Hace diez años, el realizador Fernando Pérez renunció a su presidencia de la Muestra Joven ICAIC. En sus palabras al catálogo de la edición 11, el director de Madagascar (1994) aprovechó para suscribir oficialmente su despedida del cargo.
Alentó a emular desde la Isla a los científicos que buscaban descubrir la partícula de Higgs, “ese mínimo eslabón perdido que nos permitirá, algún día, conocer el origen del universo” y dar con las claves esenciales del audiovisual cubano para poder “plantearnos nuevos y contrarios enfoques e interrogantes, porque el cine —como la vida— únicamente se genera y expresa y fructifica en la diversidad”.
Las divergencias alrededor del documental Despertar (Ricardo Figueredo y Anthony Bubaire, 2012), tanto entre los propios organizadores de la Muestra Joven, como entre estos y los directivos del ICAIC, catalizaron la renuncia del último presidente que tuvo el evento, que en los siete años sucesivos sería dirigido por una junta de realizadores.
Diez años después de que Fernando Pérez tomara esta decisión para concentrarse en búsquedas más personales de sus propios bosones de Higgs —sin dejar de ser ese espíritu tutelar al que los organizadores podían recurrir siempre—, la Muestra Joven ya no existe en el plano material. Se ha convertido en una partícula esquiva e inatrapable, pero cada vez más definitoria del audiovisual cubano, de sus lógicas y su realidad toda. Sobre esto conversé con él.
Este año 2022 nos tomó desprevenidos respecto a la desaparición de la Muestra Joven. Unos piensan que esto era inevitable; otros, que pudo haber durado más. ¿Piensas que este final, sin dudas traumático, respondió a una necesidad histórica que demandaba su extinción?
Es todo eso a la vez y no lo es. ¿Por qué razón? Fue crónica de una muerte anunciada, pero en términos traumáticos. Pienso que no tenía que haber sido así. La Muestra, por múltiples razones, podía haber evolucionado y en determinado momento se hubiera decidido que ya no era necesaria para el movimiento del cine de jóvenes. Pero no de la manera en que ocurrió. Porque lo que me queda es un espacio vacío. Todo lo que ocurrió lo veo, desde el punto de vista emocional, como doloroso.
Por otro lado, creo que el fenómeno del cine joven y del cine independiente joven cubano ha cuajado ya, con Muestra o sin Muestra. Durante un tiempo fue el vehículo para hacerlo visible, pero ya ese cine está ahí. Diría que es el rostro más visible del audiovisual cubano hoy, sin límites etarios.
Siento que durante mucho tiempo este cine joven también ha estado signado por la fragmentación, que en un momento dije era buena. Cuando era un joven cineasta estábamos cohesionados alrededor del ICAIC, y esa unidad era buena. Pero el signo de los tiempos es la fragmentación, la búsqueda del cine independiente. Las productoras por un lado; por otro, se van formando grupos que no se conocen entre ellos. La Muestra propiciaba el encuentro entre ellos, allí podían discutir, hablar, reconocerse, ver las obras que estaban haciendo. Y ese espacio no existe hoy.
Tenía un problema: la Muestra era (lo digo en pasado dolorosamente) institucional. Tenía sus límites y eso determinó que no fluyera más allá de lo que fue. Ahora, la vida va a disponer que este espacio, a pesar de la fragmentación, surja con otros nombres y de otras maneras. De hecho, lo he estado viendo. En la sede de El Ciervo Encantado se ha reunido gente para ver obras de jóvenes realizadores, ahí existe un espacio donde se van confrontando ideas. Creo que en una galería de arte hicieron un encuentro donde mostraron otros documentales, se habló de la Muestra… La vida lo va a determinar, no una institución ni un grupo, nada.
