1.
Ante todo, un credo perogrullesco, pero necesario: creo que la cultura y el arte no son ciencias exactas. Nada es absoluto ni cuantificable, nada puede preverse, adaptarse, ni ejecutarse a través de fórmulas. Cuando más, hablaríamos de fórmulas que pertenecen al dominio de los números irreales, a la geometría de Lobachevski, al mundo de los fractales, a las teorías de la relatividad y de las cuerdas, que son casi poesía en estado puro.
2.
Cuando hablo de cine independiente cubano, siempre trato de estar consciente de que no estoy lidiando con un teorema o con un axioma. Estoy lidiando con una noción totalmente dinámica, abierta, pluridimensional, compleja, que no cabe en un eje de coordenadas X y Y, donde la vertical X establecería un gradiente de independencia y la Y definiría el gradiente de dependencia institucional-gubernamental, y así cada realizador y película ostentaría un coeficiente numérico de independencia respecto al establishment, a la institución y sus agendas, al statu quo hegemónico.
No es cuestión de establecer podios donde se premien los más independientes entre los independientes.
No es una cuestión de jerarquías verticales, sino de múltiples e igualmente válidas opciones de ser y expresar, desde la consecuencia personal, “una cámara en la mano y una idea en la cabeza”. Como Glauber Rocha.
3.
Por eso, cuando hablo de cine independiente cubano, no busco lidiar con un parámetro o un partido, aunque, entre muchas cosas, el cine independiente cubano, como el arte todo, es un campo político, un gesto político.
Una postura política no es lo mismo (ni se escribe igual) que ser un instrumento de propaganda política. Pues creo y defiendo que cuando el producto artístico —las películas en este caso— se subordina a un objetivo o estrategia superior que lo trasciende y reduce a una mera herramienta, comete un auto de traición y suicidio. Por ende, ocurre una inmediata autoanulación, con la autodestrucción resultante.
4.
No considero que el cine independiente cubano deba equivaler, unívoca y fatalistamente, a oposición política abierta, a libelo antigubernamental, a contraparte empecinadamente binaria del discurso del poder. Aunque siempre será —de tantas maneras como realizadores y películas existen— disidente respecto a normas, agendas y pactos de lectura que, por muy conservadores y reaccionarios que lleguen a ser, también se mueven y varían ineluctablemente.
El cine independiente cubano, como el cine independiente todo, siempre será dialécticamente provocador, legitimador de perspectivas personales, sublimador de subjetividades, marginal, alternativo de muy diversas maneras. Válidas todas.
5.
Si bien el campo estético y discursivo audiovisual del Estado cubano implica una norma oficial cada vez más monocroma y monocorde, sus alternativas, por obligación y necesidad histórica, no pueden emularlo en rigideces totalitarias o enquistamientos expresivos, sino todo lo contrario.
La alternativa (no oposición binaria) al poder monolítico es lo plural, lo diverso, y lo incluyente. El regocijo de hacer lo que le venga en gana a cada uno, no significa solamente hablar mal del gobierno de manera abierta, aunque esto también es un derecho inalienable. Jorge Molina, Raydel Araoz, Rafael Ramírez o Alejandro Alonso —para hablar de algunos de los cineastas contemporáneos cubanos más “extremos” y trascendentes (no solo de los independientes)—, y también los grupos creativos del barrio de Los Ángeles en Marianao, en Nuevitas, Camagüey, o en Mayarí, Holguín —que se ubican en otros extremos, en otras dimensiones de lo trascendente y lo presente—, distan muchísimo de oponerse directamente al Estado, aunque esta lectura sea una de tantas válidas que propone el amplio espectro de significaciones emanado de sus obras.
6.
Y sí, en mi perspectiva taxonómica personal incluyo a las producciones surgidas de la Facultad de Medios Audiovisuales del ISA (la conocida FAMCA) y la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños (EICTV), que han incidido mucho a la hora de debatir (que se ha hecho bastante, aunque nunca suficientemente) la real naturaleza de lo independiente fílmico cubano. Pues aunque parte de los fondos de las películas de sus estudiantes, sobre todos las de FAMCA, provienen de la institución estatal, y por ende no se les adjudica una plena independencia económica, sí delatan en gran medida independencias discursivas, contrapuestas a lo agendado por la propia institución patrocinadora (han sido apenas exhibidas, a la par de otras creaciones monetariamente más independientes).
Esto queda bastante claro cuando se revisa la miríada de títulos que provienen de estos predios. Recién ahora (hace unos dos años) es que el control férreo sobre los contenidos, por parte de los directivos de FAMCA se ha hecho más patente.
