaríamos solo nosotros dos para realizar el plano detalle de la sangre en el mismo lugar para mantener la misma luz y las mismas texturas del terreno.

Rodamos con Carlos Gronlier y con Gabriela Ramos el día de mi cumpleaños, el 3 de junio de 2018. Había un calor y una humedad insoportables. Como no debíamos salir de allí debido a que, para no variar, entramos sin permiso, entonces llevamos provisiones. No fue una comida agradable. Ya la nueva crisis económica comenzaba a hacer estragos y lo único que conseguimos fue unas latas de sardinas con tomate, unas tostadas, y turrones de ajonjolí. 

Había una bruma espesa producto de la humedad ambiental. Puede que tuviéramos una sensación de calor de más de 34 grados centígrados.

Era uno de los momentos más importantes de Carlos en la película: la anagnórisis de David. Descubriría algo de sí mismo que hasta ese momento ignoraba o se negaba a aceptar, pero no podía expresarlo con palabras. Carlos no lograba la total concentración producto de los requerimientos de la escena. Su vestuario era de invierno, así que sudaba a mares y yo tenía que estar pendiente de secarle el rostro en cada pausa. 



En esta escena Miguel quiso probar algo distinto. Dada la capacidad que tiene Gabriela para monologar, en contraste con el mutismo casi absoluto de David, gran parte de la escena fue escrita teniendo en cuenta las improvisaciones que Miguel hizo con Carlos y Gabriela durante los ensayos. 

Pese a los obstáculos, estábamos en un ambiente tranquilo. En ese lado de las ruinas hay un escenario circular rodeado de bancos de concreto. En distintas direcciones hay puertas que conducen a otras habitaciones con puntos de fuga donde la luz termina siendo absorbida por la penumbra de los pasillos.  



Miguel estaba concentrado en el primer plano del rostro de David. El calor seguía golpeándonos. Carlos, casi en estado catatónico, permanecía en inercia. Entonces intervine como coach. Este trabajo lo hice en momentos muy específicos. La comunicación con los actores se estableció desde los ensayos, donde yo también participaba en muchas ocasiones. Especialmente con los actores jóvenes y con los que no eran profesionales. 

Una vez entendí lo que Miguel estaba demandando de Carlos, le empecé a hablar: 

—Carlos, la imagen que estás viendo te deja estupefacto. Son esos segundos en que existe una verdad que trasciende a la persona y el hecho de descubrirla provoca contención. Es como si David estuviese haciendo un repaso sobre su vida. 

Durante mi intervención, Carlos se fue enojando conmigo. Al parecer le molestaba que yo continuara hablándole y que Miguel siguiera repitiendo una y otra vez el mismo plano. La escena no acababa de salir. 

Una vez más llegábamos a los estados de los personajes expresando en voz alta lo que debían estar sintiendo. Como por inducción. Finalmente vi en el rostro de Carlos la ira contenida y la duda. Recuerdo que le dije con emoción: “¡Quédate así!, ¡estás perfecto! ¡Ese es el estado!”.

En verdad le dije lo que yo misma estaba sintiendo como actriz. Cuestionarme, ¿qué necesita sentir el personaje para que en su rostro se pueda leer que esa acción que acaba de cometer fue involuntaria? Miguel también quería ambigüedad. Como podrán apreciar era una emoción difícil no solo para un actor joven, sino para cualquier actor. 

—¡Quedó! —dijo Miguel.

Acto seguido, Carlos, aún con la ira de la escena, gritó: 

—¡Ya! ¡Pinga! 

Sus emociones estaban fundidas con las de David y, mientras trataba de arrancarse el pulóver que tenía puesto encima de un suéter negro, la violencia de su gesto, junto a lo desgastado y viejo de la tela, provocaron que se rasgara. 

Yo no lo podía creer. Estaba desconcertada porque también realicé el diseño de vestuario. Yo sabía que ese pulóver era único. No había forma de sustituirlo. Todavía faltaban dos planos más de él en ese mismo llamado. Recuerdo que solo atiné a decirle: “¡Carlos, en la historia del cine cubano creo que no he visto a ningún actor que se haya roto su propio vestuario!”. Él me miró con una expresión de enfado, que luego se transformó en vergüenza, y masculló algunas frases. 

En medio de aquel acaloramiento, Miguel me pidió que tomara esta foto. Él sostiene el pulóver roto entre las manos, como si se tratase de un torero con su capa. Carlos está rehuyendo la cámara. Recuerdo que permaneció un rato sin hablar. Pero aquella expresión de antes, aquel instante que registró la cámara de la película, sin duda, nació de una emoción absolutamente verdadera. 



De cómo solucionamos el problema del pulóver en los planos que faltaban por rodar aquel día, solo puedo decir que fue gracias al poder del cine para fabricar otras realidades. 