Sí siento que, en este momento, en estas circunstancias, es una pérdida que la Muestra no exista, sea institucional o no. Hablaba el otro día con Carla Valdés de que la Muestra llegó a acumular toda una serie de materiales que son un tesoro. No sé eso a dónde va a parar ahora. Porque allí se conservaban muchos audiovisuales. Eso es toda una historia que hay que preservar de alguna manera. Debería tener uno o más curadores, porque ahí hay una historia que es para el futuro y también para el presente.
Renuncié a la Muestra por el documental que íbamos a poner y al final no se incluyó; pero lo hice pensando que era el momento en que tenía que ser conducida por jóvenes, no por cineastas de mi generación u otros. Ahí es donde se forma el grupo de los cinco que empiezan a dirigirla. Fue un cambio de fase donde la Muestra pasó a tener la perspectiva de los jóvenes desde dentro. Aunque sabía que, lógica e inevitablemente, iba a terminar también en un callejón sin salida.
Recuerdo que en un año no había problemas y, al otro, había un corto o un documental o una situación que no era de la complacencia de la dirección del ICAIC y se formaba la crisis. Era un destino que se avizoraba. Pero ya la Muestra estaba dirigida por jóvenes y eso para mí era algo bien interesante.
Vuelvo al inicio: no será la misma Muestra, ni con el mismo perfil, pero la vida determinará el triunfo del espíritu que la marcó: el del cine inclusivo, de diversidad, abierto, sin censura, de discusión. No sé cómo, pero va a ser así. Como mismo el cine cubano se va a seguir diversificando…
Cuando llegaste, comenzamos a hablar de una serie de películas: La opción cero de Marcel Beltrán, Yo quiero hacer una película de Yimit Ramírez, Mafifa de Daniel Muñoz, de los documentales de Alejandro Alonso, y no sigo citando para no olvidar. Ya hay un cuerpo de películas que conforman el cine cubano de hoy y va a seguir ampliándose.
Muchos jóvenes están emigrando. Trabajé ahora en mi proyecto más reciente con el joven Raúl Prado, fotógrafo. Un mes después de terminar la película salió de Cuba. Con Daniel Alemán trabajé en los efectos especiales y también emigró. Y así otros. También los actores jóvenes están emigrando.
Pero siento también que todos esos jóvenes, que están en distintos lugares, se van a encontrar y van a seguir haciendo cine cubano, que se va a ampliar más allá de nuestras fronteras. Eso es algo que está ahí, al doblar de la esquina. No es el futuro, es el presente. Está en A media voz, el documental precioso de Heidi Hassan y Patricia Pérez. Está filmado fuera de Cuba, pero es cine cubano. Creo que este fenómeno (no digo movimiento, porque todavía hay fragmentación) es indetenible.
Ya hay un cine inevitable. Como dicen en Parque Jurásico, la vida se abre su camino aunque se controle genéticamente a los dinosaurios…
Ojalá no se controle genéticamente a los cineastas…
Se ha intentado, pero los cineastas han evolucionado… ¿Entonces, cuál es la perspectiva que aprecias en la institución, en el ICAIC? ¿Cuál posición tiene y debería tener?
Es positivo que el ICAIC haya creado la Muestra, pero no con las limitaciones que tenía. Cuando entré a dirigirla, lo primero que hice fue subir al séptimo piso y decir: “Miren, voy a dirigir la Muestra como si fuera una película mía, desde el quinto piso. Lo único es que deben tener confianza en que lo voy a hacer bien. No voy a estar consultando qué se pone ni qué no se pone”.
Pero cuando existe otra perspectiva y otra línea, que no son las que siempre he defendido (la diversidad y la expresión son libres o no lo son), entonces empiezan los problemas. Es algo que lo limita. Eso no ha cambiado y dudo que cambie. No soy ni pesimista ni optimista, trato de ser realista. Dudo de que cambie, porque es una lucha constante de posiciones que no se entienden.
Durante la última discusión de la Muestra con el documental Sueños al pairo, de Fernando Fraguela y José Luis Aparicio, no hubo entendimiento, y eso llevó a la crisis que provocó que la Muestra no exista.