7.
No quiero ver al cine independiente cubano como un gueto, un parapeto o una trinchera, sino como un campo del cine cubano en general, y más allá: de todo nuestro campo audiovisual. Por eso cuando analizo obras, tópicos, estéticas y concepciones, no hago ascos a la hora de contraponer indistintamente referentes producidos por las instituciones, videoclips, productos televisivos, propuestas nativas de internet como las web series o la realidad virtual, siempre que venga al caso. Todo está relacionado.
8.
No creo que el cine independiente cubano deba dedicarse a establecer una relación simbiótica enfermiza con el establishment cubano, un único y enquistado juego de antítesis, antagonismos, contradiscursos y ripostas, que lo termine convirtiendo, más temprano que tarde, en lo mismo que impugna. Esta codependencia entre contrarios solo lleva a la anulación mutua, imponiéndole fecha de caducidad a las producciones que se conciban con estos únicos objetivos.
9.
Y si el statu quo obliga, empuja y fuerza a los realizadores independientes a circular por este círculo vicioso y letal, pues hay que romper la inercia y no subordinar la imaginación y los demonios interiores a esta tentadora presión. Esto implica también ser dialógico: única manera de zafarse de los vicios hegemónicos. Implica ser mejor.
Intentar ser conciliador, dialógico y amable con el establishment, no es dar la otra mejilla o ceder, sino desarmar con verdadera contundencia las posturas tozudas y necias que han hecho de la intransigencia y la intolerancia virtudes nobles y revolucionarias, cuando son justamente todo lo contrario.
Ser intransigente es ser retardatario y dañino. Prefiero hablar de ser consecuente con una ética personal y su proyección social. Nada más político que esto.
10.
No creo que el cine independiente cubano sea, ni deba ser, solo contracandela; ni que deba ser esgrimido solo como un pretexto para la contracandela, como el consabido cuento de la pulga, o como otro de tantos caminos que nos lleven a Roma. Tampoco creo que deba ser un satélite malcriado y molesto que gire eternamente alrededor del planeta Poder, molestándolo pero nutriéndose de este. Parasitándolo.
11.
El cine independiente cubano es —aunque no se tenga conciencia de ello, o sí— piedra “refundacional” de ese cine cubano todo que es cada vez menos “el” ICAIC y cada vez menos “del” ICAIC. Aunque no debe negarse —por pura rabia o venganza— la importancia que esta institución tuvo para el desarrollo de las imágenes en movimiento gestadas en Cuba desde 1959 hasta casi ahora mismo.
No hay que reducir a cenizas el ICAIC, ni obliterarlo —como hicieron sus fundadores con el cine previo al 1ro. de enero de 1959—, sino reubicarlo en su rol histórico, en su rol de plataforma de fomento para la obra de cineastas como Nicolás Guillén Landrián, aunque luego lo hayan expulsado del Paraíso, y más tarde hayan permitido la imprescindible restauración de su obra. Así de contradictorio y ambivalente como suena.
Porque hubo tiempos en que el ICAIC no fue monocorde. Fue fundado por artistas con perspectivas creativas, y ahí están sus obras y algunos remanentes de sus espíritus. Su perspectiva fue, y es, hegemónica; también es verdad. Y el debilitamiento de esta también depende de dejarla de reconocer como tal. Reubicarlo en los esquemas y jerarquías mentales.
12.
Creo que el a la vez alegre y tristemente célebre Fondo de Fomento, al que muchos están proponiendo proyectos, no puede entenderse —aunque sus gestores lo quieran así, o quizás no—, una vez más, como la única vía de producción, regresando a los tiempos de las hegemonías. Hay que asumirlo en sus verdaderas dimensiones: como un fondo más, como un logotipo más que sumar a las pantallas de patrocinadores de las películas que sean beneficiadas.
Sin dudas el Fondo responde a una agenda que se expresará en el catálogo de obras beneficiadas, pero es una opción entre varias que están a la mano: magras, escasas, insuficientes, pero ahí están. Postular a sus presupuestos no es, de por sí, un acto de rendición, prostitución, traición. Ceder a posibles presiones sobre los contenidos patrocinados por el Fondo, sí. Pero eso está por verse aún.
¿De dónde vienen los dineros de este fondo?, preguntan algunos.
Pues, en esencia: de los bolsillos de los cubanos, que son quienes patrocinan al gobierno, pagando sus salarios y presupuestos. El Estado contabiliza, acumula, administra y otorga, pero estos montos son frutos de los impuestos de los nacionales. Impuestos que, al menos en este caso, tienen un destino nítido, y de frutos reconocibles.