El Decano de Corazón azul  

Por continuidad, ahora nos tocaba filmar la oficina del Decano. Excepto algunas escenas y algunos insertos, casi todo se hizo en orden cronológico. Es parte del método de escritura de Miguel incorporar lo que va descubriendo en la sala de edición. La historia narrada en esta película establece un diálogo con las imágenes.  

Siempre digo que vivimos tres disidencias. Por el contenido de las películas padecemos una censura institucional; luego con el Estado, en un país donde poder legislativo, Estado e institución son la misma cosa; y para rematar, con las instituciones internacionales. 

Corazón azul es un híbrido donde se combina el horror, la ciencia ficción, animación, el documental, biopunk, cine político, body horror; tal vez sea demasiado para ser hecha por un director cubano. Por otra parte, Cuba es un país pobre y pequeño que no ejerce ninguna influencia respecto al funcionamiento de los países ricos. No es la Europa del Este. La Isla ha quedado como un anacronismo.

En Corazón azul partimos de todas estas variables. No obstante, y en eso coincido con Miguel, hacer simplemente el cine que le gustaría ver siempre va a conectar con una audiencia; no importa el número. Gran parte de la filmografía que él prefiere, ha sido muchas veces negada en el momento de su estreno. Aunque ya no sean los años 60 del siglo XX, uno no debe renunciar a sus ideas. 

Entonces, la escena con El Decano contiene esa incomunicación entre un estudiante de artes visuales (David) y un burócrata (El Decano). Un detalle importante: El Decano no tiene nombre y tal vez esa fue la manera que encontró Miguel de despersonalizar una de las formas en que se manifiesta el poder. El Decano es solo el rostro y la voz del sistema que representa. Miguel quería a un actor o una actriz, de hecho, había pensado en Corina Mestre. Una idea poco realista dada la ferviente filiación política de la actriz. En Cuba, las personas que rondan los sesenta años son parte de una generación difícil, marcada por el exilio o por el miedo. Se conoce como la generación de los sin presente. En el momento de la juventud, de la rebeldía, ya todas las decisiones habían sido tomadas, sin dejar espacio para que esa generación, al menos, tuviera su propia ilusión libertaria. 

Enrique de Jesús Núñez Díaz fue el primer actor elegido para este papel. A Miguel le interesó no solo que tuviera una buena presencia ante la cámara, sino que tenía una gran capacidad para improvisar y logró transmitir lo que demandaba el personaje. 

Viví reacciones tan bruscas con otros actores a los que llamé que parecían personajes de una farsa. Todo sonaba bien, hasta que les decía que el director era Miguel Coyula. Sin que mediara una pausa, cambiaban de la emoción agradable de recibir una llamada para el castin de una película, al terror de que la llamada provenía de un director disidente.  

Miguel le dio el papel a Enrique. Recuerdo que esa misma tarde estuvimos en su casa. Habíamos quedado en hacerle la prueba de vestuario. Todo fluyó muy bien, incluso nos dijo que su familia, en especial su hija, estaba feliz con su participación en la película. Elegimos el vestuario y acordamos la fecha de rodaje. Casi al final nos pidió ver Nadie y Miguel se lo copió en una memoria USB.

Al día siguiente lo llamé por teléfono para concretar el horario de recogida y no me contestó. Después de insistir varias veces, finalmente di con él. Me dijo apenado que le había aparecido una oferta de trabajo que no podía rechazar. Él, además de graduarse de Historia del Arte, es cantautor y actor. Era una oportunidad como músico en Varadero. Le dije que no había ningún problema, que podíamos esperarlo. Me dio mil razones más hasta que finalmente dijo no y rápidamente entendí. 

Otro golpe para nuestra producción. Miguel y yo comenzamos a revisar la base de datos de actores que tenemos. Ya habíamos agotado todas las opciones que había allí. Miguel recordó que el actor Carlos Massola lo había llamado recientemente:

—Coño, Migue, ¿no hay nada ahí para Max? Ese es mi socio.



Seis años antes Miguel había casteado a Max para Corazón azul. Para interpretar a un hombre de pueblo, un personaje completamente distinto a El Decano. De madre francesa y padre actor (Pedro Álvarez), un galán de su época, es evidente que aquel personaje de pueblo no era ni por asomo el registro de Max. Era probable que, como Decano, funcionara la química.

Como no queríamos repetir la misma experiencia que con Enrique, decidimos tener varias opciones. Me vino a la mente también Félix Beaton. No solo había trabajado con él en ¿Eres tú papá?, sino que habíamos coincidido hacía poco tiempo en los pasillos de la EICTV. 