Siento que la institución del ICAIC ha dado un paso positivo con la creación del Fondo de Fomento, que también tiene sus premisas, pero sí contribuirá a la producción de cine cubano. Los problemas vendrán después. Hay una premisa importante: la propiedad definitiva de las obras escogidas es de sus autores. La institución no puede reclamar. Después, si no la exhibe, es otro problema.
Ahí es donde han existido las confrontaciones fundamentales. No solo con el cine cubano, sino también con el cine de fuera de Cuba. Recuerdo las discusiones sobre Regreso a Ítaca (2014) de Laurent Cantet, que no se quería exhibir y después le hicieron una premier en el Chaplin con el director presente.
No comprometo ningún juicio sobre cómo tendría que ser el ICAIC, pero dudo que cambie. Siempre va a haber confrontación. Mientras se mantenga la mentalidad que no admite que en este país haya medios de comunicación y expresiones de la vida cultural y artística en plena diversidad, esas confrontaciones van a existir siempre.
¿Hasta qué punto debería considerarse atípica o contradictoria la propia existencia de la Muestra como un espacio autónomo dentro de una política editorial estrecha, sin dudas, y con una agenda política bien marcada?
Esa contradicción siempre existió. Existió en el ICAIC fundacional. Ahí está la obra de Tomás Gutiérrez Alea, de todo el cine cubano, que ha pasado por muchas polémicas, por muchas confrontaciones con la mentalidad mayor del país que no admite ese tipo de miradas. Por eso no me pareció inaudito que el ICAIC propiciara una Muestra con esa perspectiva. Lo que sí era cierto es que siempre tendría límites. Cuando se llegara a un punto, aparecerían los límites.
¿Pudiera decirse, entonces, que “hasta cierto punto” y “de cierta manera”, el surgimiento de la Muestra en 2000 fue como recuperar ese primer espíritu del ICAIC?
Absolutamente. Te lo digo a nivel emocional, no racional. Si yo empecé a trabajar en la Muestra fue porque sentía que ahí estaba esa verdadera dinámica que sentía se iba perdiendo en otros espacios del ICAIC. El quinto piso pasó a ser para mí el piso de la dinámica viva, de la confrontación de las ideas, donde estaba lo que el ICAIC significó en los años 60, lo que contribuyó al surgimiento de un cine anticonformista que complejizara la realidad, que fuera irreverente; un cine que buscaba la herejía en algunos momentos.
El ICAIC no fue bien visto. Pasó por muchas situaciones problemáticas, como las pasó la Muestra frente a muchas direcciones del ICAIC. La historia se repetía, pero de otra manera.
Siempre he pensado que la Muestra, por esta misma época en que renuncias a la presidencia, necesitaba haberse ampliado, convertido en algo mucho más complejo, so pena de extinguirse.
Muchas de las obras que se presentaban en la Muestra no son tampoco para un público masivo. Para mí estaba bien, luchaba por una Muestra inclusiva, no que fuera un festival donde vamos a exhibir lo mejor del cine joven; sino una Muestra inclusiva, donde se mostrara la mayor cantidad de obras posibles, siempre y cuando tuvieran algún valor. Películas no logradas, pero que tuvieran puntos de partida motivadores para discutirlos. Incluso, pedí que en el periódico Bisiesto escribieran solamente los jóvenes y no colaboraran críticos de otras generaciones. Pedí que el comité de selección fuera de jóvenes.
Se logró en algún momento que el Bisiesto fuera trimestral y no solamente la gacetilla del evento. Esa era la perspectiva. La oficina de la Muestra era permanente, no se cerraba.
Recuerdo discutir mucho con el comité de selección por la inclusividad y la exclusividad. Hubo años en que era demasiado estricto y esto no era el Festival de Cannes. Pero son las contradicciones normales. Es la complejidad propia y viva de un fenómeno como la creación cinematográfica entre jóvenes que están buscando, cambiando. Es la dinámica propia de los eventos. Nunca nada va a ser ideal. Pero la contradicción fundamental estaba en cuáles son los límites o no de la Muestra. Y fue lo que llevó a que no exista. Pienso que no hay otro motivo.