13.
Ahora bien, está claro que tanto el Decreto-Ley 373 como el Fondo de Fomento no abarcan todas las etapas de una obra fílmica. Dejan las cuestiones de la exhibición y la distribución como cardinal asignatura pendiente, pues una vez que un audiovisual sale de la sala de posproducción, su aspiración máxima es ser visto. El fin de toda expresión humana es ser apreciada. Solo así cumple su rol político. Solo así incide en el tejido social, y en el tejido de la realidad.
Es una legislación incompleta. No dejo de repetir que no es la Ley de Cine por la que los cineastas comenzaron a luchar hace más de cinco años; una Ley que, entre sus muchos puntos, recoloque a la institución en una cartografía menos “icaicéntrica” y más pluripolar. Que legisle (reconozca) una realidad palpable desde hace décadas.
14.
Creo que además de someter a sana disección y discusión la noción de cine independiente cubano, hay que hablar también cómo esta, desde el discurso oficial, ha sido solapada por un más eufemístico, reduccionista, fatalista, retardatario, y hasta reaccionario término (aunque se revista de inocencia y candor): “cine joven”.
Este es un término más peligroso sobre el que poco o nada se ha debatido, sino que ha sido incorporado de manera orgánica y sosegada a las percepciones de muchos críticos y cineastas. Es un término puramente etario —pocos hemos tratado de ver esa juventud como lozanía creativa— que llama mucho más a equívoco generacional e histórico.
15.
Es demasiado común que la actualmente titulada Muestra Joven ICAIC (con destino incierto) sea asumida como jalón inicial de la producción independiente cubana, y que a pesar de sus límites competitivos de 35 o 36 años, sigan atados a ella varios cuarentones y cincuentones. A falta de un festival o festivales nacionales que acojan su “adultez”; a falta de distribuciones y exhibiciones en los cines y canales televisivos, y mucho menos de contrataciones por parte de estos últimos, con garantías creativas suficientes.
La cortina de humo del “cine joven” ha terminado negando implícitamente la naturaleza independiente de la gran mayoría de los realizadores cubanos, así como el rol de la gestión privada de sus productores, o de ellos mismos, para el fomento de sus películas.
16.
Creo también que son necesarios otros espacios de exhibición, no controlados por la institución. Festivales, eventos, canales, plataformas independientes por completo, o gestadas por otras instituciones no gubernamentales, donde se pueda saldar la gigantesca deuda de socialización que se tiene con las producciones de esta índole, y que solo se ha saldado en un pequeño —pero tampoco despreciable— por ciento.
Pocas películas independientes son programadas en los cines durante dos semanas o más. Pocas han sido transmitidas por la televisión. Tal socialización pudiera ampliar las discusiones sobre las miradas particulares de los muchos cines independientes cubanos, fuera de los rediles y reductos acostumbrados. Pudiera no solo ofrecer a los públicos otra Cuba —algo que corresponde más al campo periodístico— sino, sobre todo, mostrarles cómo otros cubanos miran el mundo, y no solo su nación, su situación política inmediata. Mostrarles que el cine cubano no es implosivo, umbilical, onanista, sino una arista orgánica del cine mundial.
17.
A manera de epílogo o, mejor, de cliffhanger:
En la larga y ardiente polémica que se ha desatado a raíz de la entrevista concedida por la productora Claudia Calviño a OnCuba, alguien objetó que hay muchas carencias esenciales en la Cuba inmediata para ponerse a discutir sobre lo independiente en el cine. Creo y apuesto por todo lo contrario: sí es muy pertinente generar pensamiento intelectual en medio de una crisis que reduce a la mayoría de los cubanos a puros recolectores-cazadores sin tiempo para ideas complejas. No es menos que un acto de resistencia micropolítica, de trascendencia y legítima volición por parte de quienes también decidimos, con autonomía e independencia, cuáles batallas librar o cuáles vadear.
No cometamos los mismos errores que nos han traído hasta aquí de las orejas.
Cuba es el país con el mayor índice de cineastas independientes
Es inútil pedir cambios al Decreto 373 mientras no cambie el gobierno actual. Yo no puedo coger una pistola y matar a Díaz-Canel, a Ramiro Valdés, a Raúl Castro, o a López-Callejas, porque no soy ni héroe ni asesino ni kamikaze. Pero en la pantalla cobran vida mis demonios, y ahí sí puedo hacer cualquier cosa…