Cuando Miguel le hizo el castin a Max, la comunicación entre ellos fluyó muy bien. Pasaron dos días y ya estábamos en su casa. Una residencia enorme para él solo en Nuevo Vedado. Dentro de aquel mausoleo, Max parecía un conde. 

Max se había vuelto un ermitaño. Nos contó más sobre su madre. Recuerdo un detalle particularmente cinematográfico en su cuarto, mientras elegíamos el vestuario. Puede que no lo recuerde de manera exacta, de alguna forma mi mente echó a volar y empecé a construir mis propias imágenes. Me detuve en el espejo y Max comenzó a narrar cómo en ocasiones sentía que veía a su madre de espaldas, cepillándose el cabello. 

Max vivió un tiempo en París. Se casó por segunda vez con una diplomática francesa. Su esposa francesa habría dado a luz en su tierra, la misma tierra de la mitad de los ancestros de Max. Tal vez ese viaje no fue de ida, sino de regreso.

Sonó el teléfono. Reconocí la voz de la actriz Zelma Morales. El rostro de otra época que aún podría ser la imagen del feminismo en Cuba. No fue Vilma Espín sino Zelma la mujer que recuerdo emancipada. Sus personajes en la televisión mostraban otro carácter. No solo era la mujer trabajadora, sino culta, refinada e independiente. 

Era 2018, yo había sido castigada por mis opiniones públicas respecto al Gobierno. El video de mi parametración en pleno siglo XXI se había vuelto viral. Zelma le pidió a Max hablar conmigo. Sentí una emoción profunda. Terminamos contándonos cuanta arbitrariedad ha cometido, amparado por el aparato de control estatal, Jorge Luis Frías Armenteros, el director de la Agencia Actuar.

Zelma es la madre del hijo mayor de Max, el también actor Fabián Brando. Deduzco que Zelma fue la primera esposa.

Max, durante los ensayos, le dijo a Miguel:

—Mira, yo soy un actor de segunda o terceras tomas. Si repites más conmigo, lo que vas a obtener es una técnica de mierda. 

Miguel también notó que a Max se le daba muy bien la improvisación, en contraste con la rigidez con que se trabaja en la televisión. Así que decidió hacer su escena prácticamente en un plano secuencia. No pocos se sorprendieron luego con la actuación de Max.

Marcia Leyseca era conocida de Mario Coyula y de Marta Aquino, los padres de Miguel. Marta llamó a Marcia y esta nos dio el número de teléfono de su hija, María Cienfuegos.  

Viven en un edificio de Romañach en Miramar. El apartamento de María está ubicado en la planta baja y es ahora una galería. 

Los diseños de Romañach, como el ISA, están integrados a la naturaleza. En el apartamento de María se combina el hormigón con paredes de ladrillos. Es bastante luminoso. 



La mayor dificultad en la producción es que, a diferencia de los demás interiores que usamos, aquí debíamos ambientarlo todo. No teníamos otra opción para poder hacer coincidir la oficina con el ISA. 

Tuvimos que llevar un buró de caoba muy pesado que nos prestó el fotógrafo Jorge Proenza. Él nos acompañó para ayudarnos a cargarlo. Alquilamos un camión de mudanza. También llevamos las sillas y los objetos de ambientación. Después volvimos al ISA para filmar a Gabriela junto a su hermana Verónica (hizo de extra) y poder terminar de unir el exterior con la oficina. 

Estuvimos toda la tarde rodando en la galería de María. Max le dijo a Carlos que había engordado en comparación con unas escenas que Miguel le había mostrado. Le aconsejó que un actor debía cuidar su peso. Hacía chistes políticamente incorrectos y sexistas como la anécdota de una diva del cine cubano que, según él, lo estaba seduciendo; en legítima autodefensa ante el acoso de la diva le dijo a un amigo: “Qué va, esa mujer tiene unas várices que parecen cañerías de Habana Vieja”. 

En otra ocasión, mientras noviaba con una actriz más joven que él, ella, con entusiasmo, le presentó a un director de cine y Max le dijo: “¿Quién es el gordo ese?”. Todo esto en medio de conversaciones sobre teatro, literatura, historia universal. Fue un hombre culto. También contó de una película que había dirigido. 

Cuando dejamos a Max en su casa, Carlos le dijo a Miguel: 

—Oye, ¿tú no has pensado en hacer una película que sea cámara en mano, más sucia? Porque eso de que si el pelito está por aquí o por allá… Vaya, tú puedes ser apingante. 

Entonces Miguel dijo: 

—¡Apingante! Eso estaría bueno que lo dijeras en el making.

No sé si fue casual, pero, sin preverlo, esta fue la última escena que filmamos con Carlos. Más adelante y sin avisarnos, se rapó la cabeza. 

Max no pudo estar en el estreno de la película. Padecía de una cardiopatía crónica. Se fue en el año 2020, en medio de la pandemia. 




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