La Muestra la recordamos con cariño, con nostalgia. Pero tuvo sus problemas, cineastas que reclamaron porque habían cometido injusticias con ellos. Todo eso es la vida. Ahora, fue necesaria. Fue importante. Ha dejado una huella. Y el cine que se está haciendo ahora también surge de la Muestra.
Cuando renunciaste, me dije que, luego de exhibir películas como Memorias del desarrollo (Miguel Coyula, 2010) y Revolution (Mayckell Pedrero, 2010), no te perdonaron Despertar. Estas obras trazan una suerte de rumbo de colisión de la Muestra…
Eso lo fue determinando la realidad. No creo que la realidad de la Muestra fuera la misma a principios del siglo XXI que en 2022, si existiera. Porque nuestra realidad va muy rápido también y se modifica mucho. Los problemas son muchos, la complejidad es mucha. Esto fue determinando hasta dónde se iba a correr la cerca con lo que la Muestra programaba o no. Fue en crescendo.
Recuerdo que el primer año en que la presidí no hubo ningún problema, ninguna obra conflictiva. Pero nunca se sabía tampoco cuál iba a ser la obra conflictiva. Nunca se seleccionó nada porque fuera así. El grupo de dirección de la Muestra buscaba dónde estaban los valores del lenguaje, los valores de la mirada, qué estaba logrado o no. Ese era el pensamiento. Por lo menos mientras estuve ahí, nosotros seleccionábamos, no consultábamos; por supuesto, después, al final, enviábamos los materiales a la presidencia del ICAIC para que los vieran. Tenían su derecho, pero ya era una decisión tomada.
El primer conflicto vino con el documental sobre Los Aldeanos (Revolution). En ese momento estaba en España terminando una película. Marisol (Rodríguez) me llamó y le pedí que no hicieran nada hasta que regresara. Después empezaron muchas discusiones (que no voy a contar aquí porque es muy largo) y al final logramos proyectarlo. Pero fue muy tenso porque teníamos la presión de la Seguridad del Estado metida en el cine Chaplin, decidiendo quién podía entrar y quién no. Recuerdo que terminé abriendo las puertas para que pasara todo el que estaba allí. Por suerte habilitamos el cine 23 y 12.
Sucedió lo mismo que con Alicia en el Pueblo Maravillas, de Daniel Díaz Torres, en los 90. Hubo un público enviado especialmente para que le saliera al paso a cualquier “expresión”. Cuando entró todo el mundo y mandamos el resto para el 23 y 12, cogí de la mano a Marisol y le dije: “Este es el momento, si pasa algo se acabó todo”.
Recuerdo cómo reaccionó el público joven. Se rio en el momento en que tenía que reírse, aplaudió en el momento cuando tenía que aplaudir, hizo silencio cuando debía hacer silencio, y ya. No pasó nada. Para nosotros, para todo el equipo de la Muestra, fue una nueva lección para los que piensan distinto. Aquí hay un público que piensa. Muestra las cosas. ¿A qué le tienen miedo?
Al año siguiente no pasó nada. Después vino lo de Despertar. Recuerdo que cuando lo vi, pensé que no era un documental logrado, sobre todo por la manera en que estaban realizadas las entrevistas, pero era interesante la propuesta. Y dijimos: “Vamos a ponerlo en una mesa para discutir cómo se hace una entrevista, por qué, qué se logra”.
De pronto vino la decisión de que no se podía exhibir. Ya se sentía que siempre habría un problema. En el fondo, pensé: “Es bueno que ahora sean los jóvenes los que tengan que enfrentar esto. Que se vean los rostros con quienes prohíben. Que se conozcan los argumentos de quienes prohíben y que estos conozcan directamente los argumentos de los jóvenes”. Y, de hecho, fue así.
Siempre se pretendió que hubiera una figura “reconocida” como nexo entre ambas “orillas”, aunque en el medio seguía existiendo una zanja infranqueable y la nueva concepción de la dirección de la Muestra lo cambió todo.
Recuerdo que, cuando renuncié, hubo algunos jóvenes que dijeron: “Por qué renunció, eso está mal, es como una claudicación”; mientras que yo estaba defendiendo lo contrario. Pero esa polémica no me interesaba. En el fondo quería justamente eso. Lo hablé con varios, creo que uno fue Pedro Luis Rodríguez —no sé dónde está ahora—, con Mijaíl (Rodríguez), Marisol y alguien más. Les dije: “Ahora tenemos que pedir que sean cuatro, cinco, pero jóvenes. Basta ya que sea un cineasta de otra generación, o un crítico, porque justamente lo que está faltando es eso”.
Cuando la discusión de Santa y Andrés, de Carlos Lechuga, en una de las reuniones, celebrada en el Ministerio de Cultura, lo primero que comenté fue que lo más importante era que habían entrado por primera vez en el Ministerio Claudia Calviño y tres o cuatro jóvenes a los que nunca les habían visto el rostro.
Esa etapa fue muy buena, porque de verdad sentí que ahí Mijaíl, Juan Carlos Sáenz de Calahorra, después Carla, Aparicio, Daniela (Muñoz), todos, lo hicieron con una responsabilidad, con un afán no de crear escándalos ni nada, sino de hacer lo que siempre quisimos. Para mí fue admirable la manera en que lo hicieron. A partir de ese momento los jóvenes dieron a la Muestra la perspectiva que debía tener. Porque es de los jóvenes.
Pero te voy a hacer una anécdota que, por lo menos para mí, explica los fenómenos de los que estamos hablando. Cuando sucedió lo de Quiero hacer una película, yo estaba en una reunión. Creo que fue Mijaíl o Calahorra quien subió y me dijo: “Fernando, baja, que se ha formado tremendo lío con la película de Yimit en la conferencia de prensa”. Bajé a la sede de la Muestra, que ya no estaba en el quinto piso.
Discutimos sobre aquello y regresé a la reunión. Una hora más tarde estaban entregando el Premio Nacional de Cine a Miriam Talavera en el cine 23 y 12. Aquí estaba ardiendo la Muestra y allí estaban celebrando la entrega de un premio, aunque muy bien ganado por Miriam. Pero eran dos realidades totalmente ajenas. No confluían. Algo andaba mal. Eso de que había un incendio aquí y allá estaban celebrando, no estaba bien. Tendríamos todos que haber estado viendo el incendio y celebrando también.
¿Hay una especie de renuencia generacional…?
Es como un guion que ya está escrito, no se puede modificar. O puedes modificarlo hasta aquí nada más. Así no se hace cine. Los jóvenes cineastas, los jóvenes artistas, van a seguir queriendo modificar o cambiar el guion. Y lo van a hacer. Es una ley de la vida. Quisiera que fuera de la manera más armónica posible.
Por qué Sueños al pairo se convirtió en el obstáculo insalvable. ¿Solo por su contenido o por acumulación?
Tendría que ponerme en la mentalidad del que lo prohibió. He tratado de hacerlo varias veces y no lo logro. No solo con Sueños al pairo, sino que no consigo entender por qué lo hacen. Porque, además, la vida ha demostrado que hoy en día todo se ve. Nada puede ser prohibido. Lo puedes convertir a formatos portables y pasarlo de mano en mano. Antes, si no se exhibía en un cine, no se veía. Ahora no. Entonces, ¿cuál es la razón? No la puedo entender. Que la Muestra no exista pienso que es por la acumulación, por la reiteración.
¿Y el hecho de que la dirigieran jóvenes y no mediadores?
Era ya más difícil. Al ser los interlocutores los propios jóvenes, el otro lado empieza a escuchar y tiene que abrirse a escuchar ese nuevo lenguaje. Porque yo tengo mi lenguaje. Estamos defendiendo lo mismo, pero lo hago con mis palabras.
Los jóvenes traen otro lenguaje y es el que hay que escuchar. Ahí, claro, es más difícil. Eso lo viví en la última discusión, en la sala de proyección del segundo piso del ICAIC. Y pensé que era un diálogo de sordos. No se van a entender. No se pueden entender. Era inevitable. Era una ruptura.
El ICAIC prístino fue fundado por personas de cine y luego pasó a ser dirigido por otros que no lo son. ¿Hasta qué punto, a escala micro, a escala de sensibilidad, esto puede haber influido en los rumbos de la institución?
Cambió totalmente la perspectiva del ICAIC. Totalmente. Eso se siente. He hecho toda mi carrea como cineasta en el ICAIC. Le debo y estoy agradecido; pero el ICAIC de hoy, por ley de la vida, no es el mismo, ni creo que tengamos que aspirar a que lo sea, porque la realidad es distinta.
Pero creo que lo que va a perfilar de verdad la perspectiva más creativa de ese ICAIC que necesitamos, o que necesita el audiovisual cubano, será lo que creen las productoras independientes. En la medida en que siga progresando, enriqueciéndose y ampliándose la producción cinematográfica independiente, el ICAIC va a tener que modificar maneras de hacer ya antiguas, burocráticas.
Cuando se hace cine independiente, no significa que sea mucho más fácil, pero tiene otras flexibilidades. Entonces, el ICAIC será esa institución que favorecerá todo lo independiente. Contribuirá a fortalecerlo, desarrollarlo. Por supuesto, todo estará regulado por una ley de cine, por la autonomía en el registro del creador cinematográfico. Esas fueron las discusiones que tuvimos en la asamblea de cineastas, que lamentablemente desapareció. Todo eso se podría seguir discutiendo ahora…
Más cuando aún no hay Ley de cine…
No hay una ley. Volvimos al mismo escenario. Se discuten cosas, llaman a cuatro o cinco cineastas, se discute dentro, pero la realidad está afuera.
En ese decreto-ley, una vez más, no se garantiza la exhibición de las películas en las pantallas del país.
Eso es lo que falta. No se llegó hasta ahí. Se discutió, pero no existe una política de exhibición. No está escrita. Por eso ocurren momentos incendiarios cuando te dicen: “esto sí, esto no”. Porque, ¿a qué responde? No hay una regulación que permita las salas independientes.
Eso se puede discutir, ¿por qué no? Todo está paralizado. Lo único que en este momento está vivo, activo, y creo que es positivo en alguna medida, es el Fondo de Fomento, que se mantiene ahí. Hasta ahora es bastante abierto. Pero lo demás va por líneas más “tradicionales”.
Coinciden en el tiempo el cierre de la Muestra y la apertura del Fondo…
No lo asociaría, pues desde mucho antes se estaba discutiendo lo del Fondo como una necesidad esencial. El Fondo está sufriendo ahora el problema del ordenamiento económico este. Eso sí parece conspiratorio, porque empezó el Fondo con una cantidad de dinero y de pronto se esfumó.
Que se mantenga todavía es un respiro, pero no es que tengamos mucho dinero. Por lo menos existe, está regulado, no lo pueden cambiar y tiene sus principios bien claros. Para la futura Ley de Cine habría que discutir la política de exhibición. Se quedó en los mismos puntos suspensivos de siempre… No está en el candelero.
Me decías al inicio que las obras que se exhibían en la Muestra no eran para el público masivo, pero ahora con el Fondo sí pueden surgir estas películas.
Sí, pero ¡no hay salas de cine! Recientemente me reuní con el grupo de Nuevitas, que organiza el festival Hyeroscopia, y allá no hay cines. No llegan las películas y el sentido del espectáculo cinematográfico —no lo digo en el sentido de Marvel— no existe. Vas aquí en La Habana a una sala y las condiciones de proyección son muy precarias, muy malas. Es una realidad que golpea.
Pienso que lo que impulsará el cambio y las modificaciones es la producción fílmica. Mientras más películas, las cosas se moverán, necesariamente. Creo que sí está ocurriendo. Ya viene una generación mucho más joven. A veces me encuentro por la calle con muchachitos que me identifican y me dicen: “Mire, estoy escribiendo poemas pero quiero hacer un cortometraje”, y están todavía en el preuniversitario. Eso va a seguir creciendo, con otras maneras de ver.
Cuando yo era joven, hacer cine independiente era casi imposible. Por cuestiones tecnológicas también. Que los jóvenes empiecen a hacerlo ahora es extraordinario. Es cierto que la tecnología te facilita algunas cosas, pero hay que tener una audacia, una perseverancia y un empeño. Y lo tienen.
Eso nunca ha dejado de fluir y va a seguir fluyendo. Habíamos empezado por eso. Que se perdiera la Muestra para mí es doloroso. Es un espacio, en este momento, en estas circunstancias, que no lo ha llenado otra cosa todavía. Pero al mismo tiempo, lo que daba vida a la Muestra: la producción de películas hechas por jóvenes, ha crecido. Está ahí y tiene vida propia. Es un sentimiento ambivalente: por un lado estoy feliz y por otro, nostálgico.
Ya regresaron todos los eventos suspendidos durante los momentos más graves de la pandemia de la COVID-19 y la Muestra no… El ICAIC no ha emitido declaración oficial que anuncie su fin. ¿Cuál pudiera ser la razón de esto?
Pienso que no se quiere decir la razón fundamental: la Muestra es un problema. Un año sí y un año no. Se pueden justificar de veinte mil maneras, con la pandemia y no sé cuántos otros argumentos más. Pero creo que no quieren decir claramente: “Es mejor que no esté la Muestra”. Es un problema menos.
Se ha hablado, no públicamente, de crear un festival de cine cubano, donde estarían también los jóvenes. Eso no lo veo claro porque el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano es un festival de cine cubano, donde se muestran las mejores cosas. Ahora, podría haber un evento para el encuentro de los cineastas, discutir y mostrar algunas películas. Eso quizás lo vea más viable; pero esa era la perspectiva de la asamblea de cineastas. No exhibíamos, pero se discutían los temas más candentes. Y ahí sí iba todo el mundo.
Irónicamente, la asamblea de cineastas desaparece en el momento que trató el tema de la censura, ejercida en ese momento sobre Juan Carlos Cremata…
Es el problema central: el límite de hasta dónde puedes discutir o puedes existir como espacio para la discusión. Es lo mismo que ha hecho que la Muestra desaparezca.
¿Por qué crees que estos movimientos críticos como la asamblea de cineastas o el propio Cardumen se han suscitado principalmente en el ámbito fílmico?
Porque es algo inherente al audiovisual cubano. Es el espíritu de la herejía con que empezó el ICAIC también y se ha transmitido a los jóvenes cineastas. Es el cine que siempre se ha defendido. Está en la sangre.
La asamblea de cineastas es un hecho inédito. Fue la única vez en que se convocó a un grupo de creadores no oficialmente. Hubo muchas presiones durante el tiempo que existió, porque lo primero que nos pidieron fue entrar por los canales oficiales y dijimos que no.
Lo único que se me ocurre es la herencia. Es Sara Gómez, que se adelantó a su época abordando la “marginalidad”; es Titón, filmando Memorias del subdesarrollo en el momento en que se hacía un cine épico. No hay cine sin herejía. No puede haberlo. Va a seguir y se logrará el cambio. De eso estoy seguro. Más temprano que tarde, más tarde que temprano. Pero no puede ser de otra manera.
La Muestra Joven en sus carteles
La Muestra al pairo, amenizada por Mike Porcel
A Mike Porcel no le permitieron la salida hasta finales de los años 80. Para su persona se reservó el rechazo y escarnio generalizados. Era otra manera de la embestida gubernamental para humillar la personalidad de una figura pública.